viernes, 13 de julio de 2012

Un día en la vida de... ¿cualquiera?

Empecé el libro famosísimo de Alexandr con la idea de que se me iban a retorcer los tuétanos con las majaderías y sinsentidos institucionalizados como norma jurídica de obligado acatamiento por uno cualquiera de los totalitarismos tutiplén que campaban a sus anchas por Europa adelante hace ya bastantes años…

De otros libros, algunos tremendos, sobre el asunto de que un preso se ponga a redactar la cosa que está viviendo tengo clara una cuestión. Poco me interesa el rollo, más bien aburrido, del día a día. Que leído uno, leídos casi todos, que las prisiones y las salvajadas anexas son cosa similar en casi todos los idiomas conocidos y, salvo que el autor sea un elegido, que los hay, que no me canso de pensar en Louis Ferdinand, que cómo contaba este pájaro el asunto carcelario, o Genet o…, pues que salvo las buenas artes de algunos fenómenos de escritores bestiales puestos a contar el asunto, en el resto de supuestos tenemos que, sin estos sobresaltos de estilo y puntos de vista algo estrafalarios, la cosa pierde bastante…

Lo que sin embargo me entretiene hasta la ofuscación es el conjunto de aberraciones e injusticias y atropellos y cosas totalmente imposibles de creer que llevaron a algunos de estos encarcelados, víctimas del totalitarismo, a la cárcel… desde el tamaño de la nariz, el cociente intelectual, una opinión, la falta de la misma, el pogromo o la razzia, la revolución o la contrarrevolución, la arbitrariedad o la contraarbitrariedad administrativa, y un largo etcétera de filiaciones metakafkianas que hasta había un código penal europeo que, allí por los años cincuenta, tipificaba como grave delito “expresar” ciertas opiniones, también “pensarlas” aunque no se exteriorizasen, e inclusive, y esto es de cum laude, “tener la apariencia” de que se pudiera llegar, en el futuro, a pensar o expresar esas ideas que se pretendía evitar por parte del poder... lo cual es una auténtica virguería de profilaxis totalitario – administrativa.

El caso es que Alexandr, en vez de abrumarnos con los impensables y escandalosos motivos por los cuales se acababa en la trena, o asustarnos con las desproporcionadas penas de decenas de años de prisión que le caían a cualquier viandante, cuestiones que habrá gente a la que le trae sin cuidado pero que a mí me entretienen, nos cuenta en estilo más bien plano aséptico un aburrido día en la vida del preso Iván. Y nada de los motivos, si es que los había, y demás tropelía que lo llevaron al calabozo… Entonces, vale que hay frío, cierto hacinamiento, algo de picaresca y compañerismo, trabajos forzados, rancho exiguo y…, pero, en el fondo, nada nuevo para quien está metido en chirona. No digamos si lo comparamos con ciertos relatos del Lager que ponen los pelos de punta, comparado con los cuales lo de Iván Denísovich está más cerca de parecer un campamento de verano…  y estoy seguro de que no lo era, con lo que no sé qué pasa con el libro éste que se nos queda como fofo y hasta ridículo… por no pensar lo que deben ser estas cárceles de Centroamérica  recontra masificadas… y es que tomando como punto de referencia el día en la vida de Iván que nos cuenta el autor, exagerando un poco se le podría decir al susodicho Iván que no se queje, carajo… cosa que, quejarse, hemos de reconocer que tampoco lo hace, con lo que volvemos a lo de que el libro éste es que no lo entendemos del todo, aparte de que es aburrido, y plano… y bastante bluff… y me creo que para algunos pueda ser una exaltación del ¿humanitarismo? imperante en el Gulag y para otros una ¿inteligente y mordaz? crítica del mismo Gulag, que de todo se puede argumentar con un libro que supuestamente habla de una cosa sin mencionarla… valoraciones éstas que no impiden que, para unos y otros y al margen de apestosos trasfondos de condicionamiento político que obran el milagro de que nos guste lo que no nos gusta, la novela sea aburrida – fofa hasta cogerle inquina al tobaris Alexandr…

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