lunes, 30 de enero de 2012

A los treinta años

Que a lo mejor eran los que tenía Ingeborg Bachmann cuando escribió estos relatos. De optimismo, o trastornada de vanidad, debía estar a tope los carrillos Ingeborg, que la fémina se mete con, diríamos que aborda, los temas más enjundiosos que os podáis imaginar. Y con esto de los temas enjundiosos, sean los que sean, pero enjundiosos os he dicho, la cosa suele ser muy peligrosa… que uno se cree que tiene algo que decir o sentir o alumbrar sobre el asunto y una vez que se pone a la redacción del mensaje único y exclusivo, que porta entre laureles cual ser elegido, se da cuenta el interfecto de lo sobado y masificado que está eso que creíamos sólo nuestro: personal, intransferible y cuasi genial idea, opinión o intuición…

Pero no le pasó eso que decimos a Ingeborg, que en su caso la cosa de verdad suena a personal, intransferible y cuasi genial idea, opinión o intuición… y se puso a escribirla y le salió pero que muy bien. Y así da gusto tener treinta años y ponerse a escribir sobre la vida y el amor y el hombre y la mujer y la muerte, temas estos que al tratarlos sin apenas subterfugios o artilugios literarios, sino que directamente, se suele dar con los huesos en el suelo por pretencioso, poco cauto y engreído el personaje que a ello se atreve. Pero no todos, que hay algunos que llenos de optimismo/vanidad en lo concerniente a su capacidad para tratar los enjundiosos asuntos por escrito y a las bravas, y posiblemente llenos de desespero en sus vidas, van y consiguen dejar huella con su manera de abordar los enjundiosos asuntos…

Ingeborg, dícese que sucumbió al romance atraída por la muerte andante Paul Celan, pobre Bachmann, no se me ocurre peor amante que el genial Bukovino, A los treinta años tenía unas cosas que decir que cuidado con ellas…



















jueves, 26 de enero de 2012

American psycho

A Bret Easton Ellis le rieron la gracia en los lejanos tiempos en que empezaba a despuntar como voceiro generacional en los Estates, recién publicada su sorpresiva Menos que cero. Se monta, al instante, el triturador monolítico de cartos/pasta/money. El pensamiento resulta inexcusable: ya tenemos nueva revelación y nos tenemos que forrar. A Bret le dijeron: tú, tío, eres un genio. La reacción subjetiva de Bret, si se lo creyó o no, si les escupió a la cara o se dejó manosear, si le dio igual o tuvo una dislocación de personalidad, la desconocemos. Pero la realización objetiva del piropo la tenemos entre las manos: American Psycho: monumental y estratosférico coñazo sin remisión, del que Bret no será el único responsable, que también yo, por habérmelo comprado por considerar que, tras leer Menos que cero, tenía entre manos a un candidato a voceiro generacional, encima buen escritor…

Cosa que no niego, que sabrá escribir, que puede ser que sí, pero es que a según qué tipos no se les puede reír la gracia, porque se lo creen, que no digo que fuera el caso de Bret, que a lo mejor lo obligaron a escribir a lo “grande” tras su inicio “mínimal” con Menos que cero. Pero es que luego van estos tíos y como les reímos la gracia, y cierto es que no sabemos muy bien por qué lo hacemos, nos achicharran con su, ahora evidente y alevosa y kilométrica, falta de  gracia… En American Psycho hay unos crímenes como yo no he leído nunca en mi vida. Brutíficos. Tan bestias y tan pasados de rosca y tan violentos y tanto es lo que salpican y tan horribles son las filmaciones de dichos crímenes, rollo snuff movie imberbe, que el libro se precipitó, se adelantó a esas películas, que aún son más coñazo que el libro de Easton Ellis, pelis en las que nos cuentan eso de las filmaciones infames de crímenes teenagers, decíamos que hay unos crímenes punto y aparte de lo carnicería que son… pero salvo los crímenes, que no enternecen precisamente, el resto del libro, aproximadamente el 90 % del tocho, es menos que cero de interesante, centrándose, básicamente, en la marca de la ropa que visten los distintos personajes de la novela, víctimas incluidas, cosa de las marcas de ropa que no sé si es rachadora o genial o simplemente una estupidez al cubo, aunque resulte, sobre todo y con independencia de que me digáis que es una estupidez o una genialidad, aburrida y tediosa…

Y yo, al comienzo, me lo leía todo, Valentino, Armani, Neiman Marcus, DKNY…  porque quería no perderme ninguna performance asesina del protagonista, que es, venga tópico: un yuppie/broker de Maniatan, digo Manhattan, cosa que os dejará cariacontecidos y es que parece que Bret no debía ser de romperse la cabeza con este asunto de elegir al prota, y a mí es que me da igual que el serial killer sea un broker de Maniatan o un sindicalista de Labañou, que yo lo que quiero es que el libro esté bien…

Pero luego la cosa de los crímenes, quiero decir, la ilusión por ellos en el lector, se va desinflando, y resulta que entonces sí que no hay quien ature al gachó y al compendio infinito de marcas y más marcas y aún más y más marcas, y encima no conozco apenas dos o tres… Y cuando acabé como buenamente pude el ladrillo del voceiro generacional, me enteré, por los comentarios de solapa, que tenía ante mí una ¿gran crítica? del mundo de los yuppies estos, crítica que hacen extensiva al mundo consumista occidental… y me entraron unas ganas irreprimibles de irme a comprar algo inservible a alguna tienda de inutilidades…

sábado, 14 de enero de 2012

¿Vivir del revés?


Me acabo de leer Á rebours. Podéis leer el libro, pero no debéis leer lo que se dice aquí a partir del tercer párrafo del post. No lo hagáis. Y sigo: Esto del título del libro lo pongo en plan repelente, no por serlo, que lo soy, sino porque con la traducción del buque insignia de Joris Karl Huysmans resulta que sus traductores/editores no se ponen de acuerdo. Que el gachó lo titulo Á rebours, pero éste debe ser palabro que permite el juego de matices, por lo que los repelentes editores en minueto aprovechan para se diferenciar…Que en castellano la novela, en su primera edición, empezó siendo Al revés, que luego, en la segunda, pasó a ser Contra natura, y, que ahora, viene siendo A contrapelo… Tremendo bochinche que tienen montado entre Tusquets, Cátedra y demás. A quien no le han cambiado el nombre, se ve que carece de matices noticiables, es a Joris-KarlH. Será por lo estético, que hay que ver qué nombre…

domingo, 8 de enero de 2012

Chambre close/Peenemünde II (también equis)



Con estúpidas canciones en mente, llegamos a Peenemünde el coche y el conductor. Yo iba con las dos cachas atornilladas a lo que quedaba de asiento y las dos manos fusionadas al volante, formando un todo único e indivisible, Ciborg andrógino de coche y humano, que, por un error fisionómico de infaustas consecuencias para la seguridad de la conducción, respiraba, a duras penas, por el colector del escape, y defecaba, he ahí el problema, de manera abundante y generosa por el parabrisas delantero, elemento a prueba de pedradas, pero no de mierda a espuertas, tanta mierda a espuertas que llegó a confundirse, en una especie de ser supremo que todo lo abarca, con el propio aire que se suponía que debía respirar el Ciborg andrógino de coche y humano, y que le llegaba desde el colector del escape, por lo que, tras los primeros arreones intestinales, cómo tufa esto, espera que acciono el limpiaparabrisas, flosh, flosh, flosh, coño! qué asco de inmundicia, si esto no hace más que esparcirse ante mi vista, el aire aspirado del que se autoalimentaba el ser supremo que todo lo abarca, a ver, para que no os perdáis: el puñetero aire que respirábamos el coche y yo, dejó de ser el gas insípido e incoloro que todos inhalamos en vida, para convertirse en una espesante sopa marrón y maloliente parecida en su textura al moco y en sus tonalidades a un lienzo del Pollock más pesimista, sopa nutritiva incomprensible a la cata en todos sus nauseabundos matices y que convirtió los últimos kilómetros del viaje a Peenemünde en una embarrada y grumosa huida hacia delante escapando, pedal y revoluciones a tope, de no sabía qué fantasmas con forma de mujer, siempre mujer y, por ende, de lo más deseable, convertido el Ciborg en un ser marginal proteico.

Y me vais a permitir que, por un instante, me desvíe de la meta que me he marcado, que no es otra que el relato, surtido de todo tipo de detalles psico funambulescos, del confuso comportamiento físico y emocional que se verificó en mí una vez que la cachondona de la portada se sentó en el trapecio craneal que adorna mis hombros, para centrarme, sólo un rato más, en eso que os indico del ser supremo que todo lo abarca. Porque es éste un asunto que no debemos tratar con descortesía. Y aunque conspicuos estudiosos lo han analizado con detenimiento, me vais a permitir que insista en que esto de la recirculación, esto del eterno retorno, esto de que nada falta en su interior, esta totalidad, también si hablamos de sus funciones, que caracteriza al ser supremo que todo lo abarca nos lleva, al igual que me sucedió a mí al volante del coche, al delicado asunto del auto consumo de los desechos orgánicos propios, conclusión inevitable a la que llegamos si, aunque sólo sea de manera superficial, consideramos y valoramos científicamente eso de los eternos retornos, ubicuidades e infinitos… Y no porque lo diga yo, que lo dice PeterS

lunes, 2 de enero de 2012

Chambre close/Peenemünde I (clasificado equis)


Entre Pynchon y el Rakete V2 y Von Braun y el Báltico y el Saturno V y El arco iris de gravedad… me he hecho la picha un lío. Fruto del lío, este verano me até las manos al volante del coche, me atornillé las cachas al asiento, tragué varios complementos vitamínicos hiper estresantes que me impidieron conciliar el sueño durante tres kilométricas e internacionales jornadas de conducción ad hoc, y conduje y conduje kilómetros coma area. Para soportar el citado trance automovilístico, mi mente, hiper estresada por las pastillas y los continuos adelantamientos, se centró en una idea fija:
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