jueves, 29 de abril de 2010

Más obcecación: Shoah & Nacht und nebel



Fuera de serie la obra magna y capital del flemático Claude Lanzmann. ¿Cómo fue capaz de abordar semejante asunto? El resultado es impresionante. Nueve horas de documental cinematográfico que cualquiera podrá pensar de antemano que serán un esperpento insoportable, sea el que sea el tema a tratar. Nueve horas que si encima se reducen básicamente a entrevistas de algunos protagonistas de la Shoah, podrán parecer un coñazo barbitúrico y lacrimal. Entrevistas acompañadas de imágenes de una belleza incontestable, sin duda trágica e intestina, pero belleza al fin y al cabo, en todo momento escapando del estilo victimista-heroico-grandilocuente que resulta inevitable al tratar semejante carnicería… nueve horas, finalmente, que hipnotizan al instante y durante las que, aunque parezca imposible, no hay atisbo de morbo ni de sensacionalismo, no hay basura simplista de tipo alguno. Lo que hay son unos testimonios de varias víctimas y de algún verdugo/victimario que cortan la respiración. Las imágenes todas actuales, nada de palas excavadoras apelotonando desechos murientes, ni fosas repletas, ni esqueletos andantes, ni barracones atestados e infestos. Cero concesiones kitsch. Lo que vemos son imágenes, todas del momento en que se grabó el documental (1975 – 1985), de los entrevistados, qué rostros y empaque, qué miradas, qué pasada… de las estaciones del tren, de los carteles de las mismas: Treblinka, Auschwitz, Sobibor, (literalmente dejan helado al más pintado) de los restos de los Lager, de las vías… de trenes circulando por las mismas vías que guiaron a tantos y tantos al espanto… de los vecinos del lugar (casi siempre de campos polacos), de su pobreza y sus recuerdos, imágenes imantadas de Varsovia o Silesia, de Oswiecim o Chelmno… monumental y acojonante.


Antes que Lanzmann, en 1955 Alain Resnais había iniciado el camino con “Noche y niebla”, también un referente en cuanto al asunto. Misma temática aunque distinto enfoque. Apenas cuarenta minutos que, por supuesto, dejan K.O. a cualquiera. La versión alemana, “Nacht und nebel”, fue doblada del francés al alemán por el sombrío y desdichado Paul Celan. Es su voz, la de un genial muerto viviente, la que taladra los oídos teutones… Ambas joyas están esperando por vosotros.

miércoles, 28 de abril de 2010

La barricada matemática y los pleitos

De pequeño, estaría en séptimo u octavo de EGB, vivía en una especie de barricada matemática. Para empezar, las mates no me gustaban demasiado; para seguir, desconfiaba de los profes, pues tenía mis propias ideas acerca de los números, y las mismas no coincidían con las que en clase se explicaban. Dándoseme mal eso de los conceptos abstractos, para mí los números eran bolas de billar. Supongo que para otros serían manzanas. Y siendo para mí bolas de billar, los resultados de las operaciones que los profesores proponían con sus abstractos números no coincidían con los resultados que yo obtenía con mis bolas de billar.

Así las cosas, consciente de lo peregrino que podría resultar eso de las bolas de billar para alguno de mis compañeros, o para los maestros, yo de esto no soltaba prenda. El asunto era mantenido en riguroso secreto. Hasta un día en que dejó de serlo. Estaba por aquel entonces plenamente convencido de que mis razonamientos en relación a mis preciosas bolas de billar eran correctos y precisos. Estaba preparado para la espantada, para enfrentarme con los representantes del orden matemático imperante. Así pues, ante una pregunta concreta de Don José, espeté una respuesta relativa a las susodichas bolas de billar. Por qué lo haría. La mofa y el cachondeo de más de uno y el pánico de los demás me hicieron arrepentirme al instante. Sin embargo, al momento reaccioné, y debí cerrarme en banda, pues me puse a explicar el asunto.

Preguntaba Don José: A ver, Venturín, ¿cuánto va de dos a cuatro? Uno, contesté yo. ¿Cómo dices? interpeló Don José… lo demás fue un intento más bien torpe de explicarme y un cachondeo generalizado. En resumidas cuentas intenté hacerles entender que si se me preguntaba cuánto es cuatro menos dos, yo cogía cuatro de mis bolas de billar que ponía juntas y, acto seguido, quitaba dos, con lo que me quedaban otras dos. Clarísimo. Por el contrario, de dos a cuatro, evidentemente no van dos. Colocaba yo mis bolas de billar en línea recta, una detrás de la otra. Desde el punto en el que acaba la bola número dos hasta el punto exacto en el que empieza la bola número cuatro, solo está la bola número tres, que, evidentemente, es una bola y no dos. Pues no había manera. Que de dos a cuatro van dos decían ellos. Pero eso es imposible Don José, repetía yo…

El siguiente incidente matemático no llegó a serlo. Fue más bien un enamoramiento inmediato. También entre séptimo y octavo me enteré de eso de que uno puede estar desplazándose toda su vida desde un punto en dirección a otro, muy cercano, pongamos por ejemplo un metro de distancia, y no alcanzarlo jamás. Pero eso es imposible, pensaba yo. Don José nos explicó eso de que avanzar en cada paso la mitad de la distancia que nos separa de nuestro destino implica que estemos hasta el infinito acercándonos a nuestro destino sin alcanzarlo nunca. Guau, me dejó impresionado el mágico asunto.

El caso es que comento semejantes tonterías porque tengo un pleito entre manos que me ha hecho volver a la barricada matemática. En este caso, en connivencia con un perito que con las mates debió pasarlo igual de mal que yo en el colegio, y que tiene ganas de enredar las cosas. El punto en discordia viene siendo el linde de una finca que, desde un punto/mojón A, “se prolonga 75 metros a lo largo del ribazo que la separa de otras que están en un plano inferior” Indicaros que el ribazo en cuestión, que separa en planos inferior y superior, dos terrenos, en apariencia es basicamente recto. Pues bien, ¿qué son 75 metros a lo largo del ribazo? Evidentemente cualquiera cogería la cinta métrica, si situaría en el punto A y con la cinta estirada, superpuesta por encima del ribazo, marcará el punto B, que de esta manera estaría, metro arriba/abajo, a 75 metros lineales del punto A. Clarísimo. El caso es que si aportamos un plano detallado del ribazo, cosa que esta parte ha hecho, apreciamos, como también se hace a simple vista, pues es evidente, que el mentado ribazo no es totalmente lineal y uniforme, sino que es irregular, tiene entrantes y salientes, algunos debidos a pequeños derrumbes, pero otros debidos a la propia configuración del terreno desde tiempo inmemorial. En este segundo caso, siguiendo el ribazo de manera respetuosa con su verdadera disposición sobre el terreno, zigzagueando a lo largo del mismo, tenemos que tras medir los correspondientes 75 metros, estamos a una distancia lineal de aproximadamente 55 metros del punto A, con lo que la superficie de la parcela sería ostensiblemente menor.

Amigo. La cosa no parece tan clara como en principio nos podría parecer. Ya no digamos si lo comparamos con un caso igual pero en el que en vez de un ribazo tuviésemos una carretera. Si desde un punto A tenemos que medir 75 kilómetros a lo largo de tal carretera, llena de curvas, subidas y bajadas, idas y venidas, en una dirección concreta, el punto B al que llegaremos estará a mucha menor distancia lineal que los indicados 75 Kms. A lo mejor está al lado del punto de partida, si la carretera es una de esas panorámicas que serpentea sin rubor ni mesura.

¿Por qué no pasa lo mismo con el caso que nos ocupa? ¿por su menor escala? ¿por un supuesto uso aceptado de manera consuetudinaria?, ¿por supuestas intenciones de los causahabientes?... todo discutible, sin duda, pero también lo que arriba se propone.

¿Y si el perito está realmente iluminado, salvajemente influenciado por esa experiencia que lo marcó durante la EGB, eso de avanzar hasta el infinito hacía un punto que tenemos al lado y que nunca alcanzaremos, profundizando millonésimamente en la pequeña distancia que nos separa de él? Pasaríamos de estar hablando de pleitos y periciales a entrar en los escarpados feudos de la metafísica. Podríamos, por ejemplo, en vez de presentar un plano detallado del ribazo, a una escala “habitual” para estos menesteres, en el que se describen a la perfección sus evidente serpenteos y entrantes y salientes, apreciables todos ellos a simple vista, decía, que podríamos presentar un plano milimétrico, un plano a escala microscópica del citado ribazo. En dicho plano, de manera milimétrica y concisa, se describe el discurrir del ribazo, de forma mucho más detallada que a simple vista. En definitiva, se describe la verdad del ribazo. Los 75 metros en este plano, a lo largo del vericueto que realmente es el ribazo, se quedan a lo mejor a 4 metros lineales del punto de partida. Sin duda responden a la verdad más que los anteriores, es más concreto. Pero si aumentamos más la escala seguiremos encontrando más verdad del ribazo. Cuanto más profundicemos en la escala, cuanto más detallada y microscópica sea la descripción del ribazo, de todas sus irregularidades, a menor distancia lineal del punto de partida A nos encontraremos después de recorrer 75 metros… ¿Cuál es más verdad? ¿el plano genérico o el microscópico? ¿Cuál se equivoca? ¿Lo hace alguno?... ¿Dónde debemos colocar el punto B, resultado de recorrer 75 metros a lo largo del ribazo desde el punto A? A mayor grado de descripción del ribazo, dicho punto B estará más cerca del punto A….

…¿A dónde nos lleva todo esto?... veremos por dónde nos sale Su Señoría. Si lo pasó mal en clases de mate en la EGB, el pleito está ganado.

jueves, 15 de abril de 2010

La parodia metaforizante

O la metáfora parodial, o el doble sentido, o el figurado, o leer entre líneas, o qué sé yo lo que se pueden inventar. El problema es viejo como lo es el hábito de escribir, y el de leer. ¿Qué pasa cuando una obra nos parece fallida, mediocre, simple, y mil bellezas más? Una de las probabilidades es que no hayamos entendido ni pío y nos encontremos ante un monumento intemporal. En el reverso de lo anterior, también puede pasar que sí hayamos entendido todo lo que había que entender y que la obrita no pase de ser una basura integral.

En cualquier caso, es habitual que cuando lo que implica un primer entendimiento del libro es la decepción, la constatación de su incalculable mediocridad, se acuse al receptor (en este caso el lector) de no haber entendido nadita. Uno se queda acojonado. Glub, pues será verdad. Empieza ahí un grandilocuente discurso en el que se justifica la obra en base a su carácter metafórico, parodial, sus increíbles y velados dobles sentidos, su simbología, el deslumbrante uso del lenguaje coloquial, sus iluminadas referencias historicistas, y un largísimo etcétera de broza metaliteraria. Que a veces tal discurso es acertado, resulta evidente. Que en otras muchas es mera disculpa, burdo intento de salvar los muebles de una obra fallida de pies a cabeza, también.

Más de una vez, preclaro Maicito y quien os escribe, hemos destilado horas pasajeras de tercera abominando de tales justificaciones cuando las mismas pretenden justificar lo injustificable. Esa manera de avasallar y acojonar a uno que, tras haber padecido para acabar dignamente un librajo, se encuentra con que aparte de que el librito en cuestión era insoportable, a mayores, a él, no valorándolo en la elevada medida que su autor o sus vasallos pretenden, le llaman zoquete.

En cuanto a estas cosas reconozco mi torpeza. Tengo por costumbre, aunque reconociendo que es costumbre lindante con la manía, no leer jamás los comentarios que en solapas, contraportadas y demás, adornan los libros, sino, sólo y únicamente, después de acabar con la lectura del libro. Así me llevo los sustos que me llevo. Porque las cosas que de los mismos dicen rozan la desvergüenza mas escandalosa en no pocas veces.

Las metáforas a mi me pueden, es que no las veo venir. Cuando acabé “Sobre los acantilados de mármol” de Ernst Jünger, bonita novela, revisé los egregios comentarios de solapas y contraportada. La madre del cordero, es que no entendí ni la primera. Lo que a mí me había parecido un relato casi bucólico y floral, un descanso del guerrero, un ejercicio minimalista de un auténtico atleta de la minucia ético – moral, es en realidad la mayor metáfora existente en la obra del autor, plena de densidades y referencias, sobre los excesos del totalitarismo. Y será verdad, no digo que no.

La parodia también me descoloca. Acabé de leer “Que se mueran los feos” de Boris Vian, entretenidísima novela, totalmente empatado. Me gustó ese tono de cine negro, trama bien urdida y toques divertidos. Me quedé volado al enterarme que el amigo Vian, eso dicen los de la solapa, se había dedicado a caricaturizar y parodiar todos los tics de ese tipo de novelas, tomándole el pelo a sus conspicuos lectores… qué desastre el mío.

Y aunque de éstas hay muchas, el otro día realmente estallé, aunque no era un libro sino una película. Es que no puede ser. Fue un caso también parodial, pero de sentido inverso al anterior. Lo que evidentemente resultaba ser una parodia descarada, era realmente una so call “serious movie”, una “peli seria”, “comprometida”. No daba crédito. Os voy a contar el argumento de la media hora que fui capaz de ver y me diréis. Veamos: un grupo terrorista secuestra a un pobre hombre. El pobre hombre es negro, gordo y yo diría que hasta un poco simple. Para que no pueda reconocer a sus captores está siempre encapuchado. El jefe de los captores decide que, como medida de presión contra el gobierno que sea, el negro, gordo y simple debe ser ejecutado. Mientras tanto, uno de los secuestradores se hace amigo del secuestrado. Rollo Walt Disney para vomitar: le da de comer, le acompaña en el chamizo en el que está durante las noches, largas horas de cómplice conversación, y acaba, ojo al precioso momento, quitándole la capucha al negro para que pueda respirar mejor. Cara a cara, sin trapos de ninguna especie, ha nacido un amor cuasi filial. A pesar de ello, el secuestrador-cenicienta acata las órdenes de su jefe y, tras disculparse por su osadía y falta de seriedad al desencapuchar al negro y dejarse ver, se prepara para acabar con la vida de su víctima. Antes del momento fatal, pueril representación de un asesinato entre “hermanos”(gordo y cenicienta), entran en acción las fuerzas de seguridad que los han localizado, momento de confusión que aprovecha el secuestrado para intentar escapar. El terrorista cenicienta lo sigue con facilidad y le apunta a la espalda. Música de violines y primeros planos. Negro-gordo-simple corre torpemente, Killer-cenicienta, o es idiota, o es parapléjico o está fall in love, porque teniendo en la mira, a escasos veinte metros, al torpe fugado, no se decide a disparar. Tensos y esperanzadores segundos que se ven brutalmente interrumpidos, no por un tiro que nunca se disparó, sino por el blindado de las fuerzas del orden que atropella violentamente, a la manera sábado de copas, dejadme conducir que yo controlo hip, a pobre-torpe-negro-gordo-simple, que muere en el acto. En este preciso instante es cuando yo pensé que del blindado iba a salir Leslie Nielsen, en bermudas, camisa Hawaiana y un puro en la boca, a lo mejor hasta mal peinado, para preguntarle a Cenicienta-killer “¿qué fue eso?... ¿un oso o un jabalí?”… Pero no apareció Leslie. En mi confusión miré a Montse, que me confirmó que estábamos viendo una “película seria” y que era justo el momento para tragar un poco de saliva tras tanta carga emocional.

miércoles, 14 de abril de 2010

El "Teorema" de Pasolini de Marsé

Aunque me llevó bastante tiempo conseguirlo, la semana pasada me agencié una preciosa y esquiva edición de “Teorema”, inspiradísima novela de nuestro trasalpino genial, Pier Paolo. La película ya la habíamos visto y, aunque el libro se había vuelto a editar hace pocos años, yo andaba detrás de una edición de Edhasa de finales de los setenta, perteneciente a una colección que tiene unas cubiertas alucinantes, objeto de deseo de más de uno. La de Teorema, por desgracia, no es de las mejores, pero, en compensación, el libro traía sorpresas: una mala y otra buena, que hacía que la mala fuera también buena.

La mala es que varios renglones de varias páginas venían subrayados a lápiz. Virulento asunto, pensé. A mayores, en una página hacia el final del libro, nos encontramos con una anotación, también a lápiz. En concreto, ante la aparición de la palabra “excavadora”, el pretérito lector anotaba al margen: “Tema recurrente en P. Ver Las cenizas de Gramsci”. Bueno, pensaría cualquiera, intento fallido. Demasiado trillado el libro. Tampoco estaba barato…

La buena noticia es que el ejemplar traía más cargamento adicional. En concreto, en la segunda hoja aparece, majestuoso y amenazador, un ex libris: el de Juan Marsé. Caray, así la cosa cambia. Inmediatamente compré el libro en cuestión.



Cómo, por qué, cuándo y demás, dejó de pertenecer al susodicho JM el libro, no nos interesa. Tampoco si hay truco en el asunto, cosa que dudo. El caso es que los subrayados y anotaciones pasaban a tener un concreto y pretérito lector. Encima relevante, con lo que, aparte de disfrutar con la lectura de una novela que está realmente bien, lo hice también curioseando con qué había llamado la atención de mi antecesor. Muy divertido, aunque os advierto de la existencia de cierta fijación en el pretérito lector. También he buscado en Internet la grafía de Marsé, para así salir de dudas, pero no he encontrado nada por ahora. Seguiré en el asunto… en último caso aprovecho, cruzo el Pisuerga, y le escribo a JM… aunque antes tendré que leer algo de su cosecha, cosa que hasta la fecha no se me había ocurrido, para ver si merece la pena perder el tiempo con él, no vaya a ser. Cuánto trabajo, la leche.

miércoles, 7 de abril de 2010

Cronología de un magnicidio


Empecemos por la sucesión de tropelías, incestos y demás excesos que, durante escasos veinte años, poblaron páginas y páginas de las más impenetrables abominaciones literarias…

1913/22 En busca del tiempo perdido – Marcel Proust
1913/24 se desata Franz Kafka
1917 Greguerías – Ramón Gómez de la Serna
1918 Primer manifiesto Dadá – Tristan Tzara
1922 Ulises – James Joyce
1924 La montaña mágica – Thomas Mann
1924 Manifiesto surrealista – Andre Breton
1925 Los monederos falsos – Andre Gide
1925 Mannhatan Transfer – John Dos Passos
1926 Tirano Banderas – Ramón María del Valleinclán
1927 Al faro – Virginia Woolf
1927 El lobo estepario – Hermann Hesse
1928 Contrapunto – Aldous Huxley
1928/31 Los sonámbulos – Hermann Broch
1929 El ruido y la furia – William Faulkner
1929 Los niños terribles – Jean Cocteau
1930 Berlín Alexanderplatz – Alfred Döblin
1930 Mientras agonizo – William Faulkner
1930/42 El hombre sin atributos – Robert Musil
1931 Las olas – Virginia Woolf
1932 Viaje al fin de la noche – Louis Ferdinand Céline
1934 Trópico de Cáncer – Henry Miller





jueves, 1 de abril de 2010

Presto, Pier Paolo


¡Ay Pedro Pablo! Vaya elemento subversivo. Cómo nos haces sufrir. Desde hace años me tiene a sus pies. Y desde hace esos mismos años lucho y suspiro por encontrar esa obra total, maestra, con la que sentir un poco de seguridad en la involuntaria elección, en la atracción descarada por el trasalpino Boloñés. Y no la encuentro, no aparece.

Y da lo mismo. Con otros no lo sé, pero con Pasolini, sí. Es más, habrá, que los hay, aventurados creadores, inocuos, aburridos, irrelevantes y demás preciosidades, que habrán parido otras tantas obras maestras, también inocuas, aburridas, irrelevantes y demás preciosidades

Luego está Pier Paolo, de quien estoy dispuesto a admitir, después de leído y visto bastante de su obra, que es posible que no haya llegado a parir, en concreto, una obra de éstas, definitiva; a lo mejor “El evangelio según San Mateo”, no sé. Pero ello resulta mera anécdota en el caso del portento italiano.

Su fuerza y vitalidad escandalosas, su chirriar ante el orden establecido, su incomodidad ante convenciones de todo tipo, su genialidad, su blanco y negro, la realidad que veía él dónde otros vivían a mandíbula batiente cinismo e hipocresía. Sus exabruptos y sus diatribas. Sus intentos arriesgados en casi todo lo que se proponía… Será por el mito, no lo sé, pero los libros de Pier Paolo saben a tierra y huelen a mierda, como los de mi amigo Nikos. Muchas de sus películas (evidentemente no todas, que tener las tiene muy flojas) tienen ese algo de distintas que a quien gustan, gustan mucho… en general merece ser escuchado, leído y visto. Sensibilidad y puntos de vista que aún hoy, a treinta y cinco años de su violenta muerte en un descampado de Ostia, al grito machacón y desmembrador de “cerdo comunista, maricón, guarro”, siguen chirriando en medio del acomodaticio entorno que nos hemos creado. Este tremendo Pier Paolo, eterno indignado, rabioso y escandalizado ante la bazofia circundante es una verdadera pasada.


Bonito entre lo bonito, caro homenaje, es el tramo final del memorable pasear en Vespa de Nanni Moretti por Roma, en su no menos memorable “Caro diario” Presto…

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