lunes, 21 de marzo de 2016

Mircea Cartarescu/El Levante

Camino con los ojos cerrados, esquivo batallones de vejigas voladoras, estatuas con puertas en los pies y pienso en nada…

Cartarescu escribe en el filo de la navaja, todo equilibrio; de un lado la gloria, del otro el genio… y en su mano, una corriente de aire en espiral... Si me piden que pronuncie dos palabras digo: El Levante, si me piden una: Levantul; y punto.

Cuando te lees algo del calibre de El Levante, de tanto asombro, ante semejante despliegue de sorpresas, luz y belleza, te entran de golpe todas las dudas del mundo… no te lo puedes creer. Este tipo, de nombre Mircea, me la está metiendo doblada… a ver, que no puede ser, dónde está el puñetero truco, la magia, la alquimia que justifique y sostenga tan inspirada Arcadia… estaré pedo o estaré alienado… que tanta suerte junta en forma de libro inmenso y deslumbrante no es normal; y luego se paga… al contado.

Al acabar de leer El Levante, latigazo aéreo que aún me duele, me encerré en el bunker que construí hace años para cuando llegara el día de mayor suerte de mi vida, al margen de conocerla a ella, y me tuviera que esconder, luego, para protegerme de lo que vendría después, que lo mucho se compensa con lo poco, lo bonito con lo feo, el granito con el éter y Cartarescu con McEwan… eso sí, prefiero mil años de castigo o encierro que volver a leerme Expiación, del tipo Ian McE.

Aunque visto de otro modo… leer Expiación me parece poca penitencia a cambio de disfrutar, como recompensa, de El Levante. Os aclaro que este librajo único e impar de Herr Cartarescu es de esas maravillas que, de no existir, habría que… 31 años tenía el fenómeno…

Cuando, pasados el encierro y la cuarentena, salga del sótano, cuando encienda de nuevo la luz, cuando vuelva a leer esos párrafos memorables, voy a coger a Mircea Cartarescu, lo voy a bajar del filo de la navaja, me voy a subir a sus alas y le voy a decir que, caminando con los ojos cerrados, sólo veo las páginas de su libro Levantul Chorradas, me diréis…

Puestos a medir el acontecimiento, a trazarlo en los mapas, El Levante sería el libro de los once mil imposibles… Qué pensaría McEwan de un libro como éste… antes de leerlo diría que no puede existir, después de hacerlo, de leerlo digo, que de escribirlo o imaginarlo sería incapaz, diría lo mismo…

Mucho artilugio El Levante para dejarlo pasar. Lleno de esos caminos que salen de la Calle Garay y te arrastran en medio de la congoja y del no creértelo... hasta que tropiezas contigo mismo porque vienes escapando del despliegue que organiza Mircea que te come por dentro y sales buscando... estaré pedo o estaré alienado.

viernes, 18 de marzo de 2016

Hohl/Camino nocturno... a lo impensable


Hay un tipo famoso en el mundo interior que va desde… me estoy perdiendo, quiero decir que en la Selva Negra tenía su cabaña un maestro que se hizo famoso, entre otras cosas, por pensar lo impensable.

A algunos da miedo y a otros envidia. Hablo del tipo…

Existe un terreno donde pensar lo impensable, cosa que no tengo muy claro qué quiere decir, se mezcla con describir lo indescriptible… asunto que tampoco sabría definir, pero que ahí está, en varios libros que se mojan de verdad en el charco de esa espesura tan transparente.

Uno de ellos es el Camino nocturno de Ludwig Hohl… qué festín. Hay gente que disfruta y se maneja como pez en el agua de lo determinado, de lo seguro, de las sumas, restas, integrales y estadísticas… luego tropiezan con un cartel algo borroso en el que no se lee con claridad y están perdidos, no saben ni cómo ni por dónde seguir deambulando…

Me contaron hace nada, a la vez que me acusaban de haberme perdido ante una señal oxidada e ilegible, que todos lo que se pierden ante un cartel borroso odian el libro de Ludwig Hohl carajo con la confusión, que a mí el libro de Herr Hohl no es que me haya gustado, que por supuesto que me gustó, es que algunos de sus relatos me parecieron Lo Máximo… como una recta ancha y reluciente que os uniera a ti y a él, o a vosotros con la luna.

El libro archiconocido que contiene el relato igual de conocido del escritor bonaerense más conocido de todos, lo lleva a uno de la mano, para que no se pierda, hasta el punto en el que todo se junta, densidad límite, milagro de la física y de la esencia, punto que se sitúa en el sótano de una casa de la Calle Garay… o cómo se llame la calle. Bien. Hasta ahí llegamos… pero, ¿por dónde seguir? Porque es cierto que el Bonaerense nos lleva hasta la puerta del límite… pero ahí se queda, no cruza, no salta… o, por lo menos, no nos cuenta si lo hace, que seguro que sí… o no.

Uno de los caminos que parte del punto de densidad infinita de la Calle Garay con dirección hacia lo desconocido lo descubre el fenómeno Max Frisch en su memorable El hombre aparece en el Holoceno qué libro, meu. Frisch sitúa la cuestión/descubrimiento en el paseo del Sr. Geiser por los Alpes suizos. Algo deben tener esas montañas… porque Herr Hohl, que también se atreve con esa quimérica descripción de lo indescriptible, sitúa su descubrimiento en un confuso paseo ¿nocturno? a lo largo de un pueblo suizo perdido en medio de los Alpes.

De la descripción de lo indescriptible a pensar lo impensable hay un paso, el que va de los Alpes a una cabaña en la Selva Negra, en el mapa, puerta con puerta. Pero desde el umbral del límite, a ver, desde el punto de densidad infinita de la Calle Garay no se ven esas cumbres… Hay más libros que se atreven con lo que el Bonaerense no nos cuenta o no conoció o le asustó o… tengo otro de esos libros en las manos: El Levante… miña nai.
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