Por razones de profilaxis, para que no os toméis también vosotros la Justicia por la mano, me callaré nombre, extensión, localización y demás datos relativos a la isla. Sólo necesitáis saber que es gallega, la isla, y también la víctima. Que es atlántica, que es verde y que tiene embarcadero. Justo encima del mismo, subiendo por una rampa de piedra, vemos un faro y una caseta. El faro en funcionamiento y la caseta en bastante buen estado. Ambos edificios con paredes caleadas desde hace años. Y puertas y ventanas de madera.
Entonces pensamos que isla, embarcadero, faro y caseta nos sitúan, por ejemplo, en Sisargas, en Lobeira, en Rúa, Sálvora o Pancha. Lo de atlántica, sin embargo, ya no vale para todas. Con ello, el grupo inicial se reduce. En este segundo grupo hay una isla que en el embarcadero tiene un noray fabricado por “Fundiciones Salas”
Mucha gente se frustra, agota y agria cuando exige y busca Justicia. Les pasa eso porque se equivocan de raíz. Disfrazan unas necesidades mucho más primarias, y comúnmente arrinconadas, y las visten con los civilizadísimos eslóganes fashion que todos conocemos. Y dicen a quien los quiera escuchar: sólo pedimos que nuestro caso sea el último, que por lo menos valga para que a nadie más le vuelva a pasar lo que a nosotros, que perdonan pero no olvidan. Que caiga sobre el culpable todo el peso de la Ley y que se haga Justicia. Y lo dicho, no encuentran acougo para sus desvelos. Entre lo que sienten, asunto ciertamente primigenio, y lo que dicen, verborrea civilizado-actual, hay siglos y siglos de desconexión.
Ley y Justicia son cosas tan dispares, a veces opuestas, como, por ejemplo, encerrar en la cárcel a un tipejo diez años o, cogerlo por las pelotas y llevarlo en una embarcación, bien maniatado, acojonado y sudando, hasta una isla gallega. Atlántica. Llorando y pidiendo perdón, diciendo que no sabía lo que hacía cuando a ella la sodomizó a la fuerza, diciendo que tampoco sabe qué le pasó cuando a él, novio de ella, bien pisada la cabeza contra el suelo por la bota de uno de sus compinches, y tras acabar con esos arreones de cintura que a ella le parecieron de hormigón, lo rajó bien rajado mientras que su compañero, el que le pisaba al novio la cabeza y la moral y la hombría y las ganas de seguir mirando y las ganas de seguir viviendo, le decía al oído que vaya mierda que eres que ni siquiera sabes defender a la golfa de tu novia, que ahora me toca a mí, verás cómo le sienta de bien. Y ¡ay, cómo duele!...
Pues sí, Ley y Justicia. Tremenda tomadura de pelo. Pero tú, hoy, vas a ver la luz. Estás invitado a una clase magistral. Encima de glogló, gratis, por tu cara bonita. Vas a aprender todo de golpe. Te voy a iluminar. Lo juro por D… Rumbo 270º y en cinco minutos, nada más llegar a la isla atlántica, te vamos a enseñar nosotros la diferencia entre el Hormigón, la Ley y la Justicia. Y nos vas a tener que mirar a los ojos, bien dentro de ellos, no te vayas a pensar, que la cosa va en serio, haberlo pensado antes, que a mi hermana la tuvimos que meter en el manicomio, que de tanto empujar, de tanto hormigón que le diste, de tanto arreón que le endilgaste mientras te pedía que parases que le dolía que por favor parases que parases por lo que más quisieras, por favor para, para, para, te lo suplico, y tú, calla que sé que te gusta, que a mí no me engañas, que sois todas iguales, y ahora que acabe yo estate tranquila que sigue mi colega, que sé que con uno no te llega, y así, mientras, yo me cargo al mierdas de tu chorbo, pues, qué quieres, que la pobre se volvió loca de remate. Loca de atar por tu puta culpa. Por no hablar del resto de la familia. Que si asociaciones de víctimas, que si una pasta en detectives porque la policía no acababa de verlo claro, que si otra pasta en abogados, que si todo ese maratón en busca de una Justicia que, por ese camino, el de la Ley y su Procedimiento, no llega jamás. Que es que no se enteran… ¿Te vas haciendo cargo, verdad? ¿Tú qué crees, tengo o no razón? Seguro que me estás entendiendo, ¿verdad? Aunque no hagas más que llorar, estoy seguro de que te estás enterando de todito lo que te estoy diciendo. A que te das cuenta de que yo soy partidario del otro camino. Del que sí llega a la Justicia, de lleno, del camino que da en el blanco. Hasta los carrillos, como tú con ella, cabrón. Y cómo duermes al día siguiente, no veas, pierna suelta.
Te acuerdas de Único testigo, seguro que la viste. A nosotros lo que más nos gustaba era cuando el Harrison, hasta los huevos ya de que los macarrillas aquellos se cebasen con los pobres mormones, mira que eran memos los mormones, tan engreídos con el rollo ese de poner la otra mejilla, hay que ver cómo dejaban que los macarras les diesen cera hasta en los empastes, y va el Harrison y dice hasta aquí hemos llegado, dejadme a mí que lo arreglo todo, ya veréis cómo aprenden estos gañanes… y se baja del carromato y le dice a Godunov, espera que te voy a enseñar yo cómo se imparte Justicia, que vuestra Ley es una puta mierda, que no ves que eso de poner la otra mejilla es ridículo, que van estos idiotas y os violan mujer e hijas y os humillan a vosotros y le escupen a vuestros padres, pero no ves Godunov, que eso de vuestra Ley es una pedantería, que para atesorar en el cuerpo y en el espíritu semejante grado de perdón, condescendencia, bondad y amor al prójimo, ya no digamos cuando ese prójimo al que debéis amar va y os viola y os mata, o se es Dios, que no, o es que es imposible. No te das cuenta, Alexander. Qué os pasa, ¿os creéis el Ser Superior, acaso? Seguro que no, ¿verdad? ¿Pues a qué viene perdonar a quien osa mataros y violaros, Godunov? Y tú, Viggo, toma nota para futuras azañas, y venga bofetadas.
Qué escena, qué peli. ¿La viste? Venga hombre, para de llorar y contesta. Hormigón, sí, eso es lo que decía ella, hormigón, lo que nos contó la primera y única vez en que fue capaz de hablar del tema, ese mismo día, tan pronto la pudimos ver en el hospital. Y yo pensé para mí, sí, hormigón, asfalto, ácido, cal viva, todo eso es lo que yo le voy a meter por el P… culo al joputa que le ha hecho esto el día que lo tenga entre mis manos. Porque ese día llegará. Le voy a encofrar el intestino con cal y cemento y lo voy a tirar al suelo y voy a ver cómo lo pasa de mal y cómo llora y suplica y pide perdón y todo eso. Y cómo muere despacito, muy despacito. Y, mientras, me tendrá que mirar a los ojos, bien adentro, directito hasta la habitación donde está ella repitiendo, aún hoy, joputa, que pares, te lo suplico, que le dolía, carajo, que por favor parases, que parases por lo que más quisieras, por favor, para, para, para, te lo suplico. Haz memoria. Hazte pis también, hombre, serás acojonado. Hay que ver qué valiente te creías dándole hormigón aquel día, y rajándolo a él después. Y cómo te comportas hoy. Patético. Y no me vengas con juicios justos, y abogados y toda esa parafernalia de muertos de miedo. Que esta es la otra parte de la peli. La que me gustaba a mí. ¿Entiendes? Es cuando Harrison se baja del carromato remangándose la camisa, es cuando Harry Callahan desenfunda la pistola que parece un bazoka y les suelta el discursito testosterónico que a muchos asqueaba pero que a mí me encanta y les mete el pedazo de cañón del pistolón magnum no sé cuántos en la puta boca bien abierta de pavor que se les queda a esos mierdas que tanto me recuerdan a ti. ¿A que me explico bien? ¿Y a que te acuerdas de la peli? De las dos, ¿verdad, joputa?
Ya en la isla, lo subimos a trompada limpia por la rampa en la que habíamos amarrado la lancha. La única que hay. Orientada al noreste. Con el monte Pindo, según se mira al mar a mano derecha. En un noray que pone “Fundiciones Salas”. Tras subir la rampa, justo enfrente, te topas con la caseta. En esa misma caseta, el joputa de los arreones de hormigón se topó con el infierno. Tragó cal, tragó cemento, trago bilis, sus ojos bebieron ácido, su nariz fuego, sus orejas se llenaron de insultos, de brocas y de taladros a mil, sus rodillas conocieron el esmeril y el martillo y las uñas el alicate y el destornillador. Así día y medio. Luego, la verdad, la cosa decayó y se volvió más bien aburrida. Recogimos, limpiamos todo y volvimos. Desamarramos la lancha, arrancó a la primera y de vuelta al pueblo. Lo poco que quedó de él lo fuimos soltando por la borda rumbo al puerto. Ni los muxos se lo comieron. Basura, mierda, fel. Lo bien que dormimos, lo bien que nos sentó el ejercicio y el desahogo, las ganas que teníamos de ir a verla a ella al día siguiente, lo tranquilos que descansamos a partir de ese día, sobre todo eso, el descanso, la tranquilidad, la sensación de asunto liquidado, nada de eso se encuentra en donde se busca normalmente. Qué sentido tiene buscar estas respuestas, a veces tan necesarias, en sitios donde están prohibidas por definición. Pues ninguno.
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