Los Cuatro Jinetes
Cuando la estaban forzando, una amiga mía se puso a contar y llegó
hasta quince mil. Verídico, insufrible. De uno en uno y sin atajos. Haced la
prueba, es un rato largo e interminable. Más aún en esa complicada situación.
Son horas y horas de arreones de hormigón.
Luego vino un juez que le dijo aquella cosa inaudita: que si en vez de
haberse puesto a contar, se hubiera defendido del energúmeno, otro gallo le
cantaría. Ella le dijo que su manera de defenderse del energúmeno aquél con los
pantalones por las rodillas, del tremendo salvaje con que se topó una amarga
noche de verano en que volvía de una fiesta, había sido ponerse a contar. Para
olvidar desde antes de sentir, señoría…
Al juez la aclaración le dio igual y absolvió al energúmeno, que
aquello había sido consentido, que no estaba nada claro que durante tantas
horas de tropelía ella no hubiera podido desasirse del chacal y que, con
semejantes dudas sobre la cuestión del consentimiento lúbrico, se veía obligado
a declararlo ciudadano ejemplar y que de rositas para su casa que es padre de
familia… que lo suyo no es hacer justicia sino aplicar las leyes que otros
promulgan, que entiéndame usted también a mí, señorita, y que venga venga que
estoy ocupado, le abro la puerta, mucho gusto, aquí me tiene para lo que quiera
y chao.
Poco después, cuando el secretario del juzgado le estaba leyendo el
fallo, intentándole explicar lo que de sustantivo había en todo aquel
esperpento gramatical, mi amiga, nada más empezar el otro con los fundamentos
de derecho, de nuevo se puso a contar de uno en uno y sin atajos. Llegó hasta
ciento y poco, momento en el cual el funcionario le hizo un gesto para que
firmase la notificación de la sentencia. Dio las gracias, echó el garabato que
le exigía este otro tipo sin igual y…
Salió del juzgado con una sensación de ventana tapiada, de tubo de
escape, de riñonada podrida. Hundida. Sin frenos. Temblando… Y con muchas ganas
de explicarle al juez de marras que ella había sido forzada con todas las de la
ley, que el desgraciado que la había abordado era un joputa y que lo mismo
pensaba de su señoría, con perdón. También del secretario, otro iluminado. En
realidad pensaba que todos los hombres eran unos indeseables y que esto no iba
a quedar así...
Entró en el piso. Sus padres la miraron y supieron y se avergonzaron y
decidieron ya está. Ella, a los pocos minutos, largó parte de lo que no había
contado hasta la fecha. Abrasada. En su relato las culpas se repartían a
diestro y siniestro. Los hombres y sus mujeres, el sistema, la ley, vosotros,
todos… ante lo cual ya no la dejó seguir el papá, que se van a enterar estos
tiiipos. Se refería al juez, al secretario y al energúmeno, tú sólo dime cómo
se llaman, también pensaba en sus mujeres e hijos... Ella le pidió ensañamiento
y desmembramiento o vivisección, como se diga la salvajada esa. E insistió
bastante en que, cuando estuvieran a destajo con el chollo, les dejaran bien
clarito a esos miserables que su manera de defenderse había sido ponerse a
contar. Para no sentir y olvidar desde antes de empezar. Y que si querían, que
probasen ellos a ver si la parida matemática les evitaba el atraganto y el
calentón
…aunque con papá y mamá lo que sí se calló fue que sangró mucho, y que
de principio a fin apenas pudo respirar, y que acabó magullada hasta la correa
de la distribución, como si le hubiese pasado por encima un campamento mongol,
aunque eso no es nada, que tanto como en el descampado, y luego en la cuneta,
la habían humillado en el juzgado, con toga, solemnidad y verborrea
decimonónica. En gerundio. Hay que joderse con el discursito gremial de esta
tropa… Y que ni siquiera la dejaron explicarse, que aquello más parecía una
guasa ceremonial…
Los de la policía secreta, juó qué risa, tipos de uno setenta y cinco
que visten de paisano y son todo tics cuando les toca comportarse como gente
normal, encontraron un chamizo abandonado. No estaba cerca del lugar en que
vivían los padres de la rapaza. Pero sospechaban de ellos por puros cojones,
porque les salía de donde les salía, quién, sino ellos, se la tendría jurada a
su señoría, que te lo digo yo, hazme caso, que no son trigo limpio… Dentro del
caseto había como restos del festín. Apestaba.
…Al juez lo cogieron cuando pretendía subirse al coche. Frente al
Juzgado. Iba solo y la cosa no tuvo nada. Pasa para dentro que te dejo tieso
aquí mismo, cabrón… que mi hija me ha contado unas cosas que no acabo de creer
posibles y me vas a tener que explicar, para empezar, y no te asustes angelito
mío, si sabes contar hasta quince mil…
Lo que encontraron los sesudos hombres de uno setenta y cinco en el
interior del primer cajón que abrieron una vez dentro del chamizo donde le
habían ensañado la tabla de multiplicar a su ilustrísima fueron varios dientes
y la oreja derecha de una persona. Hasta ahí, todo claro. Envueltos los restos
en papel periódico y dentro de una bolsa…
Días antes del descubrimiento policial, en el mismo galpón y siguiendo
las órdenes del papá encolerizado, el hombre de la toga ya había probado a
contar de uno en uno cuando le pegaron el primer machetazo en la mano. Así, de
sopetón, para desengrasar. Y se le interrumpió el afán numérico de tanto que le
dolieron los tres dedos que le cortaron de cuajo y que salieron disparados y
que luego cayeron al suelo donde se los tragó el lindo perrito de raza
peligrosísima que llevaba quince días sin probar bocado y que a duras penas pudo
distinguir su señoría de tanto que le entorpecían la visión las lágrimas y el
sofocón que fue como si me estallasen los oídos dentro de las muelas de una
batidora por lo que fue incapaz de percatarse de una cuestión importantísima y
es que una vez saboreados sus tres primeros dedos el perrazo famélico tan
peligroso se lo iba a comer enterito a su señoría en crudo y en canal mientras
el papá colérico puesto hasta arriba de farlopa lo cogía por la fecha de
nacimiento al juez cabrón y le espetaba eso de que venga ahora a contar de uno
en uno... como hizo mi hija. Flosh, flosh…
Y no se trabuque, por dios, excelencia, digo Señoría, que para una persona con
estudios como usted esto del acertijo algebraico será pan comido, lo mismo que
para Los Cuatro Jinetes, que ahí los veo llegar, fíjese bien, a lomos de sus
bestias de metal y válvulas y vatios y…
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