Asunto agotador. Poneros a imaginar, si sois capaces, que para mí es
ciencia ficción, qué inhumanas sensaciones se pueden sentir y padecer
intentando lo imposible, lo quimérico… pongamos un ejemplo: un maratón y a
seguirle el ritmo a un etíope alado, ligero, elegante en su
trote voraz. Y rápido, muy rápido el individuo. Pero tan rápido que, según me
explican mis compañeiros, entrenando dos años y en buenas condiciones, no se
aguanta el ritmo del etíope ligero y elegante ni durante los 400 metros finales
del maratón de más de 42 kilómetros que se trae entre pecho y espalda el
milagro éste en forma de atleta. De esto que él viene pateándose el carrerón
métrico desde el comienzo o principio o salida, y nosotros saltamos a
la pista en esos 400 metros finales, esprintando como quien dice para salvar la
vida de un marejadón infernal que se desata a nuestra espalda, dándolo
todito para que nos entendamos, y va el etíope que, aparte de ligero y elegante,
es increíble lo que hace, y nos adelanta a lo mejor a los 100 metros de
iniciado nuestro sprint… esto es lo que me explican a mí, y os digo que es una
cosa que me deja estupefacto y me voy a youtube y busco a estrellas de esta
ralea y me prosterno, que es lo que debemos hacer en casos como éste…
Hay escritores que debieron intentar lo del atletismo y la cosa no se
les dio bien. Que se jodan, carajo. Y se quedaron con el gran complejo del ritmo
infernal de estos corredores ligeros e inalcanzables y milagrosos… Entonces
bosquejan su venganza de acomplejados… y se les da por esas otras carreras, no
imposibles como las del etíope, pero sí difíciles de seguir, ahora por escrito.
Y se equivocan, que a Gebresalassie, lo confirman los cronómetros
y el buen
gusto, además de ligero y elegante y sobrehumano y siempre sonriente,
no hay dios que le siga el ritmo, que es imposible… así, a las bravas, que es
como un marciano… sin embargo, inclusive al más acomplejado de estos escritores
sí que se le puede seguir el ritmo, aunque sea denso y atragantado, que hay
pastillas para eso. Y se puede hacer hasta cómodamente sentado en una butaca no
más que con mucha paciencia y ganas de ponerse a ello y un poco de caradura…
que no es lo mismo lo uno que lo otro, que no tiene nada que ver… que ya les
gustaría correr así de bien y bonito y rapidísimo a estos escritores…
Cosas distintas, pues, la una imposible y la otra no… pero cosas que,
siendo distintas, hasta ahí podíamos llegar, se asemejan en el subidón
final tras el mareante esfuerzo de leerse el tochazo incomprensible… no
digamos lo que debe ser correr el carrerón métrico – infernal a ritmo
de acabar la carrera vivo y en pie, en vez de tumbado en la ambulancia, que ahí
no te enteras de nada… Ése, el del carrerón, sí que debe ser un subidón de
verdad… algo como cogerse la bici, esprintar toda la subida del Mortirolo
o del Pan do Zarco y arriba, nada más llegar, aguantar la respiración
tres minutos como hacía, dicen, Miguelón y luego decirle unas palabras de
enamorado a vuestra chica mientras os da la sensación de que os estáis comiendo
una buen bocadillo de calamares y tomándoos una clara de cerveza bien fresca…
eso es escribir bien, y lo demás son coñas…
Pero volvamos al potro de tortura, que soy un
acomplejado al que no se le da bien el atletismo, ya me gustaría, y entonces me
desquito haciendo tonterías como leer libros a ritmo métrico de escritores que
tampoco pudieron destacar en la pista de tartán o campo a través y se desquitan
imprimiéndole un despendole incontrolable a sus páginas… Esto a veces no lo soporto,
y otras sí que me gusta…
Ya os he comentado que esta estupidez de la que hablo es como si un ladrillo
nos supiese, de tanto masticarlo y masticarlo y tras el consiguiente
agotamiento protésico que luego induce segregaciones químicas que acaban en nuestro
pobre cerebro de chorlito y que nos trastornan y dopan y alteran el entendimiento
de manera sorprendente con lo que resulta ahora que el dolor ya no nos duele
sino que nos gusta y entonces el ladrillo es como un sorbete de vainilla… cosa
que supone que, a fin de cuentas, el libro, que era un verdadero coñazo, nos
acabara gustando… aunque no siempre.
Darle entrada ahora a William Gaddis es como una putada que
le hacemos al tipo porque en el fondo su ritmo, que tiene fama de ser muy como
de corredor etíope, no es para tanto… Resulta que nos asustan mucho con un
discurso catastrofista nuclear y luego nos topamos con que Mr. Gaddis no es
Gebresalassie, aunque el libro que le sale es cosa seria y tremenda y acongojante
de verdad... Gótico carpintero, salvo por el título, que creo que bate el
record de lo que a mí me deja chafado y sin ganas ni de abrir el novelón, está
quetecagas de bien y cuesta abajo... Os explico antes de que se dé la salida: El
gachó escribe como con ganas de despistarnos y dejarnos atrás. Y te pones a
esprintar detrás de él. Pero la carrera se alarga. Y sigues esprintando, ahora
medio asfixiado que ya llevas un rato más largo del acostumbrado trotando por
encima de tus posibilidades. Y consigues que no te dé esquinazo… Y entonces la
cosa gusta más y más, que estamos corre que te corre pero sin perderlo de
vista, lo que nos da más moral y hasta nos crecemos y nos quedamos encantados
con nosotros mismos, pulsaciones, segundo aliento, pronador, Mizuno o Asics y demás
parafernalia de cuarentón estresado o víctima del fitness. Y entonces se acaba
la carrera… y también la novela. Ojo con este William Gaddis que la
cosa da así como respeto, que este tipo sabía lo que se hacía… tremendo el
pájaro, hay que ver cómo escribe.
La traca final que se merece una entrada de trescientas mil páginas,
mañana me pongo, es el fantasmagórico espectro de realidad que
rodea a Gótico carpintero. Entre el creacionismo, asunto
onanista sin igual, más las tropelías de los ¿civilizadísimos? occidentales en
pos del oro y demás minerales decantados a toneladas en África, qué escabechina
garimpeira, más las elecciones a senador, por ejemplo, en cualquier estado del
primer mundo, más los mass media y toda su bazofia de ¿información?, más otras
cosas así como de pareja en crisis pero tan bien contadas que te dejan
alucinado porque resultan más reales que las propias, más otras cosas que... a
ver, que resulta que William es una pasada como corre de
ligero y elegante y yo me pienso leer más ladrillos de él cuando acabe con el
profesional que me está recomponiendo la dentadura tras esta primera carrera.
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