domingo, 28 de octubre de 2012

El martillo divino

Con cierta frecuencia se presenta la cuestión de si pegarme un tiro o no hacerlo. A estas alturas la cosa ya no me sorprende, digamos que la tengo más que asimilada, o controlada, y me basto yo solito para afrontar el percal… Aunque no tengo pistola para furarme los miolos, ni soga para amarrarme al pescuezo, ni nada de nada, y sobre todo, aunque no tengo güivos para hacerlo, lo de pegarme un tiro va en serio siempre que se me presenta el dilema de si me lo pego o no… El otro día por fin me disparé… no veas qué pasada de tiro… pum… por no hablaros de la duda mareante que te entra cuando estás agrietando el gatillo. Miña nai. Luego se cierran las ventanas de todo y resulta que te has quedado fuera y solo y está oscurísimo y aunque quieras entrar ni dios te oye, tampoco ella, y ni dios te va a abrir y nadie te va a encender una luz, habértelo pensado de otra manera que era fifty fifty y te has equivocado… pum… tremendo.

Lo normal es que, así como se me presenta la cuestión del tiro, el decidir si me lo pego o no, aproveche para hacer otras cosas que me relajan y distraen mientras tomo la decisión de si lo hago o no lo hago… unas veces la distracción es ponerme a pensar en negro y cemento y nubes bajas y viento enfermizo y en grandes distancias y en olas que se comen el mundo además de comerse las playas y me pongo a pensar más que nada en mi puto ombligo y oigo que la guitarra desafina y no la sé templar y veo que las paredes se estrechan y que la gente es fea a más no poder… no se miran en el espejo, carajo?... es que no entiendo cómo se atreven a salir a la calle con esas miradas enfermas y decaídas y siberianas y con esos cuerpos encorvados hacía abajo, que desde que un amigo me explicó lo de los cuerpos encorvados hacía abajo, siempre hacia abajo, por qué no mira la gente hacia arriba? siempre hacia abajo, pues no hago más que comprobarlo cuando soy capaz de no mirar hacia abajo y veo que todos miran hacia abajo mientras yo miro hacia arriba las pocas veces que lo hago… y si un día de esos en que estoy mirando hacia arriba paso frente a un escaparate o un espejo inmediatamente miro hacia abajo y sigo pensando en todas esas chorradas de tipos que no tienen güivos o pelotas o narices para pegarse un tiro de una santa vez y andan encorvados y miran al suelo y no saben, ni se les pasa por la cabeza, que hay que mirar hacia arriba hasta toparse con un espejo…

Y ahora, cuando ya me he pegado un tiro, resulta que para eso dicen que está el Martillo Divino. Hombre no, que el martillo divino era otra cosa, que ésa sí que era una voz bonita y una canción aún más bonita que esa voz que ya era bien bonita…

Será entonces que algún hombre encorvado que vive a pesar de haberse tragado el martillo y no haber muerto de indigestión después de tragárselo, que sería lo lógico me parece a mí, pero es que este hombre sobrevivió a haberse tragado el martillo y vive con él dentro y resulta que nunca en su vida ha mirado hacia arriba y resulta también que es feo hasta decidir de manera voluntaria: no me miro en el espejo porque entre estas paredes tan estrechas ni siquiera lo puedo tener para mirarme en él porque no entraría un espejo en mi casa ni tampoco entraría en mi vida de lo estrechas y negras que son ambas, sobre todo negras, pero también estrechas, y menos mal que nada de espejos ni en mi vida ni en mi casa, prohibidos, decidido, porque qué horror tenerse que ver a uno mismo encorvado mirando hacia abajo y nunca hacia arriba…

Después de lo cual el tipo se tragó el martirio divino y no se ahogó ni se indigestó y sobrevivió y ahí sigue paseando cabizbajo y encorvado, lo sé bien porque justo hoy antes de tomar la decisión, como tantas otras veces, de si me lo pego o no me lo pego el tiro, cruzó por delante de mis narices el tipo que siempre mira hacia abajo y anda encorvado y es de cemento y tiene mirada siberiana, un tipo tan triste y negativo y tan como una implosión humana que todo lo asfixia a su alrededor, que de golpe se cerraron las ventanas y me quedé fuera, y estaba oscurísimo, y estaba solo, y ni dios me oía gritar que me había equivocado y que por favor encendieran la luz y que no me quería pegar un tiro, que a quien se lo quería pegar era al tipo que siempre anda encorvado.




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