Empecé el libro famosísimo de Alexandr con la idea de que se me
iban a retorcer los tuétanos con las majaderías y sinsentidos
institucionalizados como norma jurídica de obligado acatamiento por uno
cualquiera de los totalitarismos tutiplén que campaban a sus anchas por Europa
adelante hace ya bastantes años…
De otros libros, algunos tremendos, sobre el asunto de que un preso se
ponga a redactar la cosa que está viviendo tengo clara una cuestión. Poco me
interesa el rollo, más bien aburrido, del día a día. Que leído uno, leídos casi
todos, que las prisiones y las salvajadas anexas son cosa similar en casi todos
los idiomas conocidos y, salvo que el autor sea un elegido, que los hay, que no
me canso de pensar en Louis Ferdinand, que cómo contaba este
pájaro el asunto carcelario, o Genet o…, pues que salvo las buenas
artes de algunos fenómenos de escritores bestiales puestos a contar el asunto, en
el resto de supuestos tenemos que, sin estos sobresaltos de estilo y puntos de
vista algo estrafalarios, la cosa pierde bastante…
Lo que sin embargo me entretiene hasta la ofuscación es el conjunto de
aberraciones e injusticias y atropellos y cosas totalmente imposibles de creer
que llevaron a algunos de estos encarcelados, víctimas del totalitarismo, a la
cárcel… desde el tamaño de la nariz, el cociente intelectual, una opinión, la
falta de la misma, el pogromo o la razzia, la revolución o la
contrarrevolución, la arbitrariedad o la contraarbitrariedad administrativa, y
un largo etcétera de filiaciones metakafkianas… que hasta había un
código penal europeo que, allí por los años cincuenta, tipificaba como grave
delito “expresar” ciertas opiniones, también “pensarlas” aunque no se
exteriorizasen, e inclusive, y esto es de cum laude, “tener la apariencia” de
que se pudiera llegar, en el futuro, a pensar o expresar esas ideas que se
pretendía evitar por parte del poder... lo cual es una auténtica virguería de
profilaxis totalitario – administrativa.
El caso es que Alexandr, en vez de abrumarnos con
los impensables y escandalosos motivos por los cuales se acababa en la trena, o
asustarnos con las desproporcionadas penas de decenas de años de prisión que le
caían a cualquier viandante, cuestiones que habrá gente a la que le trae sin
cuidado pero que a mí me entretienen, nos cuenta en estilo más bien plano
aséptico un aburrido día en la vida del preso Iván. Y nada de los
motivos, si es que los había, y demás tropelía que lo llevaron al calabozo…
Entonces, vale que hay frío, cierto hacinamiento, algo de picaresca y
compañerismo, trabajos forzados, rancho exiguo y…, pero, en el fondo, nada
nuevo para quien está metido en chirona. No digamos si lo comparamos con
ciertos relatos del Lager que ponen los pelos de punta, comparado con los cuales lo
de
Iván Denísovich está más cerca de parecer un campamento de verano… y estoy seguro de que no lo era, con lo que no
sé qué pasa con el libro éste que se nos queda como fofo y hasta ridículo… por
no pensar lo que deben ser estas cárceles de Centroamérica recontra masificadas… y es que tomando como
punto de referencia el día en la vida de Iván que nos
cuenta el autor, exagerando un poco se le podría decir al susodicho Iván que no
se queje, carajo… cosa que, quejarse, hemos de reconocer que tampoco lo hace,
con lo que volvemos a lo de que el libro éste es que no lo entendemos del todo,
aparte de que es aburrido, y plano… y bastante bluff… y me creo que para algunos
pueda ser una exaltación del ¿humanitarismo? imperante en el Gulag y
para otros una ¿inteligente y mordaz? crítica del mismo Gulag, que de todo se
puede argumentar con un libro que supuestamente habla de una cosa sin
mencionarla… valoraciones éstas que no impiden que, para unos y otros y al
margen de apestosos trasfondos de condicionamiento político que obran el milagro de que nos guste lo que no nos gusta, la novela sea aburrida
–
fofa hasta cogerle inquina al tobaris Alexandr…
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