sábado, 31 de enero de 2015

Piglia/Respiración artificial en Praga

Estoy como metido en un invernadero de los que hay en los jardines de cualquier aristócrata o ricachón anglosajón… lo mismo se te aparece la Woolf que Lord Mountbatten. El caso es que es un puñetero libro… de esos que escriben tipos que saben tanto de literatura y tanto de cómo se escriben los libros, pero tanto, que son incapaces de escribir UN libro… porque eso no está a la altura de sus expectativas, conocimientos o aspiraciones, y entonces quieren escribir EL libro.

Como los que se lo saben todo sobre la música menos cómo disfrutar de una buena canción… o de una mala, qué carajo… tengo un vecino que sabe tanto y está tan obsesionado con sentar cátedra que cada vez que habla en público, y lo hace con frecuencia, produce una especie de amalgama de semifusas y cambios de ritmo inextricables, digo indescifrables, de absoluto hermetismo para el entendimiento más despierto y, en resumidas cuentas, incomprensible hasta para él mismo, de lo que me entero cuando, más tarde, le pregunto por el significado de todo ello y no sabe qué decir…

Esta necesidad de autoafirmación, en este caso de un escritor, como os decía antes me tiene metido en un puñetero invernadero No es lo mismo estar en el trópico, no sé, en Guayaquil por ejemplo, que estar metido en uno de esos invernaderos en medio de las Hébridas en los que un aficionado al reino vegetal (por supuesto absoluto conocedor de todo cuanto hay que saber sobre la botánica tropical) ha ido recopilando y coleccionando toda cuanta plantita existió, existe o existirá en los putos trópicos, una de cada especie, qué virtuosismo, el trabajo de una vida, todas ahí apelmazadas en treinta metros cuadrados de sudoroso cristal… bueno, eso no es el trópico, os aclaro yo… eso es el infierno… Te das buena cuenta nada más entrar, cuando recibes la primera bofetada/ambiente… a este personaje lo sueltas en el Urubamba y no sabe por dónde empezar a cagarse por la patinbaixin… los mismito que James Joyce cuando le presentaron a Franz K. o a otros de los que escriben libros de verdad y no andamiajes o invernaderitos de mentira, por muy rococós o futuristas que éstos sean.

El ejemplo, aparte pobre, es exagerado… lo mismo, me refiero a exagerados, que los libros de ciertos fenómenos que me han recomendado y que como bien intencionado me leo a pies juntillas… De verdad que estos tipos, no sé, los últimos que me han pillado con fuerzas, Marcelo Cohen o Ricardo Piglia, saben tanto y están como tan preparados y dotados y encima son tan australes de la mismísima Argentina con lo cual tienen esa bombástica necesidad de ombligo y autoafirmación y de decir ocho cuando sobraba con decir dos o mejor inclusive estarse calladitos… que a las tres páginas ya te tienen metido en el dichoso invernadero literario, con mil citas y recursos y aliteraciones y digresiones y cientos de cosas más cuyo nombre o existencia o finalidad desconozco, a dios gracias, y es que estos tipos tiene un complejo que te cagas. Y sin ninguna necesidad, porque ya sabemos que son unas máquinas, salta a la vista… pero para cuándo pensás relajarte, che, y escribir un libro en condiciones.

De Marcelo Cohen, vaya portento de tío, me tocó El testamento de O´Jaral tremendo escritor, de verdad… pero el libro promete tanto que luego, a partir de la mitad, acabas decepcionado, que la promesa queda en sólo eso…

De Ricardo Piglia empecé por donde me dijeron… Respiración artificial… no sé si lo de artificial va por la novela, ni idea, pero el librajo hay que leérselo sí o sí. Aunque sea para odiarlo, que no es mi caso… que sólo recordar la historia del final, los increíbles acontecimiento de Praga que nos cuenta Herr Piglia, allá por el año 1909, el inimaginable encuentro entre el futuro genio K. y el futuro diablo mayor de la historia H. …piensas en esas páginas y te vuelves a comprar el libro... venga bucle y a comenzar de nuevo. Vale que el gachó Piglia te obliga a entrar en su caseto de sofocante necesidad de exhibición, pero es que en ese chamizo de cristal escurridizo hay algunas flores que uno no se puede perder… también hay espinas, como las que le dedica a Ortega y Gasset… y admiración por Jorge Luis, Arlt, Macedonio… y episodios de exaltación como los de Gombrowicz, Onetti, Bernhard… bueno, voy parando… y esa historia increíble de Praga: vosotros echadle un vistazo, 1909, en el café Arco también nos habla de un historiador antifascista y su versión comentada del Mein kampf, un tal Joachim Kluge, que supongo será un juego más del Herr RicardoP, sucedáneo de Joachim Fest y Alexander Kluge lo dicho, un complejo que no se entiende en tipos de este nivel… y sigue, porque Descartes, Wittgenstein, Heidegger… Friburgo y la Selva Negra… Ricardo, ta!, tomate un calmante… qué caso el suyo, cuanto más pienso en ello, más lo detesto, cuanto más lo leo, más me interesa y gusta…

domingo, 18 de enero de 2015

Morselli/ La desaparición del género...

…en concreto La desaparición del género humano, que Guido Morselli, antes de suicidarse, no se andaba con chiquitas, y puesto a organizar asuntos, circunstancias y rencores se decanta por el triple mortal en su Dissipatio H.G. En vida apenas le publicaron nada… sería una revancha lo suyo. No lo sé… pero la humanidad se desvanece en su librajo, y él a pasear pensativo y ofuscado por los Alpes… como buen experimentador.

En eso, y en otras cosas, recuerda al impactante Señor Geiser y su no menos alucinante paseo de montaña en El hombre aparece en el Holoceno del Gachó Frisch, libro inolvidable… yo me releí los dos trallazos juntitos y a la vez, anteayer, en medio de una cierta desorientación… con un ojo el primero y con los dos el segundo. Luego, del mareo, me tuve que tomar el Primperan y sentarme a descansar mientras todo daba vueltas alrededor de Frisch y Morselli… cuando me recuperé estaba en la Casina Rosa de este último, preparándome para el paseo alpino de ambos…

Hay que decir que en Laetoli se les dio, hace unos años, por hacer las cosas con moito xeito. Sacaron la nueva colección de turno (Maestros del siglo XX) y empezaron a surtirla con no muy conocidos y espectaculares artefactos incendiarios… La colección, por desgracia, quedó reducida a seis libros. Entre ellos, tres memorables, de cambio de rasante en curva:

El brezal de Brand, de Arno Schmidt (Pinchad)
Montauk, de Max Frisch (Pinchad)
Obras completas, de Wolfgang Borchert (Pinchad)


Ando buscando al tipo de la feliz idea en Laetoli… cuando también yo me cargue al género humano, lo mismito que Herr Morselli, voy a preguntarle al de la editorial dos cosas sin importancia: quién eligió estos tres cocteles éxtasis, para salvarlo de la quema al tipo preclaro, si es que quiere salvarse, que no lo sé… y quién carajo se cargó la colección, para salvarlo sin remisión, al muy… y que así tenga que padecernos a mí y al otro, si al final se apunta al juego de hacerle pagar a aquél sus incomprensibles decisiones empresariales...

Visteis que en la colección hay seis librajos… Aquellos tres se salen del circuito… Disipación del género humano del gachó Guido es cosa muy pensada, biliosa y hasta recargada en todo menos en su duración, y te quedas atrancado con la sorpresa un buen rato, pensándote los hilos del perdón… merece la pena el libro, pero no es lo de los tres cocteles pasión, que ésos son para poner el cartel de no hay entradas… En la misma colección también publicaron Edad de hombre de Michel Leiris, bluf total (pinchad)… El de Andréi Biéli no tengo el gusto por ahora.



















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