Me pasó hace una temporada que me plantaron delante ese inmenso
compendio de sandeces que viene siendo LaVozdeGalicia,
lo mismo que cualquier otro periódico, no os penséis, para preguntarme, como si
yo tuviese algo que ver en este sucio asunto, por un tal Botho Strauss. Ni idea…
Salía Herr Botho como simple alusión en un soporífero artículo de
opinión del periódico citado. El nombre no venía solo, que iba acompañado por
el título de un libro, pues Botho es escritor: Parejas, transeúntes.
Toma ya. Con ese nombre y con ese título le recomiendo el libro a
cualquiera, que la cosa es infalible... Difícil de encontrar, hasta la fecha no
me he podido hacer con él… Sí con otro de nuestro Herr, El hombre joven. Topográfico descubrimiento el de Botho, que al
final le voy a tener que agradecer al compendio de sandeces en forma de diario…
Botho está confundido, está que no sabe por dónde tirar, está con este
rollo teutón tan jodido de andar elucubrando todo el día, pero no en la playa
al sol y al baño, ya les gustaría, que estos teutones elucubran encerrados en
tristes habitaciones y acaban profundizando en la nada pensando que es el todo.
Y siempre es lo mismo con ellos. Luego, cuando abren la ventana de la
habitación, entra un refrescante aire, presto a ventilar la estancia, y ellos
lo confunden con el fin del mundo. O ven por la ventana, recién abierta, un
precioso paisaje que ellos, invariablemente, confunden con el fin del mundo. O,
mirando por la ventana recién abierta, ven pasar una belleza despampanante
enfundada en una ínfima minifalda de licra y gastando unos escarpados tacones ad infinitum, y creen, ahora sí con
razón, que es el fin del mundo… O salen corriendo a dar un paseo por la calle,
incidente que confunden con el fin del mundo…
Con estos tíos, desde luego, no se puede contar, que están enfermos de
tremendismo. Cosa que a nosotros, aquí, lejos de ellos, nos da igual. Lo que no
nos da igual es que, en sus habitaciones, cerradas a cal y canto, algunos de
ellos escriben unos librajos embrutecedores del ánimo más blandengue. Esas
sanguinolentas ofuscaciones de autor no tienen desperdicio. Luego viene un tío
como Andrzej Klimowski, que, con la
misma marabunta en la cabeza, en vez de escribir libros teutonizantes encerrado
no cortello, diseña esos posters
bonitísimos, y le dedica uno a una obra teatral de Botho, que para más inri se llama…
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