Judith Schalansky |
Hace ya un par de años que me extravié en una especie de competición
de islas remotas y distantes, islas a las que no es necesario ir, hasta
ellas, para estar perdido, en ellas… juego estúpido de palabras
que realmente no lo es porque, aunque lo parezca, luego resulta que ya no está
tan claro una vez que nos vamos como centrando en nuestro pavor y al final pasa
que nos acaba dando un ataque de espanto cuando caemos en la puñetera cuenta de
que nos hemos perdido hasta en ellas…
Tengo atravesada desde hace ese mismo tiempo, dos años, la guía para
tarados, resumen políglota e incomprensible de la competición y del
juego de palabras, artilugio editorial al que llaman Atlas de bolsillo de las islas
remotas… islas en las que nunca se está, ni se estará, ni se ha estado…
Hay una tipa que le sacó una foto a cada uno de los mapas, a cada una
de las cartas que sitúan los dichosos puntos rocosos en medio de la inmensidad,
rodeados de distancia azul… lo mismo que en el globo terráqueo pero en dos
dimensiones… puntos en medio de la distancia que no son otra cosa topográfica
que esas 50 islas maremotas… luego, la misma tipa amplió las fotos de
las cartas para, a continuación, hacer un posado colectivo de todas juntas
colgadas en una estantería repleta de libros… y añadirle los derechos
de autor y no sé qué más ideas que habrá tenido la rapaza… no la entiendo.
Una de las versiones de verdad de la guía atlas de bolsillo se
editó hace unos treinta años en portada celeste, no amarilla, aquí, en
plan análisis detallado, obsesivo, cartográfico… las islas, en vez de
estar perdidas en una distancia horizontal y pelágica, estaban incrustadas en
ella, a machete, por la quilla, sumergidas en esa líquida distancia… pero
cerca, visibles desde la costa si uno sabe dónde colocarse y en qué dirección
mirar… hundidas… localizable el punto exacto desde el mismísimo patio
del colegio… cosa que tampoco entiendo.
A estas alturas el libro de Baña Heim, una pequeña joya, canta en solitario… y
cierra los ojos de noche porque se titula como se titula… para hacerse con él
hay que chapotear un par de largos, esquivar importantes temores y tragar un
poco de sal… luego se cogen los mapas del catálogo de las islas metálicas incrustadas
en la vertical dentro de la cosa líquida, se amplían, se ojean, y
se hace con ellos, con los mapas, un posado deliberado en alguna estantería de
casa… y se va uno de excursión por la costa y sin entender una palabra.
Otra versión de verdad de la guía atlas de bolsillo se editó,
también, hace unas décadas por estos lares: As
pallozas… de Mark Gimson, guía dedicada a
otras distancias, más sólidas, tectónicas, robustas, techo del mundo, Ferrín…
ya os he hablado del tema…
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