El otro día metí dentro de una jaula a Virginia Woolf, a Louis
Ferdinand Celine, a Emil Cioran,
a Thomas Bernhard, a Xosé Luís M. Ferrín, a Henry Miller, a elegid vosotros uno más,
y, por último, a un gran bluff, que éste lo elijo yo, a Jaime Joyce…
La jaula era grande, cómoda, luminosa, decentemente decorada y giraba
alrededor de un punto incontestable, que no era otro que la irrefutable realidad
de que estaban dentro de mi prisión. Y pasmados se toparon con la evidencia de
la falta de libertad, del hacinamiento, del se finí los paseos por el parque y
eso de salir al café de enfrente a ver gente pasar. Que por aquí no pasa nadie,
que aquí se acabaron el amagar, las medias tintas, los florituras, el rollo
diletante, que aquí se acabó el hacer una cosa como quien hace la otra o como
quien hace la contraria o como quien las hace todas a la vez, que aquí
no se puede hacer nada, salvo ser uno mismo…
Tremenda putada para uno de ellos… Pues tendréis claro que, si en
nuestro jueguecito de la jaula sólo se puede ser uno mismo, hay uno que no vale
para el juego, que a mí me da la risa, que el pobre da pena al lado de los
otros, que se quedan tan tranquilos siendo ellos mismos, rotundos y gloriosos, qué
duda tenéis, como si la cosa fuera tan difícil, y al momento sacan Al faro, Las olas, ahí queda eso, y sacan El viaje o De un castillo a
otro, y sacan la Autobiografía o Extinción, y sacan En las cimas de la desesperación o sus Cuadernos, o su Trópico de
Cáncer… y Xosé Luís, que hay que ver con qué gente lo he juntado, se
muestra respetuoso y decide no sacar nada, que estos tíos son palabras mayores,
y la comparación me puede dejar como simulacro averiado… y entonces entro en
acción, que para eso soy el cerebro en la sombra, y le engrandezco el gesto sacando
yo, intentándolo evitar él, su Elipsis e
outras sombras, que ahí queda eso, Xosé Luis, que mira que está
bien escrito, carajo… y el que habíais elegido vosotros, rotundo, pleno de sí
mismo, sincero y arcaico, telúrico, nos planta delante su Crimen y Castigo, su Muerte
de Virgilio, su Aleph, su Godot, su Metamorfosis por decir uno, su Amapola
y memoria, su Nausea, su Mientras agonizo, su Pedro Páramo, su Maquillaje, su Nada, sus Divinas palabras, su verdad, su esencia,
su porosidad, su infamia, qué libros, los que vosotros queráis… y todos callan.
Y va el que falta y piensa: tierra
trágame, que con éstos no cuelan mis “ejercicios de estilo” y le dicen: a
ver, tú, que tanto te gustó hacer como si esto o como si lo otro, superficial
do carallo, farsante, que no hay duda de que eras un dotado para la técnica,
como tantos otros, te aclaro yo, pero intenta barruntar algo que digamos de
verdad, no sucedáneo, no accesorio, no inmenso andamiaje endeble, no efectista,
no entrecomillado, no truco barato o truco más costoso, sino algo propiamente dicho, algo que acongoje, o que emocione, o
que enamore, o que desagrade, o que disipe, o que pasme, o que aburra, que hasta
para aburrir hay que valer… a ver, James, algo que nos ofrezca la posibilidad de
poderlo encasillar, aunque sea de refilón y haciéndote un favor, como objeto
artístico, ya no digamos como obra de arte, pero no el rollo ese de “hacer como
si fuera”, déjate de hacer como si fueras distintos géneros, distintos estilos,
distintos autores, que al final no eres
ninguno, que tampoco los dominas de verdad, que chirrías, que ni chicha ni
limoná, que escribir es otra cosa, James, que tus ejercicios los hicieron
otros antes, pero no se los dieron a la imprenta, que esas boutades quedaban en petit comité, a saber lo que habrá
parido nuestro Ramón María en su Valle-Inclán, por poner uno, lustros
antes que tú, y, después de reír a gusto la gracia con los suyos, pronosticar,
mesándose la blanca barba, que sí, que llegará un Anglosajón jetas que, subido
a la cresta de la ola de los tiempos que corren, que para eso mandan ellos, acabará
publicando uno de estos pasatiempos de disfraces y le reirán la
gracia en plan mayoritario y entonces a los demás se nos quedará cara de proletariado y al otro de gran empresario megatrust imperial… y
por qué me da a mí que si Ulises no fuera Anglosajón, si James
se llamara Jaime, la gracia no se la habría reído ni dios, que vaya libro insulso,
que vaya decepción de autor… pero dejémonos de raciocinios descabezados y volvamos
a la grillera, que, teniendo delante a Louis Ferdinand, a Thomas, a Virginia,
Henry, Franz, Xosé… nuestro James Joyce
por fin está haciendo algo en primera persona, por fin algo propio: se está cagando porlapatinbaixin…
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