viernes, 22 de abril de 2011

Ampliación del campo de batalla



Título de novela memorable. Eso resulta indiscutible. A no ser que seamos de los que discutimos por discutir, en cuyo caso: vaya mierda de título, y vaya petardo de escritor, y vaya misógino, y vaya pedante, y vaya segregacionista, y has leído lo que dice de según qué religiones, y del establishment, y vaya plagiador… Cuidado con lo de plagiador. Pero cómo que cuidado. Pues claro, que una cosa es ser influenciable, que lo somos todos, y otra muy distinta un copión sin ninguna creatividad… Ya estamos, ya lo estás defendiendo, pero cómo defendiendo… Os lo he dicho en otra entrega, uno lee Las partículas elementales, por momentos espectacular libro, bravo Houellebecq, e intuye que Michel el atroz hincó articulaciones ante el vasto empedrado DFW, y que luego decidió ponerse a escribir. Qué tiene eso de malo, dejad tranquilo al chaval. Encima mirad que gatitos tan llamativos veía Michel cuando se ponía a escribir y pensaba en los techos de la ciudad…

Pero es que no es la primera vez que el chaval nos la juega. A ver, sí, su irrupción comercial total, sí, el bombazo: Ampliación del campo de batalla. Parece que se repite la historia. Será de lágrima fácil el gabacho, padecerá de una irreprimible tendencia a la admiración, eso es sano, a emocionarse con lo ajeno, será mitómano, será permeable a la influencia de los demás, quién no, será, será… Otra vez hincando rodillas, qué coño hincando, arrastrándose, reptando. Michel H, a comienzos de los noventa, no conocía a DFW, pero deduzco que sí conocía a Bret Easton Ellis. Y alucinaba con Menos que cero. Eso, por lo menos, es lo que me parece a mí, leídas ambas novelas. Pero Bret andaba con el librito publicado en 1985, y en 1986 ya era una personalidad. Nunca es tarde si la dicha es buena, se dice Michel, y, con su librito publicado en 1994, en 1995 era otra personalidad. Y que más nos da a nosotros. El caso es que Michel, denostado y admirado con fruición, será que su vanidad máxima sería que le dijeran el Louis Ferdinand de su tiempo, para eso falta muchichíiiiiisimo amigo Michel, no nos pasemos, que por ese camino pierdes la gracia que tienes… pero volvamos al caso que es que Michel escribe bien, opina a la contra, con tres pases y un centro, a veces hasta sin argumentar, entiendo que con el único afán de chirriar, o es que no aguanta más la mierda del conglomerado imperante y estalla sin remedio, y ensucia, y se enroca, y es imprudente, y es vanidosillo de más.

Otras veces opina con más razón, y mezcla sus razones con una manera de decirlas que es inevitable el acople, el unísono, el sentir un regustillo de fondo de lo más agradable, y el volver a leerlas, y el decir menos mal que alguien habla como es debido, y el pensar que muy bien dicho Michel, pero que nadie se entere que estoy de acuerdo contigo, serás misógino y reaccionario y nihilista y segregacionista y antisistema y antiantisistema… oye, que yo no soy como tú, que quede claro, que yo no odio ni la tolerancia ni la diversidad ni el mestizaje ni a las feminazis ni a los políticos ni el emporio empresarial ni todo eso por lo que tú te cagas encima, por lo menos yo no odio todo eso en público... Aunque hay días que al leerte uno se dice, caray qué razón llevas… pero yo no soy así, que quede claro, pero caray cómo escribes, y caray qué verdades como puñasterios que dices. Digamos que en la intimidad estaré de acuerdo contigo, Michel mon amie... pero no me pidas que te defienda en público. No porque rechace significarme ante los demás, todo lo contrario, sino porque, importándome tanto los demás y sus seborreicas opiniones, sería una imprudencia por mi parte identificarme contigo. Cualquier cosa menos que alguien piense que soy como tú, o, peor aún, que pienso lo que tú… oye, no te ofendas, que razón llevas toda la del mundo, pero a ver si me entiendes, podré reconocértelo en privado, pero en público te daré la espalda, nada más natural, a ver si van a pensar que pienso lo que pienso… no, por dios.






















miércoles, 20 de abril de 2011

Mamotretos Siglo XXI (V.)



Tracemos la línea que va desde A) leer placenteramente en la sala de casa, a B) irse de viaje a, no sé, Praga, Venecia, Gante. Dicha línea A - B podría ser el radio de una circunferencia. Dibujémosla. Dicha circunferencia, al igual que la que podríamos trazar con otro radio, por ejemplo: el que va de A) mañana lo hago, a B) un gélido chapuzón en el mar, abarcará y contendrá en su interior un sinfín de anhelos, expectativas y frustraciones. Será todo lo grande o pequeña que queramos, todo lo estética o desagradable que pretendamos. Pero, sobre todo, será todo lo concreta o abstracta que nos dé la gana. Y dependiendo de ello, de las características de la circunferencia, de su tendencia a lo concreto o a lo virtual, serán también nuestros desvelos, alegrías o preferencias de una manera o de la otra. Para que luego vayamos echando las culpas por ahí, a todos y a todo, pero nunca a nosotros mismos.

Seguimos instalados en la desmesura. Cachalote 518. Una vida de extremos estos Iñakis, digo Yankis. Nada más nacer, a Thomas P, para ver si se comía algo en eso de las letras, no se le ocurre mejor cosa que estrenarse con semejantes extensiones: 518 paginazas. Año 1963, y Pynchon ya tenía entre ceja y ceja el siglo siguiente. Qué adelanto horario. ¿Librajo incomprensible? pues sí. ¿Estilo escabroso y abrupto? pues también. ¿Temática gaseosa y huidiza? Qué duda tenéis. ¿Desmesura métrica? eso ya ni se pregunta ¿Enormidad esteparia o detallismo tropical? Eso tampoco deberíais preguntarlo, carajo, que la duda ofende. ¿Piedra, papel o tijera?… En resumen, cada loco con su tema, pero Thomas Pynchon, espectacular. Que uno se estrene, a ver qué pasa, con tal zarpazo: V., así de radicalmente, está pero que muy bien. Para qué el cuento afectado y virtuoso, para qué el cuento sobrio, para qué el novelón generacional, para qué la crítica político/social, para qué el bruñido biográfico, de todo eso hay de sobra. De esto otro, mucho menos.

Volvamos al comienzo y vayamos de viaje a Praga, Venecia o Gante: Elijo la que esté más lejos. Elijo tardar lo máximo en llegar, lo máximo que me sea posible. Elijo que una vez llegado, la ciudad, realmente, me trae sin cuidado. Elijo más ruta, y, si no me decido pronto, me pongo nervioso. Elijo que detesto eso de que lo mejor en un camino es la gente que vas conociendo. Elijo que a mí me molestan estas gentes que te vas encontrando, los odio: buen camino, te dicen al pasar; tu padre, anormal, les contestas. Elijo que lo mejor de un camino es que sea largo y que no haya gente.

Leída la primeriza V., decido agenciarme dentro de poco la desmesura total: El arco iris de la gravedad. Cachalote mil y pico… Es posible que Pynchon haya descubierto uno de los caminos más largos y menos transitados que pueda alguien imaginar. ¿Para dormirse? Pues posiblemente. ¿Como James Benning, pero por escrito? Pues…

http://www.youtube.com/watch?v=XK-ZqWZukz4

sábado, 9 de abril de 2011

Cóctel sociedad





El niño llegó a casa, entró en su habitación y recordó los insultos de la última semana, recordó también los de todo el año, los de clase y los del patio, los del barrio y también los que a menudo tiene que oír en su propia casa. Los que le espeta, cuando se cruzan, el hijputa de Rubén. Él y todos los demás, ellas las peores, locas por Rubén, se le ofrecen repitiendo sus gracias a coro, machacando a quien sea, torciendo el gesto, falsas, zorras, a ver si el prota se deja querer, se enternece viendo el gregarismo de su harén de pacotilla, y deja caer una miradita por aquí, o, si está muy generoso, una metedura de mano por allá, a la salida de clase, sobón a más no poder en el tuya mía volviendo a casa. A cualquiera de ellas, fáciles, estúpidas, las desprecia de sobremanera, casi en el mismo instante en que le ensucian la manaza con su ilusión. Ni que las estuviese bautizando. En su cuarto, ya solo, repasa escarceos, repasa también la mano, la acerca a la nariz, apestan estas tías, y tarda unas horas en lavarse la mano, más bien los dedos, con que impartió su sacramento. Son las cosas de Rubén. Después, al rato, aún las desprecia más, las llama tías, aunque sabe que son niñas. Es su manera de hablar y ningunear. Encima querrán que mañana quedemos.


Pasados diez minutos aún no había soltado los libros, ni se había sentado, ni había preguntado qué hay de comer, ni había saludado. Estaba con los insultos, bien metidos en la cabeza. De esto que quieres parar pero no puedes, no hay manera. Y parece que sí, pero es que no, y vuelve el agobio. Y otra vez lo mismo. Tan metidos dentro que eres incapaz de fantasear represalias, reacciones, un os vais a enterar cabrones, un ajuste de cuentas fantástico. A Rubén, un buen empalamiento, y a ellas, una buena mutilación. Pero resulta imposible. Por supuesto que no lo hará nunca, eso sólo pasa en los telediarios. Pero es que tampoco se lo imagina, no le sale. Y esto ya es más triste. Alguien así se merece lo que le pasa. Bueno, no sé si se lo merece, pero lo va pidiendo a gritos. Más aún si está en el colegio. Es que no puede ser. Si vivimos en sociedad, lema intocable, vivimos en sociedad. Y en sociedad las cosas son como son, no como nos cuentan que son, o como nos gustaría que fueran. Y si yo no ocupo, me ocupan, si yo no como, me comen, y si no grito, me gritan. Y si el niño, puteado hasta el aburrimiento en clase y en casa, es incapaz, ya no de dar un grito o una bofetada, sino que, ni siquiera, es capaz de fantasear con su venganza, con un acto justiciante y salvador, imaginarlo mil veces repetido, verse victorioso, ahora metiendo mano él, pues qué queréis que os diga, el niño tiene lo que, en sociedad, se merece.


A lo mejor no es capaz de planear su venganza, ya no te digo llevarla a cabo, eso lo descartamos, pero por lo menos imaginarla, cebarse mentalmente con ellos mientras pasa horas desvelado en cama, porque, cuando el agobio alcanza su máximo, y ya por pura subsistencia uno debería poder protegerse con semejantes fantasías, siempre le atropellan unas ganas irresistibles de ir al baño, un dolor de barriga inexcusable, unos retortijones aterradores, dolores y estrecheces que le hacen pensar que se muere, mientras se mea y se caga. También suda, y da pena, todo ello compulsivamente, de nuevo con el coro de improperios en la cabeza y, ahora, también en el estómago. Otra vez Rubén, metiendo mano aquí y allá, mirando despreciativo, y ellas dejándose, todas alteradas, todas locas, como haciendo cola, y todos vacilándolo. Y se los imagina sentados en la parte de atrás de un coche, y a ellas se les ven los muslos, ligeros, suaves, anunciando su secreto. Y ve que cierran sus ojos chispeantes, y se dejan hacer, y esto y lo otro. Rubén no, nunca los cierra. Rubén, bien abiertos los ojos, lo que hace con su mirada es despreciar. A ellas y también a él. Esto, sentado en el baño, le da para media hora, interminable, maratón de lo más angustioso. Descompuesto y muerto de miedo. Lo único que al final ocupa sus pensamientos es eso, que se muere. Y mientras, posa la mirada perdida en los libros que ha tirado en el suelo al entrar, lleno de prisas, en el baño. Y ve a Rubén, vacilándolo y jugando bajo las falditas de sus compañeras. Y piensa que nunca sabrá qué es eso del asiento del coche, y que nunca husmeará en su mano algo distinto, algo que no sea su mierda de cagado.


Qué te pasa, hijo, abre la puerta, llevas media hora ahí metido. La comida está en la mesa hace diez minutos. Está casi fría… No has oído que te hemos llamado. Como se tenga que levantar tu padre vemos a tener fiesta. No te llegó con lo del otro día. Me tienes harta… Vas a empezar con lo de siempre. Cuándo te vas a hacer un hombre. Ya tienes trece años. Siempre lo mismo, que si se ríen, que si se meten contigo, mami no quiero ir al cole, mami esto y mami lo otro. Espabila, te lo hemos dicho cien veces, y tú, mami esto y mami lo otro, das pena. De cada cuatro días, tres vienes, o llorando, y das el espectáculo de nenaza, o llegas y te metes en el baño a rumiar. Así no vas a llegar a nada en la vida. Tú te ves. Tu padre, a tu edad, al Rubén ése ya le habría cerrado su bocaza a tortazos. Me acuerdo cuando éramos novios, va uno y no sé qué me dijo por la calle, alguna bastada, qué has dicho, comemierda, le soltó tú padre. Y antes de que contestase el atontado, ya lo había tumbado de la leche que le soltó… No sé a quién has salido. Tan distinto a tu padre, a tu hermano… te doy diez segundos, diez, nueve, si no sales va a ser peor, ocho, siete… Me has escuchado. Abre la puerta, te he dicho. Ya está, ahí viene tu padre...


Qué le pasa al niñato, al mocoso, está con lo de siempre, es que no se puede comer tranquilo en esta puta casa, me tenéis hasta los C…. Déjame a mí, ya verás cómo lo saco del baño, aunque sea a O… me cago en D… Tú, me has oído, que salgas ahora mismo… das vergüenza, te falta dejarte coleta y llevar compresa, mariconazo. Si esto ya lo veía yo venir desde que tenías cinco años, mira que se lo he dicho veces a tu madre, un cagado, un afeminado, un mocoso de mierda, es que no me extraña que en el colegio te caigan por todos lados, tienes lo que te mereces. Aunque lo del cole es una broma comparado con lo que vas a llevar ahora, que me abras te he dicho. Y que pares de llorar, que aún va a ser peor… qué pensabas, que no iba a poder con la puerta, por el forro me paso yo la puerta, ahí la tienes hecha trizas por tu P… culpa imbécil, encima era nueva, ya ves, por tus cagaletas. Pero qué es esto, a qué huele aquí, pero a ti qué O… te pasa, me cago en tus muertos, tú ves cómo has puesto el baño, pasa ahora a limpiar esto, o te lo pongo en el plato y lo estás comiendo toda la semana, me cago en D… toma una O…, y otra, a dónde vas, maricón, y otra, que me vas a vacilar tu a mí, mocoso de la gran mierda… toma esta O… y para de llorar, que ni las niñas, y toma, coño, a ver si aprendes… y que no me mires así, marica, que a mí me vas a vacilar tú, te creerás que soy una de esas putas que se te mean encima en clase, a esas zorras me las F... yo con la punta de la P... Toma, O... Me cago en todo... Y tú, ahi lo tienes, mira a tu hijo, qué, no te avisé mil veces, que es un inutil, un mierda... si aún se hace pis en la cama, joder, que no vale para nada. Míralo todo cagado, mira para ahí, mira cómo está el baño, lleno de mierda y vómito... Y a dónde se va éste ahora, ni se te ocurra meterte en tu habitación con esa pinta, lleno de porquería, a dónde vas, ven aquí, no me calientes que va a ser peor, me cago en D..., no te han llegado las O... que has llevado. Que vengas aquí te he dicho...


Ahora seguimos con una ínfima muestra del inigualable desasosiego Gottfried Helnwein:










jueves, 7 de abril de 2011

Mil octavas



Hace unos años, de manera hasta grosera, se puso de moda la estupidez aquella del compañero de pupitre del famoso, babosada entonces protagonizada por el político/ triunfador/ presidente y el empresario/ triunfador/ superconsejerodelegado. Míralos qué chusquiños juntos de pantalón corto. Y venga no sé cuántos idiotas ensoñándose con el colegio aquel, con el ambiente aquel, los ojos chiribitas y qué maravilla ver a los ¿elegidos? ya en su más tierna infancia compartiendo canchas, cuadernos y genuflexiones. Cuando me topaba con aquella estampa, el Presi y el Dire, y sus estúpidos aduladores, siempre me acordaba de la esperpéntica pareja de compañeros de pupitre, a ver quién la supera, la obscena, extravagante e incomprensible dupla del genio pensante altruista y el guía dictador infame. También en pantalón corto, en su Austria natal, compartiendo cuadernos, maquinaciones y locuras. Buff. Y siempre pensaba que si estos dos, el altruista y el loco infame, hubieran coincidido en el patio con aquellos dos, los babosos, éstos, nuestros babosos, habrían llevado pañales hasta la mayoría de edad, pues, de sólo pensar en el patio del cole, se habrían hecho, sí o sí, pipí.


Y entonces a uno le viene a la cabeza la otra pareja, la de verdad, bofetadas por ir con ellos a clase, o, más bien, por faltar a ella. FrankZ, incalificable Electric DonQ. y Don Vliet compartían sinsentidos en el cole. Y el uno, además de muchas otras cosas que no sabemos, se quedaba absorto ante la caja registradora que Don Van Vliet tenía en la jarjanta. Un milagro de la naturaleza, mil octavas en la jorxa. Intentad calcular cuántos pianos, uno detrás de otro, le caben dentro. Qué digestiones, por favor. Y unido al milagro de garganta, encima bien afinada, a la locura del personaje, a la perturbadora mirada de jamao, al estudio de grabación, a los discos y actuaciones, lo que también tenemos es la certeza de que esta pareja, sin intención alguna, habría obligado a nuestros dos babosotes a llevar pañal (por el pipí de antes) y mandilón (por la baba que ahora cuelga de sus boquitas mal cerradas) hasta los veinte.

Veamos al Capitán Don Van Vliet en memorable actuación...


Jou, jou, jou, Jai, jai, jai... dijo el Capitán. Como los acerrimos de Captain Beefheart sólo toleran su periplo con la Magic Band, cargando las tintas contra los músicos de estudio que lo acompañan arriba, ahí va otra delicia de Don Van Vliet, ahora con His Magic Band. Para esta actuación Don se tragó unos cuantos pianos más que para la anterior: Jou, jou, jou, Tush, Tush...

lunes, 4 de abril de 2011

Extinción. Un desmoronamiento


Con semejante título: Extinción. Un desmoronamiento, ahí es nada, quien piense que el librito es de Thomas Bernhard acierta. Herr Thomas, predecible y repetitivo, es realmente espectacular. Hay que ver lo de este austriaco atroz. Fuera de serie. Entremos en su cabeza: Mirad cómo escribo, os gusta, eh?; atended a lo que digo, caramba qué cosas, eh? Y mira que soy repetitivo, y arisco, y no sé lo que es un punto y aparte, y cómo exagero, y se me escapan ideas deformes, y siempre lo mismo, y me meto con todos, bueno, con todos no, siempre con los mismos, pero es que se lo merecen, estaré obsesionado, posiblemente, pos fale, qué queréis que os diga. Pues eso.

Las maneras y manías del trallazo Bernhard me tienen hipnotizado. Y este ejemplar, su último exabrupto, su última inconveniencia, su última incontinencia, de librito, nada, que el sujeto se nos descolgó con un cachalote de 482 páginas, cosa rara en él, un muro, una tapia ruda, sin un sólo diálogo, o punto y aparte, o filigrana, o similar figura que suavizase el réquiem flamígero, el arrase de convenciones con que nuestro amigo se despacha cada vez que coge la pluma. Aclararos que esta vez la pluma la cogió con las dos manos, como de costumbre, pero con mayor fuerza aún, si cabe. Como otros hacen con la azada, el sacho, y venga a escarbar hasta la médula. Y siempre son los mismos los que pandan cuando nuestro fenómeno se pone a ello. Su país, qué manía, qué desarreglo, y sus conservadores y progres, todos la misma mugre, y sus dirigentes, y la educación, y la religión allí imperante, no lo soporta más Herr Thomas. Pero esta vez, sobre todo, la trompada, el disloque o dislate, según se vea, se lo llevan papá, mamá y sus hermanos, qué desfase, ay la family, qué estropicio, Thomas, qué te hicimos, hijo? Cálmate. No puedes.

Ante el cachalote 482, glorioso, qué pérdida la tuya, Herr, se me vinieron a las meninges los experimentos pedagógicos a los que se somete a alumnos, en tiernas edades, y con no sé qué finalidades.

Se dice por muchos, en contra de lo que dicen aún muchos más, y en alusión al manido tema de adquirir o no el hábito de la lectura desde la infancia, que, a un chaval de doce años, mejor que darle a leer El Quijote, para que, posiblemente, le coja ojeriza al susodicho novelón, y tirria a cualquier género literario, sería mejor ponerle en las manos literatura infantil, comics, etc. Si de lo que se trata es de alentar y hacer atractivo dicho hábito (conveniencia ésta más que discutible vista la cutresociedad utilitario-materialista en que pacemos, y la frustración que dicho hábito puede acarrear a más de uno, potencial desertor de la dirección única imperante, trompazo vital casi asegurado, o no) parece mejor encaminada la segunda opción. Ni que decir que a la lectura, entre otras muchas opciones, uno se puede acercar para pasar el rato, para aprender, para dogmatizar, para justificarse, para mejorar o para empeorar, para redundar y recalcitrar, para enriquecerse o para empobrecerse, para todo o para nada. Cabe en ella tanta mierda como mierda tengamos en la cabeza, y tantas buenas o malas intenciones como las que a nosotros nos puedan guiar. La idealización habitual de que mediante ella mejoraremos, creceremos, descabalgaremos algo de nuestro imperante egocentrismo, relativizaremos dogmas y convenciones, adquiriremos cierto espíritu crítico, y demás blablabla, me da la sensación de que como regla no pasa por ser muy fiable. Debería valer para crecer o mejorar, pero no sé, no sé…

El asunto de marras, la conveniencia del trillado hábito, proyectado de la manera exagerada o caricaturesca que tanto nos gusta sobre el futuro cercano del chaval elegido, y ello lleno de connotaciones y matices, oscilaría, en cuanto a sus extremos, entre quien a los veinte años, sin haber abierto un libro en su vida, rezuma plenitud, vitalidad y felicidad por los cuatro costados, y aquel otro que, encerrado en miles de páginas a lo largo de años, es un ignorante integral, o un dogmático arcaizante, o un iluminado que cae en la cuenta, con toda razón, de que las cosas y asuntos, tal y como se los presenta en nuestra sociedad, son una gran tomadura de pelo, y decide pasar a la acción a través de uno cualquiera de los medios a su alcance, desde el discurso hasta la bomba… Entre ambos extremos, bonitas caricaturas, habrá de todo, sin duda, pero…

Pero es que lo del Quijote a los doce años, que siempre me pareció una verdadera animalada, me acuerdo cuando lo cogí en las manos, 8º de EGB, qué coñazo, qué tochazo, qué manera de desilusionar y de asustar al personal, decía que lo del ladrillazo a tempranas edades, en principio anatema total, podría tener sus matices. Esto es como cuando con nueve años uno se topa de repente en la tele con el superguitarrista de turno, o con otro menos bueno pero más fashion/teatral, haciendo sus malabarismos inexplicables, prendiéndole fuego a todo lo que encuentra a su paso, y electrocutando a todo quisque on stage. Unos ni fu ni fa, otros asustados de por vida, pero alguno se quedará extasiado, sin saber porqué. Y éste les pedirá una de esas herramientas eléctricas a los Reyes. Y luego van y se la traen. Y luego la enchufa, uff, y luego los botoncitos al diez, reuff, y luego todo lo demás…

Con Extinción. Un desmoronamiento yo me saltaría la normita ésta. Toma, chaval, léete esto. Tú tranquilo, que no entiendes nada, no pasa nada, ya entenderás. Más de uno verá la luz, me refiero a los doceañeros. A lo mejor hasta le prende fuego a lo que encuentra a su paso por el pasillo de casa. O electrocuta a los padres, que sólo pensaran en contratar al abogado que les meterá el pleito a los herederos de Herr Thomas por seguir reeditando semejante librito lleno de ideas deformes sobre la familia. Lo del incendio o la electrocución es broma, tranquilos, pero el chaval, sanísimo del todo, a los quince años, de acampada todo el verano, lejos, lejos de casa, por lo menos llámanos, llorará la mamá, y a los dieciocho, veinte años como mucho, viviendo por su cuenta. Los progenitores en litigio, esperando fecha para la vista.
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