
Las
recomendaciones tienen, como mínimo, un problema: las
expectativas que crean en nosotros, las cuales, a su vez, también pueden tener un problema, o no, me diréis, que no es otro que la posibilidad de que sean
falsas. Nos encontramos, pues, con que nos han recomendado algo, que nos ha creado unas expectativas y que éstas pueden ser falsas. Ahora bien, las
falsas expectativas son juguetonas a más no poder. Porque yo me puedo crear la expectativa de que tal libro estará bien, y luego resultar que el libro esté mal, o, también, puede pasar que el libro esté mucho mejor de lo que yo esperaba, con lo que tampoco habrían acertado las… de ahí que lo de las
falsas expectativas sea como un camino tan enrevesado o sencillo, estúpido o válido, como nosotros queramos que sea. En este camino me acabo de topar con
Yo serví al rey de Inglaterra.

Hace años que me habían recomendado este libro de
Bohumil Hrabal. En concreto preclaro M., fuente a la que recurro en busca de
recomendaciones y sus accesorias
expectativas en mí. Y hace años que, queriendo leerlo, nunca lo había visto en las librerías ni se me había dado por comprarlo online. Pero el otro día me topé con una edición de Galaxia Gutenberg. Bonita, bonita. Y me lo serví. Como una botella del dichoso brebaje ése de
Viuda Clicquot, que antes de probarlo ya nos ha entrado por los ojos e involuntariamente saboreamos mentalmente sin tener pijotera idea del tema. Encima excitados. Bueno, cogí la botella y empecé a leerla. Lleno de expectativas. Y uno se dice que caray con el brebaje, qué pinta que tiene, y venga a agitar la botella aún cerrada en sus primeros capítulos, y dale un poco más, meu, que ya debería ir descorchando... y qué pasa aquí, que este producto se dice que es de lo mejor pero no da descorchado, le falta fuerza, o serán las expectativas que me tienen agarrotado, que uno se las hace y luego pueden no ser lo que uno tenía pensado… o será el
Bohumil que no acaba de soltar el tapón del cuello de la botella, tapón que lo tiene medio atragantado… Pero luego va y explota el brebaje, y lo hace como pocas veces he visto explotar una botella de champán con varios capítulos en checo.

Y así, al final, la cosa fue de traca, porque contando con que el libro sería bueno y contando con que me gustaría, contando, incluso, con que me gustaría mucho, el caso fue que me gustó
aún más. Y cuidado, que esta ciencia no es exacta, porque a mí me ha pasado que a lo mejor voy y digo, lleno de buenas intenciones, léete esto que te va a encantar, y van y me dan una patada en todas las pelotas, matiz éste que me deja, no sé no sé cómo me deja. Dolorido, será… y es que este tema del
pésimo efecto que a veces resulta de las
mejores intenciones es una cosa que me interesa mucho… Vale, lo que quieras, pero el libro, impresionante, de escándalo… Aunque caray qué susto al comienzo, durante ese
par de capítulos en los que la cosa empieza bien, sí, sin duda, pero tampoco acaba de descorchar, se queda como atorada, se nos queda el libro como con un tufillo
servil/picaresco que nos chafa la orgía que teníamos prevista. Porque mis expectativas y yo contábamos con una bacanal llena de piernas kilométricas y esos perfiles curvilíneos sinónimos de resbalones libidinosos... Y vuelvo al susto, que fue tremendo, que por un momento hasta pensé que el artilugio escrito se me desinflaba en las manos, allá va la orgía lectora… Pero eso es sólo una jugarreta de
Bohumil, intrépido y seguro de sí mismo. Y seguro de que luego, con el pasar de las páginas, nos recompensará, pues lo que se nos viene encima nos va a dejar
acongojados…
Y entonces, con la
máxima puntuación en la mano y el libro en la cabeza, hay que repartir los
favoritismos, que la máxima puntuación se me hace demasiado homogénea, y nosotros queremos dar la lata, que estamos embalados. Y dejadme seguir un rato, que os digo que los dos primeros capítulos, de los cinco en que está dividido el libro, quedarán como ese magnífico
entremés que, con un puntito de insípido, hace aún mejor la
delicia macanuda que viene a continuación. Porque los restantes tres capítulos del libro de
Hrabal, son antológicos de verdad. El último, hay que ver qué pasada, lo coge a uno dejándolo todo, señalando un
punto cualquiera en un
mapa cualquiera y preparándose para la partida con destino en ese punto cualquiera del mapa que tampoco nos importa si es el de los
grandes lagos, el de los
montes de la luna, o el que sea, con tal de que las
densidades de población sean
negativas, si es que esto es posible, que de no serlo nos llega con que sean iguales a
cero…
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