viernes, 26 de marzo de 2010

NE/SO (introducción)


Todos sabemos que, hasta dónde llegan nuestros sentidos, son varias las cosas de que debemos defendernos (si queremos, claro) por perjudiciales para nuestra salud e integridad: el dolor, el frío y calor extremos, la visión de un hombre que nos apunta con una pistola o el ruido de un tren que se aproxima por nuestra espalda a mil por hora. Además de las obviedades, también se cierto que la tendencia a defenderse de “cosas” está llevando a las sociedades primermundistas a una paranoica carrera hacía adelante, en la que casi “todo” es potencial portador de subliminales o descaradas capacidades para afectarnos y perjudicarnos. Con ello, omegas tres, baby mozarts, cutreliteratura de autoayuda y demás vejaciones pululan a sus anchas y hacen su agosto.

Cuando nuestros sentidos no llegan para detectar los peligros que nos circundan, no debemos preocuparnos porque allí estarán los profesionales del esto no, eso tampoco, aquello menos y lo otro ni se te ocurra… para defendernos de casi “todo”. Cierto es que gracias a ellos sabemos que la radiación es negativa para la vida, etc., pero gracias a ellos también creemos que un berrinche de un niño debe implicar que el pobre rapaz tenga que asistir a logopedas y psicólogos infantiles durante año y medio.

Frente a una marabunta de advenedizos pseudo científicos que un día nos dicen qué debemos desayunar, o qué música debe escuchar una mujer embarazada para al día siguiente contarnos exactamente lo contrario, no podemos negar que habrá también quien, desde la seriedad y el rigor, llegue a conclusiones menos fashion y más fundamentadas. Distinguir cuáles son unas y cuáles son las otras se está convirtiendo, cada día que pasa, en más difícil, por el agotador bombardeo mediático/publicitario, tantas veces disimulado por un tramposo rigor científico. A estas alturas, alguien no muy despierto puede pensar que es más importante para su salud no olvidarse de tomar su tarrina de yogur vitamínico cada noche, que tragarse de golpe una botella de lejía.

Ante el ilimitado menudeo de soluciones fashion para miles de problemas también fashion, muchas veces escasea la capacidad para afrontar con cierta perspectiva la situación. Digamos que hay una exagerada alarma y tratamiento del “síntoma” y un, también exagerado, ninguneo o desinterés por su “causa”. Esto implica que un tipo que pende de la horca piense, ante los acuciantes problemas respiratorios ocasionados por la tensa cuerda que lo asfixia, que debe tomarse algún caramelito halls, o comprar una almohada especial “fantastic pillow” para dormir mejor y desatascar sus bronquios… Evidentemente morirá pronto, cosa que no le pasaría si, en vez de obsesionarse de manera paranoica por el “síntoma”, en este caso su incapacidad respiratoria, decidiera soltar la cuerda que le oprime el pescuezo, “causa” de dicha dificultad. Burdo y esclerótico ejemplo, me diréis, y estoy de acuerdo, pero, a fin de cuentas, ejemplo en consonancia con la burda e ilimitada capacidad de millones para enparanoiarse con el “síntoma”, aunque éste sea ridículo y borreguil, y obviar la “causa” del mismo, en la mayoría de las veces, la absoluta estupidez y estulticia del “paciente”.

Lo anterior a modo de introducción. Todos participamos de esta estulticia sin igual del primer mundo, pues todos nosotros somos la mar de fenomenales y estupendos. Qué os voy a contar. Ya no digamos nuestros hijos, encantadores ellos.

Vayamos, pues, al meollo. Equivocado o no, que no lo sé, a mí no hay quien me convenza de lo contrario: nuestra obsesión por el síntoma adquiere tintes de descarada paranoia. Y no hay que ser muy listo para saber que cuando en alguien concurren paranoia o/y obsesión lo que éste tiene es un problema mental. Que nuestro amigo prefiera atender a los síntomas de su problema, a saber: estreñimiento, dolor de cabeza, insomnio, mal humor, alergias, eccemas, colon irritable, y de aquí a la eternidad, es cosa suya, pero mejor haría si dejara en paz a los mil especialistas que va a consultar y sus abultadas listas de espera y asumiera que lo que realmente le pasa es que es un enfermo mental; como todos, que no se vaya a pensar, que, aquí, al que más o al que menos le patina algo, y que tratando dicha patología mental se acabarán todos esos síntomas que lo desvelan. Aunque también hay quien padece dicha obsesión por el síntoma pero sin llegar a tener una enfermedad mental, pues, para tenerla, os lo aviso, primero hay que tener mente, claro está. Y nuestro otro amiguito, no teniéndola, pobre hombre, lisa y llanamente padece de estupidez o estulticia a secas. Para llamarlo por su nombre científico: es un “descerebrado”

De estos últimos debemos olvidarnos, que los aguanten su papá y su mamá. De los primeros, qué angustia la suya, lo que seguiremos tratando en “Noreste – Suroeste” (NE/SO) los va a preocupar…

Para terminar con esta sucinta introducción abrámosle la puerta al brutal aullido que lanzaba Fritz Zorn ("Bajo el signo de marte") poco antes de morir: “Soy joven, rico y culto; y soy infeliz, neurótico y estoy solo. Provengo de una de las mejores familias de la orilla derecha del lago Zúrich, también llamada Costa Dorada. He tenido una educación burguesa y me he portado bien toda mi vida... Por supuesto también tengo cáncer, cosa que se deduce automáticamente de lo que acabo de decir. Pero con el cáncer existe una doble relación: por una parte es una enefermedad corporal, de la cual probablemente muera en un futuro no muy lejano, pero que quizá pueda llegar a superar y a sobrevivir; por la otra, el cáncer es una enfermedad del alma de la que sólo puedo decir: es una suerte que finalmente haya hecho eclosión. Quiero decir con ello que, de todo lo que he recibido de mi familia en el transcurso de mi existencia poco grata, lo más inteligente que hice jamás fue enfermar de cáncer. No quiero decir con esto que el cáncer sea una enfermedad que a uno le depare muchas alegrías...”

miércoles, 24 de marzo de 2010

El árbol del ahorcado... y la soga... y...


Título fílmico – literario. Estamos tras lo pasos de Jaime Quintanilla y su deslumbrante “El complejo mundo del suicidio”. Su amor por la glosa y su rigor de austero científico lo llevan a descolgarse con un tratado en el que de paja no hay ni una sola coma. Datos, inventarios, definiciones y demás sobriedades lo pueblan y abarrotan. La literatura y la ficción para los literatos. Lo de Quintanilla obedece a otros desasosiegos. El resultado también es espectacular. Es coger el libro y no ser capaz de parar.

Pongamos un ejemplo. Ahorcamientos: 347 casos; 128 se llevaron a cabo en el hogar y 219 fuera del mismo

De los que se ahorcaron en el hogar, tenemos las siguientes localizaciones: sótano, 35; desván, 28; cuadra, 15; alpendre, 15; dormitorio, 14; baño, 9; retrete, 6; pasillo, 4; escaleras, 2.

Fuera del hogar destaca la utilización de árboles: pino, 39; manzano, 31; eucalipto, 30; limonero, 17; higuera, 16; naranjo, 15; abedul, 12; cerezo, 12; nogal, 7; castaño, 6; melocotonero, 4; peral, 4; ciruelo, 2; guindo, 2; níspero, 2.

Distinguiendo entre ahorcamiento completo (aquel en el que la persona no toca con los pies en el suelo) y ahorcamiento incompleto (cuando los pies tocan en el suelo y el ejecutante/ejecutado tiene que hacer fuerza hacia abajo para conseguir que mediante el estrangulamiento de la carótida el oxígeno no llegue al cerebro) la ratio completo/incompleto que resulta en los protocolos de Quintanilla es de 29/51, por lo que “muere mucha más gente con los pies en el suelo”.

Aparte de los que utilizaron el árbol para el ahorcamiento, en los protocolos de Quintanilla aparecen 10 ahorcamientos en postes, de los cuales, 9 lo eran de teléfono y 1 de conducción eléctrica.

En cuanto al material utilizado por el suicida tenemos los siguientes: cuerdas de esparto o similar, 150; cuerda de nylon, 110; tiras de sábanas, 21; tiras de mantas, 19; toallas, 17; cable eléctrico, 13; cinturones, 7; corbatas, 6; pañoletas, 4.

El mismo rigor y menudencia para las profesiones del suicida, y su última ingesta, y las enfermedades que padecía… para la hora, si el día era lunes, martes, etc., y el mes, y el clima… para el sexo y edad de suicida, el estado civil… para las cartas que dejan algunos suicidas, a quién van dirigidas, cuáles son las palabras que más se utilizan, los encargos que dejan para después de la muerte… inagotable Quintanilla, rigor y metodo.

lunes, 22 de marzo de 2010

Imaginería equis


Hace unos meses, cuando leí “Las partículas elementales” y “Lanzarote”, magnificas novelas de Michel Houellebecq, pensé para mí que las citadas obras aún serían mejores si el autor nos hubiese ahorrado la impertinente descripción de escabrosas y húmedas experiencias sexuales, que resultaban, para quien os escribe, totalmente intempestivas y afectadas. Y no es que tenga nada en contra de las mismas, de las experiencias sexuales digo, pero ello no tiene nada que ver con lo coñazo que resulta encontrárselas descritas en ciertas novelas en las que, bajo mi modesta opinión, no hacen nada más que molestar.

Como esas pelis de los ochenta en las que, sin venir a cuento, sin saber por qué sí o por qué no, aparecían protagonista y protagonisto retozando encima de un piano de cola Steinway & Sons, eso sí, sin enseñar nadita. Qué coñazo, mi madre aprovechaba para ir a por un yogur, mi padre para toser y yo para pensar en las magníficas películas equis que tenía grabadas en video y en que no las podría ver hasta que mis padres se fueran a dormir…

Pues uno está leyendo tan entretenido a Houellebecq, con ese punto gamberro/fascistoide/machista/contestatario que tiene el gabacho, realmente interesante y divertido, y ya estamos con penetraciones, vergas en distintos tamaños y colores, prácticas por mí desconocidas y un elenco de piruetas de difícil interpretación corporal, ya no digamos literaria. Acto seguido, el lector masculino empieza por buscar una postura más cómoda, ya que la relajación y entumecimiento contemplativos propios de una lectura placentera nos abandonan con rapidez. Y Huouellebecq sigue que te sigue, hasta el fondo, y le muerde los pezones, ella ya va por el quinto éxtasis seguido, él cronometrando su aguante y yo hasta los güivos, a ver si acaban de una puñetera vez… Aún no he llegado a ese punto evolutivo en que tetitas respingonas, lencerías, zapatos de tacón y demás indulgencias se puedan digerir sin que las mismas se entrometan en las ocupaciones de uno, sean éstas las que sean, desde leer hasta fregar la loza, entrometimiento que conlleva los accesorios e inevitables procesos reafirmante-vasculares por todos conocidos. No hay manera. Ya puede uno estar leyendo acongojado los diarios de Primo Levi que como el amigo se descuelgue con la descripción de animaladas y groserías del género equis, yo, de las penurias del Lager, de Primo Levi y de sus diarios me olvido al instante, aunque mientras tanto sigua leyendo.

¿No se dan cuenta estos autores que, intercalando imaginería equis en sus novelas, lo único que hacen es tirar piedras contra su propio tejado, que lo que hacemos una inmensa mayoría es desconectar de la novela, cambiar de postura y analizar las posibilidades reales de dedicarnos lo antes posible a prácticas equis-equis-ele, olvidándonos inmediatamente del libro que nos ocupaba?

Pues bien, estoy con cierto autor chileno (1953 – 2003) del que hasta la fecha no había leído nada. Palabras mayores el gachó. Cuidadito, este tío promete. Me está gustando muchísimo, pero también tiene cierta tendencia a descolgarse con refractaria imaginería equis de descontrolada procacidad. Realmente no pega en su espectacular libro. Ahora hace ya como cien páginas que no hay tumulto sexual, pero en las cien primeras páginas me las vi y me las desee. Qué cosas cuenta, qué desahogado, cómo pretender que uno siga leyendo. ¿No se darán cuenta, o es que creen que estos descansos en lo que a atención literaria se refiere son necesarios para poder acabar sus libros? ¿Será realmente un complejo de desatención e inferioridad sobre su arte y su temática lo que les lleva a “deleitarnos” con tan rigurosas descripciones equis, que hacen que cualquiera desconecte de lo hasta el momento leído? ¿Houellebecq y el Chileno? Imposible, si estos tíos escriben de verdad, aunque a lo mejor ellos no lo creían así… ¿Será otro tipo de complejo tal vez, más intimo y menos literario? Pues no lo sé, pero no lo creo. ¿Entonces? ¿Qué coño le pasa a esta gente?... ¿A qué esa manía por esa imaginería literaria equis que no pega ni con cola en medio de determinados librejos?

Y es que si lo que pretenden es deslumbrarnos con su arte aplicado a la narración de distintos episodios sexuales creo que están perdiendo el tiempo. Salvo alguna ameba viviente o personaje por el estilo, a ver quien tiene esa capacidad abstracta de síntesis y análisis que le permita permanecer impertérrito ante semejantes cantos de sirena. Como ver una película equis fuckmenow protagonizada por nuestra starlet favorita y dedicarse a valorar argumentos ¿? encuadres ¿? y demás tecnicismos, obviando la inevitable reacción reafirmante-vascular y las ganas de imitar a los saltimbanquis del celuloide que estamos presenciando. Quien tenga esa capacidad de distracción, debe subir ya mismo a los altares…

Pero dejemos la teoría y vayamos a lo práctico. Veamos cómo nos presenta Mr. Andrew Blake a una chica cualquiera, de bonitas y sibilantes piernas. Y después de verla con su insinuante danza del amor, decidme ¿alguno de vosotros se acuerda del Chileno, de Houellebecq o de mis chorradas? Y, por favor, que los menores no miren porque, tal y como están las cosas de avanzadas en lo que a tropelías - sex se refiere, el espectáculo les puede parecer mas bien estilo walt-disney. A mi, sin embargo, me encanta...

domingo, 21 de marzo de 2010

O Castro de Samoedo

Extraña coincidencia. Hace pocos días os anunciaba, mientras le daba vueltas al “Decantador de Fugas”, que los hijos de Eolo, Céfiro y demás camada tendrían cabida en una entrega del diarioprueba. Tema esquivo éste, mal recibido en casa ajena y en la propia; y aclaro, no tanto los vientos, como sus sorprendentes efectos sobre la psique. Ululante asunto. Cogedme que me ahorco…

Más de una vez, fascinado por los vientos, hálitos y brisas de nuestra costa, me he pasado horas enteras, aplatanado e inmóvil frente al mar, mientras el inefable viento del nordeste “Nordés”, que por estos pagos acompaña a los días despejados, arrasaba con todo lo circundante, incluido cualquier hipotético acompañante que, con la toalla y el cuerpo totalmente salpicados por las impertinentes y descontroladas arenas que la presencia de nuestro aireado amigo levanta, decidía entre bufidos largarse de una vez. Esos días de verano son de los que más me gustan. Ese arrasar del viento sobre nosotros y los demás. Días que en ciertas playas de nuestra bisbarra no tienen parangón. Hace ya algunos años, charlando con un buen amigo, que aparte de eso es médico, me dejaba estupefacto con una serie de datos sobre nuestro gaseoso protagonista y sus constatados efectos sobre el comportamiento humano. Y no penséis en diez meses sin poder salir de casa sometidos a vientos de fuerza ocho, densas nubes y chaparrones continuos, que así a ver quién no se vuelve majara. Estamos a falar de algo mucho más sibilino, que a cualquiera podrá parecer inocuo, irrelevante, tal que el cantar de los pájaros. Y sin embargo…

Pues buscando el tiempo y estado necesarios para abordar semejante asuntillo, nos dejamos caer el otro día por O Castro (Sada). Paseo inexcusable que, a menudo, repetimos encantados. Este es uno de esos sitios Samaín, Samaín, que merece la pena visitar y disfrutar: por Sargadelos, por el Museo de Arte Contemporáneo Carlos Maside y por Ediciós do Castro. Resulta sorprendente que, habiendo proliferado, de manera a veces incomprensible, museos hasta en medio del quinto pino, y estando las paredes de gran parte de ellos vacías de solemnidad, nos podamos encontrar luego, como quien dice, manga por hombro, una colección tan bonita como la del Museo Maside, dejada de la mano del mismísimo. Junto a ello, los propios edificios del complejo, y el laboratorio de formas de Galicia, la editorial, el laboratorio geológico Isidro Parga Pondal, los murales, las cerámica. Una pasada. Siempre que vamos acabamos curioseando en la librería que tienen con casi todo el catálogo de Ediciós do Castro. Encima con precios antediluvianos y portadas de Luis Seoane. De escándalo.

Pues quiso la casualidad que la semana pasada en la sección “ensaio” saltara sobre nosotros un tal Jaime Quintanilla Ulla ¿? y su “El complejo mundo del suicidio” prologado por Domingo García – Sabell como un libro indispensable. Una joya, por su menudencia y detalle y por su proximidad, ya que gran cantidad de los apabullantes datos que contiene se refieren a la costa norte de la provincia de Coruña. Quintanilla da la sensación de ser uno de esos tíos que amaron su profesión (medicina forense) y que debían tener tanto de científicos como de humanistas, cuando no más de esto segundo, cuestión ésta indispensable para llegar a determinados lugares o abordar determinadas asuntos.

Resulta obligado poneros el índice. Serviros vosotros mismos:


Como veis el capítulo segundo de la primera parte se lo dedica a nuestro protagonista: “el veleidoso Eolo”. Pero dejemos estas veleidades suicidas para otro día y volvamos sobre los mantras patrios que tan bellamente se nos muestran expuestos en su vertiente plástica en el museo Carlos Maside: Seoane, Castelao, Maside, Lugrís, Laxeiro, Mallo, cartelismo, As cruces de pedra, etc.…

domingo, 14 de marzo de 2010

"Yo no soy vuestra Superstar" Klaus Kinski, histrión mayor


Desde pequeño he oído a mi madre hablar de una monumental espantada de Klaus Kinski en un teatro. Increíble, según ella. Un equivalente alemán a las salidas de tono de Umbral o Arrabal en diversos programas de televisión. Tanto ella como Mutti, de acuerdo ambas en que su paisano estaba muy mal de la cabeza, sentían una casi inexplicable atracción por él, mitad simpatía, mitad desagrado. Recuerdo ver Fitzcarraldo con mi madre, y recuerdo haber flipado de mala manera, tanto como ella. Esta última, Aguirre y Nosferatu son lo mejor de su alucinante colaboración con Werner Herzog, con quien ya había cruzado y compartido hambres y saludos en una pensión al acabar la 2ºGM.


Que K.K. era un auténtico desgraciado, aparte de estar mal de la chota, me lo contó un día Modesto, tomándonos una café en el SEU. Lo tenía más controlado que yo. Al poco tiempo de aquello se editó su autobiografía en Tusquets: “Yo necesito amor”, que me compré de inmediato. Una portada preciosa y tantas cosas que contaba el amigo Klaus me dejaron perplejo…


Hace poco encontré un precioso pack que trae las cinco pelis que Herzog/Kinski hicieron juntos y el impresionante documental que Werner le dedicó en el año 1999: “Mi enemigo íntimo”, y que es una verdadera maravilla, empezando por el título, siguiendo por el propio documental y acabando por la música de los inefables Popol Vuh. Una pasada. Pero fue sólo empezar y ya quedarme acojonado pues, sin esperar siquiera a títulos, créditos o lo que sea, uno se encuentra con esas bárbaras imágenes de las que mi madre hablaba maravillas. Os aseguro que son dignas de ver: Kinski enfadado al frente del escenario, fuera de sí, diciendo que es Jesús y atacando al populacho… guau. En tutubo ya lo hay en castellano.



Al final, después de ver las idas y venidas que entre ambos artistas se sucedieron a lo largo de años y años, entre ellas varios acontecimientos penalmente tipificables, “Mi enemigo íntimo” acaba con unas preciosas e inesperadas imágenes del histrión mayor jugando con una mariposa que, junto a las ensoñaciones de Popol Vuh, nos muestran la cara más amable de la bestia…

sábado, 13 de marzo de 2010

Vísperas de Castilla - los Panero

No sé si será casualidad o no. Conocida es la Maragatería como sede de alguno de los procesos endogámicos más sobresalientes de todas las tierras al sur de los Pirineos. Varias veces hemos parado en Astorga, paisaje monolítico y adusto, vísperas de Castilla, y, paseando por la capital maragata, uno se fija en los nativos, en alguna posible tara física que delate su fama. Yo nunca vi nada fuera de lo normal… Pero volviendo a las casualidades, resulta que los Panero son maragatos. Padre e hijos. Todos jamaos. ¿Endogamia?

De todos ellos, se podría decir que el más ajeno a la normalidad viene siendo Leopoldo María Panero, aunque estos enajenados resulten tantas veces más cuerdos que nadie. Y aunque la fama le viene, aparte filiaciones, locuras y residencias en manicomios, por su poesía, no menos deslumbrantes resultan sus relatos. Y de los que yo le conozco (sólo algunos) en especial dos: “La visión” y “Allá donde un hombre muere, las águilas se reúnen”

Leyendo el primero de ellos, es imposible no pensar en el Bonaerense Universal y su Aleph. No porque lo imite nuestro Panero, que estaba mucho más cuerdo que eso, sino porque entre el punto/bucle que aparece en los bajos de la Calle Garay y la obsesión que guía al protagonista del relato de Panero “¿se puede construir un microscopio perfecto?” hay un dislocado paralelismo. No tanto en el discurrir de los avatares de dicha obsesión, que terminan con la materialización del anhelado artefacto, como en las inexplicables visiones que la observación con el susodicho microscopio produce.

El segundo relato a quien nos trae de acompañante es al septentrional Snorri Storluson (o Sturluson que escribía Cunqueiro) y sus runas y eddas. Raro, raro el relato, pero igual que el anterior, ciertamente desasosegante, destemplado. Casi como ellos, como los Panero, endogámicos.

Ya puestos, resulta inevitable caer sobre la extraordinaria “El desencanto” de Jaime Chávarri. Película/documental atrayente hasta el esguince, impresionante. Hay gente que deja a uno pegado a la silla y sudado hasta la inanición. Leopoldo María, Juan Luís y Michi Panero, junto a Felicidad Blanc, hijos y mujer del poeta del régimen Leopoldo Panero, tienen unos físicos, unas personalidades, un histrionismo y unas cosas que decir que 97 minutos de peli saben a poco. Memorable.

miércoles, 10 de marzo de 2010

María, no se te entiende nadita

Acordaros de las pinceladas que sobre esa estirpe de escritores ininteligibles os habéis encontrado a lo largo del diarioprueba. Autores de unos confusos ladrillos que, por arte de birlibirloque, se acaban convirtiendo en suaves sorbetes de vainilla.

María Zambrano tiene, por derecho propio, cabida entre semejantes outsiders. Junto a Broch, Beckett, junto a algún buen estornudo Pasoliniano, y junto a otros, escasos, inexplicados elegidos. Salvando las distancias, algo en ella la emparienta con aquellos absolutos genios sin igual: Hölderlin, Trakl y Celan, el gran triunvirato de la abstracción literaria. Palabras mayores, señores. Tenía María voz propia, lírica y poesía para dar y tomar. Intuiciones y ensimismamientos alumbradores donde una mayoría sólo ven nada. Distinta y cadenciosa.

Pero hay un pequeño problema con nuestra María. Cantos simplificadores, exagerados y, según mi modesta opinión, equivocados de raíz, nos la presentan como la gran pensadora española del S. XX (que lo será, no lo sé) y, ojo al comentario, la superadora del inigualable Ortega. Y esto sí que no. Como escritora su valía es incontestable. Pero cuidadito. Es que no se le entiende cuando argumenta, si es que lo hace, que tampoco lo sé. Deslumbra con su prosa poetizante, lírica, onírica y confusa. Pero es que, en cuanto a las ideas, no se le comprende ni la primera. Argumenta de manera barroca, casi soñadora y alucinada, poco seria, aunque, sin duda, atractiva. Pero, por favor, no nos pasemos.

Ponerla a la altura de la claridad y facilidad innatas del fenómeno Gasset, nuestra gran piedra lírica, mojón generacional sin igual, no hace más que decepcionar a quien se abalanza sobre un libro de Zambrano, guiado e ilusionado ante semejante comparación. Si encima el abalanzado no es participe de la afición a leer libros que no se entienden (exactamente lo contrario que los libros de Ortega, rey de la facilidad y diafanidad elevados a su enésima potencia, auténticos antidepresivos literarios), el disgusto será morrocotudo. Me cachis en los critiquillos fashion, qué osadía la suya.

Aquí donde me veis, hace ya algunos años me leí “España: sueño y verdad”. Hace poco, “Los sueños y el Tiempo” y “El hombre y lo divino” Todos excelentes, pero según lo que busque el lector. Los títulos dan buena pista de por dónde van los tiros. Cuidado con ellos, os pueden volar la cabeza o dormiros irremisiblemente…

jueves, 4 de marzo de 2010

Decantador de fugas

Trato hoy un tema que me absorbe y empapa. Del que siento y reconozco su presencia, pero del que soy incapaz de dar cuenta. Que está aquí, a mi lado, no hay duda, pero que vive como disimulado, de manera sinuosa, por una sombra perenne. Más de una vez se ha dejado ver a lo largo del diarioprueba. Supongo que su presencia será igual de evidente para más de uno. Y no me refiero a que lo sea en el blog, sino en sus vidas. Me gustaría que alguien me lo pudiera explicar razonadamente. Sería interesante, y no creo que por ello pierda su encanto y vigencia.

Debemos ser muchos los que sentimos una extraña atracción por los mapas y los nombres de los lugares y accidentes geográficos que en ellos aparecen. Por las curvas de nivel, la profundidad de las simas, el ancho de la cuenca de determinados ríos, y un larguísimo etcétera de posibilidades. Desde siempre me han fascinado. Ya os he comentado que mi viaje favorito, solo o acompañado, repetido de manera machacona desde que tengo tiempo y cuartos para ello, consiste en subirme al coche, mapa en mano (nada de gansadas tipo navegador/gps o similar, artefactos que te llevan de A hasta B obviando el sinfín de posibilidades que entre ambos se extiende, ofuscados tan sólo en hacer la ruta más rápida, o más económica, o más estúpida) y, sin rumbo fijo, alejarme de mi lugar de residencia. Tirar millas, que se dice. Ese mapa que nos acompaña, a mí y a mi locura, lo reviso y disfruto, lo como a cucharadas, con una antelación que prefiero callarme. Así como hay gente que, básicamente, quiere llegar a un sitio (ávidos consumidores de navegadores/gps y destinos concretos), yo, básicamente, quiero ir, y a ninguno en especial. Desplazarme, sí, sobre todo para distanciarme, y, en menor medida, para acercarme a otros lugares. Necesidades que tiene uno, qué le vamos a hacer. Viajes basados en el desplazamiento, la redundancia, el distanciamiento y el paisaje.

De todo ello he hablado en repetidas ocasiones a lo largo del blog… ¿Quién hace a quién, el paisaje a nosotros, o viceversa? ¿A qué ese encanto de la distancia como valor en sí misma? Lo mismo que el desplazarse, el ir, mucho más enjundiosos que el arribar y el llegar. Esa más que posible equivalencia entre paisajes internos y externos, entendidos ambos como aprioris, no como resultado de vivencias ya fraguadas, coincidencias, estas segundas, de las que ejemplos hay cientos. Asuntos todos ellos insondables, herméticos, tan lejano su raigón de nosotros y nuestros avances tecnológico-utilitarios, que parecen propios de oráculos y augures. Y sin embargo, capaces de hacernos tomar decisiones, no sólo inexplicables para los demás, que también para nosotros mismos, sus protagonistas.

Asuntos inescrutables que le toman el pelo, descaradamente, a nuestra capacidad de raciocinio, a nuestra razón, actual medida de todas las cosas. ¿Por qué ese anhelo y ansia por ir a un sitio, siempre lejano, que sabemos feo y degradado, que sabemos decepcionante, sólo por la música de su nombre, por su localización sobre el plano, virguería cartográfica casi siempre límite entre dos realidades/coordenadas: tierra y mar, cielo y tierra, superficie y profundidad? Seguro que los profetas de la cognición tendrán mil explicaciones para semejantes cuestiones, pero yo no me las quiero creer.

Como podéis ver, la cuestión, reconocible por sus síntomas en aquel o aquellos que la padecen, es de difícil encuadre o definición…

Entre las muchas manifestaciones de nuestro “Misterio”, y aventurémonos ahora a definirlo como el hechizo de determinadas geografías, se encuentra su capacidad para actuar como refugio, como alternativa, como decantador de fugas. Para que esta función opere suelen ser necesarios dos factores. Uno objetivo: la distancia, y otro subjetivo, capaz de convertir al anterior elemento, que por sí mismo no debería producir efecto alguno, en símbolo o emblema totémico, y que no es más que el engaño que se produce en nuestras cabezas. Juntemos, pues, el nombre musical, un mínimo de distancia y la treta/artimaña de nuestra capacidad de discernimiento, que implicará que ésta quede desactivada, y estaremos dentro del territorio de lo misterioso.

Pero vayamos por partes. Abramos el mapa más cercano y nuestra vista caerá instintivamente sobre los nombres elegidos. Cabo Finisterre, Cabo de Gata, el Moncayo, la Meseta, Lanzarote, etc. Lo mismo nos pasará con el mapamundi, plagado de versiones y equivalentes geográficos, telúricos, de conceptos propios de la más abstracta sensibilidad y espiritualidad humanas.

Elegido un sitio-musical cualquiera, de esos que la sola mención o lectura de su nombre es capaz de convertirnos en seres totalmente irracionales, capaz de hacer que nuestra vida parezca un esfuerzo sin sentido o una absoluta pérdida de tiempo, la distancia hará su parte del trabajo. Elemento que parecería irrelevante si sometemos este asunto a la prueba del algodón racional, pero que es indispensable. Y es que está claro que la embriaguez que producen nuestros lugares totémicos depende, en buena medida, de la distancia física, sobre el terreno, a que se sitúan de nosotros. Poco nos dirán si están a la vuelta de nuestras casas, la artimaña de nuestras mentes no llega a tanto. La razón es débil, pero no tanto. No le vengáis a un Muxián con que si el Finisterre y el Mare Tenebrorum. Se ha bañado desde niño en ellos, vive de ellos, y, si hace falta, los esquilmará. Pero decídselo a un centroeuropeo o a un aragonés. Se estremecen. ¿Y nosotros? Qué alucinación nos invade a cualquiera si nos vienen con que Stromboli, las Hébridas o Samotracia, Mongolia, el Karakorum o el Salar de Uyuni.

Fuera los apóstoles de la razón y sus teorías. Estamos dentro del Misterio. Alucinados no atendemos a razones. A partir de aquí, quien padece el encantamiento será capaz de auto engañarse de la manera más pueril. Identificará esos santuarios, allende las cartografías más prosaicas, como futuribles mojones vitales. Como la solución a sus descarríos. Como sus salidas de emergencia. Siempre lejos, distancia, dadme distancia, fuera del alcance de todos aquellos que conocen nuestro patetismo insuperable, nuestra falta de realización. Nuestra cabecita desertará de la razón, pues, de lo contrario, nos chafaría al plan, la fuga mental. Ese refugio en el que soportar determinados socavones o, desde el cual, cambiar el rumbo

Como para fiarse de nuestra supuesta inteligencia. En qué cabeza cabe que, cuando la vida de alguien es un absoluto desastre, se pueda dar sentido a la misma mediante el desplazamiento del interesado a lo largo de la geografía terrestre. Y sin embargo en ello ¿creemos? a pies juntillas. Tantos kilómetros al norte, o hacia donde cuadre, y esperamos un milagro. Me voy al Tibet, habrán dicho tantos. A encontrarme a mí mismo, habrán seguido. Y al revés, más de un tibetano habrá dicho, al Finisterre me voy, a purificar cuerpo y alma con el bruñido atlántico y el solpor nerio.

Es curioso ver las cosas desde el punto de vista de quien ya vive en un lugar de éstos. Para éste no hay engaño ni artimaña que valga. Sin ir más lejos, siendo a Costa da Morte o el Finisterre meta de tantos, desde caminantes y aventureros a desubicados, resulta paradójico que, para tantísima gente de la que vivimos en este misterioso paraíso, irse sea una prioridad. No me incluyo entre ellos, pero conozco a tantos que da que pensar. Lo que a mil kilómetros suena a poesía, una vez aquí, puede sonar a infierno. A esos mil kilómetros de distancia, la artimaña de nuestra mente, el engaño pueril, surte su efecto, dribla con facilidad a nuestra razón. Una vez llegados al destino, la cosa es distinta y difícil es engañar a nuestro entendimiento. Aunque sea una perogrullada decirlo, es evidente que lo que buscamos en estos sitios sólo lo encontraremos en nosotros mismos y para nada dependerá de tal o cual lugar. Aunque a veces así nos lo parezca a mil kilómetros de distancia.

Estamos ingresando ahora en otro terreno, quizá tan interesante como el que daba lugar a esta entrada. Temas vaporosos y envolventes como pocos. Uno más abstracto, o si queréis, más incorporado a la primigenie: el misterioso hechizo de determinadas geografías. Y su accesoria relación entre paisaje y paisanaje, ¿quién fue antes de quién? El otro asunto, menos vaporoso, más urgente y perentorio, es ese conjunto de elementos que convierten un paraíso mental como nuestro Finisterre/Costa da Morte, en un infierno real del que, salvo poetas y chiflados, los demás desean escapar. Cómo dicho paraíso mental es sometido y se ve vapuleado, en su transposición a la realidad, por factores como los vientos constantes, de básicamente dos orientaciones, perniciosos para tantos. Como la diaria muerte del sol ante un mar, a veces azul/verdoso y otras gris marengo, que lo engulle. Como las nubes bajas, las galernas y la sal. Y de igual manera, como en el caso anterior, con elementos accesorios, en este caso también, menos abstractos y más apremiantes, a saber: las citas en salud mental, las depresiones y los suicidios. Lo dicho, para mucha gente: de Paraíso mental a Infierno real. Sobre ello volveré con calma.

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