Estuve viendo el video de las tormentas en las Halligen, todo tan gris, todo tan de plomo, tan anegado… para acabar de entumecer la cosa, para parar el tiempo en la desgracia, para qué sonreír, con más gris, tirando a negro podredumbre, negro infamia, uno se podría encerrar en casa, y entre chapuzones de chapapote, mientras la marea del Mar del Norte toca nuestra puerta, y la embarra, la embadurna, qué peste, de dónde sale todo esto, encerrados definitivamente, echado el candado, coger la hamaca del otro día, acercarla a la ventana de guillotina por la que entra la luz gris que busca la oscuridad, y coger un tomito, también gris, también embadurnado de brea: Eichmann en Jerusalén. Animal, suelta eso, que apesta. Tíralo por la ventana, que se lo lleve la marea, no ves que es veneno, que está podrido, que hace pupa. Todo eso ya pasó, que se lo lleve la marea, igual que el mapa de los territorios del Este, que se vayan todos remando en lo oscuro…
Atrapado el personaje, Adolph Eichmann, en el cono austral, trasladada su gris presencia a la nueva Capital, y sentado en el banquillo/cadalso, te vas a enterar Adolfito la que se te viene encima, nos las vas a pagar todas juntas, la señora Hannah Arendt se fue a presenciar el asunto, iba con ella la cosa, a tomar sus notas, a acumular datos y más datos, a reflexionar un poco, a abrumarse otro tanto y, finalmente, a publicar el mamotreto de turno. Del mamotreto, la gris marea de datos, la espectacular e inconmensurable marea de datos, es absorbente: cientos de funciones, subfunciones y disfunciones organizativas, de organigramas del Reich, de nomenclatura abstracto administrativa, de optimización de medios, de obediencias debidas y de vida, de infinitos tranvías de hacinamiento, de todo lo peor de lo peor, a estas alturas ya casi banalizado, de kommandos y soluciones al problema, de hay que quitar a esta gente de en medio… buf.
Hannah no sólo juntó y recopiló datos, también los valoró y les dio alguna que otra vuelta, intentando ser rigurosa y objetiva. Y llegó la polémica, claro está. Por muy de la familia, de la tribu, que fuera. En su caso, de las dos; ni a Teutón ni a Sión gustaron las cosas de HArendt. Cuidado con el asunto. Difícil cometido. Para estrellarse en vida, sin cajas negras que puedan explicar lo sucedido. Luego están los mapas de la infamia, con esos nombres que parecen sinfonías completas de la catástrofe, de la hecatombe, también banalizados, qué desfachatez, aquí tenéis a un cualquiera escribiendo tonterías sobre algo así, imperdonable, fachendoso.
El siguiente paso llama a la puerta: Raoul Hilberg. El dato, gris, negro, pero nunca multicolor, elevado a la enésima potencia. Un día de estos me pongo.
Atrapado el personaje, Adolph Eichmann, en el cono austral, trasladada su gris presencia a la nueva Capital, y sentado en el banquillo/cadalso, te vas a enterar Adolfito la que se te viene encima, nos las vas a pagar todas juntas, la señora Hannah Arendt se fue a presenciar el asunto, iba con ella la cosa, a tomar sus notas, a acumular datos y más datos, a reflexionar un poco, a abrumarse otro tanto y, finalmente, a publicar el mamotreto de turno. Del mamotreto, la gris marea de datos, la espectacular e inconmensurable marea de datos, es absorbente: cientos de funciones, subfunciones y disfunciones organizativas, de organigramas del Reich, de nomenclatura abstracto administrativa, de optimización de medios, de obediencias debidas y de vida, de infinitos tranvías de hacinamiento, de todo lo peor de lo peor, a estas alturas ya casi banalizado, de kommandos y soluciones al problema, de hay que quitar a esta gente de en medio… buf.
Hannah no sólo juntó y recopiló datos, también los valoró y les dio alguna que otra vuelta, intentando ser rigurosa y objetiva. Y llegó la polémica, claro está. Por muy de la familia, de la tribu, que fuera. En su caso, de las dos; ni a Teutón ni a Sión gustaron las cosas de HArendt. Cuidado con el asunto. Difícil cometido. Para estrellarse en vida, sin cajas negras que puedan explicar lo sucedido. Luego están los mapas de la infamia, con esos nombres que parecen sinfonías completas de la catástrofe, de la hecatombe, también banalizados, qué desfachatez, aquí tenéis a un cualquiera escribiendo tonterías sobre algo así, imperdonable, fachendoso.
El siguiente paso llama a la puerta: Raoul Hilberg. El dato, gris, negro, pero nunca multicolor, elevado a la enésima potencia. Un día de estos me pongo.
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