A colación de lo que os contaba en la última entrega del diarioprueba, me vienen ahora a la cabeza la cantidad de fenómenos paranormales que se producen, no en todos, por supuesto, pero sí en algunos contrayentes matrimoniales. De estos fenómenos paranormales, como también de ciertos episodios de abnegación psicotrópica intensa, o de simples alucinaciones momentáneas, he tenido cumplida cuenta sentado en mi despacho frente a gran variedad de bípedas sensibilidades. También en muchas e impagables jornadas de asistencia al detenido. Fruto de ello es que, en vez de tener una idea serena y madura del matrimonio, estoy, por el contrario, claramente mediatizado y profundamente impresionado por la diversa fenomenología que en tan variadas naturalezas humanas he podido observar, algunas veces con inevitable sonrisa y otras, las más, con pavor y espanto. Debo indicar que, en general, los casos más agudos de este tipo de alienación se producen, he ahí el quid de la cuestión, en contrayentes matrimoniales, o sea, cónyuges, y, en menor medida, en los miembros de relaciones de otro tipo. Aunque estas segundas hayan durado más tiempo o hayan sido más intensas que un matrimonio, el trastorno no se da en ellos de manera tan machacona, y serán precisamente los cónyuges, con independencia de duraciones, intensidades, truculencias, felicidades y desgracias varias, los que darán muestra, palmaria y hasta bochornosa, de toda una serie de anómalos procesos psíquicos, que se pueden definir con una sola palabra…
Hace meses que os comenté que, aún reconociendo que son ideas un poco estrafalarias, estoy convencido de la perentoria necesidad de que como requisito previo al matrimonio, se exija por adelantado a los futuros cónyuges una fianza en contante y sonante metálico. Aventuraba en aquella ocasión la suma de diez mil euros. A día de hoy, dicha cantidad me parece irrisoria si tenemos en cuenta los innumerables resortes oficiales y privados, instituciones, mecanismos de apoyo, administraciones y profesionales, etc., etc., que estarán pendientes de que Romeo y Julieta se enfaden o se arrepientan. Pobrecitos, no se vayan a traumatizar. Ese día, el de su primer disgusto, o bronca, o estornudo, o lo que sea, como lo primero que harán estos dos angelitos, tonto el último, será pasarse por el cuartel de la Guardia Civil a soltar, por la vía de la denuncia, su drama de menudencias, se pondrán en marcha cien mil “dinámicas de apoyo”, ya sea psicológico, jurídico, pro igualdad, y demás blablabla. Y un millón de alarmas de tipo asistencial, jurisdiccional, policial, sanitario, penitencial… Y miliardos de profesionales, ya sean jueces, psicólogos, educadores familiares, abogados, policías, médicos, asistentes sociales y así hasta el infinito, estarán pendientes de estos dos, y de sus insignificancias y menudencias. Y toda esta desmesura, este descomunal e inútil exabrupto, implantado y vitoreado a los cuatro vientos por los de siempre, los apóstoles de la libertad, los esclavos de los titulares, por si Romeo Gugú llama a Julieta Oink Oink, fresca. Qué derroche de maldad, a la hoguera con él. O si Julietita Oink oink se cansa del baboso de Romeo, y éste, pobre víctima, se va al Cuartel con su discurso bien aprendido de maltrato psicológico. Todo esto, tras cinco meses de relación y tres semanas de matrimonio.
Ya hemos visto un ejemplo del comportamiento alienado de los contrayentes. Os decía que su trastorno se puede resumir con una simple palabreja: Megalomanía. Gugú y Oink oink se creen el centro del mundo. Si les preguntaseis a ellos, no dudarían en deciros que tras Robin Hood, Snoopy y Cristiano Ronaldo, son ellos la siguiente persona más importante de la historia de la humanidad y del mundomundial. Y aunque no se lo preguntéis, os lo dirán también. Que no os quepa la menor duda. El día que cualquiera de los dos, ombligos de la creación, amantes cósmicos, víctimas universales, urjan al agente policial, abogado u oficial del juzgado con sus pueriles menudencias de emperador con delirios de grandeza, heridos por la mayor afrenta que uno pueda imaginar: “me llamó fresca”, o “se fue con otro”… seréis testigos de un espectáculo que no tiene parangón. El trastorno que padecen, de verdad, la primera vez hasta resulta cómico, pero a partir de ahí.... Siendo el “me llamó fresca” suficiente para que María Antonieta sea recibida a cuerpo de reina en mil instancias oficiales, y mil expedientes, diligencias e informes sean incoados por mil profesionales, todos ellos temerosos de que en su megalomanía nuestra princesita no los acabe denunciado también a ellos ante un periódico por tomársela de coña, nadie le parará los pies a la mocosa. Hay que ponerse en su lugar, por favor, cinco meses de relación, tres semanas de matrimonio y “me llamó fresca”. Por dios, es inhumano, el Auschwitz del siglo XXI. Ese día, el de la gran afrenta, Oink Oink entrará en el despacho, o en el Cuartel, con un libro bajo el brazo, más gordo que un Aranzadi de Jurisprudencia, publicado a todo color en tiradas millonarias por nuestros líderes, y que, aunque con muchas variantes, genéricamente se llama: “Denúncialo/la, es tu derecho, es tu deber”. En ese Manual Básico del Megalómano, en ninguna de sus mil doscientas páginas se indica qué se debe denunciar, hasta ahí podíamos llegar, heriríamos sensibilidades, y así, cientos y cientos de denuncias y diligencias previas incoadas por “salió con las amigas y no me avisó” o “le puse la cena y no la comió” (ambos casos verídicos) entumecen y anquilosan un sistema que luego, exhausto y colapsado, no será capaz de proteger y asistir como debiera a quien sí lo necesita. Por el contrario, lo que sí nos indican (página 1) es a quién denunciar: al cónyuge o pareja, y (pag. 2) cuándo: siempre. También indican (pags. 3 a 1200) en dónde y en que teléfonos, siendo en estas páginas dónde las distintas administraciones se dan de bofetadas por aparecer y aparentar… pero ante lo común que resulta que los dóndes estén cerrados y los teléfonos comunicando, la cosa acabará en el cuartel, que a todas horas está abierto y rara vez comunica.
Entre el trastorno propio del enamoramiento, cosa delicada y placentera, más el acceso de megalomanía, de ser el elegido, centro del universo, que conllevan, en tantos y tantos bípedos, la boda y el matrimonio, uniéndole además el antes referido libro gordo de Petete del maltrato, publicado a trompetazo limpio por administraciones locales, autonómicas y estatal, y publicitado en prensa, radio y TV como el último y fundamental Best-seller, nuestros contrayentes, ya de por sí poco espabilados, se han dejado convencer del movimiento giratorio de la vía láctea alrededor de sus cabecitas y de que son la reencarnación en la tierra de un ser supremo, mitad músculo, mitad idea. “De verdad, lo nuestro es diferente, tu no puedes entenderlo, es que con ella es distinto… he salido con otras, pero ella es… de verdad, a ver si me entiendes, no, no puedes… nos vamos a casar, pero no como todos, que va!, eso no nos gusta, lo nuestro es distinto, blablabla (para ya, coño, pelma, a mí que carajo mi importa…). Es aquí donde se produce esa quiebra en las estadísticas. El enamoramiento, por regla general, no es suficiente para producir ese trastorno megalómano en los individuos. Aún no se creen receptores de esa especie de bendición telúrica universal. No tienen aún la entera y radical certeza de que los cuerpos celestes giran a su alrededor. Lo podrán pensar, y hasta intuir, pero en cualquiera de los casos, albergarán ciertas dudas. Es el matrimonio la puntilla, lo que traslada a Oink Oink y Gugú a otra dimensión. Mezcla de viaje astral y shock sideral, lo han vivido todo, lo han experimentado todo. Qué les vais a contar. Son la alfombra roja, el ramo de flores a quinientos euros, el Mercedes Benz limusina, los infaustos invitados que no encontraron disculpa para escaquearse del bodorrio, etc., los elementos alucinógenos que, actuando como sustancia desencadenante y catalizadora, producirán el brote definitivo, el cambio de plano de realidad. Tras cinco meses de relación y tres semanitas de cónyuges, ya tenemos delante de nuestras narices a Napoleón y a Cleopatra en persona. Y como tales, actuarán, pues nadie les dice lo contrario. Un séquito de funcionarios y profesionales varios estarán prestos al desvelo, siempre a punto, ante el primer disgustito de princesita o Sansón… pichoncito! ¿No te gustó la cena?, dice uno... la carne estaba un poco dura, cariño, contesta el otro. Qué drama, maltrato (página 1), me voy al cuartel ahora mismo (paginas 2 y 3).
Hace ya varios años, cuando empezaba toda esta desmesura y sinsentido, presencié una conversación que me dio un claro aviso de lo que se venía encima. En mi presencia, un juez y un fiscal reflexionaban sobre este asunto. Ninguno de los dos, juez y fiscal, quería “ser el siguiente en salir en Antena 3” pasto de una denuncia mediática de Napoleón o Princesita, por no prestar sus servicios de manera expeditiva ante la menudencia o caprichito del denunciante. Tal cual. Su señoría reconocía sin pudor que la presunción de inocencia, en determinados casos (es fácil imaginar cuáles), no opera. Por no hablar de las chorradas inverosímiles que uno se encuentra en las guardias. Algunas, con diligencias incoadas y hasta con orden de alejamiento, no pueden ser calificadas ni como discusiones.
A mi no me enternecen las parejitas cuando se casan. Si encima se les pasa por la cabeza soltarme el rollo ese de cómo se quieren, me dan mareos. Si son de los que cuentan que ellos de bodorrio, nada, que ellos una churrascada para los amigos y punto, tendré la certeza de que montarán el bodorrio más encorsetado y repelente que se pueda uno echar a la cara. Venga movilización general, despedidas con boys ellas y con gogós ellos. Si a mayores, y por desgracia, pues no les deseo que les vaya mal, tengo que aguantar, dos meses después, lo mal que lo está pasando, el desengaño, el mega disgusto, la mega víctima… y el ya lo denuncié, ya fui al cuartel, al abogado de oficio, a la asistente social, al CIM (centro de información á muller), al psicólogo, al médico, al psiquiatra… el no puedo trabajar que estoy muy mal, el ya pedí el “salario da liberdade”, la “risga”, la “renta de emancipación” o la “rai”, y el inevitable y rallado me maltrató psicológicamente, qué infierno, no te puedes imaginar… yo a este personaje le ejecutaba la fianza como hay dios, con intereses y costas. Aunque solo sea por la movilización general y desmesurada que sus melodramáticas menudencias emocionales ocasionan en multitud de instancias y profesionales… Por no hablar de que dicho fenómeno se repetirá, con el mismo despliegue de medios a cargo del erario público, unas cinco o seis veces en medio año, pues al día siguiente de llamarla “fresca”, Gugú le mandará a Oink Oink un mensaje de móvil en el que en resumidas cuentas le prometerá amor eterno. La reacción de María Antonieta será inmediata. Se quitará la pulsera GPS por la que había implorado la noche anterior en medio de un ataque de pánico e histeria en el Cuartel, dejará a su Señoría y al Fiscal con la palabra en la boca, a las del CIM las llamará resentidas, a la psicóloga le dirá que ella no está loca, y al abogado lo tildará de pica pleitos y ladrón. En cinco minutos, con la orden de alejamiento que anoche era más importante que su vida plenamente vigente, estará abrazándose a su niño. Qué bonito, realmente no fue más que una pequeña discusión de enamorados, me alegro… Pero, a pesar de ello, había que mandarles la factura. Y ejecutarles la fianza. A ellos dos y a los politiquillos que con sus dichosas “dinámicas de apoyo y protección”, implantadas a diestra y siniestra, más su libro gordo del maltrato, cooperan, en igual o mayor medida que el matrimonio, al tremendo trastorno de megalomanía que padece toda esta tropa.