miércoles, 11 de marzo de 2009

D. F. Wallace/W. G. Sebald



Reconozco de antemano mi desconocimiento absoluto sobre los escritores que en los últimos años están en boga, merecen la pena, rachan con la pana, etc. Me pierdo totalmente.

A pesar de ello, tengo clarísimo que David Foster Wallace y el amigo Sebald (ambos ya muertos, un suicida y un accidentado automovilístico) son dos auténticos fueras de serie. Eso es impepinable. Y es tan evidente que ni siquiera es necesario que nos gusten sus libros. La cosa está muy por encima de eso. Trascienden. Es más, sobre todo David Foster Wallace, es capaz de exasperar a cualquiera, por no decir que Sebald hasta podría parecer pedantoide y aburrido, que sobre gustos no hay nada escrito. Y a pesar de ello uno sigue con los dos, pues la cosa es tremebunda. Wallace, literalmente, es capaz de hacer lo que le da la gana con las palabras. Desde tocarnos las narices en dos minutos hasta engancharnos durante cien páginas presos de una curiosidad y gula viciosas. Virtuosismo insano, hasta repelente, PERO… Pero nada, como si es un baboso estilista comemierdas, el caso es que lo que cuenta es punto y aparte. Obsesivo, perturbador, clarividente, hay que ver las cosas sobre las que escribe… Sebald, siempre mirando atrás, escarbando sin descanso, crea un mundo realmente singular en sus libros.


Me descomponen los abundantes casos de esos escritores a los que crítica y medios convierten, así por las buenas, en ácidos y punzantes comentaristas-glosadores de los tiempos que viven y luego, cuando va uno todo ilusionado a leerlos, se encuentra con tres perogrulladas de parvulitos y poco más. Seguro que en esa lista de outsiders de medio pelo incluyen a David Foster. Pero no temáis por él, pues sin duda alguna, David es otra cosa. Y vaya cosa. Se dice de algunos elegidos que vivieron deprisa, que bebieron a grandes tragos sus vidas. DFW no sé si vivió deprisa, ni idea, pero lo que parece más que evidente es que vivió a machetazos, como un ventilador con pilas alcalinas, siguió y siguió hasta que la punta de su hacha quedó roma de tanto dar y desmembrar, aquí y allá.

Si a David Foster me lo imagino como un cirujano que entra en quirófano y practica un cateterismo con una motosierra y sin anestesia, mientras impertérrito le dice al quejicas que tiene tumbado delante que se calle o sabrá lo que es el dolor, Sebald pasa desapercibido, los suyo es el perfil bajo, la discreción vital. Los dos son reconocibles al abrir un libro y eso es una pasada. Uno es sorprendente y asombroso, insano, machete va machete viene, y el otro lánguido, melancólico, somnoliento, siempre mirando atrás.

El primer libro que leí de WG Sebald fue “Los emigrados”, y tan pronto lo acabé volví a empezar. Me encantó. Emocionado por el descubrimiento me zampé en los últimos dos años buena parte de sus libros. De las novelas, similares casi todas, la anterior y “Austerlitz” fueron las que más me gustaron. De los demás, “Pútrida patria” (en la que el editor se aguanta las ganas de titularlo puta patria) no está mal, pero sobre todo “Sobre la historia natural de la destrucción” cala a uno. Recopilación de un par de conferencias que el autor dio sobre el recurrente tema de la destrucción en masa en Alemania durante la 2ªGM y la manera en que la misma se contó (o más bien, no se contó) durante los siguientes cuarenta o cincuenta años, está tremendísimo, aunque, sin duda, el tema tiene que interesarte.

Con Wallace, sin saber aún quién era, empecé con “Entrevistas breves con hombres repulsivos” (manda título), un pasote de libro y seguí con “Extinción”, un repasote de libro. Aunque en las librerías no se encuentra fácilmente estoy buscando online “Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer”. Sólo el título ya me tiene entregado.


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