Así mismo os lo digo. Estos tíos son unos engreídos. ¿De quién estoy hablando? Pues de dos vacas sagradas del tema miolos, meninges, materia gris... Partiendo de una premisa tramposa y falsa, pero que dan por buena por necesidades argumentales, caprichito o lo que sea, construyen después su faustos discursos, erróneos de raíz. Qué macanudos.
He de reconocer que, como supongo que en varios de mis compañeros de primero de derecho (un saludo), la opípara impronta del gran Margarito, Don Alfonso Otero Varela, sigue viva. Fruto de la misma, y de inconfesables teuto-tendencias familiares que desde mi más tierna infancia me tienen compartiendo mesa y mantel con soluciones finales, guerras relámpago y heroicidades bélicas de todo tipo, eso sí, muy poco populares todas ellas entre el resto de habitantes del orbe, decía, que fruto de todo ello es que le haya seguido la pista, en la medida de lo posible, no sólo al Margarito, que más bien poco o nada, seamos sinceros, sino que sobre todo a su suegro: Carl Schmitt, destacado meningesmann de la teoría del derecho, hombre controvertido, dejado de sí y perseguido por la larga sombra del nacionalsocialismo. A pesar de ello, o gracias a ello, que también puede ser, escribió algún que otro libro electrizante, de esos que transpiran por si solos, que trasmiten fidedignamente las crisis, obsesiones y justificaciones de esos personajes que, teniendo la cabeza bien amueblada, son conscientes de sus actos, de los buenos y de los malos, y también exigentes consigo mismo. Pobres…
Me atrevería a calificar como pequeña joya su “Ex captivitate salus” (pedantería de título, eh?). Qué delicia de libro. Editado en Santiago por la editorial de la librería Porto: “Porto y Cia.”, me lo encontré un día en Couceiro, hace ya varios años. Cosa seria. Ahí tenía al individuo este, de todo menos insulso o anodino, editado en Santiago de Compostela, ciudad en la que su yerno impartía unas flamígeras clases de historia del derecho y dónde él residió en diversas temporadas. Pero no queda ahí la cosa, pues abierto el libro nos encontramos con el arabesco definitivo: traducción de Anima Schmitt de Otero… el precio era lo de menos, pero, encima, estaba baratísimo. Incluye también un prólogo a la edición española firmado por el autor en Casalonga, Santiago de Compostela. 1958. Al lado de la cantera que en dirección a Pontevedra queda a nuestra mano izquierda. Animado por este feliz descubrimiento leí alguna que otra cosa de él… y me fui desanimando. ¿Pero cómo una persona que se supone que usa la cabeza puede pretender hacer tortilla sin huevos ni patatas…? Porque ese es un buen resumen para su “Tierra y mar”. El del prólogo y el del epílogo, que pretenden ser reconocidísimos autores, van y lo ponen por las nubes. Pues no señor, están ustedes muy equivocados.
Aunque eso es nada comparado con el vitoreado “Las lágrimas de Eros” de George Bataille. La que el gabacho monta en este libro (ilustrado cuidadosamente con una abrumadora muestra de imaginería, toda ella muy chula, bonito libro, no hay duda), partiendo de una trivialidad totalmente subjetiva y falaz, inapreciable para cualquier ente pensante, falsa, tramposa y caprichosa, me tocó las “naringes”.
…Hasta ayer pensaba que ningún libro merecía arder en la hoguera, hoy sigo pensando lo mismo, aunque no puedo decir lo mismo de algún que otro autor… Que los detengan de inmediato…
He de reconocer que, como supongo que en varios de mis compañeros de primero de derecho (un saludo), la opípara impronta del gran Margarito, Don Alfonso Otero Varela, sigue viva. Fruto de la misma, y de inconfesables teuto-tendencias familiares que desde mi más tierna infancia me tienen compartiendo mesa y mantel con soluciones finales, guerras relámpago y heroicidades bélicas de todo tipo, eso sí, muy poco populares todas ellas entre el resto de habitantes del orbe, decía, que fruto de todo ello es que le haya seguido la pista, en la medida de lo posible, no sólo al Margarito, que más bien poco o nada, seamos sinceros, sino que sobre todo a su suegro: Carl Schmitt, destacado meningesmann de la teoría del derecho, hombre controvertido, dejado de sí y perseguido por la larga sombra del nacionalsocialismo. A pesar de ello, o gracias a ello, que también puede ser, escribió algún que otro libro electrizante, de esos que transpiran por si solos, que trasmiten fidedignamente las crisis, obsesiones y justificaciones de esos personajes que, teniendo la cabeza bien amueblada, son conscientes de sus actos, de los buenos y de los malos, y también exigentes consigo mismo. Pobres…
Me atrevería a calificar como pequeña joya su “Ex captivitate salus” (pedantería de título, eh?). Qué delicia de libro. Editado en Santiago por la editorial de la librería Porto: “Porto y Cia.”, me lo encontré un día en Couceiro, hace ya varios años. Cosa seria. Ahí tenía al individuo este, de todo menos insulso o anodino, editado en Santiago de Compostela, ciudad en la que su yerno impartía unas flamígeras clases de historia del derecho y dónde él residió en diversas temporadas. Pero no queda ahí la cosa, pues abierto el libro nos encontramos con el arabesco definitivo: traducción de Anima Schmitt de Otero… el precio era lo de menos, pero, encima, estaba baratísimo. Incluye también un prólogo a la edición española firmado por el autor en Casalonga, Santiago de Compostela. 1958. Al lado de la cantera que en dirección a Pontevedra queda a nuestra mano izquierda. Animado por este feliz descubrimiento leí alguna que otra cosa de él… y me fui desanimando. ¿Pero cómo una persona que se supone que usa la cabeza puede pretender hacer tortilla sin huevos ni patatas…? Porque ese es un buen resumen para su “Tierra y mar”. El del prólogo y el del epílogo, que pretenden ser reconocidísimos autores, van y lo ponen por las nubes. Pues no señor, están ustedes muy equivocados.
Aunque eso es nada comparado con el vitoreado “Las lágrimas de Eros” de George Bataille. La que el gabacho monta en este libro (ilustrado cuidadosamente con una abrumadora muestra de imaginería, toda ella muy chula, bonito libro, no hay duda), partiendo de una trivialidad totalmente subjetiva y falaz, inapreciable para cualquier ente pensante, falsa, tramposa y caprichosa, me tocó las “naringes”.
…Hasta ayer pensaba que ningún libro merecía arder en la hoguera, hoy sigo pensando lo mismo, aunque no puedo decir lo mismo de algún que otro autor… Que los detengan de inmediato…
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