El otro día, en plan perezoso, se me dio por releer dos libritos señalados. De ellos, Sobre el teatro de marionetas, no me había dicho gran cosa cuando lo leí. Hace no mucho tiempo, un par de años a lo sumo. El otro, Ex captivitate salus, toma repulsión de título, toma inconveniencia de autor, sí me había gustado. De hecho, esta última, es la tercera vez que lo leo. Apenas cien paginitas. Porque sí, me gusta, pero con este libro me pasa que al poco tiempo de leerlo me entran ciertas dudas. Dudas que, por lo general, con otros libros y autores no me suelen venir. Y me pregunto si realmente me habrá gustado el librito escrito por el inconveniente personaje en tiempos de su encarcelamiento, allí por los años 1946 y siguientes. Y de ahí la relectura, no por querer volver a flipar con algo que me encanta. No, una relectura porque dudo de mí mismo… Y vuelvo a coger la edición fetiche de la editorial Porto, de Santiago de Compostela, y la traducción de su hija Ánima, y es que de este libro no me desprendo ni por un potosí, que me hace dudar y así está mejor…
El caso es que en uno de los ¿relatos? del librito, el titulado: Dos tumbas en Berlín, bonito, bonito, el escritor inconveniente, en aquel momento en prisión, se nos suelta con unas luminosas páginas sobre Enrique Von Kleist. De ahí que haya vuelto a coger Sobre el teatro de marionetas… Y cuidado. El micro experimento de 12 páginas, que no tiene más, está entreverado hasta el insomnio por un mensaje barbitúrico, visionario e inconmensurable. Publicado en 1810, Heinrich Von Kleist, apabullante protosuicida, hay que ver qué performance asesina la suya, ahí es nada, deposita ante nuestras narices un agujero perenne. O una esfera infinita cuya circunferencia se halla en todas partes y su centro en ninguna...
A ver, un artilugio de esos que nos encantan, que valen para todo y para nada. Mensaje especulativo y casi abstracto. Etéreo y genial que diría un fan del autor, o tramposo y pretencioso que diría un rival. Mensaje definido por dos palabras entrecomilladas, entre otras pocas, por el propio Enrique en su librito. Ojo con ellas, porque en 1810, meses antes de consumar sus mortíferas tendencias suicidas, Heinrich, ya ligerito de vida futura, digamos que etéreo y gaseoso también él, entrecomillaba estas dos palabrejas: afectación e ingrávidos. La primera para denostarla, bien hecho, sí señor. La segunda para elogiarla y ensalzarla. Von Kleist en 1810 vivía en la mente de esos que luego nos dieron impresionantes esferas infinitas, agujeros perennes: desde El arcoíris de gravedad hasta los minutos finales de Odisea en el espacio. Desde Eruption a Todesfuge… Volviendo a las marionetas, nos decía hace 201 años Von Kleist, y suya es la cursiva:
“¿Y qué ventaja ofrecería tal muñeco frente al bailarín vivo?
¿Ventaja? En primer lugar una ventaja negativa, dilectísimo amigo, a saber, que nunca mostraría afectación. Pues la afectación aparece, como sabe usted, cuando el alma (vix motrix) se localiza en algún otro punto que el centro de gravedad del movimiento. Pero siendo así que el titiritero, en nuestro caso, mediante el hilo o el alambre, no tendría absolutamente ningún otro punto a su disposición sino ése, entonces los restantes miembros serían lo que deben ser, puros péndulos muertos, y obedecerían meramente a la ley de la gravedad; un atributo envidiable, que buscaríamos en vano en la mayoría de nuestros bailarines…
…A mayor abundamiento, dijo, estos muñecos tienen la ventaja de ser ingrávidos. Nada saben de la inercia de la materia que es, entre todas las propiedades, la más perjudicial para la danza; pues la fuerza que los levanta por los aires es mayor que la que los encadena a tierra. ¿Qué no daría nuestra buena G… por pesar un buen par de arrobas menos, o, por que una fuerza de semejante magnitud viniese en su auxilio en los entrechats y piruetas? Los muñecos necesitan el suelo sólo para rozarlo, como los elfos, y para relanzar el ímpetu de los miembros por medio del obstáculo momentáneo; nosotros los necesitamos para descansar sobre él, y para recobrarnos de los esfuerzos de la danza; momento éste que obviamente no pertenece a la danza, y con el que no se puede hacer nada mejor que eliminarlo, si es posible.”
El agujero perenne éste, yo hace años que se lo aplico a los guitarristas. Hay qué ver que tíos más insoportables… ¿Se dan en cualquier otro instrumentista/intérprete tan altas dosis de afectación como en los guitarristas? Noooo. Un día de estos me voy a dedicar a hablar estrafalariamente sobre guitarristas bailarines llenos de afectación y sobre guitarristas marionetas llenos de ingravidez. Los primeros, habitualmente considerados como los buenos de verdad, llenos de virtudes musicales y demás elegías pseudo cultas, son unos afectados de la gran mierda. Insoportables. Los segundos, habitualmente desprestigiados como guitarritas coñazo de los que, con la justa, se aguantan tres canciones, son realmente eso: guitarristas de los que se aguantan tres canciones. Estoy de acuerdo. Pero tremendas tres. Tres que querremos escuchar siempre y para siempre. Y eso sí: ingrávidos, hemos de aclarar ahora. Se diferencian de los primeros en que de estos no se aguanta ni la primera canción, porque es afectada, teatral, hiperactuada y hasta juiciosa. Si ellos y su música fueran mujer, nunca les haríamos el amor. Por falta de vigor en nosotros, claro está. Porque nos hunden. Ni chicha ni limoná. La música de estos tíos guitarristas bailarines llenos de afectación es una música infollable. Y su culo, mantecoso. Por el contrario, esas a las que se ningunea diciendo que ni tres canciones, y de acuerdo, tres canciones, pero para siempre inmejorables, lo que tienen es un polvazo que no pueden con él… Pasemos del agujero perenne a la cutre realidad y extrapolemos: Vai es la personificación de los primeros: infollable. SRV de los segundos: carnosa, cachondona y viciosa. Tres kik..., digo canciones, sí, de acuerdo. Pero qué tres! Pinchad aquí, cerrad los ojos y decidme si no os llevaríais a esta tipa a la cama:
Pero cuidado, que lo anterior no os haga despistaros. Que las barbaridades en el comentario guitarrero quedan para otro día. Lo principal es Heinrich Von Kleist. ¿Cómo es posible que hace más de doscientos años ya estuviese instalado en las mentes de varios de nuestros favoritos? ¿Le dictó el libro a Pynchon? ¿Le sopló las ideas revolucionarias a Werner Von Braun? ¿Les insinuó el camino a StanleyK o a GeorgeL o al que hizo los Encuentros en fase?...
Y volviendo al comentario guitarril, ¿cómo pudo ver tan claro, hace 200 años, que Vai, aparte de afectado, si fuera mujer, sería infollable?
No hay comentarios:
Publicar un comentario