El lunes por la mañana, recuperado
milagrosamente para la causa mártir, pues hay que ver vaya una aventura que me
tocó vivir, YO estaba camino de Corcubión, del Juzgado… ÉL intentaba
localizarme a cualquier precio, con el infame teléfono en su mano izquierda,
mismo artilugio que utiliza para llamarme el veinticinco de diciembre a las
07:35 am… pero paremos un momento y retrocedamos dos días…
El sábado por la mañana YO estaba en
Santiago. Como mucha otra gente, no es raro, bonita ciudad, un desayuno en El
muelle o en el Azul o en el Derby y mil sitios por los que pasear y hacernos
los indiferentes aunque nos encanten... Entre la mucha otra gente a que hago
referencia estaba ÉL. Situémonos: por la
Rúa Nova abajo YO, y por la Rúa do Vilar arriba ÉL. Yo hundiéndome y él
elevándose. En medio de ambos, el terraplén que separa nuestras respectivas
trincheras. Que veréis que son inservibles, que no hay remedio, que es mala
idea andar con ánimos sigilosos o discretos cuando una fuerza mayor anda con
los contrarios… que ni la desaparición de los cuerpos nos puede salvar en
ciertas ocasiones.
Yo pretendía encontrarme con nadie. Y
ahora pienso que para eso debí quedarme en casa, si es que soy imbécil. Por su
parte, él intentaba encontrarse con alguien, a poder ser conmigo. Mal empezamos,
y peor vamos a acabar… En mi cabeza el discurso está claro: por qué habré
salido de casa y por qué habré ido a Santiago… Y por qué torcí al final de la
Rúa Nova… Porque debéis saber que al hacerlo me estaba metiendo en el Vilar. Y
por la Rúa do Vilar deambulaba ése que quería cruzarse conmigo… Y lo peor de
todo, por qué me lo tuve que topar tan como de golpe, de bruces, sin
alternativa, sin vía de escape, sin remisión… al pájaro este que es un tipo
insoportable y encima es maleducado y encima le huele el sobaco y encima es
sobón y es algo caradura cuando de pagar se trata, digamos que es un gorrón
integral y sobre todo he de aclararos que es un CLIENTE que nunca está contento
y que siempre se cree con derecho a importunarme, aunque sea un festivo a las
siete horas treinta y cinco minutos aeme, y es que no sería la primera vez que
llama para preguntar por lo suyo y le da igual la hora el momento el asunto el
vocabulario el ruido el silencio o la compañía, y es tan egocéntrico, mucho más
que yo, que ya es decir, que llamándome a esa hora intempestiva de ese día que
creíamos intocable, imaginaros el veinticinco de diciembre, pues va y ni se
presenta ni pide perdón, hasta ahí podíamos llegar, que el nativo este te
suelta directamente que qué es de lo suyo… a lo cual yo no soy capaz de
contestar, simple y llanamente porque ni lo reconozco a él, ni mucho menos sé
de qué carajo me está hablando cuando me hace la mentada alusión a lo suyo… Aunque,
puesto a hacer examen de uno mismo, he de admitir que lo anterior es cierto,
sí, pero que el verdadero motivo por el cual no le contesto es que me quedo
paralizado, porque soy incapaz de articular palabra ante semejante chaparrón de
estulticia conglomerada…
Me vio y se abalanzó sobre mí,
sonriente, apestoso de una confianza que jamás la di pie a pretender, no
digamos a exteriorizar o poner en práctica. Que no me fastidies, carajo, que no
me puedo creer que en pleno Santiago, un sábado por la mañana, me vaya a
encontrar con este acémila brutífico. Sobre mi espalda, la Rúa do Vilar abandonó,
bajo candado y hasta nueva fecha, lo que de bonita y divertida pudiera tener
para convertirse en roca desnuda. Longa noite... Muy dura, áspera, punzante y
pesada. Sin poder escuchar al jenízaro, doy gracias por ello, que me lo impidió
un zumbido de ira y odio que me subió por el espinazo hasta la coronilla y que
luego me erizó el pelo como una catenaria, lo que sí pude es ver que ya no
había nadie en toda la calle. Salvo el maula, se entiende. Y que no quedaba
ninguna tienda abierta, ni bar, ni cafetería, ni contenedor de basura, ni
alcantarilla, ni refugio practicable, que aquello parecía, más bien, la
desolación… Eché a correr y no paré hasta que llegué al lugar en que me detuve,
la Alameda, el Paseo de los leones. El ataque de ira y odio que me había
afectado el espinazo, el cuero cabelludo y ciertos sentidos, había cesado. Ahora
sí que oía algo, en concreto: el mismo zumbido que antes me había recorrido la
espina dorsal… y me metí por la boca de uno de ellos, de los leones, y acto
seguido miré atrás, no vi nada y recuperé cierta presencia, tras lo cual, seguí
escuchando el mismo zumbido…
El domingo por la mañana YO estaba en
Reira, pasado Cabo Vilán, en Camariñas, frente al mar. No había nadie, no es raro,
que la gente es muy sociable y prefiere irse a Santiago, bonita ciudad, un
desayuno aquí o allá y mil sitios por los que pasear... Entre ese genérico
nadie a que hago referencia, y es que en Reira os repito que no había ni un
alma, estaba ÉL. Volvámonos a situar: paseando por Reira, con el fresco viento
en las mejillas y las inigualables vistas marítimas como disculpa, estaba YO; y
por la Rúa do Vilar, en dirección ascendente, ÉL. Sincronicemos relojes: es domingo
por la mañana. Observemos a los intervinientes: yo ensanchándome y él
elevándose. En medio de ambos, no un terraplén, como el sábado, sino media
provincia, o, si queréis, un mundo entero, o hasta el infinito, que separa
ambas trincheras. Que confirmaréis conmigo que son inservibles, que no hay
remedio, que es mala idea andar con ánimos sigilosos cuando una fuerza mayor
anda con los contrarios… que ni la transmigración de almas, ni el viento
huracanado, ni NADA, nos puede salvar en ciertas ocasiones.
Yo pretendía encontrarme a solas con
nadie. Y ahora pienso que para eso debí quedarme en casa, si es que soy
imbécil. Y él intentaba encontrarse con alguien, a poder ser conmigo… lo demás
os lo podéis imaginar, que hay que tocarse las naringes, que no me lo podía creer,
que se me apareció la mismísima Rúa do Vilar en la playa de Reira, entera, enorme,
asoportalada… ni una puerta abierta por la que escabullirme, ni un bar de
guardia en el que alienarme transitoriamente, ni una miserable farmacia en la que
doparme de manera recreativa y pensar que todo era una alucinación pasajera…
De nuevo eché a correr, esta vez como
jamás lo había hecho en mi vida: a los diez minutos estaba en el Cementerio de
los Ingleses, subí la cuesta a todo gas y llegué al Monte Blanco, que me gusta
tanto que lo bajé a trompicones para disfrutar de la experiencia y luego hacerme
un esguince de tobillo y volverlo a subir, ocasión ésta en que ya no lo bajé,
que estaba medio cojo y absolutamente enajenado, y llegué, pasada media hora
agotadora de taquicardias y sudores y todo tipo dolores articulares y de
menisco, a Arou, donde me embarqué en el primer barco del cerco que soltaba
amarras con rumbo al Canto, buen caladero que dicen, y resultó que el patrón
era él, sí, ÉL, el CLIENTE jenízaro, por lo que me lancé al agua sin pensármelo
dos veces, ay qué pulmonía, digo qué frío, chapoteé hasta la costa, veinte
minutos de cristalización de tejidos corporales, miedo y angustia, e intenté
encaramarme a la Rúa do Vilar, que también estaba desparramada en el puerto,
mucho más grande que todo Arou, y me dije: esto no puede ser… pero era, y
alguien me ayudó a subir, que yo estaba muy cansado y asustado y mojado y
desubicado sabiéndome en la Rúa do Vilar pero en pleno Arou, Concello de
Camariñas, y es que es normal que estuviese desorientado ante semejante
panorama, poneros en mi pellejo; y el caritativo hijo de perra que me tendió el
brazo en Arou para subirme a la dichosa Rúa santiaguesa era algo así como un
personaje que se me hacía conocido, y es que tampoco esto me lo podía creer,
que resulta que este tipo maula, fijaros bien en lo que os digo: es
insoportable y encima es maleducado y encima le huele el sobaco y encima es
sobón y todo lo demás que ya os expliqué antes… y va este CLIENTE canis lupus
nativo y me espeta, en pleno domingo, un segundo después de casi ahogarme, aterido
de frío, estando yo desfondado y en medio de un ataque de horror/pánico gorrino
que de nuevo me subía por el espinazo hasta la catenaria, en esa apurada y
patética situación va el gachó y me espeta que QUÉ ES DE LO SUYO… y ahora os
pido, os imploro, que por favor no torzáis el gesto, que no me abandonéis,
intentad poneros en mi lugar, de verdad os lo pido, hacedme ese favor, sólo
ése, que luego me callo… y es que qué coño le habré hecho yo a tan esperpéntico
aldabonazo de la evolución para que me dé la brasa de tamaña manera… y es que
estoy tentado, os confieso que me estoy planteando el acabar con esta farsa y
dar nombre y apellidos y número de procedimiento y Juzgado, y que me expedienten
y empapelen los del código deontológico… y me vuelvo a zambullir en el mar, que
salté desde la dichosa Rúa a la que ya me había subido, y aún no sé cómo me
pude deslingar del baboso Homo Clientelaris Insoportábilis Laconchasumadre que
siempre tiene ganas de encontrarse conmigo, y nado, del verbo nadar, estilo
libre a reacción subsónica hacia donde sea, salvo en dirección al Canto, que es
a donde se dirigía él en su cerquero… y a los pocos minutos, casi anegado y
completamente entumecido, que daba pena, fácil confundirme con la mojama, me
recogen unos buenos hombres, marineros de toda la vida, amigos míos, y sin que
yo tuviera que explicarles nada, que estaba medio grogui afundido, me ofrecen
liquidar al CLIENTE…
El lunes por la mañana, recuperado
milagrosamente para la causa mártir, pues hay que ver vaya una aventura que me
tocó vivir, YO estaba camino de Corcubión, del Juzgado… ÉL intentaba
localizarme a cualquier precio, con el infame teléfono en su mano izquierda,
mismo artilugio que utiliza para llamarme el veinticinco de diciembre a las
07:35 am… mi viaje a Corcubión, el último que hice, ya está narrado (pinchad aquí)… el acuerdo al que llegué con los bondadosos mariñeiros que me recogieron
del mar el domingo cuando escapaba del CLIENTE y de la locura, os lo contaré en
otra entrega… con nombres, apellidos, número de procedimiento y demás.
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