viernes, 10 de febrero de 2012

Botho Strauss

Me pasó hace una temporada que me plantaron delante ese inmenso compendio de sandeces que viene siendo LaVozdeGalicia, lo mismo que cualquier otro periódico, no os penséis, para preguntarme, como si yo tuviese algo que ver en este sucio asunto, por un tal Botho Strauss. Ni idea…

Salía Herr Botho como simple alusión en un soporífero artículo de opinión del periódico citado. El nombre no venía solo, que iba acompañado por el título de un libro, pues Botho es escritor: Parejas, transeúntes.

Toma ya. Con ese nombre y con ese título le recomiendo el libro a cualquiera, que la cosa es infalible... Difícil de encontrar, hasta la fecha no me he podido hacer con él… Sí con otro de nuestro Herr, El hombre joven. Topográfico descubrimiento el de Botho, que al final le voy a tener que agradecer al compendio de sandeces en forma de diario…

Botho está confundido, está que no sabe por dónde tirar, está con este rollo teutón tan jodido de andar elucubrando todo el día, pero no en la playa al sol y al baño, ya les gustaría, que estos teutones elucubran encerrados en tristes habitaciones y acaban profundizando en la nada pensando que es el todo. Y siempre es lo mismo con ellos. Luego, cuando abren la ventana de la habitación, entra un refrescante aire, presto a ventilar la estancia, y ellos lo confunden con el fin del mundo. O ven por la ventana, recién abierta, un precioso paisaje que ellos, invariablemente, confunden con el fin del mundo. O, mirando por la ventana recién abierta, ven pasar una belleza despampanante enfundada en una ínfima minifalda de licra y gastando unos escarpados tacones ad infinitum, y creen, ahora sí con razón, que es el fin del mundo… O salen corriendo a dar un paseo por la calle, incidente que confunden con el fin del mundo…

Con estos tíos, desde luego, no se puede contar, que están enfermos de tremendismo. Cosa que a nosotros, aquí, lejos de ellos, nos da igual. Lo que no nos da igual es que, en sus habitaciones, cerradas a cal y canto, algunos de ellos escriben unos librajos embrutecedores del ánimo más blandengue. Esas sanguinolentas ofuscaciones de autor no tienen desperdicio. Luego viene un tío como Andrzej Klimowski, que, con la misma marabunta en la cabeza, en vez de escribir libros teutonizantes encerrado no cortello, diseña esos posters bonitísimos, y le dedica uno a una obra teatral de Botho, que para más inri se llama…

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