Me avisan que el tipo de mis amores, inmenso en su arte, está metido
de lleno en la refriega institucional… y no me queda otra que volverme de los Montes
de la Luna, que más tiempo por aquellos lares y me pilla la fiebre de
la distancia. De vuelta coincido con él, me lo cruzó en la estación, apenas un
instante, y pienso que le debió llegar noticia de la iniciativa de bautizar una
cordillera, techo del mundo a poder ser, porque me mete un corte de mangas y
amén…
Del viaje traigo un catalejo que instalo en casa enfocando
directamente a la placa: su nombre esculpido, a pié
de serranía, en medio del África. Como quien recorre Porto de Ancares, Cuiña,
Penalonga, Mustallar y de vuelta a Piornedo, pero a lo bestia, supongo…
A los tres días ya había pintadas. A los cinco un incendio
intencionado que se lo lleva todito por delante, y al carajo la inscripción Méndez
Ferrín. Y para eso tanto chollo… A los
quince días, contumaz, me agencio Antón e os inocentes y un bidón
de grisú. Y un pico y una pala. Me cojo el coche con el lema “se van a
enterar estos mamonazos” escrito en la frente, en la mía, sí!, y subo al Porto
de Ancares, techo del mundo. Ya allí, me pongo a hacer la masa a base
de bilis, cal y un poco de arena, sopa espesa y planetaria. Hormigón armado de
Ouréns. Y me quedo, firme… y decido montar guardia, ante la placa ya terminada, su nombre en piedra, que de hoy en cien años
aquí no va a haber pintada ni destrozo ni eslogan ni sabotaje que valga, no sé
si me explico… que a ver quién tiene las narices de presentarse, de dar la cara, que
le meto un buco que se le atraganta la vida, la suya no la mía, atontado,
panoli, por jugar a leer los periódicos e ir de ¿informado? por el barrio…
Y debe ser que no me entero, o que no doy miedo, o algo más enrevesado,
que a las tres semanas apareció el primero, un individuo que traía el diario
en la mano y los titulares en el entrecejo de lo
honradísimo y educado que se pensaba que era. Y venía como en plan poner orden
y le dije: párate, gallináceo, que te esnafro el argumento y sucumbes ya mismo,
que de verdad te digo que no estoy para coñas blandiblú… pero no sólo éstas,
que también le solté algunas lindezas más, todas incomprensibles, por
supuesto… Dudó, dio media vuelta y me gritó cosas que no entendí
mientras se largaba… Pero al momento se paró y volvió… y delante de mis narices
me metió un corte de mangas… y me acordé de cuando lo de la estación y aquel
otro peinetazo… y discurrí si no sería Él, el mismísimo x.l.m.ferrín.
Pensé en abandonar la guardia, pedirle un autógrafo y… momento en
el que llegó al lugar una tercera persona que gritó: “una subvención, pídele una
subvenc” palabra indecente, frase nauseabunda que ya no pudo acabar al caer
redondo y lívido el tipo bocazas de lo certero que fue mi primer pantocazo por todo su
estribor, habérselo pensado antes… Sin tiempo para arrepentirme del subidón, del crimen sumario, momento
de exteriorización de antiguos códigos ya superados, va el personaje llamado Él y
se hace con el bidón de grisú, que sí, lo tenía conmigo a pie de Ancares, mientras
montaba guardia ante la placa techo del mundo que se merece el coloso
de Ouréns, fecundo Ferrín… y después de ver una
pequeña llama encenderse va y estuopa el dichoso gas, tremendo estourido… y
brinca todo por los puñeteros aires hasta pasado el Bierzo, la Vía Láctea y el confín estelar.
Yo sobrevivo, X.L. también, y sus relatos, insuperables, invaden el Cosmos y se adueñan de él.
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