También se merienda, que debía estar famento, a los endiosados
creadores de casas inhabitables pero encumbrados a la gloria absoluta del
arte con mayúsculas… de eso que Tom nos habla de toda la caterva de genios
de la arquitectura que han hecho en toda su carrera una sola casa
(inhabitable) y dos museos (estridentes, faraónicos, exagerados, así como muy
paletos o provincianos o de nuevo rico los edificios museísticos estos)
resultando de todo ello, y en resumidas cuentas, que TomWolfe nos cae bien,
estemos o no de acuerdo con su punto de vista, porque tiene gracia contando lo
que cuenta y dando la caña que da al canon de lo intocable, de lo
sagrado, de lo subido a los altares de la pintura y la arquitectura del siglo
XX.
Y hasta molesta a veces, que tampoco nos salvamos los snobs que
creemos que no lo somos… como tampoco se salva el mismísimo Le Corbusier,
visionario creador del subterfugio teórico cuya consecuencia básica y primaria
es que vivamos en casas, digo diseños, invivibles e inhabitables… que empezó el
Corbu con lo que empezó, y luego se le subieron a las barbas todos esos grandes
pedantes arquitectos hasta nuestros días, que a lo mejor los de la Bauhaus
eran genios, que tiene toda la pinta, que hay que ver las cosas y diseños y creaciones sin igual de estos
alucinados a salto de mata entre Weimar, Dessau, Berlín y Chicago…
pero en qué ha acabado el asunto es cuestión distinta y mucho más delicada… y
así, incapaz de parar con la motosierra, Tom Wolfe se despacha a gusto y a sus
anchas con todo lo que se mueve… hasta nuestro días…
Pero centrémonos, que me pierdo en aspavientos. Tom, hace bastantes años, escribió La palabra pintada (el arte moderno alcanza su punto de fuga) y ¿Quién teme al Bauhaus feroz? (el arquitecto como mandarín)... y vio las cosas relativas a la pintura y la arquitectura con bastante y divertido acierto. Predijo, ojo clínico, que sería
más importante la explicación teorizante del pedante artista de turno sobre su
obra, ya sea un cuadro o un edificio, que la obra misma, de cuya calidad dudaba bastante. Y mirando en su bola
de cristal nos avisó de que, en cuanto a la pintura, el formato museístico por el cual, al lado de un objeto
grande, que vendría a ser el cuadro, tenemos un objeto pequeño, que sería la
placa con los datos del mismo, a saber, autor, título, año y poco más, decíamos que predijo que este formato se cambiaría
por el inverso según el cual el objeto grande sería ahora la inmensa
sopa de letras o discurso estúpido empalagoso del artista/chorlito de turno
sobre lo que pretendía crear, todo esto en imberbe destilación de conspicuas
teorías como la del eterno retorno y el Gran Tres, aderezado el indigesto
conjunto con las habituales pedanterías intelectualoides que os podéis
imaginar, mejunje putrefacto con el que el chorlito/artista pretende disimular
la mediocridad y vulgaridad del Objeto Pequeño que estará al lado, y
que ahora no será la placa con los datos, sino la obrita pictórica mismamente…
lo dicho, ojo clínico el de Mr. Wolfe… que el editor, no
pudiéndose aguantar las ganas, nos ejemplifica de manera paradigmática con lo
que ocurre ahora con la gastrotontería, digo gastronomía, en
la que el descifrado, no digamos asimilación, de una carta de restaurante
cualquiera requiere un cociente intelectual en el comensal de cuatro cifras,
más un doctorado cum laude, prácticas en Berkeley, trescientas flexiones
diarias y una perfecta dicción en seis idiomas, aparte la lengua vernácula…
mientras que la ¿comida?...
De postre, para que tengáis la sensación de que os quiero vender la moto, resulta
que cuando en Anagrama se les dio por publicarlo al Míster, tenían un punto con
las portadas de sus libros que hay quien odia y hay quien admira… A Tom Wolfe
como que le van que ni…
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