Qué descontrol. Aunque mi entumecido encéfalo no ha dejado de rumiar durante todos estos días idas y venidas para el páramo blog, el trabajo que se me acumuló, un par de celebraciones de inexcusable asistencia y un revival musical que me arrastra sin remisión desde hace ya varias semanas, y que me tiene haciendo horas extras con la guitarra, han hecho imposible que le dedicase al diarioprueba el tiempo que éste se merece. Y la verdad es que el asunto no tiene fácil solución a corto plazo, por lo que las ideas y planes se irán acumulando…
En cuanto a las fotos “reales” del Páramo que hace poco os anuncié, la cosa está más que clara. Como tiempo no tengo, cámara digital tampoco y Rodri está aquí al lado, le he pedido a nuestro Protomártir que me ceda algunas de sus bellas instantáneas finmundianas para ilustraros con todo lujo de detalles en lo que a entorno físico se refiere. La categoría de mi asesor gráfico es bien conocida por todos vosotros, sobre todo tras haber podido epataros con su magnifico “Trance: un reportaje fotográfico” que acompañaba a la entrega de celebración del primer aniversario del Diarioprueba. La delirante crudeza de aquellas fotografías habla bien a las claras de la categoría de mi ilustre colaborador. Y os advierto que aquello es nada comparado con lo que está por venir. Hace poco estuvimos revisando sus abundantes archivos y la verdad es que las elegiría todas. Vistas las fotos, creo poder afirmar, sin miedo a equivocarme, que entre el encefalograma plano e irreversible que describen mis meninges y la elegante, pausada y descampada armonía de los paisajes que nos rodean por estas tierras hay una más que directa relación. Son las dos caras de un mismo fenómeno. Haré una selección y las colgaré en pocos días. A ver lo que os parecen. Eso sí, que quede claro que con ello no pretendo que ninguno de vosotros, desnortados urbanitas, impactado ante tal despliegue de hermosura, sobrecogimiento natural y espíritu pastoril, decida, en un acceso de atemperado bucolismo, que por supuesto debéis controlar, darse un paseo por estos lares. De eso nada… Habréis de asumir que para preservar ciertos entornos naturales, más que os pese, es fundamental que no pongáis vuestros pies sobre ellos. Si realmente tenéis gusto por estas cosas, y en vuestros corazoncitos late la llama de la contemplación, os debe alegrar que aún subsistan en nuestra guillotinada costa reductos que, a estas alturas, se puedan confundir todavía con paisajes propios de otras latitudes mucho más norteñas. Latitudes caracterizadas por la interinidad demográfica, vientos constantes, picaportes herrumbrosos y un encantador abandono.
Pocas cosas me dan más rabia que esa tendencia insoportable a cargarse todo lo que merece la pena por su sobreexplotación turístico-presencial. Es un proceso tan actual como patético. Me pone de los nervios la incapacidad absoluta de tanta y tanta gente para valorar y disfrutar de las cosas si no es yendo hasta ellas, sobándolas, invadiéndolas, magreándolas, malográndolas. Entre ir a un sitio, pongamos por ejemplo la antártida, el amazonas, las estepas, algunos archipiélagos del índico, o conservarlo como está, yo prefiero conservarlo. Y no es por altruismo ni historias en plan ong. Es por puro egoísmo, porque yo disfruto mucho más viendo un documental de un sitio de éstos, virgen, puro, sabiendo que seguirá así, que subido a una expedición más de entre mil y que ineludiblemente supondrá transformar ese paraíso en un lugar estilo “bandera azul”, con sus souvenirs, aparcamientos, pasarelas, hoteles y demás broza. Como está más que demostrado que ambas cosas no son compatibles, ya que la mayoría está obsesionada con el ir y sobar, habrá que suprimir el ir, como ya hacen en Altamira, Muniellos o Lascoux, y a otra cosa mariposa.
En cuanto a las fotos “reales” del Páramo que hace poco os anuncié, la cosa está más que clara. Como tiempo no tengo, cámara digital tampoco y Rodri está aquí al lado, le he pedido a nuestro Protomártir que me ceda algunas de sus bellas instantáneas finmundianas para ilustraros con todo lujo de detalles en lo que a entorno físico se refiere. La categoría de mi asesor gráfico es bien conocida por todos vosotros, sobre todo tras haber podido epataros con su magnifico “Trance: un reportaje fotográfico” que acompañaba a la entrega de celebración del primer aniversario del Diarioprueba. La delirante crudeza de aquellas fotografías habla bien a las claras de la categoría de mi ilustre colaborador. Y os advierto que aquello es nada comparado con lo que está por venir. Hace poco estuvimos revisando sus abundantes archivos y la verdad es que las elegiría todas. Vistas las fotos, creo poder afirmar, sin miedo a equivocarme, que entre el encefalograma plano e irreversible que describen mis meninges y la elegante, pausada y descampada armonía de los paisajes que nos rodean por estas tierras hay una más que directa relación. Son las dos caras de un mismo fenómeno. Haré una selección y las colgaré en pocos días. A ver lo que os parecen. Eso sí, que quede claro que con ello no pretendo que ninguno de vosotros, desnortados urbanitas, impactado ante tal despliegue de hermosura, sobrecogimiento natural y espíritu pastoril, decida, en un acceso de atemperado bucolismo, que por supuesto debéis controlar, darse un paseo por estos lares. De eso nada… Habréis de asumir que para preservar ciertos entornos naturales, más que os pese, es fundamental que no pongáis vuestros pies sobre ellos. Si realmente tenéis gusto por estas cosas, y en vuestros corazoncitos late la llama de la contemplación, os debe alegrar que aún subsistan en nuestra guillotinada costa reductos que, a estas alturas, se puedan confundir todavía con paisajes propios de otras latitudes mucho más norteñas. Latitudes caracterizadas por la interinidad demográfica, vientos constantes, picaportes herrumbrosos y un encantador abandono.
Pocas cosas me dan más rabia que esa tendencia insoportable a cargarse todo lo que merece la pena por su sobreexplotación turístico-presencial. Es un proceso tan actual como patético. Me pone de los nervios la incapacidad absoluta de tanta y tanta gente para valorar y disfrutar de las cosas si no es yendo hasta ellas, sobándolas, invadiéndolas, magreándolas, malográndolas. Entre ir a un sitio, pongamos por ejemplo la antártida, el amazonas, las estepas, algunos archipiélagos del índico, o conservarlo como está, yo prefiero conservarlo. Y no es por altruismo ni historias en plan ong. Es por puro egoísmo, porque yo disfruto mucho más viendo un documental de un sitio de éstos, virgen, puro, sabiendo que seguirá así, que subido a una expedición más de entre mil y que ineludiblemente supondrá transformar ese paraíso en un lugar estilo “bandera azul”, con sus souvenirs, aparcamientos, pasarelas, hoteles y demás broza. Como está más que demostrado que ambas cosas no son compatibles, ya que la mayoría está obsesionada con el ir y sobar, habrá que suprimir el ir, como ya hacen en Altamira, Muniellos o Lascoux, y a otra cosa mariposa.
Siguiendo con lo mismo, por aquí, tan pronto una asociación de no sé qué empresarios de turismo rural, o la fundación para el desarrollo de aquello otro, o el perdonavidas político de turno posan sus miopes “planes e iniciativas” sobre cualquier elemento a “proteger”, “desarrollar”, “recuperar” o “fomentar”, el conjunto de “actuaciones”, “sinergias”, “desenrolo sostíbel” “dinámicas o planes dinamizadores” que, como fín ultimo persiguen “por en valor” el elemento seleccionado, para que así “todos y todas, en democracia” tengamos acceso al mismo, que no os quepa la menor duda, dicha clamorosa actuación dará como resultado lo contrario. El pobre elemento elegido, ya sea un ecosistema dunar, o la nutria de río, en la mayoría de los casos estará irremediablemente condenado a la desaparición, y en los restantes, a convertirse en una caricatura o mala copia de lo que fue. Está demostrado que cualquier playa de mar abierto deja de ser un sitio al que merezca la pena ir tan pronto como el alcalde y las asociaciones de idiotas de todo tipo consiguen que le otorguen la tan ansiada y peripatética bandera azul, y con ella sus parasitarios aparcamientos, chiringuitos, duchas y demás bazofia de muchedumbres. También está demostrado que tan pronto los frailecillos, araos, alcas, alcatraces y demás parentela alada detectan el inicio de las labores de construcción e instalación de los inigualables merenderos, estructuras y pasarelas maderiles que según nuestros preclaros mandamases persiguen “acercar la naturaleza a la sociedad”, y educar a ésta “en valores”, nuestros amigos lo pájaros cambiarán de ruta y dejaran de descansar y anidar en dónde hasta ese momento lo hacían. A mí me da un retortijón cada vez que veo las tan extendidas estructuras de madera, metales varios u hormigón que acompañan por doquier miles y miles de tramos de ríos o costas, bosques y sierras y que son un elemento decapitador, como ningún otro, de cualquier valor paisajístico o ecológico que hasta ese momento dicho lugar o entorno tuviesen, valor que a partir de ese momento, del preciso instante en que la infraestructura echa a andar, a la vez que la asociación de idiotas y el alcalde se cuelgan la barateira medallita de turno, será pisoteado por una masa ávida de esparcimiento. A la mayoría de estos geypermanes de fin de semana que, para dar un paseo de quince minutos por la costa, se disfrazan de Indiana Jones, traen brújula, cantimplora y GPS, se calzan sus botas goretex y no sé cuantas chorradas más, yo les daba un valium en la sobremesa para que se relajaran con un partido de la liga inglesa y así se olvidasen de esa manía que últimamente les ha entrado por jugar a ser Heyerdahl. Qué tíos, dios.
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