Últimamente, algún que otro domingo, hemos visto en la dos unos documentales sobre voluntarios… y dichos programas no han hecho más que confirmar un idea que desde hace tiempo tengo cada vez más clara, a saber, que nadie necesita más ayuda que los voluntarios. Qué personajes. A cualquier persona un poco sensible y de buena voluntad, ya no digamos fácilmente emocionable, ver y escuchar a estos individuos le puede dejar tres o cuatro días sin dormir, por miedo a las pesadillas, claro está.
Hemos de reconocer que, cada vez más, el acento y protagonismo recae sobre el voluntario, infame personaje de estos tiempos, y no sobre la situación o sujeto en cuyo socorro éste acude. Algo parecido a esa insoportable genealogía de periodistas que se creen ellos la única noticia importante. Ya no digamos si van saltando entre obuses de mortero en alguna refriega armada. Que cientos de personas mueran como churros a su lado les resbala como si nada, de solo pensar en lo protagonistas que son ellos, intrépidos reporteros, felinos micrófonos. La cosa cambia cuando a uno de estos individuos de pantalones caqui, megalómanos hasta el acople, le pasa lo mismo que a cualquiera de esos insignificantes seres que antes morían a su lado sin que casi se dieran cuenta. Que mueran éstos vale, así es la guerra nos cuentan en sus crónicas, pero que salte por los aires uno de los del micro y veréis escandalizarse a toda la prensa, clamando por el Tribunal Penal Internacional, o el de La Haya. Terrorismo de estado alegarán, infame crimen, exterminio de la palabra y no sé cuantas hipérboles más, todas ellas rabietas de niños bien que juegan a intrépidos y bizarros. El mismo complejo y afán protagonista afecta a los agentes del voluntariado. Ellos son la estrella.
Que su labor sea a veces tan positiva y que gente que lo necesita se beneficie de ella es una maravilla. Pero lo que a mí me tiene alucinado, más bien preocupado, debería decir, no son estos dignísimos resultados, sino las escarpadas y abruptas psiques de estos tíos. En ellas se mezclan el egoísmo y la pedantería, la vanidad y el afán de destacar, el altruismo mal entendido y cierto tono perdonavidas, el sentimiento de indispensabilidad y la crisis personal, la desorientación vital y la búsqueda desesperada de algún sentido para unas vidas muchas veces al borde del colapso. Para qué nos vamos a engañar, en el punto más bajo y crítico de la vida, hay quien hace yoga o se va a Bután o Tibet, alguno prefiere el recogimiento pastoril, pero una inmensa mayoría, masa despersonalizada, se hace voluntaria y ayudando a los demás, esto en el mejor de los casos, que no siempre, intenta desesperadamente ayudarse a si mismo. Que el otro quiera o necesite su ayuda no se le ha pasado por la cabeza jamás. Y si en algún momento, al supuestamente necesitado de ayuda, al inferior, se le ocurre comentarle tal circunstancia a nuestro amigo, pues cree que ante todo el voluntario es generoso y bondadoso y que, por lo tanto, con él se puede hablar y razonar, éste le guardará resentimiento de por vida, saliendo a relucir la condescendencia, el sentimiento de superioridad, la vanidad y el esperpéntico egoísmo y afán de lucimiento que son el denominador común de gran cantidad de estos samaritanos de medio pelo.
Hace años, mucho antes de que empezara a perder el tiempo pensando en todo tipo de idioteces, quedé profundamente impresionado por una noticia: Brigitte Bardot se dedicaba en cuerpo y alma a la lucha por los derechos de los animales. Acompañando la noticia, varias fotografías. Ahí salía BB rodeada de cientos de chuchos. Me dejó hecho polvo. Qué mal debía estar esa mujer, tan fascinante otrora, para que su vida girase sobre el indicado asunto. ¿Tanto la había maltratado la vida? Nadie más necesitado de ayuda que quien se vuelca en cuerpo y alma, con tal desmesura, en empresas como esa. Realmente, o le patina el embrague o estamos ante la viva representación del desencanto, el fracaso o sabe dios qué cosas aún peores. El suyo es solo un ejemplo. Básicamente, entre los agentes del voluntarismo pseudo altruista nos encontramos con dos categorías o subespecies. Cualquiera de ellas se caracteriza por importantes desarreglos psicológicos, taras y complejos. Ello recomendaría en la mayoría de los casos una cura mental, en otros, electro shock, llegando en los casos más extremos a hacerse indispensable la camisa de fuerza. Pero sin duda, y en resumidas cuentas, estando ante un voluntario debemos tener presente que delante de nuestras narices se encuentra una persona que necesita ciertos retoques, cuando no, un auténtico psicópata.
Detengámonos un instante en las dos subespecies que engrosan las filas de los desnortados altruistas. Por un lado está “Desastre Fracasado Qué Hago De Mi Puta Vida” y por el otro “dios”. Al primero lo conocéis bien. Quién no ha sentido la tentación de dejarse llevar por la irresponsabilidad total, el no puedo más, abandono, lo dejo todo. Los miembros de esta primera categoría llegan al voluntariado tras haber intentado hacer algo de sus vidas y haber fracasado de la manera más estrepitosa. Ninguno estamos libres de ello. El asunto es serio. A determinadas bajuras anímicas y sometido a intensas sensaciones de “no dar una” la ruptura con un medio al que no somos capaces de adaptarnos se intenta edulcorar o disimular con la adopción de esta pose voluntariosa, tan en boga en la actualidad. También con que este nuevo “leit motiv” se concrete en el ejercicio de la nueva actividad lo más lejos posible de nuestro entorno. En resumidas cuentas, escapar, huir, cabizbajos y derrotados, en el peor de los casos auto engañándonos. Los Andes, África, etc. son campo abonado. Ahí, lejos de sus frustraciones, intentarán dar un nuevo sentido a sus vidas. Suelen compartir determinados mojones vitales, desengaños emocionales, divorcios, insatisfacción laboral y cosas por el estilo. Lo primordial en estos casos es la desesperación de los agentes del voluntariado. Estamos posiblemente ante su último intento de acertar, de justificar sus vidas, de llenarlas con lo que sea. Lo accesorio para ellos es el beneficiario de su acción, simples bagatelas. ¿Quién está más necesitado de ayuda? Pues en más de un caso el voluntario. Eso es impepinable.
La otra subespecie llega al voluntarismo por la vía opuesta a su congénere. Si uno se acerca con un tono bajo, grave, arrastrándose, el otro llega chirriando y haciendo trompos, todo agudos y perfiles altos. Estamos ante el “campeón”, aunque enmascarado muchas veces con cierta apariencia de “buen rollo”, vomitiva definición que sus usuarios utilizan cínicamente para definir lo que pareciendo una cosa, es la opuesta. Todas las veces que he oído esta definición, he podido comprobar pasmado cómo, a la mínima, se daba en la relación que previamente se había definido como de “buen rollito” una puñalada trapera. Así es la cosa: el buen rollo es el paso previo a la putada, que, por supuesto, está garantizada. Pero volvamos a dios el campeón. Él tiene buen rollito y usa fular. Posiblemente ya esté en el Chaco o en el Altiplano. Se siente superior a muchos y quiere hacer algo por estos muchos, a ver si me entiendes. Se le llena la boca criticando a multinacionales por doquier, pero no abandona su portátil ni en las laderas del Cotopaxi. Poco le importan las necesidades de sus inferiores, es un cooperador compulsivo, indispensable, obcecado, profundamente condescendiente y, aunque parezca increíble, bastante intransigente. En su interior subyace una de las causas básicas de las desigualdades, ese irreductible sentimiento de superioridad, ingrediente sin el cual no hay cooperador ni voluntario, como tampoco clases ni diferencias entre semejantes. A nadie se le pasa por la cabeza ayudar y sermonear a quien consideramos superior, solo a quien consideramos inferior, y con nuestra vanidosa cooperación, lastrada por dicho complejo, lo único que hacemos, aparte de darnos gusto a nosotros mismos y amagar un poco, es mantener tales graduaciones, tenues y matizables, no lo discuto, pero muy difíciles de superar, y menos con estas actitudes.
Yo estoy convencido de que si bajásemos nuestros humos en general, nos olvidásemos de esa nueva enfermedad que consiste en querer ayudar a gente que ni tan siquiera nos lo ha pedido y nos preocupásemos cada uno por nosotros mismos y no por cómo ayudar a otros, el resultado sería mejor que el actual. Con esta tendencia a salvar al que en nuestra pedantería colectiva consideramos inferior y más necesitado, -triste, enfermiza y errónea deducción de materialistas y consumistas hasta la medula- salvamento mesiánico y asistencial que nos llena de vanidad hasta rebosar, conseguimos casi siempre profundizar y convertir en inevitables y definitivas las situaciones que en teoría pretendemos corregir, y digo en teoría, porque en la práctica lo único que realmente realizamos en la mayoría de los casos es un asqueroso ejercicio de lucimiento personal, nunca discreto y sincero sino que aireado a los mil vientos, posado de portada revistera. Que se sepa bien, que se entere todo el mundo de lo comprometidos que estamos. Cuando cualquiera de estos agentes del voluntariado se topa con algún semejante que, miembro de su mismo círculo social, le espeta que él de ayudar nada, que tiene suficiente consigo mismo, nuestro cínico voluntario lo juzgará de inmediato. Si conoce la palabra “nihilista” se la escupirá como si fuera ántrax, y si no la conoce se pondrá a si mismo como lustrosa demostración de una actitud entregada, ejemplar y ejemplarizante. Le contará, sin venir a cuento, todas las cosas que hizo en el Altiplano por los demás, sin pararse a pensar en la vergüenza ajena que da oír semejantes sandeces, ni en el ridículo mayúsculo que protagoniza. Evidentemente este altercado será mucho más insoportable si nuestro agente es de la subespecie “dios”, pues estos tíos son realmente insufribles. Los otros, pobres, tienen bastante con buscarse a si mismos por la Altiplanicie adelante. Desde luego, vaya dos!!
Hemos de reconocer que, cada vez más, el acento y protagonismo recae sobre el voluntario, infame personaje de estos tiempos, y no sobre la situación o sujeto en cuyo socorro éste acude. Algo parecido a esa insoportable genealogía de periodistas que se creen ellos la única noticia importante. Ya no digamos si van saltando entre obuses de mortero en alguna refriega armada. Que cientos de personas mueran como churros a su lado les resbala como si nada, de solo pensar en lo protagonistas que son ellos, intrépidos reporteros, felinos micrófonos. La cosa cambia cuando a uno de estos individuos de pantalones caqui, megalómanos hasta el acople, le pasa lo mismo que a cualquiera de esos insignificantes seres que antes morían a su lado sin que casi se dieran cuenta. Que mueran éstos vale, así es la guerra nos cuentan en sus crónicas, pero que salte por los aires uno de los del micro y veréis escandalizarse a toda la prensa, clamando por el Tribunal Penal Internacional, o el de La Haya. Terrorismo de estado alegarán, infame crimen, exterminio de la palabra y no sé cuantas hipérboles más, todas ellas rabietas de niños bien que juegan a intrépidos y bizarros. El mismo complejo y afán protagonista afecta a los agentes del voluntariado. Ellos son la estrella.
Que su labor sea a veces tan positiva y que gente que lo necesita se beneficie de ella es una maravilla. Pero lo que a mí me tiene alucinado, más bien preocupado, debería decir, no son estos dignísimos resultados, sino las escarpadas y abruptas psiques de estos tíos. En ellas se mezclan el egoísmo y la pedantería, la vanidad y el afán de destacar, el altruismo mal entendido y cierto tono perdonavidas, el sentimiento de indispensabilidad y la crisis personal, la desorientación vital y la búsqueda desesperada de algún sentido para unas vidas muchas veces al borde del colapso. Para qué nos vamos a engañar, en el punto más bajo y crítico de la vida, hay quien hace yoga o se va a Bután o Tibet, alguno prefiere el recogimiento pastoril, pero una inmensa mayoría, masa despersonalizada, se hace voluntaria y ayudando a los demás, esto en el mejor de los casos, que no siempre, intenta desesperadamente ayudarse a si mismo. Que el otro quiera o necesite su ayuda no se le ha pasado por la cabeza jamás. Y si en algún momento, al supuestamente necesitado de ayuda, al inferior, se le ocurre comentarle tal circunstancia a nuestro amigo, pues cree que ante todo el voluntario es generoso y bondadoso y que, por lo tanto, con él se puede hablar y razonar, éste le guardará resentimiento de por vida, saliendo a relucir la condescendencia, el sentimiento de superioridad, la vanidad y el esperpéntico egoísmo y afán de lucimiento que son el denominador común de gran cantidad de estos samaritanos de medio pelo.
Hace años, mucho antes de que empezara a perder el tiempo pensando en todo tipo de idioteces, quedé profundamente impresionado por una noticia: Brigitte Bardot se dedicaba en cuerpo y alma a la lucha por los derechos de los animales. Acompañando la noticia, varias fotografías. Ahí salía BB rodeada de cientos de chuchos. Me dejó hecho polvo. Qué mal debía estar esa mujer, tan fascinante otrora, para que su vida girase sobre el indicado asunto. ¿Tanto la había maltratado la vida? Nadie más necesitado de ayuda que quien se vuelca en cuerpo y alma, con tal desmesura, en empresas como esa. Realmente, o le patina el embrague o estamos ante la viva representación del desencanto, el fracaso o sabe dios qué cosas aún peores. El suyo es solo un ejemplo. Básicamente, entre los agentes del voluntarismo pseudo altruista nos encontramos con dos categorías o subespecies. Cualquiera de ellas se caracteriza por importantes desarreglos psicológicos, taras y complejos. Ello recomendaría en la mayoría de los casos una cura mental, en otros, electro shock, llegando en los casos más extremos a hacerse indispensable la camisa de fuerza. Pero sin duda, y en resumidas cuentas, estando ante un voluntario debemos tener presente que delante de nuestras narices se encuentra una persona que necesita ciertos retoques, cuando no, un auténtico psicópata.
Detengámonos un instante en las dos subespecies que engrosan las filas de los desnortados altruistas. Por un lado está “Desastre Fracasado Qué Hago De Mi Puta Vida” y por el otro “dios”. Al primero lo conocéis bien. Quién no ha sentido la tentación de dejarse llevar por la irresponsabilidad total, el no puedo más, abandono, lo dejo todo. Los miembros de esta primera categoría llegan al voluntariado tras haber intentado hacer algo de sus vidas y haber fracasado de la manera más estrepitosa. Ninguno estamos libres de ello. El asunto es serio. A determinadas bajuras anímicas y sometido a intensas sensaciones de “no dar una” la ruptura con un medio al que no somos capaces de adaptarnos se intenta edulcorar o disimular con la adopción de esta pose voluntariosa, tan en boga en la actualidad. También con que este nuevo “leit motiv” se concrete en el ejercicio de la nueva actividad lo más lejos posible de nuestro entorno. En resumidas cuentas, escapar, huir, cabizbajos y derrotados, en el peor de los casos auto engañándonos. Los Andes, África, etc. son campo abonado. Ahí, lejos de sus frustraciones, intentarán dar un nuevo sentido a sus vidas. Suelen compartir determinados mojones vitales, desengaños emocionales, divorcios, insatisfacción laboral y cosas por el estilo. Lo primordial en estos casos es la desesperación de los agentes del voluntariado. Estamos posiblemente ante su último intento de acertar, de justificar sus vidas, de llenarlas con lo que sea. Lo accesorio para ellos es el beneficiario de su acción, simples bagatelas. ¿Quién está más necesitado de ayuda? Pues en más de un caso el voluntario. Eso es impepinable.
La otra subespecie llega al voluntarismo por la vía opuesta a su congénere. Si uno se acerca con un tono bajo, grave, arrastrándose, el otro llega chirriando y haciendo trompos, todo agudos y perfiles altos. Estamos ante el “campeón”, aunque enmascarado muchas veces con cierta apariencia de “buen rollo”, vomitiva definición que sus usuarios utilizan cínicamente para definir lo que pareciendo una cosa, es la opuesta. Todas las veces que he oído esta definición, he podido comprobar pasmado cómo, a la mínima, se daba en la relación que previamente se había definido como de “buen rollito” una puñalada trapera. Así es la cosa: el buen rollo es el paso previo a la putada, que, por supuesto, está garantizada. Pero volvamos a dios el campeón. Él tiene buen rollito y usa fular. Posiblemente ya esté en el Chaco o en el Altiplano. Se siente superior a muchos y quiere hacer algo por estos muchos, a ver si me entiendes. Se le llena la boca criticando a multinacionales por doquier, pero no abandona su portátil ni en las laderas del Cotopaxi. Poco le importan las necesidades de sus inferiores, es un cooperador compulsivo, indispensable, obcecado, profundamente condescendiente y, aunque parezca increíble, bastante intransigente. En su interior subyace una de las causas básicas de las desigualdades, ese irreductible sentimiento de superioridad, ingrediente sin el cual no hay cooperador ni voluntario, como tampoco clases ni diferencias entre semejantes. A nadie se le pasa por la cabeza ayudar y sermonear a quien consideramos superior, solo a quien consideramos inferior, y con nuestra vanidosa cooperación, lastrada por dicho complejo, lo único que hacemos, aparte de darnos gusto a nosotros mismos y amagar un poco, es mantener tales graduaciones, tenues y matizables, no lo discuto, pero muy difíciles de superar, y menos con estas actitudes.
Yo estoy convencido de que si bajásemos nuestros humos en general, nos olvidásemos de esa nueva enfermedad que consiste en querer ayudar a gente que ni tan siquiera nos lo ha pedido y nos preocupásemos cada uno por nosotros mismos y no por cómo ayudar a otros, el resultado sería mejor que el actual. Con esta tendencia a salvar al que en nuestra pedantería colectiva consideramos inferior y más necesitado, -triste, enfermiza y errónea deducción de materialistas y consumistas hasta la medula- salvamento mesiánico y asistencial que nos llena de vanidad hasta rebosar, conseguimos casi siempre profundizar y convertir en inevitables y definitivas las situaciones que en teoría pretendemos corregir, y digo en teoría, porque en la práctica lo único que realmente realizamos en la mayoría de los casos es un asqueroso ejercicio de lucimiento personal, nunca discreto y sincero sino que aireado a los mil vientos, posado de portada revistera. Que se sepa bien, que se entere todo el mundo de lo comprometidos que estamos. Cuando cualquiera de estos agentes del voluntariado se topa con algún semejante que, miembro de su mismo círculo social, le espeta que él de ayudar nada, que tiene suficiente consigo mismo, nuestro cínico voluntario lo juzgará de inmediato. Si conoce la palabra “nihilista” se la escupirá como si fuera ántrax, y si no la conoce se pondrá a si mismo como lustrosa demostración de una actitud entregada, ejemplar y ejemplarizante. Le contará, sin venir a cuento, todas las cosas que hizo en el Altiplano por los demás, sin pararse a pensar en la vergüenza ajena que da oír semejantes sandeces, ni en el ridículo mayúsculo que protagoniza. Evidentemente este altercado será mucho más insoportable si nuestro agente es de la subespecie “dios”, pues estos tíos son realmente insufribles. Los otros, pobres, tienen bastante con buscarse a si mismos por la Altiplanicie adelante. Desde luego, vaya dos!!
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