miércoles, 29 de octubre de 2008

Snif, snif...

Triste realidad. Mircea Eliade -vaya fenómeno- en su libro “Fragmentarium” hace un comentario que, en un acceso de ombliguismo, personalizando las cosas de manera poco sana, se podría aplicar tanto a la patata esta que escribo como a quién la escribe, un servidor. “Me” dice este Rumano atroz: “Algunos declaman, no sin melancolía en la voz: ¡Las evasiones! ¡Las inmensidades! ¡Salir, huir, ser feliz! Esta melancolía pre o postambulatoria me parece de un mal gusto detestable ¿Pero que le he hecho yo a este hombre para que se ponga así? Como se dice coloquialmente, la primera en la frente. Anda que no os he aburrido yo con mis estupideces sobre el Páramo, la amplitud, la monotonía, etc., etc. Está claro que a Mircea no la hacen gracia alguna estas chorradas… Lo del ambulatorio fue definitivo, y a estas alturas estoy esperando la cita, snif, snif.

miércoles, 22 de octubre de 2008

¡Help the voluntarios!

Últimamente, algún que otro domingo, hemos visto en la dos unos documentales sobre voluntarios… y dichos programas no han hecho más que confirmar un idea que desde hace tiempo tengo cada vez más clara, a saber, que nadie necesita más ayuda que los voluntarios. Qué personajes. A cualquier persona un poco sensible y de buena voluntad, ya no digamos fácilmente emocionable, ver y escuchar a estos individuos le puede dejar tres o cuatro días sin dormir, por miedo a las pesadillas, claro está.

Hemos de reconocer que, cada vez más, el acento y protagonismo recae sobre el voluntario, infame personaje de estos tiempos, y no sobre la situación o sujeto en cuyo socorro éste acude. Algo parecido a esa insoportable genealogía de periodistas que se creen ellos la única noticia importante. Ya no digamos si van saltando entre obuses de mortero en alguna refriega armada. Que cientos de personas mueran como churros a su lado les resbala como si nada, de solo pensar en lo protagonistas que son ellos, intrépidos reporteros, felinos micrófonos. La cosa cambia cuando a uno de estos individuos de pantalones caqui, megalómanos hasta el acople, le pasa lo mismo que a cualquiera de esos insignificantes seres que antes morían a su lado sin que casi se dieran cuenta. Que mueran éstos vale, así es la guerra nos cuentan en sus crónicas, pero que salte por los aires uno de los del micro y veréis escandalizarse a toda la prensa, clamando por el Tribunal Penal Internacional, o el de La Haya. Terrorismo de estado alegarán, infame crimen, exterminio de la palabra y no sé cuantas hipérboles más, todas ellas rabietas de niños bien que juegan a intrépidos y bizarros. El mismo complejo y afán protagonista afecta a los agentes del voluntariado. Ellos son la estrella.

Que su labor sea a veces tan positiva y que gente que lo necesita se beneficie de ella es una maravilla. Pero lo que a mí me tiene alucinado, más bien preocupado, debería decir, no son estos dignísimos resultados, sino las escarpadas y abruptas psiques de estos tíos. En ellas se mezclan el egoísmo y la pedantería, la vanidad y el afán de destacar, el altruismo mal entendido y cierto tono perdonavidas, el sentimiento de indispensabilidad y la crisis personal, la desorientación vital y la búsqueda desesperada de algún sentido para unas vidas muchas veces al borde del colapso. Para qué nos vamos a engañar, en el punto más bajo y crítico de la vida, hay quien hace yoga o se va a Bután o Tibet, alguno prefiere el recogimiento pastoril, pero una inmensa mayoría, masa despersonalizada, se hace voluntaria y ayudando a los demás, esto en el mejor de los casos, que no siempre, intenta desesperadamente ayudarse a si mismo. Que el otro quiera o necesite su ayuda no se le ha pasado por la cabeza jamás. Y si en algún momento, al supuestamente necesitado de ayuda, al inferior, se le ocurre comentarle tal circunstancia a nuestro amigo, pues cree que ante todo el voluntario es generoso y bondadoso y que, por lo tanto, con él se puede hablar y razonar, éste le guardará resentimiento de por vida, saliendo a relucir la condescendencia, el sentimiento de superioridad, la vanidad y el esperpéntico egoísmo y afán de lucimiento que son el denominador común de gran cantidad de estos samaritanos de medio pelo.

Hace años, mucho antes de que empezara a perder el tiempo pensando en todo tipo de idioteces, quedé profundamente impresionado por una noticia: Brigitte Bardot se dedicaba en cuerpo y alma a la lucha por los derechos de los animales. Acompañando la noticia, varias fotografías. Ahí salía BB rodeada de cientos de chuchos. Me dejó hecho polvo. Qué mal debía estar esa mujer, tan fascinante otrora, para que su vida girase sobre el indicado asunto. ¿Tanto la había maltratado la vida? Nadie más necesitado de ayuda que quien se vuelca en cuerpo y alma, con tal desmesura, en empresas como esa. Realmente, o le patina el embrague o estamos ante la viva representación del desencanto, el fracaso o sabe dios qué cosas aún peores. El suyo es solo un ejemplo. Básicamente, entre los agentes del voluntarismo pseudo altruista nos encontramos con dos categorías o subespecies. Cualquiera de ellas se caracteriza por importantes desarreglos psicológicos, taras y complejos. Ello recomendaría en la mayoría de los casos una cura mental, en otros, electro shock, llegando en los casos más extremos a hacerse indispensable la camisa de fuerza. Pero sin duda, y en resumidas cuentas, estando ante un voluntario debemos tener presente que delante de nuestras narices se encuentra una persona que necesita ciertos retoques, cuando no, un auténtico psicópata.

Detengámonos un instante en las dos subespecies que engrosan las filas de los desnortados altruistas. Por un lado está “Desastre Fracasado Qué Hago De Mi Puta Vida” y por el otro “dios”. Al primero lo conocéis bien. Quién no ha sentido la tentación de dejarse llevar por la irresponsabilidad total, el no puedo más, abandono, lo dejo todo. Los miembros de esta primera categoría llegan al voluntariado tras haber intentado hacer algo de sus vidas y haber fracasado de la manera más estrepitosa. Ninguno estamos libres de ello. El asunto es serio. A determinadas bajuras anímicas y sometido a intensas sensaciones de “no dar una” la ruptura con un medio al que no somos capaces de adaptarnos se intenta edulcorar o disimular con la adopción de esta pose voluntariosa, tan en boga en la actualidad. También con que este nuevo “leit motiv” se concrete en el ejercicio de la nueva actividad lo más lejos posible de nuestro entorno. En resumidas cuentas, escapar, huir, cabizbajos y derrotados, en el peor de los casos auto engañándonos. Los Andes, África, etc. son campo abonado. Ahí, lejos de sus frustraciones, intentarán dar un nuevo sentido a sus vidas. Suelen compartir determinados mojones vitales, desengaños emocionales, divorcios, insatisfacción laboral y cosas por el estilo. Lo primordial en estos casos es la desesperación de los agentes del voluntariado. Estamos posiblemente ante su último intento de acertar, de justificar sus vidas, de llenarlas con lo que sea. Lo accesorio para ellos es el beneficiario de su acción, simples bagatelas. ¿Quién está más necesitado de ayuda? Pues en más de un caso el voluntario. Eso es impepinable.

La otra subespecie llega al voluntarismo por la vía opuesta a su congénere. Si uno se acerca con un tono bajo, grave, arrastrándose, el otro llega chirriando y haciendo trompos, todo agudos y perfiles altos. Estamos ante el “campeón”, aunque enmascarado muchas veces con cierta apariencia de “buen rollo”, vomitiva definición que sus usuarios utilizan cínicamente para definir lo que pareciendo una cosa, es la opuesta. Todas las veces que he oído esta definición, he podido comprobar pasmado cómo, a la mínima, se daba en la relación que previamente se había definido como de “buen rollito” una puñalada trapera. Así es la cosa: el buen rollo es el paso previo a la putada, que, por supuesto, está garantizada. Pero volvamos a dios el campeón. Él tiene buen rollito y usa fular. Posiblemente ya esté en el Chaco o en el Altiplano. Se siente superior a muchos y quiere hacer algo por estos muchos, a ver si me entiendes. Se le llena la boca criticando a multinacionales por doquier, pero no abandona su portátil ni en las laderas del Cotopaxi. Poco le importan las necesidades de sus inferiores, es un cooperador compulsivo, indispensable, obcecado, profundamente condescendiente y, aunque parezca increíble, bastante intransigente. En su interior subyace una de las causas básicas de las desigualdades, ese irreductible sentimiento de superioridad, ingrediente sin el cual no hay cooperador ni voluntario, como tampoco clases ni diferencias entre semejantes. A nadie se le pasa por la cabeza ayudar y sermonear a quien consideramos superior, solo a quien consideramos inferior, y con nuestra vanidosa cooperación, lastrada por dicho complejo, lo único que hacemos, aparte de darnos gusto a nosotros mismos y amagar un poco, es mantener tales graduaciones, tenues y matizables, no lo discuto, pero muy difíciles de superar, y menos con estas actitudes.

Yo estoy convencido de que si bajásemos nuestros humos en general, nos olvidásemos de esa nueva enfermedad que consiste en querer ayudar a gente que ni tan siquiera nos lo ha pedido y nos preocupásemos cada uno por nosotros mismos y no por cómo ayudar a otros, el resultado sería mejor que el actual. Con esta tendencia a salvar al que en nuestra pedantería colectiva consideramos inferior y más necesitado, -triste, enfermiza y errónea deducción de materialistas y consumistas hasta la medula- salvamento mesiánico y asistencial que nos llena de vanidad hasta rebosar, conseguimos casi siempre profundizar y convertir en inevitables y definitivas las situaciones que en teoría pretendemos corregir, y digo en teoría, porque en la práctica lo único que realmente realizamos en la mayoría de los casos es un asqueroso ejercicio de lucimiento personal, nunca discreto y sincero sino que aireado a los mil vientos, posado de portada revistera. Que se sepa bien, que se entere todo el mundo de lo comprometidos que estamos. Cuando cualquiera de estos agentes del voluntariado se topa con algún semejante que, miembro de su mismo círculo social, le espeta que él de ayudar nada, que tiene suficiente consigo mismo, nuestro cínico voluntario lo juzgará de inmediato. Si conoce la palabra “nihilista” se la escupirá como si fuera ántrax, y si no la conoce se pondrá a si mismo como lustrosa demostración de una actitud entregada, ejemplar y ejemplarizante. Le contará, sin venir a cuento, todas las cosas que hizo en el Altiplano por los demás, sin pararse a pensar en la vergüenza ajena que da oír semejantes sandeces, ni en el ridículo mayúsculo que protagoniza. Evidentemente este altercado será mucho más insoportable si nuestro agente es de la subespecie “dios”, pues estos tíos son realmente insufribles. Los otros, pobres, tienen bastante con buscarse a si mismos por la Altiplanicie adelante. Desde luego, vaya dos!!

miércoles, 15 de octubre de 2008

Hermann Broch

Varios de los libros que he leído este verano me han dejado cariacontecido, alterado, alucinado. Entre ellos está sin duda una trilogía de Hermann Broch titulada Los sonámbulos. …Pero pongámonos repelentes: antes de aburriros con ella quiero hacer unas puntualizaciones, propias de un neófito en la materia, pero que, sin embargo, nos ayudarán a entendernos mejor, pues en esto del comentario sobre libros, pelis o lo que sea, los respectivos “críticos” profesionales, sesudos personajillos llenos de tics y complejos, no hacen más que confundirnos y por supuesto, confundirse ellos mismos. Una de las confusiones que más alientan estos individuos con sus insoportables tesis, es la que se refiere a la categoría de la obra en cuestión. A su perdurabilidad y egregios atributos, al hecho de si nos encontramos ante una “obra maestra” o no. Y estos individuos, acompañados de sus taras, tics y resentimientos de toda índole, aplican el calificativo “obra maestra” a cualquier basura pinchada de un palo, confundiéndola, en el mejor de los casos -seamos generosos- con una “obra fundamental” y, en el peor, con la mayor de las nimiedades artísticas, fruslería o sinsentido de engreído autista. En aras del buen entendimiento, tomando como Norte un cierto ánimo clarificador, deberían dar por buena una diferencia que a mi me parece de cajón, aunque a ellos les repela. A saber, que obras maestras, las hay, pero también las hay fundamentales, que ambas no tienen por qué coincidir, y que en muchos casos poco tienen que ver las unas con las otras. El mezclar en un mismo potingue ambas categorías no hace más que fomentar que cada vez que leemos un artículo de estos seres monopensantes, en vez de interesarnos por sus opiniones y el sujeto pasivo de las mismas, tengamos la sensación de estar ante clichés y repeticiones cuasi sacras que nos conocemos de memoria… Pero sigamos. Se esté o no de acuerdo, creo que la cosa a la que hoy doy estas vueltas quedaría algo más clara con un pequeño ejemplo. Partiendo de una jerarquía, que por supuesto no tenéis que compartir conmigo, y que colocaría a lo “maestro” por encima de lo “fundamental” en lo que a calidad artística se refiere, con la de matices que esto puede tener, pensemos por ejemplo en el cine. Tal peli, magnífica, es una obra maestra. De acuerdo. Sin embargo, la primera peli en color, o la primera del cine sonoro, a pesar de lo que digan por aquí y por allá, no tiene por qué ser una obra maestra, aunque sin duda, lo que sí será es una película fundamental en la historia del cine. Burdo ejemplo, sí señor, pero clarificador. Y fangosos terrenos los que pisamos, frontera entre fondo y forma, técnica y contenido… Ambas cuestiones, maestra y fundamental, en ocasiones lindantes y hasta coincidentes, en otras son radicalmente opuestas. La primera grabación estereofónica puede ser una basura musicalmente hablando, aunque sin duda fundamental. El primer encofrado pudo dar lugar al habitáculo más incomodo e inestable aunque su importancia en la arquitectura es indiscutible. Y aunque no de manera tan estereotipada como en los casos que arribo cito, simplificando mucho las cosas, podríamos hablar en los mismos términos de los quebrantos y torsiones estilístico-argumentales a los que la novela fue sometida a comienzos del S.XX, piruetas, en muchos casos geniales, que dieron lugar a varias obras maestras, pero también a insoportables ladrillos de ramplona mampostería. Y aunque la cosa parece evidente, el hecho de utilizar el lenguaje de manera tan tramposa, tan burda y simple, hace que en palabras de estos críticos de semanario y revista monotemática, las cosas se confundan y que un hecho “fundamental”, piedra de toque, indispensable, en el devenir de una corriente artística o del periplo vital de tal o cual creador, sea, simplificando las cosas hasta el extremo, calificado de obra maestra a narices. Pues no. A lo fundamental le pueden faltar cinco pueblos para ser maestro, como también en otros casos puede coincidir con esto segundo, aunque no en la medida en que ciertos Ayatolás del comentario propugnan. Como también podemos tener una obra maestra que para nada sea fundamental, pudiendo ser hasta prescindible y fatua.

Pero dejémonos ya de pedanterías y estupideces y vayamos a lo magro... El Ulises de James Joyce ¿es una obra maestra, fundamental, las dos cosas o ninguna?... Y Los monederos falsos de Andre Gide? Y Las olas de Virginia Woolf? Y Contrapunto de Aldous Huxley? Y Crimen y castigo de Dostoyevsky? Y La montaña mágica de Thomas Mann? Y La metamorfosis de Franz Kafka? Y El ruido y la furia de William Faulkner? Y Zalacaín el aventurero de Baroja? Y En busca del tiempo perdido de Proust? Y Madame Bovary de Flaubert? Y Tirano Banderas de Valle-Inclán? Y El cuarteto de Alejandría de Durrell? Y El Trópico de Cáncer de Miller? Y El hombre sin atributos de Musil?... Apasionante cuestión, como para hacer una porra. En nuestros suplementos culturales del sábado todas son calificadas como O. M., en mayestático. Aunque tengo mi opinión, me la voy a callar por si a partir de hoy, y según lo que pudiera decir, me guardáis un odio irredento. Como el que sentiría yo al ver como despreciáis a cualquiera de mis escritores favoritos… sin duda esto es una de las mayores afrentas que cualquiera puede recibir…Cómo somos!

Pasada la introducción, deciros que Los sonámbulos de Hermann Broch está por derecho propio dentro de la lista anterior. Absolutamente fuera de serie. De Broch ya os he hablado en alguna otra entrada del diarioprueba. Su “Muerte de Virgilio” me dejó temblando. Incomprensible y bella como pocas cosas que haya leído, es un extremo, una manera de escribir llevada hasta sus últimas consecuencias, con radicalidad y sin tibiezas. Tremendo. Sin duda una obra fundamental y bajo mi modesta opinión también maestra. Los sonámbulos, anterior a la Muerte de Virgilio, viene siendo una trilogía, consistente en “Pasenow o el Romanticismo”, “Esch o el Expresionismo” y “Huguenau o el Realismo”, tres novelas que Broch fue publicando de manera continuada en el periodo de entreguerras. Ninguna tiene desperdicio, y ya desde el titulo original: “Die Schlaffwandern”, cuya traducción literal vendría a ser los “paseantes/excursionistas del sueño”, el amigo Hermann nos captura con sus juegos y piruetas. Conviene leerlas por orden de publicación pues en conjunto hay un in crescendo en tono, argumento y estilo que apunta a la tercera, “Huguenau o el Realismo” como catarsis y explosión total. A lo largo de los sonámbulos abandonamos un mundo y entramos en otro. Es como estar en el lugar adecuado a la hora exacta. Como si las puertas se abrieran para nosotros todas de golpe. En Pasenow comenzamos lastrados por una manera de hacer novela “decimonónica”. Pero la cosa dura poco, vamos abandonando la inicial tranquilidad, y al final del terceto acabamos enredados en la digresión, el lirismo, la entelequia, la inconexión y el vacío vital en Hugenau. Y olvidémonos de esas chorradas tantas veces repetidas por los críticos, que si clarividencia a la hora de denunciar futuros totalitarismo, que si metáfora del devenir histórico europeo, que si no sé qué, todas sandeces con las que intentar adecentar y justificar novelas que no aguantan ni media lectura, disimulando así su falta de nivel. En este caso la cosa está clara y Hermann Broch sale totalmente airoso de la prueba, llegando en “Huguenau o el realismo” a bordarlo. Brutal. Obra Maestra.

Dos joyas más deambulan por las librerías de este outsider total: “Los inocentes” y “Autobiografía psíquica”. Tengo tantas esperanzas puestas en ellas que no descarto una segunda entrada en el diarioprueba dedicada a este Vienés…

Por cierto, aunque me he quedado sin tiempo para hablaros de algún otro libro del verano, de esos que me han dejado alunizado, por lo menos os nombro algunos:

“Claus y Lucas” de Agota Kristof. Otra trilogía. Espectacular recomendación de Maicito. Un diez.
“Fragmentarium” de Mircea Eliade. Paisano de Cioran y Celan. Estos tres Rumanos son punto aparte. Qué tíos.
“10 narraciones maestras” de Rudyard Kipling. Las tres primeras normales, las demás apoteósicas, de escándalo absoluto. Como siempre que pueden, los de la editorial nos venden la moto con las alabanzas del Bonaerense universal.
“Mira los arlequines” de Vladimir Nabokov. Impresionante.
“Murphy” de Samuel Beckett. Espectacular. Empieza con Murphy, extraño individuo que para descansar se recuesta de espaldas sobre una tumbona, se ata a ella y se da media vuelta, quedándose cara al suelo y con el artilugio a la espalda…

También os cuento que compré un libro sólo por su titulo: “Yo, yo y yo (monodiálogos paranoicos)” de un tal Juan Filloy. Hay momentos muy buenos, otros insoportables. La caña que este argentino le da en una de sus elucubraciones paranoides a la "madre patria" deja a Makinavaja Rubianes en paños menores, y a su escatológico exabrupto en flor carnavalera. También me leí el alabado “Un hombre sin patria” de Kurt Vonnegut. Que patatada de libro. Y eso que estaba predispuesto a flipar con él, pero es que la simpleza de los, según todos, oxigenantes y rachadores argumentos de este individuo, son propios de un párvulo. De él dicen que es el mayor representante de un, para mi desconocido, humanismo librepensante norteamericano ¿?. Qué exageración. Está claro que llevar razón, (que en muchas cosas la lleva, no hay duda, son casi perogrulladas) no basta, no impide que se sea simple, aburrido y hasta chabacano. Decepcionante.

martes, 7 de octubre de 2008

Nací en Tolerancia

Un saludo para todos esos curiosos que seguís pinchando de pascuas en ramos en el Páramo. Como ya habréis comprobado, las Páramo – vacaciones se extendieron subrepticiamente, me noquearon, me inutilizaron con su prestancia y suculentos entretenimientos. Ni tan siquiera la vuelta al chollo consiguió despertarme de tan agradable alienación. Sin embargo estos primeros chaparrones otoñiles han obrado su consabido efecto…

No os voy a aburrir con las aventuras veraniegas de un pobre hombre como yo, tan carentes de interés. Lo que sí voy a hacer, para desperezarme, es sacar la guadaña. La metralleta. Me voy a vestir con mi traje de quisquilloso antisocial, ribeteado con unos magníficos volantes de antipatía, inquina e intransigencia. Dios, que alivio, qué festín.

Así disfrazado, el exabrupto se hace inevitable, necesario. Y hablando de coña, pero muy en serio, aprovecho para desahogarme ante la expansión hasta el infinito que, en un estado gaseoso, inmundo y asfixiante, determinados vocablos (algunos dignísimos, tanto ellos como lo que simbolizan y representan, otros incomprensibles) adquieren tras su paso por el arcaizante rodillo de los que ya sabéis, los maulas de siempre. Y aunque ello suponga para cualquier hijo de vecino su anatematización político social, eso es nada comparado con el placer que produce dejarse llevar por la fuerza barbárica que, tras leer tres días seguidos el periódico, surgirá en cualquier persona con dos dedos de frente. Dicha fuerza, piroclástica, torrencial, alimentada involuntariamente con la lectura del diario de turno, puede llevar a cualquiera a perder las formas y a descolgarse con un estridente y exquisito: ME CAGO EN, no sé: …en la diversidad. Ala, lo que ha dicho, vade retro, que lo detengan. …y en la tolerancia, y en la discriminación positiva…y en la participación, y en el voluntariado, y en implementar dinámicas y políticas de desarrollo sostenible que reviertan en beneficio de todos ¿? Y en poner en valor ¿? Y en crecer en términos de país ¿?... Aunque involuntariamente, no hay duda de que nuestros políticos están a punto de parir la mayor performance de “arte abstracto” imaginable. Hace años que el surrealismo quedó atrás para ellos. Sus discursillos, todo coletillas y muletas huecas, son, salvando las distancias y en un plano infinitamente mas pobre y burdo, como un lienzo azul de Klein, como un televisor encendido sin sintonizar emisora alguna, como una fotografía radicalmente desenfocada, como un garabato. Esto de los mantras de nuestros mass leaders es superior a mis fuerzas. Y el rebaño venga a repetirlos en coro. Inaudito. Siendo, como son, frases y términos que por su continua inclusión en la diaria vomitona política pierden ineludiblemente cualquier valor o significado concreto, por muy respetable que este fuera inicialmente, resbalando desagradablemente hacía la inmundicia total, no falta mucho para que cualquier día escuchemos asombrados como algún político, henchido el pecho, nos dice impertérrito: “Nací en Tolerancia. Mis padres eran Participación y Discriminación Positiva. A los pocos años nos mudamos a Poner en Valor y cuando cumplí los dieciocho me matriculé en términos de país. Fue en la facultad donde conocí a mi actual pareja, Democracia. Qué guapa era, la más bonita de la clase. Juntos nos fuimos de viaje y conocimos por fin, sueño de adolescentes, Desarrollo Sostenible. Eran los días de implementar dinámicas, ¿los recordáis? Mirábamos al cielo y veíamos voluntarios por todas partes. Rara vez llovía, pero cuando lo hacía, el olor a tierra mojada revertía en beneficio de todos…"
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