lunes, 24 de diciembre de 2007

Un itinerario abstracto

Hace poco, consultando en internet determinado asunto, me topé con una web en la que alguien resumía en escasas cuartillas la historia de determinado movimiento artístico. Aquello era un cúmulo de despropósitos. Guiado por la generosidad podía haber pensado que nuestro incógnito enciclopedista se estaba tomando a guasa su cometido, y adrede hacía una pantomima de desorientada erudición. La verdad es que, aunque me gustaría pensar que ello era así, me temo que no. Qué desvergüenza la del erudito aquel. Realmente no sabía de lo que estaba hablando.

Esta cuestión, hablar de algo sin tener pajolera idea, la he comentado con varios amigos en alguna ocasión. De siempre me ha dado un tremendo respeto eso de ponerme a hablar sobre cualquier cosa que no fuesen las estupideces, o los dos o tres asuntillos que a uno le podían más o menos sonar. Pero desde que empecé con el diarioprueba he sido testigo de un preocupante cambio. Hace unos meses jamás me habría creído tan desvergonzado como para ponerme a escribir sobre libros, escritores o algún que otro asunto sobre el que largo ahora sin piedad, como si supiese de lo que hablo. En mi descargo he de indicar que, con independencia de varias cuestiones subjetivas e intimantes que han tenido cabida hasta ahora en el experimento éste, y que quedarían al margen, con respeto a los demás contenidos del diarioprueba, por lo menos intento dar cierto criterio a lo escrito, no hacerlo por llenar folios. Que lo consiga, ya es otra cosa. Sinceramente creo que no. Que mi propósito sea bueno y que intente reflejar de manera amena, sin cinismos ni poses para la galería, mis gustos, opiniones y obsesiones varias, aunque creo que como método resulta válido e interesante, no evita, sin embargo, que el resultado final deje tanto que desear.

Pero de perdidos al río… y es que ahora me voy a poner a largar sobre cosas que, sin contrastar dato alguno, ni consultar fuentes, y desconociéndolo casi todo sobre ellas se me da por pensar, caprichosamente, que son como a mi me gustaría que fuesen. Esto es como si, tras oír unos cuantos Cds, decimos que el mayor exponente del Heavy Ochentero es Pimpinela. Y nos quedamos tan tranquilos. Por cierto, lo de la web de que os hablo arriba, esa que me impulsa a seguir la calamitosa senda de la desvergüenza virtual, era algo comparable con este penoso comentario. Increíble.

Desconozco si existe algún movimiento literario denominado “abstracto” o “literatura abstracta”. Si no lo hay, lo acabo de proponer. Si lo hay, lo voy a redefinir, sin importarme, y desconociendo, su actual acepción. Requisito previo para pasarse de listo quince pueblos, como estoy haciendo ahora, es no haberse topado jamás con tal definición (nunca lo he hecho), ni haberse puesto, antes de escribir esta entrega, a consultar en libros, enciclopedias o internet (tampoco lo he hecho).

Cumplidas esas básicas premisas, haciendo caso de determinadas lecturas y alguna que otra infundada idea que me ronda la cabeza, pero, sobre todo, dejándome llevar por el marcado y acentuado favoritismo que siento por ciertos personajes, os voy a trazar un recomendabilísimo itinerario por la “abstracción escrita”, como podréis observar, barriendo descaradamente para casa. Aunque parezca una contradicción, que lo será, o no, porque no lo sé, os voy a hablar de las palabras que no quieren decir nada. Como si leyéramos un idioma desconocido, en el que no reconocemos ni los signos. Hay ciertos escritores, hermanados como por casualidad por un idioma común, que tienen esa asombrosa capacidad de abstracción literaria. Ellos más que ninguno otro. Única, rara e indefinible. Hölderlin y Celan. Sin llegar a esas alturas de vértigo, pero tocado también por la varita mágica, Georg Trakl. Los tres son capaces de hacernos olvidar que las palabras están llenas de significados y contenido, y deslumbrarnos con su capacidad para, abstrayéndose de cualquier referencia a sujetos, objetos o realidades de cualquier índole, ya sea física o espiritual, deslumbrarnos con algo más, distinto, armonioso, indefinible pero fácilmente perceptible.

Y realmente no me parece casual que los tres escribieran en alemán. Aunque siempre hay un poco, o un mucho, de injusticia en este tipo de generalizaciones, podemos a veces identificar determinados rasgos como propios o característicos de ciertos colectivos, naciones, idiomas, etc. A cualquiera se le ocurren recurrentes adjetivos si nos preguntan por Francia, por el inglés, o por si nosotros subimos o bajamos. Podemos a grandes rasgos distinguir entre una tendencia de puertas afuera, superficial (dicho esto en el buen sentido de la palabra), alegre, estética, extrovertida, en contraposición a esa otra tendencia de puertas adentro, introvertida, obsesiva. La una, simplificando, la podríamos identificar con el mediterráneo y la otra con el norte de Europa. Eso de las largas noches bajo cero, la falta de luz, el estar metido en casa tiritando, dándole a la materia gris y a la ginebra, no puede ser sano. Fruto de esas obsesiones propias del germánico norte, los resultados obtenidos a veces son geniales, pensemos en la música, otras son penosos, ejemplos sobran, y otras son las dos cosas a la vez, según a quien se le pregunte, pero en cualquier caso, resultados exagerados, sesudos y densos. Pensemos, por ejemplo, en toda la metafísica y filosofía alemana. Estos tíos no conocen ni las medias tintas ni el diletantismo, ni la siesta ni la dolce farniente. Qué faena.

En esta tesitura, en lo que a literatura se refiere, tengo más que comprobado que la tan marcada tendencia que en Alemania y el alemán se dio a profundizar, analizar, escarbar y desmenuzar cualquier asunto, ha dado como resultado todo lo contrario. En el extremo de lo concreto y analítico, de tanto que se obsesionaron con ello, pasándose de rosca, se toparon con la abstracción pura y dura, sin referente en lo concreto, en lo tangible, puro estado gaseoso, musical. Acojonante. Basta con atreverse, por pura curiosidad, con cualquier vaca sagrada de la metafísica o filosofía teutona para sacar en limpio que no se entiende nada. De tantas vueltas que le dan, cada cual más obsesivo-desmenuzadora-profundizadora, se queda uno perplejo. Es como cuando de tanto acercarnos una foto a los ojos, la imagen se empieza a desenfocar y deformar. Con estos teutones de antaño, que crearon escuela, para que negarlo, lo que es entender, ni pío. Pero eso no quiere decir nada más que eso: que no se entiende. Punto. ¿Y quien puede decir que “entiende” un paisaje, o la música? Evidentemente, a mí Schopenhauer no me parece ni un paisaje ni musical. No digo lo mismo del único libro que leí de Nieztsche, “Así habló Zarathustra”. Como ya os comenté en otra entrega del diarioprueba, entender no entendí nada, pero me gustó. Sin duda. Este individuo es otro eslabón fundamental en la génesis y consolidación del movimiento abstracto literario. Pero volvamos a donde estábamos. Es durante esos siglos de pensante ilustración, cuando se empiezan a dar los primeros pasos, verdaderos palos de ciego, hacia la meta que ahora trato: la abstracción literaria. Sabido es que los extremos se tocan. Perdidos estos teutones en la obsesión por lo concreto llegaron a lo genérico. Empeñados en desmenuzar el tiempo, fraccionando el segundo en mil millones de partes, llegaron al infinito. Y es esa tendencia nacional a la obsesión elucubradora, canalizada durante siglos en lengua alemana, lo que bajo mi punto de vista hace de dicha lengua el idioma propio para la abstracción, como el meloso francés lo puede ser para la lisonja y el natural y desbordante castellano para el exabrupto.

Tras los primeros e involuntarios pasos en la senda de la abstracción literaria, que, sin querer, toda la pléyade de filósofos alemanes fueron dando, llegamos a un momento clave cuando el romanticismo, sus fatalidades y hondos pesares se abaten sin piedad sobre las almas sensibles. En ese instante, el campo ya estaba totalmente abonado. Solo faltaba un elegido, un médium que plasmara en el papel ese punto de inflexión, radical: desvestir a la palabra de su contenido. Y ese individuo fue Friedrich Hölderlin. Aunque hordas de estudiosos se empeñan en dar cientos de explicaciones lógicas y no lógicas a las frases de Hölderlin, ello me parece un craso error. Es intentar analizarlo con una óptica equivocada, opaca. Que nunca acertará en el blanco. Este señor, único, distinto, débil mental, demente desde los treinta, encerrado cuarenta años en una torre en Tübingen dónde vivía de la caridad y bondad de un admirador que, pese a su locura, lo apreciaba sinceramente, fue capaz de dar ese gran paso: No decir nada, ser ininteligible, pero hipnotizar con su escritura, pura música, pura sensación, puro todo y nada, paisaje infinito. De la torre, a sus paseos por el río, y de ahí, a la torre. Cuarenta años así, ido. Ahí queda eso.

Mi admirado E. M. Cioran, fiel a su estilo aforístico, críptico y pesimista lo describe con inusitada claridad en sus “Silogismos de la amargura”: “La capacidad de aguante de los alemanes no tiene límites; y ello hasta en la locura: Nietzsche soportó la suya once años, Hölderlin cuarenta.”

Pasó el tiempo y el testigo es tomado con vigor. Nos encontramos con el cenit, para mi gusto insuperable, de este fenómeno: Paul Celan. Excepcional. De otro mundo. Un genio absoluto. A mucha distancia de cualquier otro. Siendo Celan incomparable, no deja de ser cierto que por el mismo camino, nuevo y desconocido, deambuló también Georg Trakl. A los siglos de obsesión metafísica, de desánimo y afectación romántica ellos tuvieron que añadir en su bagaje, Trakl, el desmadre del estallido de la primera guerra mundial y alguna que otra visita al manicomio y Celan, el no va más de la segunda, campos de concentración, exterminio y sabe dios cuanto más. Ambos atajaron. Trakl a la segunda, con una sobredosis en 1914, dejando con la palabra en la boca, desgarrado por el dolor, tras meses de vanos intentos por encontrarse con él, a su íntimo, Ludwig Wittgenstein. Celan, por su parte, con un libro de Hölderlin abierto en su escritorio, salió de su casa y se tiró al Sena en 1970, aún indefenso ante el horror que había vivido veinticinco años antes. Los tres merecen la pena. Ellos y sus libros. Sus vidas y sus vivencias. En Hölderlin os encontraréis con la sumo y lo abstracto, lo incomprensible, no en la poesía, como en principio podría parecer, sino en su Hyperión y en sus repetidas, enfermizas y nunca definitivas versiones de Empédocles. De Trakl y Celan llega con acercarse a sus poemas para cagarse por la patinbaixo, y no entender por qué. Ánimo

Índice de fotografías:

1.- Georg Trakl; 2.- Friedrich Hölderlin; 3.- Paul Celan; 4.- Tübingen, camino por el río, transitado a diario por Hölderlin; 5.- Tübingen, escaleras que comunicaban la casa dónde vivía el poeta (propiedad del ebanista Zimmer) con el río; 6.- Tübingen, habitación de Hölderlin; 7.- Tübingen, torre de Hölderlin en la casa del ebanista Zimmer; 8.- Tübingen, tumba del poeta; 8.- Tübingen, la torre de Hölderlin hoy.

miércoles, 5 de diciembre de 2007

MonogrÁficos IV (Artesanos de la imagen)

Como bien sabéis todos, desde hace tiempo tenemos un PC únicamente dedicado, en cuerpo y alma, 24 horas al día, a que el firmamento, en todas sus variantes, descienda al acogedor y entrañable disco duro que a tales efectos hemos dispuesto (mi agradecimiento a Ramón y Rodri, que pacientemente me han asesorado sobre cómo optimizar el rendimiento y prestaciones de nuestra casera instalación de observación catódica). Debido a ello, ante las posibilidades infinitas que nos ofrece, hemos visto bastantes pelis en este último año. Y con orgullo he de reconocer que nada de broza, bajando por bajar, sino que verdaderas delicatessen, bocados que paladear cómodamente sentados en el sofá, en esos días desapacibles que tanto fomentan el sillónball.

Picados por la curiosidad, mucho nos hemos reído leyendo supuestas críticas, casi siempre sesudas y repelentes, llenas de lugares comunes y carentes de toda gracia, sobre todo en periódicos, pero también en alguna revista especializada. Resultado de todo ello es una lista de coletillas de entendido, sobre las que, con insistente automaticidad, caen una y otra vez los profesionales de la crítica cinematogrÁfica. Coletillas con las que nos desternillamos cada vez que alguien recurre a ellas, ya sea en la Tele o en la prensa escrita, o, inclusive contagiados, se nos escapan a nosotros. Proponemos ahora que a dicha lista se añadan dos nuevas pedantes y proselitistas referencias: “Artesano de la imagen” y “Poema visual”. Y ello si es que no están ya inventadas, que me imagino que sí. Podríamos añadirlas, como nuevas “categoría” o “marca” de crítico a tantas otras, cada cual mas graciosa: Drama generacional, Biopic, Cine protesta, Western crepuscular (mi favorita), Duelo interpretativo, Docu-drama, Saga familiar, Film coral, sobre las que, “a ver si me entiendes”, “ya te digo”, “que duda cabe” tropiezan, rayando la comicidad, los profesionales de la crítica. Qué tíos.

El caso es que las nuevas categorías propuestas nos valen para, colándonos en campos ajenos, y usurpando competencias extrañas, con descarado intrusismo, presentar una selección de obras maestras, en las que la imagen “brilla con voz propia” debido al “saber hacer” de su directores, verdaderos “artesanos de la imagen” que con sus “ilimitados recursos” y una “paleta de colores y matices sin igual” consiguen tan logrados “poemas visuales”. Fuera coñas, las pelis que os presento son cantosas, en ellas sobran los argumentos y guiones porque sus imágenes tienen tal “fuerza y empaque” que da igual verlas en otro idioma o con el volumen a cero. Impresionantes.















miércoles, 21 de noviembre de 2007

Dionisio Ridruejo

Hace unos años en la Dos de TVE dieron unos documentales sobre escritores. En varios de ellos el autor era el protagonista, en primera persona, de un viaje por sus recuerdos y los lugares asociados a estos. En su compañía visitábamos la casa donde habían nacido y con ellos seguíamos por el catálogo de acciones, sensaciones y lugares que los habían hecho como personas. Recuerdo dos en particular: el de Bryce Echenique, porque fue estupendo y el de una tal Luisa Castro (creo recordar) porque fue una verdadera patraña, y no por culpa del realizador o guionista, si no por la poca categoría o capacidad de la protagonista. Hubo otros, sin embargo, a la antigua usanza, nada de viajes guiados por el autor, con lo que de coñazo y pedantoide tuvieron varios, llenos de alusiones ininteligibles, e insufribles recitados de pasajes de sus obras, encontrándonos en cambio, con programas de una hora de duración, apasionantes, llenos de referencias interesantes, imágenes de archivos y en general muy bien conseguidos. Estos fueron los menos, pero también los mejores. Habiendo fallecido el autor elegido, el recorrido vital en primera persona se hacía imposible. Qué suerte. El de Juan Ramón Jiménez fue espectacular. También el de Manuel Altolaguirre. La palma se la llevó el de un tal Dionisio Ridruejo, del que yo hasta esa fecha poco sabía, (tan solo que era un poeta y que había participado en la guerra civil) y con el que desde ese día me quedé flipado. Y eso sin haber leído ni un solo libro de él. El primero lo estoy leyendo estos días. Pero es lo de menos, porque este individuo lo que tiene es un “itinerario vital”, por decirlo en plan repelente, que es para quitarse el sombrero. Y unas narices que harían agachar la mirada al cien por cien de nuestros dirigentes, presentes y pasados, todos tan henchidos de pecho y tan melosos en su egocentrismo.

Pero empecemos por el principio. A los pocos minutos de iniciado el documental, aparecen unas imágenes en las que Jorge Semprún, a la sazón escritor, Ex Ministro de Cultura y destacado miembro del partido comunista durante la dictadura, lee en un acto, supongo que en memoria de Ridruejo, unos párrafos de una mítica carta de nuestro protagonista. Varias frases son antológicas. Por cuatro motivos: por lo bien escritas que están, por quien es el destinatario, por quien es el remitente y por el contexto en que están escritas. Tras leer una de estas frases, Semprún se quita las gafas, mira al público con complicidad y se deja llevar por un improvisado y sincero reconocimiento ante el agasajado ausente. La frase que deleita al presentador se me quedó grabada: “Todo parece indicar (V.E.) que el Régimen se hunde como empresa aunque se sostenga como tinglado”. El remitente es nuestro amigo Dionisio, quien desde el año 1935, durante la guerra civil y hasta el año 1941 ocupa distintos cargos en la Falange. Desde simple mindundi hasta director de propaganda (Qué medo). Nacido en 1912, el torbellino lo coge en una edad de ímpetu, músculo y necesidad de acción. Pero muy pronto reacciona, fiel a un idealismo que, aunque inicialmente le había llevado a confundir las verdaderas intenciones de sus sibilinos compañeros de bando, le dio el coraje suficiente para denunciar, a las primeras de cambio, las tropelías llevadas a cabo. Renunciando con ello, una vez que el final de la guerra se intuía, a las comodidades que para él y los suyos habría supuesto el acostumbrarse a mirar a otro lado, transigir cínicamente, como tantos otros, con la injusticia más palmaria, cargarse de medias verdades y razones y vivir “honorablemente” como un “menistro”. Lo suyo tuvo mérito, no hay duda. Es de los primeros en alzar la voz contra el desmán. De los primeros en hablar de una salida negociada a una guerra que en principio él creía iba a durar tan solo semanas. Pronto aparecen el ostracismo, el vacío, luego un vía crucis en el frente ruso del que llega pesando 35 kilos y medio muerto. A estas alturas ya no se calla nada. Le espeta verdades como puños a la plana mayor del bando nacional. Confinamiento durante años, censura, exilio, varios intentos de que sufriese algún “accidente”, la cárcel. Referente absoluto. Lo más triste de la biografía de Dionisio es una fatalidad histórica de estas que parecen una mala pasada del destino. El pobre va y muere cuatro meses antes del final de la dictadura. Viendo el documental, os aseguro que daba rabia, pero eche o que hai.

Siguiendo con la carta, os podréis imaginar que el destinatario (Vuestra Excelencia) era Franco. Las verdades como puños ya se las había dicho “in pectore”, tras lo cual nuestro héroe pronto fue descabalgado. Empezando su confinamiento le envió la misiva de que estamos hablando. Era Junio de 1942, y por aquel entonces él ya era un paria y el otro se llenaba hasta los carrillos de poder absoluto y personalista, y montaba su “tinglado”.

“Casi unas memorias” resulta un libro apasionante e interesantísimo. Básicamente se divide en “memorias de guerra y posguerra” y en sus “memorias literarias”. No tienen desperdicio. Ni las unas ni las otras. En su corto periplo falangista este individuo estuvo reunido con los mandamases del Reich y del Populus, incluidos el führer y el Duce. Estuvo en primera línea en la guerra civil y en la segunda guerra mundial. Todo esto sin cumplir los treinta. Formó parte del “gueto interior” junto con Laín Entralgo, Antonio Tovar, Vivanco, etc., siendo él sin duda y a mucha distancia del resto, siempre más acomodados, el más valiente y comprometido de todos. Compañero iniciático de Torrente y Rosales, fue luego el ejemplo a seguir para los grupos que desde dentro intentaron hacer algo. Entre éstos, apoyó las revueltas estudiantiles dirigidas por Múgica, Dragó y otros, y por ello volvió a prisión… Vamos, una persona en condiciones. Como os decía antes, de su obra como escritor no conozco nada, aparte de estas memorias. Y poco importa. Lo que sí sé es que publicó dos tomos sobre Castilla La Vieja realmente antológicos por lo cuidado de su edición y por la cantidad y calidad de las fotografías que los adornan. Detrás de ellos me tenéis, pero, por desgracia, además de muy difíciles de encontrar, ya no digamos en buen estado, los precios son prohibitivos. Paciencia.

Umbral y el Páramo

Lo que un día os conté, no hace mucho, sobre Heinrich Böll, aplicadlo ahora a Francisco Umbral. El asiduo entrar en las librerías, la renovada ilusión con que empezamos a curiosear, la presa fácil, los tiros indolentes de quien encontrándose en el monte y ante la desoladora ausencia de capturas acaba disparando a las piedras, la ebullición sonrojante al intuir caza mayor…

Ayer tuve suerte. En Follas Vellas estaban esperándome diversas joyitas de Francisco Umbral, confiadas y distraídas. En concreto, “Los helechos arborescentes”, “Los políticos” y “Pío XII, la escolta mora y el general sin un ojo”. Disparé rápido, sin dudarlo. Nuevos trofeos que añadir a otros del mismo espécimen que adornan las paredes de casa. Os muestro algunos.


Ya os he hablado de Umbral en alguna entrega del Páramo. Me gusta como escribe. También os decía que las ganas con que cojo cualquier libro suyo, son igual de intensas que las ganas con que paso de sus diarios artículos de prensa. En general creo que esto de los articulistas y sus artículos está totalmente magnificado, overrated. Y no voy a los de ahora, entre los que destaca(ba) nuestro Francisco, y que a mí me acaban aburriendo más pronto que tarde, sino que me refiero a los Santa Santorum e intocables padres del periodismo moderno. En esto hay mucho cuento y peloteo corporativista y gratuito. Había leído tanto y tan bueno sobre, por ejemplo, Mariano José de Larra y Julio Camba, que no dudé en comprarme magníficas ediciones de ambos. Decepcionan. Por supuesto que hay momentos increíbles, de una lucidez e ironía apabullantes, pero son los menos. Entiendo que mantener, semana tras semana, o inclusive a diario, ese nivel de agudeza y gracia debe ser imposible, pero aún reconociéndolo, no es para tanto. Es que merecen la pena uno de cada diez o veinte de sus escritos. Mayor fiasco me llevé con la “Exégesis de los lugares comunes” de Leon Bloy en el que están bien uno de cada cien. Eso sí, los que están bien, los borda (“Los negocios son los negocios”, “Estar en las nubes”…). Si Bloy y otros fueron decepcionantes, la excepción que confirma la regla del batacazo que supone ponerse delante de una recopilación o selección de artículos la constituye, de lo poco hasta hora leído, “Madrid, el advenimiento de la República” de Josep Plá, que es un espectáculo. O cualquier muestra de ese ser de otro mundo, José Ortega… o los deliciosos bocados Cunqueiranos.

Pero volvamos con Umbral. Era un golfo obsesivo, con un norte y querencias inamovibles: Los libros y sus autores, las mujeres, el paisanaje variopinto de noctámbulos, chulos, gorrones, iluminados, extremistas, poderosos y pusilánimes. Madrid, la Gran Vía, las putas de la Gran Vía (todas de Mansilla de las Mulas, Provincia de León), el Chicote, Proust. Y junto con sus obsesiones, su método, como de un Henry Miller de la Meseta. Directo, tenso, fibroso, lírico, inventivo, como un torrente. Escatológico, fetichista, mitómano. Para mi gusto, un fuera de serie. Ahora que ya no está, debería incorporarlo al Panteón Exaltado.

Lo último que leí de él es una magnífica “Mis paraísos artificiales”. Con Umbral me pasa lo mismo que con el Aquarius después de hacer deporte, no me dura ni un minuto. Con otros autores no me entra esta compulsión lectora, pero con éste sí. No lo puedo evitar. No leo cuando conduzco porque tiene pinta de ser muy peligroso, que si no también. Sus libros no me pasan de dos o tres días. En este último la orgía de nombres y referencias aún reverberan en mi cabecita: Ortega, Rilke, Proust, Cioran, Bataille, Beckett, Azorín, Nietzsche, Cocteau, Villiers De L´Isle Adam, Nerval, Valle-Inclán, Gómez de la Serna, Heine… éstos entre los que a mí me gustan, que hay más. De todo ello, me impresionó especialmente comprobar asombrado, no solo que compartía tantos gustos con él, sino que Francisco Umbral también pasaba ciertas temporadas en esos parajes de la tundra y el Baikal, en sus páramos, para él “Paraísos artificiales”. Y que en ellos, sus compañeros, necesidades y reflejos son una fuente bien cincelada ante la que me resultó bochornoso pensar en lo ramplón y barateiro de mis ejercicios de aficionado. Lo que sin embargo, he de reconocerlo, me encantó, fue la coincidencia en los indicados gustos… quien no se consuela es porque no quiere, está claro.

Os voy a estampar (si quieren, que me detengan) un botón Umbraliano en el que con gestos y maneras para mi gusto portentosos, habla, como dios manda, de lo que tantos otros podemos intuir o presentir, pero que no seríamos capaces de identificar, y mucho menos explicar o definir, ni en cuarenta mil horas de confuso dictado. Admirable. Por cierto, entre Baroja, Balzac y algunos más parece haber un invisible pero incontestable nexo de unión con el Páramo imaginario… por lo que veo, ando tras la buena pista


“Si tuviéramos que escribir un libro sobre Marcel Proust, lo titularíamos «Por el camino de Proust» o «A la sombra de Marcel Proust». Son títulos que vienen dados. Quizá nunca escribiremos ese libro, pero nos gusta pensar en él. Sobre Proust están los grandes libros de Painter o de Delleuze. Pero sobre Proust ha­bría que hacer un libro intimista, sentido, vivido, per­sonal, subjetivo, desde dentro, como los libros de Cio-ran o de Bataille sobre Nietzsche.

Porque hay escritores --algunos, muy pocos-- que llegan a incorporarse a nuestra vida, a circular por nuestra sangre, y sus libros son una extensión de nues­tra biografía. A mí me ha pasado con Proust, con Gó­mez de la Serna, con pocos más. También puede ocu­rrir con algún pintor. Los cuadros de Goya, de Marc Chagall o de Solana pueden ser ventanas de luz que se abren eternamente en nuestro día, que dan siem­pre una luz oblicua, amarilla y fija a nuestra existen­cia. A algunos melómanos les pasa con alguna música. Al propio Proust le pasaba con la sonata famosa, o con la pintura de Elstir.

Luego, una gran obra, sobre todo una gran obra novelesca, tiene una función supletoria de mundo com­pleto, retirado y a salvo al que podemos irnos de vez en cuando, en momentos malos o buenos, en momen­tos en que nos cansa el mundo que tenemos en torno.

En mi infancia de hambre y posguerra, de frío y co­cina apagada, mi pequeño mundo secreto era La guerra carlista de Valle-Inclán, un libro de mi madre, viejo y deshojado, que leía y releía. Aquel friso de viejos hi­dalgos, guerrilleros, monjas, lluvia y pólvora, era el pa­raíso perdido adonde yo me retiraba para vivir el color y el calor de la prosa, una riqueza ambiental y verbal que suplía con mucho la pobreza de mi vida.


Luego, y creo que ya para siempre, mi retiro secre­to, mi jardín cerrado, mi doble fondo, ha sido y es la obra de Proust. Todo ese enredo de marquesas, baro­nes, snobs, lesbianas y políticos es una vida más real y viviente que la vida misma, y además una vida pe­renne que siempre está ahí y en la que puedo entrar cuando quiero y por la puerta que me dé la gana.

No hablo ahora de literatura. Hablo de esa fun­ción ortopédica, supletoria, practicable, que puede te­ner un gran ciclo novelístico. A medida que vamos per­diendo fe en la novela de enredo, de historias, de vidas, se nos hace más necesaria esta utilización práctica de la novela. Prefiero leer a un antinovelista experimental que me brinde un discurso inconexo, a efectos litera­rios. Me interesa más. Pero cuando de lo que se trata es de huir, de borrar el mundo, de instalarme en una realidad segura, quieta y que no me puede decepcio­nar, entonces opto por Proust. Esto no quiere decir tampoco que Proust no sea para mí el escritor más grande de la Historia. Lo es. Pero aparte de utilizarlo intelectualmente, lo utilizo vitalmente como evasión. Unos se van a la parcela, otros se van a la playa y yo me voy A la busca del tiempo perdido.

Sé que esto no me pasa sólo a mí. La lectura como evasión es una de las dimensiones de la lectura. Hay quien se refugia en Baroja, o en Caldos, o en Balzac, o en los folletinistas. Los grandes ciclos novelísticos sirven muy bien para esto, sean buenos o malos, porque sustituyen la vida y nos permiten participar man­teniéndonos a salvo. Yo sé que, cuando en la vida me falla el trabajo, o las amistades, o la salud, o la fami­lia, nunca me van a fallar Oriana Guermantes, Gilberta, Albertine, el barón de Charlus, Saint-Loup, Odette, Swann.

Pienso que el escritor, el creador de esos vastos mundos novelescos, también huye de la vida al escri­birlos. Hay un interesante ensayo de Marthe Robert sobre la novela, que parte de la teoría de Freud sobre «la novela familiar de los neuróticos». Según esto, todo niño fábula en su infancia para sustituir y mejorar la realidad. Hay el sueño del niño expósito, que se ima­gina no ser hijo de sus padres reales, y el sueño del bastardo, que quiere conquistar el mundo para borrar su bastardía (naturalmente, imaginaria o no, que eso da igual). Napoleón, gran bastardo (por su clase hu­milde), inspira toda la novela de conquista del mundo y agresión. Inspira a Balzac, concretamente. La novela del niño expósito es más lírica, más interior. Es la no­vela actual, donde importa más la imaginación poética y el lenguaje que la misma acción y la trama.

Balzac, Galdos, Dickens, Baroja, hacen la novela del bastardo, la novela del mundo real. Proust y Joyce inician la novela lírica del niño expósito. Flaubert, «el idiota de la familia», está dubitativo entre ambas ten­dencias. Hoy está claro que vamos hacia la novela líri­ca y sin acción del niño expósito. Esto apunta en Proust, como digo, pero apunta mezclado aún con la herencia balzaciana del enredo. «Qué grande sería Bal­zac si supiera escribir», dijo Flaubert. Proust es un Balzac que sabe escribir.

Por el camino de Proust me evado muchas veces de la vida, del dolor, del aprendizaje del dolor (La cognizione del dolare, tituló su más hermosa novela lírica, de niño expósito, Cario Emilio Gadda, el gran italiano ignorado y muerto). Cuando la vida nos hace sonreír de amargura, cuando nada importa y todo es repetición de todo, volvemos, en silencio, a la busca del tiempo perdido en las páginas de Proust, a esa otra vida paralela, como se dice ahora. Paralela de mi vida.”

viernes, 5 de octubre de 2007

MonogrÁficos III (Frank Zappa)

Por dónde empezar una entrega monogrÁfica dedicada a este absoluto fenómeno, genio, free thinker, off the road, y todo lo que se quiera, que, aún así, es poco. Pues por lo que mí más me gusta y engancha de él. Vamos a obviar y dar por indiscutible ese canto celestial que lo considera un ser distinto: I).- Pocos guitarristas están a su altura. En los setenta, dentro del rock y parentela cercana (llámese pedantemente como se quiera, jazz-rock, fussion, progresivo, blues rock, etc., blablabla) gobierna con distancia y elegante magnificencia el escalafón guitarrero. Intocable. Sus solos, de otra galaxia. II).- Eso es nada comparado con su capacidad y clase como líder, dotado de un sexto sentido para elegir y obtener el máximo de sus band mates, haciendo que sus grupos sonaran como auténticas apisonadoras, con ritmos y tiempos al alcance de pocos. III).- Por si fuera poco todo lo anterior, tenemos al FZ pensante, perspicaz, original, incorrecto (y no pongo el sobado “políticamente”, porque en la actualidad tal calificación resulta tan generalista, manida y al alcance de tantos y tantos vulgares personajes y opinadores varios que, de alguna manera, hemos de establecer categorías diferenciadoras entre todos estos y Él. Pocas cosas tan correctas en la actualidad como ser incorrecto, y ya no digamos si encima se es políticamente incorrecto. Cada vez que oigo de alguien tal personal aseveración, me dan ganas de regurgitarle por encima toda la apestífera prosopopeya con la que indecentemente se tilda. Buaj, qué asco). Pero sigamos con él. Como veis, estamos llegando a unas alturas dónde pocos habitan. Musicalmente, escasos elegidos aguantan la comparación con nuestro FZ. Lo mismo se puede decir de su valoración como abanderado generacional, innovador y desafiante en cualquiera de sus planteamientos, sean éstos artísticos, estéticos, sociopolíticos o lo que sea. Frescura y libertad, originalidad, desparpajo y gracia, en pocas personas se dan con mayor plenitud. Qué tío. Azote de la impostura y poses tan abundantes en el showbizz, cualquiera de sus opiniones merece ser escuchada… así podríamos seguir y seguir hasta pasado mañana.

Pero como os comentaba al empezar con la entrega monogrÁfica, aún hay más: en cualquiera de sus directos nos encontramos con auténticas joyas, perlas exquisitas de nuestro tiempo. Y no musicales, que también. Su capacidad, casi hipnótica, para captar la atención de la audiencia, con solo su voz, es algo fuera del alcance de cualquier explicación racional, pero real como la vida misma. Quien aún no haya experimentado el trallazo de adrenalina enajenante que es oír su voz, que se prepare, pues merece la pena. Unido a esto, a esa voz que parece un oráculo dirigiéndose a sus asombrados y temerosos acólitos, está su ilimitada capacidad de fabulación. Ya sea en las letras de varias de sus canciones, como, sobre todo, en varios de sus espiches sobre el escenario, en los que no deja títere con cabeza. Llega con oír alguna de estas intervenciones, con esa voz estratosférica y cavernícola, con toda la gracia que tenía el tío, con tanto ingenio, para olvidarse de que enfrente está un fenómeno absoluto de la guitarra, con una banda que suena como ninguna otra, y caer rendido ante el auténtico chamán eléctrico del S. XX que fue Frank Zappa, y maravillarse con sus disertaciones de iluminado, frente a las que resulta imposible contener las emociones.

Sorprendentemente, FZ, tocado por los dioses en tantas facetas, se deja entender por aquellos que tenemos un nivel medio bajo de inglés, con lo que no hace falta saber mucho para disfrutar intensamente de su verborrea sin igual. Para los que tengáis ganas de pasar un buen rato con algunas de las obsesiones y variados “targets” de este francotirador de la palabra, os voy a recomendar algunos must-have:

- The poodle lecture: los tres grandes errores de Dios después de crear la luz. “In the begining God made the Light. Shortly thereafter, he made three big mistakes…” De risa. Aparece uno de sus mayores fetiches, el perro caniche, que, como cualquiera que los haya observado detenidamente sabe, son un cuadrúpedo y viviente ejemplo del marrar divino.

- Is that guy kidding or what?: cuchillos afilados y un repasito a la música disco, la Warner Brothers, y la pedantería pseudocreativa de tantos y tantos “rock artists” que van de genios siendo borralla. Su compañía de discos rescindió definitivamente sus contratos. FZ montó la suya, normal

- Make a sex noise: El sex-appeal de las irlandesas a examen. This is very scientific, anuncia él antes de empezar con las pruebas

Estas tres maravillas harán las delicias de quienes se animen a comprarse el CD en el que salen: You can`t do that on stage anymore Vol. VI, o poner el Emule a funcionar. Si además queréis verlo, las dos primeras salen en la versión íntegra de la película “Baby snakes”. Pasaréis un buen rato, os lo asegura...



jueves, 26 de julio de 2007

Vacaciones

Como ya os habréis dado cuenta, hace unos días que no cuelgo nada. Motivo: que me dedico a hacer otras cosas. A mayores, dentro de una semana empiezo las vacaciones, con lo que sobre el páramo se extenderá unha longa noite de pedra. Pero volveré en Septiembre, dios mediante. Para que os llevéis un polvorón a la boca, con el que endulzar esta larga travesía del desierto, ahí van ciertas novedades que, con un poco de calma y algún que otro sabio consejo, he ido pariendo. Espero que os guste: http://losexaltados.blogspot.com/

sábado, 9 de junio de 2007

MonogrÁficos II (live recordings)

Hoy me quito la careta para soltar la segunda entrega de los monogrÁficos: On Stage: live recordings. Así mismo, in inglis, para que mooole más. Como bien sabéis, estoy tan acostumbrado a mi scanner (comprado a Rodri y Ana y que es un aparato prodigioso) que parece que forma parte de mí. Acabo de fusilar las portadas de una selección de discos en directo que forman parte de mis favoritos all time. Aunque a lo mejor alguno hace tiempo que no lo pongo, cuando decidí hacer la lista no tuve casi ninguna duda. Todos los que van los he escuchado y deglutido durante horas y horas. Sí que os debo advertir que de Frank Zappa es imposible decidirse por uno. Tiene varios imprescindibles, pero, por lo general, los mejores son de los setenta. Ante tal abundancia Zappiana, con alboroto he decidido que mi próxima entrega monogrÁfica versará sobre él, se preparen.

En relación con mi voluntariosa lista, y como es habitual en estas lides, nada más acabarla se me ocurrieron otros tantos discos para incluir, pero ésa es la canción de nunca acabar, por lo que he optado por no volver la vista atrás y colgarla como en principio me salió. Cualquiera de los discos os los recomiendo.

“Zappa in New York”, de FZ. Increíble, nada más empezar a mí se me viene el cielo encima. Que catarsis. Lo máximo. Como ya os he prevenido sobre el contenido de la siguiente entrega monogrÁfica, en la que agotaré los calificativos que mi exiguo léxico pone a mi disposición para tildar a este ser de otro planeta, ahora, dar gracias, os voy a ahorrar el panegírico.






“At the fillmore East” de The Allman Brothers Band. Los Allman brothers los llevamos oyendo Eli y yo desde que con trece años, E., nuestro profe de lengua, nos los grabó en una cinta. Del comentario que como presentación del grupo nos hizo E., yo recuerdo nítidamente la palabra “improvisación”, pues cuando E. la pronunció yo me quedé como si me estuviesen hablando en Chino. Fue uno de esos ramalazos, bastante habituales en mí, en los que me doy de bruces con mi ignorancia. Debí mirar a mi hermana por si ella sabía de qué coño nos estaban hablando, pero no recuerdo su reacción. Cualquier día le pregunto si se acuerda de tan insignificante episodio. De lo que sí nos acordamos los dos es de que E., clarividente absoluto en cuestiones musicales, fue el canal por el que nos fuimos surtiendo de los Beatles, Dylan, Eagles, America, Simon & Garfunkel, CSN&Y, Eric Clapton, etc. Un chollo, vamos.

“Frampton comes alive” de Peter Frampton. Este otro nos lo pasó a Eli y a mí J., que era nuestro profesor de Ingles y gimnasia en octavo. En la cinta puso como portada una foto en la que salíamos unos amigos y yo en una cabaña que habíamos hecho en la orilla de la ría, en Xaviña. La foto nos la sacó él. En el lomo del cassette puso “Young boys, new wishes”. Qué tiempos, trece añitos. A Peter Frampton, entre que era un sex symbol y que este disco arrasó en las listas, la gente se lo toma a coña. Injustamente. Varias de las canciones son muy buenas. Además toca la guitarra con mucho gusto y con un acento propio, cosa nada fácil de conseguir. Es uno de esos guitarristas identificables por su estilo, y eso es mucho decir. Desde luego no es de mis favoritos, pero una cosa no quita la otra.

“Running on empty” de Jackson Browne. Buff, para mi gusto su mejor disco. Y la canción que le da título su mejor canción. Ni “take it easy” ni nada. Running on empty es una de esas canciones que por no sé qué razones se salen de los parámetros establecidos, en las que el comentario objetivo no está a mi alcance. Y que voz tan bonita el tío. Y el amigo David Lindley y su pedal steel, se salen. Emocionante como pocos Jackson Browne. Eli y Ramón tuvieron la suerte de verlo en directo en Madrid y dicen que foi moito de dios. Sana envidia les tengo por ello.



“Live Alive” de Stevie Ray Vaughan. Tremendísimo directo de este forzudo. La teoría dice que guitarristas como SRV en Norteamérica hay siete debajo de cada piedra. Y desde luego, USA es el país de ellos, pero es que este tío tiene algo que otros muchos no tienen. No me digáis qué… pero SRV es una bomba, tiene un sonidazo apabullante y una fuerza que desmoronan cualquier fría argumentación en su contra. La obsesión por Hendrix (al igual que en Uli Jon Roth) en él da buenos resultados. En tantos otros es indigesta. La versión que hace de Superstition de Stevie Wonder es para caerse con todo el equipo, dinamita.



“Strangers in the night” de U.F.O. Aunque lo que debería ir en letras mayúsculas es que Michael Schenker toca en el grupo. Insuperable. Hace poco conseguí en el Emule unas increíbles imágenes de conciertos de UFO con el hacha teutón. Él con veintipocos años. Parece un chiste. Fuera de serie. Además de que aquí están recogidos sus mejores solos, varios antológicos, muchas de las canciones son alucinantes. Suenan de maravilla y no aburren como era norma en directos de rock de la época en los que el solo del batera o la insoportable participación del público tarareando el himno de turno se hacen insoportables. Una pasada de disco.



“In Concert” de Derek and the dominos. Al salir en CD le añadieron varias canciones inéditas de la misma gira y le cambiaron el nombre por “Live at the Fillmore” (East, aclaro yo). La cumbre de Eric Clapton, desde aquí (1970) por una serie de milagros de difícil exégesis, Clapton se ha mantenido intocable, pero lo que tenía que decir ya lo había dicho entre los Bluesbreakers, Cream y Derek and the Dominos, que no es poco. Las rentas obtenidas por su participación en estos memorables grupos, de los que sin duda era alma matter, las ha sabido administrar como nadie. En esta época no era el E. C. de las galas de entrega de premios de la MTV y similares, todo tan sucedáneo. Era un portento, buenas canciones, buenos solos y un algo más de difícil definición, pero que de aquella le sobraba. Pocos riffs tan identificables e inspirados como el de Layla. Ahí queda eso.

“The Concert in Central Park” de Simon & Garfunkel. Otro despipote de música inolvidable. Qué nivelazo. Canciones apoteósicas (Simon componiendo se sale, es un underrated. Tendría que haberle pedido unas nociones básicas a E. C. sobre administración de rentas, le habría ido mejor) y emocionantes. Increíble que en su momento estas maravillas de canciones fueran criticadas por la prensa “entendida”. Estupideces de pedantes snobs tipo Rockdeluxe. Resulta que para ellos Simon & Grafunkel eran poco cool, poco auténticos… cuanta ignorancia. Ahora me viene a la cabeza una clasificación que sale en una revista de estas (no recuerdo cuál). La tiene May, y lo que nos hemos reído con ella é moito. Se la voy a pedir y la cuelgo porque es tan ridícula que si no la veis no me creéis. Tiempo.



“Rock & Ríos” de Miguel Ríos. El postre. ¿Cómo se puede flipar tanto con un disco? Milagroso, insuperable. Qué canciones y cómo canta. Sólo pensar en el Río, el Blues del Autobús, Banzai, Un caballo llamado muerte, Santa Lucia, Año 2000, etc. Apoteósico, no hay palabras. Eli, Rodri y yo lo vimos en la gira siguiente a esta, en Coruña. Debía ser 1985 y flipamos por colores. Mis padres al corriente de mi gusto por Mike, me decían con cara de cierta preocupación: así que te gusta el rock duro. Pues sí. Pero en honor a la verdad este disco está muy por encima de ser etiquetado con esa pobre mención. Coche patrulla avanza a gran velocidad… y con Salvador Domínguez haciendo el indio. ¿Alguien da más? Banzaaaaaii…. Me voy a ponerlo, no lo puedo evitar.

Venga todos a las tiendas. Ahora que repaso la lista me doy cuenta de que de mis grupos favoritos sólo Zappa sale. Ni Zeppelin ni Hendrix, ni Smiths ni Beatles. ¿…??
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