sábado, 30 de julio de 2011

miércoles, 20 de julio de 2011

The Buenos Aires affair



Manuel ¿Puij? ¿Puch? no falla. Todo lo contrario, me acabo de leer The Buenos Aires affair y es, de las cinco que he leído, la que más me ha gustado de sus personalísimas novelas, que ya me tenían totalmente entregado. Y es que es una maravilla. Es un postre fresco y sorprendente. Y sabiendo que es fresco y sorprendente, cada vez que saboreo otro de sus preparados de sobremesa me parecen aún más frescos y sorprendentes. A lo mejor a otros les resultan ligeros, afectados, yo qué sé, pero a mí, no. El caso es que en esta nueva entrega las sorpresas y el frescor chapotean hasta empaparnos. Y sin enterarnos nos tragamos la última cucharadita de la delicia. The Buenos Aires affair es del año 1973. Anterior a su irrupción por estos europeos lares. Con esta virguería ya publicada en Argentina, por aquí, editoriales y amanuenses, se dedicaron a mentarle la hombría a Manuel, a criticarle la escritura de lo mal que, según ellos, lo hacía, y a dedicarle el rosario de improperios de que ya hablamos.

Paciencia Manuel, que tú vales de verdad. Y además de valer, que valen otros, contigo la providencia se marcará uno de esos tantos justiciantes que le dejan cara de menos mal! a esos que te quieren y valoran. Trallazo por toda la escuadra, descomunal y refrescante apertura de ventanas, venga un poco de flan, natillas, fresas con sirope, sentados en la terraza mirando el mar un azulísimo día de primavera a media tarde brisa terral y juegos de piel con visillos y restos de sal del baño de hace un rato yo no me muevo que aquí se está como en el paraíso. Que es lo mismo que nombrarte a ti, Manuel, lumbrera.

Quien te debía tener algo de inquina, o no te entendía de la misma manera en que yo lo hago, será que yo te leo en la terraza mirando el hola y adiós del oleaje y él lo hace dentro de un bunker de formica, es el sórdido personaje al que encargaron los comentarios de contraportada tus editores. ¿Le has echado un vistazo a lo que de tu libro cuenta este individuo? ¿No será que se ha tragado, sin querer, un monumental tratado de metafísica tedesca en braille o esperanto? Leyendo dichos comentarios ¿quién puede pensar en un postre fresco y sorprendente? Parece que están hablando de un atracón de aceite de ricino y criadillas crudas, con náuseas, acidez de estómago, retortijones patinbaixin y demás síntomas que suelen acompañar la lectura de tratados de metafísica tedesca sin ingerir, previamente, protectores estomacales tipo omeprazol.

lunes, 18 de julio de 2011

Su brazo en forma de presagio



10:45 a.m.: ¿Cuánto nos importan las cosas? Mucho, algo menos, sólo un poco, casi nada… por último, hay a quien no le importan nada. ¿Y de qué depende que nos importen más, o menos, o nada?... Hay un escaso grupo de personas que recurre al peso. Al peso de las cosas. Les importa más un coche que un bolígrafo, o que un diamante, o que un sobre de azafrán. También les importa más un kilo de pan que cien gramos de embutido. Les importa más su padre, que pasa de noventa kilazos, que su prima política, esa que no llega a cincuenta y cinco. En cuanto a qué es más importante, si el universo o un agujero negro, no saben qué decir. Si les preguntamos qué importancia le dan en sus vidas a los sentimientos, nos contestan que ninguna. Pasados por la báscula, aunque ésta sea de precisión, y da igual que valoremos el amor o el odio, la desazón o la envidia, el resultado para ellos está claro. Medición igual a cero. Y es que no pesan nada. Verídico. Lo único ante lo que parecen, no dudar, sino amedrentarse, es la melancolía… ¿Cuánto pesa? ¿Más, o menos, que un agujero negro? ¿Y si la comparamos con el universo? ¿De qué está hecha la melancolía? De las cuatro preguntas que se hacen, la cuarta, por lo menos para ellos, tiene respuesta. Está hecha de plomo. También saben de qué está hecho el tiempo. Y es que el tiempo, según ellos, no está hecho de lo que pasa, qué estupidez, el tiempo es lo que no pasa. Así ha sido argumentado y sentenciado. Y por eso pesa tanto la melancolía. Para quien se olvida de lo que le pasa o sucede en la vida, y su tiempo es sólo lo que no pasa en la misma, lo virtual, lo anhelado, lo soñado pero no realizado, la melancolía no es un sentimiento más, es un palacio. Su morador, desde el interior, recomienda a los demás que prueben: el amor, menos que una pluma; el odio, menos que un suspiro; el miedo, menos que una brisa; pero la melancolía, tanto como el plomo. Y sacando por la ventana su brazo en forma de presagio, nos da la báscula. Y nos pide, aunque no tengamos un palacio, que busquemos en nosotros mismos. De fuera hacia dentro. Sabéis lo que es. Y nos recomienda, una vez hemos cogido su balanza, que pesemos cinco noches de plomo, que es lo mismo que hablar de añoranza y desvelo. Y que luego pesemos un año de amor correspondido. O cinco horas de te mato. O un minuto de no sé la respuesta. Y que los comparemos. Habrá quien no se crea nada. También habrá quien le dé la razón y se embelese ante el palacio de los presagios. Este último no volverá a verse portador de sonrisas. Y quitará todos los espejos de su vida, porque ya no se ve en ellos, para qué los quiere, tampoco los escaparates en los que se buscaba reflejado, tampoco los portales en que jugaba a Narciso. Ahora sabe que el cristal, el espejo, es una forma más del plomo. La peor y más pesada. Por eso mismo, la menos identificable. Y la sonrisa, otra. Y por eso mismo, la más peligrosa.

11:16 a.m.: Los otros, sabiendo que los sentimientos no pesan, y que la melancolía no es plomo, y que el tiempo es lo que les pasa o sucede, pero no lo que no les pasa, y lo demás de lo demás que se os ocurra… decía que los otros lo obvian todo y se dejan afectar, infiltrar, anegar e invadir por esos sentimientos. ¿Invadir de qué? De detritos y despojos. ¿Qué pesa más, el fango o el plomo? ¿El lodo o la basura? Esas preguntas son muy fáciles. Y sabiendo que no pesan los sentimientos, lo soslayan sin saber el motivo. Y se empeñan en que nos importen, a algunos, más que ninguna otra cosa. Los nuestros y los de los otros. Es una vanidad más. Una vanidad viciosa a más no poder. Un egoísmo atacante, que tiene un pase cuando redunda en uno mismo (y ello aunque nos quieran convencer de lo contrario), y que es aberrante cuando se desliza e inmiscuye en los demás (caso del samaritanismo, tan desproporcionada e injustificadamente elogiado). Egoísmo atacante que en el primer caso se tilda de pecado occipital, y, en el segundo, de virtud por anatomasia. La vanidad del sensible, la del educado, la del civilizado y correcto, la del generoso y altruista, la vanidad del condescendiente, del superior. Del que se ve como ejemplar y noble, la del virtuoso acaparador de rectos sentimientos. Portador de plomo a espuertas, que el muy engreído confunde con generosidad y abnegación, y como tal exige ser considerado, y escucha henchido cuando le hablan de lo bondadoso que es, y se mira al espejo, que, de inmediato, ensucia de lodo y embadurna. Y va por la calle, y se busca reflejado en escaparates y portales, en los rostros embelesados de quienes se cruzan con él, en los comentarios elogiosos de quienes le tratan, en el aprecio de quienes creen conocerlo.

11:37 a.m.: Pues bien, si la melancolía es plomo, si hay gente que valora las cosas por su peso, si hay palacios por cuyas ventanas unos brazos desconocidos nos acercan y entregan balanzas, si esos brazos, asidores de balanzas, tienen forma de presagio, si todo esto es como nos cuentan, y no tenemos motivos para dudar de ello, pues bien, entonces ¿cuánto de más pesa la vanidad? Eso es lo que yo quiero saber. Y no cualquier vanidad, que eso sería muy poco riguroso, sino la vanidad del generoso, la del correcto y educado, la del bueno. Esa es la vanidad que yo quiero saber lo que pesa de más. Para eso están las balanzas, para eso hay quien valora las cosas por su peso, para eso hay quien dice que los sentimientos no pesan, y hay, también, quien se lo discute. Mucho discutir que no lleva a ningún lado. Menos, aún, cuando anonadados vemos extenderse por la ventana del palacio su brazo en forma de lo que ahora ya es inevitable. El augurio ahora sí que se materializó. Nos entumeció, nos espesó y nos quemó. Visto el brazo, descubierto el presagio, arrodillados ante el palacio, indagamos el peso de más de la vanidad…

lunes, 11 de julio de 2011

Diario (1953 - 1969)


Acabo de terminar con el tagebuch éste, elevado a la condición de categoría por muchos sesudos críticos. Resulta curioso que uno de los hilos conductores del tochazo, que si no adoptáis medidas extraordinarias os puede dislocar la muñeca al cogerlo, sea la más abrupta crítica dirigida por el envenenado Witoldo precisamente contra los sesudos críticos. Se diría que la generación siguiente, no los mentados críticos sobre los que el autor vomita, sino otros posteriores, supongo que para distinguirse de sus predecesores, fueron y decidieron elevar a los altares lo que anteriores colegas de ¿profesión? ningunearon sin piedad… Resultado de todo ello, la categoría que dicen que es el Diario de WGombrowicz, y, por parte de los críticos, la falta de rigor, y el hoy digo esto y mañana lo contrario, y un sinfín de sesudas tonterías y consideraciones.

Dentro de las categorías, pues resulta que a estas alturas nuestro tochazo es una, el tagebuch de Witoldo encabeza, ¿no se habrán pasado?, la de aquellos diarios de los que ya hemos hablado varias veces. Siguiendo la senda Gombrowicz, atizada sin denuedo por la megalomanía, el crujir, el acople y el egotismo más delicioso, podemos citarnos, nada más impresentable cuando se pertenece a la mediocridad, mi caso, que no el de él:

Podemos encontrarnos diarios y autobiografías en plan mira cuánta gente famosa conozco, cuyo principal atractivo es el menudeo de las relaciones con estos famosos y anécdotas al por mayor. Sus autores cuentan mucho pero dicen poco. Cuando están bien estos libros son alucinantes. Cuando no lo están, son un coñazo, muchas veces tedioso. Están en el otro extremo los diarios y autobiografías en los que no aparece ningún famoso, vaya qué pena, en los que su autor se nos desparrama sin reparo dando rienda suelta a su punto de vista, en el mejor de los casos distinto o estrafalario, dedicándose a hacer unos ejercicios de ombliguismo enfermizo y obsesivo en los que apenas se cuenta nada pero se dice de todo. Como en el caso anterior, cuando están bien estos libros son alucinantes. Cuando no lo están, son un coñazo, muchas veces pedante. Entre ambos extremos, todo tipo de variaciones, y al margen de todo ello, otras tantas posibilidades. Vamos, como no decir nada. En cualquier caso, suele ser fundamental y deseable que, a mayores, el autor de turno sepa escribir, pues con ello la cosa gana enteros. Tampoco deberían faltar vanidad, megalomanía, rencores y egocentrismos trepidantes…

El Diario del polaco-argentino está muy bien. Aunque todo sea dicho: por momentos consigue aburrirnos y darnos esquinazo con sus diatribas y reflexiones sobre Polonia, país natal que él había abandonado dos semanas antes de la invasión nazi y a donde nunca volvió, y sobre los polacos, asuntos ambos sobre los que, desconociéndolo todo, me resultaba difícil seguirle el hilo. Al margen de lo anterior, del exceso comprensible de polonidad, el jugo gástrico está garantizado. Lo estrafalario y personal, lo incomodo, el anatema, contracorriente y acidez, será por pura pose o por sinceridad exhibicionista, a mí me da lo mismo, el caso es que el Diario te come, espectacular. Los muchos años en Argentina, deliciosos de leer, entre el hambre y el ombligo, solo o, si no y casi siempre, irregularmente acompañado. El periodo de 1964 al 69, la vuelta a Europa, Francia y Alemania, aún más absorbentes, espectaculares. Descolocado sin su Sudamérica, no encontró acougo ni nada parecido de vuelta al terruño.

De lo que le he leído, que, en cuanto a las novelas, ha sido poco, y ni siquiera la dichosa Ferdydurke... pues, no sé, para gustos colores, pero a mi no me acaba de entusiasmar (y eso que, de las leidas y de las no leídas, muchas son de Barral, y ojo con algunas qué portadas...), pero, escapando de las novelas, lo del Diario es una cosa seria y recomendable, cachalote 858

martes, 5 de julio de 2011

Filigrana pentasónica

Decorado sound. Podríamos probar a hablar en clave, en plan repelente, elitista, estúpido mediático. Unos insoportables. Y decir que, en manos del logopeda del bigote y la perilla, de pentatónica, nada, que en sus manos la escalita de marras se convertía en pentasónica… Y continuaríamos con que ya se veía venir la gran mixtificación sonora, SG en mano, estaba visto, a toro pasado no se me escapa una, soy un trome. Dejadme que os cuente, fue allá por los años sesenta. Luego en 200 moteles va y se descuelga con Magic Fingers, genial metaRIFF. Aquí iría una primera llamadita, asterisco o lo que queráis, porque el inspirado metariff de magic fingers, presentado en la película por un abominable RingoS, fue posteriormente pasado por la túrmix, triturado, milimetrado por uno de esos equilibristas que en la mano izquierda tienen siete dedos, y quedó constancia sonora de la filigrana en You can´t do that… Vol. VI.



Cruzados los sesenta, ya en la siguiente decena, orgía pentatónica, aberración de las cinco notas, nada de acordes que eso no es lo mío, sólo metaRiffs pentatónicos hasta el infi(er)nito… dime la verdad o te mato, tarado. Hablas conmigo, pues te contesto: Bien, me habéis asustado, tendré que elegir, como cuando a PreclaroM le exigíais un guitarrista, uno sólo de entre tantos que gustan. Ahora un único RIFF grasiento, ya os dije Magic Fingers, y elijo Tell me you love me, elijo Pygmy Twylyte, pero cuál pygmy twylyte tarado, pues las dos versiones en directo, la de Roxy&elsewhere y la de Helsinki concert, qué despipote, qué desenfreno, hosanna, elijo Zomby Woof, también pasada años después por la batidora del genízaro de los siete dedos, SteveV, como Tell me you love me, como Magic fingers, elijo I´m the slime, elijo G-Spot tornado, en esta sí que te pasaste con la pentasónica Frank, y encima no la tocas con la guitarra, fuera SG, fuera Fender, me den teclitas que las voy a fundir con mi depravada disquetoca… también elijo, también elijo, pero cállate ya, tarado.

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