sábado, 26 de noviembre de 2011

Una gran patada en todos los güi...


Hace unos años daban con frecuencia un indecente anuncio en varías cadenas televisivas. En él, algún gurú de la vida sana, asociado con algún caimán de los negocios, dispuestos ambos a acojonar al personal y forrarse a su costa, nos presentaba unas imágenes, tomadas a cierta altura, de una culebrilla de formas poco definidas. Formas poco definidas que nos permitían asociar la culebra con una carretera en cualquiera de sus manifestaciones, gratuitas o de peaje, radiales o de circunvalación. Imaginaros en el avión mirando hacia abajo por la ventanilla. La estáis viendo. El vuelo lo suficientemente alto para confundir una autopista con una culebra, pero no con un fideo o una manguera, y lo suficientemente bajo para distinguir unas manchitas ¿en movimiento? a lo largo del cuerpo del reptil.

El avión debía estar con la maniobra de aproximación a algún hospital mental, pues realizaba un suave, gradual y constante descenso, gracias al cual lo pequeño se hacía cada vez más grande. Seguimos inclinados en el asiento del aeroplano mirando por la ventanilla. Allí abajo vemos lo que vendría a ser la carretera. Bien larga. También se ve que el inicial, y casi inexistente, tráfico, que antes de empezar el descenso no era más que un conjunto de escasas y abstractas manchas en el cuerpo del ofidio, se va multiplicando, congestionando y haciendo cada vez más denso. Pasa, luego, un poco de tiempo, y acaba formándose un tremendo atasco de tres pares de narices. Imagen ya de por sí poco agradable, áspera y llena de gases, insultos, desesperos, polución, algún motor gripado o calado, supongo que también más de un embrague quemado y, a lo mejor, dependiendo esto último de la intensidad del atasco, de su extensión en el espacio y su duración en el tiempo, alguna reyerta, alguna invocación extemporánea de poderes esotéricos, alguna ruptura de pareja y otras cosas aún más habituales…

Pues bien, el caso es que, como os he indicado, el descenso nos permite ver más grande lo que antes veíamos más pequeño. Avances de la ciencia oftalmológica. La culebra es definitivamente una carretera, no hay duda, y las manchas son cochecitos y camioncitos y busecitos y demás vehiculitos que circulan por las carreteras. Sin embargo, debido a una deriva proto-publicista ciertamente elemental y primaria, van a introducirse determinados cambios en el proceso por el cual lo que se veía al comienzo pequeño se ve después más grande. Ahora, la concreción, el detallismo oftalmológico, el ver más grande lo que antes veíamos más pequeño, no se realiza mediante la pirueta/artificio del avión, chorrada por la que algún publicista se habrá creído un artista lleno de brillantes ideas, y es que hay que ver cómo se sobrevaloran ciertas profesiones. Nada de eso. Ahora pasamos de la pirueta/artificio del avión al metalenguaje, al juego entre significados y significantes, otra chorrada, ésta más conceptual que estética, por la que habrá cobrado miles de cientos otro publicista vanidoso e insoportable, vestido con vaqueros y gafas de pasta, con un desarreglo estético y emocional que el muy engreído lleva por bandera dispuesto a hincársela al primer incauto que le pregunte por cualquier banalidad, look y vitalidad alteradas que en su egotismo de creador publicitario lo emparientan con poetas malditos, compositores sordos y hasta con guitarristas que se ahogan a los veintisiete años en su propio vómito.

Entonces el envalentonado genio de la publicidad utiliza su chorrada del metalenguaje y nos da un poco de rollo conceptual del tipo que ahora, ellos y sus acólitos, denominan postmoderno y que yo calificaría como gelatinoso. De paso, va cubriendo de ceros mil la facturita que le va a endosar al gurú de la vida sana, asociado con algún caimán de los negocios… y es que amigos, lo que estáis viendo por la ventanilla del aeroplano mientras el aeroplano realiza la maniobra de aproximación al sanatorio mental, no es un atasco de hectométricas proporciones en la A6, qué desagradable imagen… fijaros bien. Y pensad por un momento: para qué han contratado al pijo de la publicidad que estudió en New York y utiliza como divisa/currency el dólar, aunque paste, rumie, viva y trabaje en Corrubedo. Olvidaros del atasco, carajo, pensad un poco más y veréis que lo que tenéis delante de las narices es un TROMBO en una vena. Pero no una vena cualquiera, queridos consumidores, sino una vena de un organismo o cuerpo muy concreto: el nuestro, vuestro, mío o tuyo. A ver, el cuerpo del espectador televidente. La vena que se consigue ver desde el avión mediante esos ridículos juegos significantes y estéticos, así como el criminal trombo, aneurisma o ictus que se acaba produciendo en la mentada vena, están, todos ellos, dentro del asustadizo espectador televidente. Bueno, dentro de su cuerpo.

Y es que el gurú de la vida sana, asociado con algún caimán de los negocios, está dándole muy duro al mercado. Moito, moito. Lo está arrasando. Y se están dedicando a acojonarnos muy seriamente. Y el pijo de gafas de pasta y gustos musicales alternativos que rumia por Corrubedo, tampoco tiene miramiento alguno. Cero le cuesta cobrar en miles de dólares y cero le importa que algún corazón delicado, instalado en una persona a tratamiento médico, visto el anuncio y asimilado su contenido, vaya y diga, me refiero al corazón delicado: basta, hasta aquí he llegado, hasta aquí te he traído, y deje colgado a su portador, el televidente cardiópata, en medio de un intensísimo dolor pectoral. Deteneros un momento, solidaricémonos con él, porque el cardiópata, en su faceta de televidente portador de varios bypass y cateterismos y diversas enfermedades cardiacas, puede racionalizar de diversas maneras el juego conceptual publicitario, que, por otro lado, resulta ser un proceso ¿creativo? tan elemental y perogrullesco que hasta da vergüenza que alguien, el tipo ése de Corrubedo, haya cobrado por el trabajo. Porque la relación casi parvularia de conexiones significantes y etimológicas entre los palabros, ojo a su simpleza: culebra – carretera – venas por un lado, y manchas - vehículos – colesterol por otro, llegando a la absurditie mayor de atasco – aneurisma/trombo/ictus, puede ser descodificado de múltiples y variopintas maneras por el cardiópata televidente. De ellas, muchas, como por ejemplo las siguientes: el sobresalto que le produce al cardiópata sentirse señalado y culpabilizado por motivo de su mala salud, o el otro sobresalto que le produce ver anuncios tan pobres y vulgares, por poner sólo dos, pueden hacerle sufrir, en el preciso instante en que racionaliza en su cerebro el mensaje/chorrada publicitario, algún proceso orgánico fisiológico de lúgubres consecuencias paralizantes tipo angina y demás dolores agudos de pecho…
Ahora abrocharos los cinturones porque lo que viene es un poco bestia: Sobrevolé Corrubedo a los mandos de mi Junkers 87 y bombardeé la casa del pijo, que se cree creativo y que dice sin rubor que lo que tuvo cuando se le ocurrió la chorrada publicitaria estilo tercero de EGB fue un momento de inspiración, trance selecto y exclusivista que, si está borracho dándole la tabarra a cualquier incauto de Porto do Son, no calificará como inspiración, sino como duende, y quiero aclararos que es aquí cuando me bajo del avión y le doy una buena Oooscuridad en todos los güivos al pijo de Corrubedo, que se dobló de una manera tan graciosa, tan elegante y provocadora, que no pude evitar darle otra patada, mucho más fuerte que la anterior, digamos que una gran e inmensa patada incolora e insípida, pero grotescamente dolorosa, en los mismos güivos que antes, los suyos, y ahora también en las manos con las que intentaba protegérselos, patada que debió sentir como una desmesurada fuerza alienígena que entrándole a la vez por orejas, nariz y recto, producía en él un estado como de episodio desnaturalizado, vacío cósmico, placentera insensibilidad previa a una hecatombe, en resumidas cuentas: un desconcierto, que, en milésimas de segundo, se resolvió de la peor de las maneras cuando el tipejo de Corrubedo pasó del vacío cósmico arriba mencionado a ser consciente de que aquello de las dos patadas en los huevos era real hasta el acople, y que le estaba doliendo tanto tantísimo como nada le había dolido en su puta vida. Una milésima más y millones de plúmbeas y estridentes sensaciones se acumularon en su saturado córtex frontal con una intensidad similar a la del vapor despedido por la espita de una olla a presión. En los ojos se le presentaron de golpe y porrazo los ocho litros de sangre que habían salido disparados de sus pelotas después del impacto súbito, impacto justo anterior, en una milésima, a la sensación ésa de episodio desnaturalizado y que, transcurrida otra milésima, le llenó de sangre los ojos, le taponó los orificios por donde le había entrado la fuerza alienígena, a saber: orejas, nariz y recto y lo llevó, finalmente, a pronunciar un chillido de dolor tan desagradable por su timbre y entonación que me vi obligado a hacerlo entrar de nuevo por la misma campana en forma de boca por la que acababa de salir propinándole una tercera inmensa, virtuosa y gran grossen patada que dejó al publicista de Corrubedo sin argumento alguno y pensando seriamente en dejar la profesión e irse con los bártulos a otra parte… todo ello porque, aunque no soy el de Porto do Son, qué mérito el suyo, yo andaba por ahí y no aguanté más… Y sí, esto es personal.

Y que viste con vaqueros y se pone gafas de pasta. De colores, matizo ahora para que se os haga más odioso el personaje, y que escucha grupos alternativos de rock independiente adscritos a etiquetas tipo Postrock de música denominada seria, movimiento en estos días incontrolado que se basa en quitarle a la música lo que de música tiene y sustituirlo por una interminable serie de teorías, argumentaciones y obtusos mensajes exegéticos en los que ya no tienen cabida la música en sí, esa que se podía tocar o escuchar, y sí, por el contrario, largas teorías llenas de conceptos como paisaje sonoro, textura, impresión acústica, caricia decibélica, pentagrama visual y un largo etcétera de pedanterías con las que disimular la penosa realidad que resulta de la falta de música en la música sobre la que teorizan estos tíos tan cultos… y me diréis que pobre el de Corrubedo, que vaya tres patadas que le cayeron… y no os lo voy a discutir, que fueron muy fuertes.

…Aquello del anuncio me dejaba por los suelos. Me invadía una aguda simpatía por quienes, padeciendo cuales fueran problemas cardiacos o circulatorios, se tenían que tragar lo del trombo arterial en el descanso de la peli o del partido. Sin avisar. Y estoy seguro de que no les gustaba, y estoy seguro de que a más de uno de los que tienen que tomar el dichoso anticoagulante, que si no su sangre, que es como un arroz con leche, se les queda estancada sin músculo que la bombee, le debía dar una incómoda taquicardia cuando el anuncio lo cogía desprevenido y no le daba tiempo a cambiar. O un desagradable sofoco, con sus sudores y todo, o eso otro que se siente a la altura del pecho, para unos dolor, para otros aleteo. O lo que llaman sensación subjetiva de falta de aire, como que no me llega a los pulmones, como que me ahogo y me asfixio. Alguno, inclusive, habrá llegado al aneurisma/trombo/ictus aniquilador delante del anuncio aquél de mierda… Y todo para vendernos un puto yogourt de esos que ahora anuncian a todas horas, calificando su ingesta diaria como indispensable si lo que queremos es sobrevivir a todo tipo de enfermedades terminales.

Aunque si soy sincero, debo aclarar que lo que sentía por el hipotético televidente que, con alguna patología cardiaca a cuestas, se topaba con el indecente anuncio del yogourt mágico, no era una aguda simpatía. Era algo mucho más cercano. De ello me encargaré en otra entrega.

Para acabar, ya que estamos con esto de las inmensas patadas en los huevos, y ya que también hemos acabado hablando de música, va la más grande patada en los huevos que ha recibido, musicalmente hablando, ser humano habido o por haber. En este caso el Patadón Inconmensurable apellidado Touch Down se lo propina el Gran Mestizo a unos pijos, más engreídos imposible, que ahora no son de Corrubedo, sino que son petáticos Brits, digo patéticos inglesitos. Lo que debieron sentir en su hombría o pelotas, en caso de tenerla o tenerlas, cosa que dudo, más bien en sus cabecitas/Disney, los pobres Rolling Stones, Clapton, The Who y toda esa pandilla de niños bien, hijos de papá británicos, que jugaban a ser malos y gamberros, cuando se les presentó delante de sus babosas caritas, en el Monterey Pop Festival, en 1967, de noche, por primera vez en su putas vidas, el Gran Jefe Mestizo Jao! y les arrancó con la escalofriante entrada de Killing Floor, fue, es y será inenarrable. Lo de Hendrix, aparte de irrepetible y estratosférico, 45 años después sigue resultando incomprensible. Llega con verlo y oírlo. O con imaginarse sentado dentro de las pelotitas de esas bambis pedantes y empalagosas estilo Jagger y demás, y ver venir derechito hacia nosotros al Gran Jefe Mestizo, con poco más de 20 años y la flamígera Fender al hombro. Por favor, volumen al diez:

lunes, 21 de noviembre de 2011

Hrabal/Yo serví al rey de Inglaterra


Las recomendaciones tienen, como mínimo, un problema: las expectativas que crean en nosotros, las cuales, a su vez, también pueden tener un problema, o no, me diréis, que no es otro que la posibilidad de que sean falsas. Nos encontramos, pues, con que nos han recomendado algo, que nos ha creado unas expectativas y que éstas pueden ser falsas. Ahora bien, las falsas expectativas son juguetonas a más no poder. Porque yo me puedo crear la expectativa de que tal libro estará bien, y luego resultar que el libro esté mal, o, también, puede pasar que el libro esté mucho mejor de lo que yo esperaba, con lo que tampoco habrían acertado las… de ahí que lo de las falsas expectativas sea como un camino tan enrevesado o sencillo, estúpido o válido, como nosotros queramos que sea. En este camino me acabo de topar con Yo serví al rey de Inglaterra.

Hace años que me habían recomendado este libro de Bohumil Hrabal. En concreto preclaro M., fuente a la que recurro en busca de recomendaciones y sus accesorias expectativas en mí. Y hace años que, queriendo leerlo, nunca lo había visto en las librerías ni se me había dado por comprarlo online. Pero el otro día me topé con una edición de Galaxia Gutenberg. Bonita, bonita. Y me lo serví. Como una botella del dichoso brebaje ése de Viuda Clicquot, que antes de probarlo ya nos ha entrado por los ojos e involuntariamente saboreamos mentalmente sin tener pijotera idea del tema. Encima excitados. Bueno, cogí la botella y empecé a leerla. Lleno de expectativas. Y uno se dice que caray con el brebaje, qué pinta que tiene, y venga a agitar la botella aún cerrada en sus primeros capítulos, y dale un poco más, meu, que ya debería ir descorchando... y qué pasa aquí, que este producto se dice que es de lo mejor pero no da descorchado, le falta fuerza, o serán las expectativas que me tienen agarrotado, que uno se las hace y luego pueden no ser lo que uno tenía pensado… o será el Bohumil que no acaba de soltar el tapón del cuello de la botella, tapón que lo tiene medio atragantado… Pero luego va y explota el brebaje, y lo hace como pocas veces he visto explotar una botella de champán con varios capítulos en checo.

Y así, al final, la cosa fue de traca, porque contando con que el libro sería bueno y contando con que me gustaría, contando, incluso, con que me gustaría mucho, el caso fue que me gustó aún más. Y cuidado, que esta ciencia no es exacta, porque a mí me ha pasado que a lo mejor voy y digo, lleno de buenas intenciones, léete esto que te va a encantar, y van y me dan una patada en todas las pelotas, matiz éste que me deja, no sé no sé cómo me deja. Dolorido, será… y es que este tema del pésimo efecto que a veces resulta de las mejores intenciones es una cosa que me interesa mucho… Vale, lo que quieras, pero el libro, impresionante, de escándalo… Aunque caray qué susto al comienzo, durante ese par de capítulos en los que la cosa empieza bien, sí, sin duda, pero tampoco acaba de descorchar, se queda como atorada, se nos queda el libro como con un tufillo servil/picaresco que nos chafa la orgía que teníamos prevista. Porque mis expectativas y yo contábamos con una bacanal llena de piernas kilométricas y esos perfiles curvilíneos sinónimos de resbalones libidinosos... Y vuelvo al susto, que fue tremendo, que por un momento hasta pensé que el artilugio escrito se me desinflaba en las manos, allá va la orgía lectora… Pero eso es sólo una jugarreta de Bohumil, intrépido y seguro de sí mismo. Y seguro de que luego, con el pasar de las páginas, nos recompensará, pues lo que se nos viene encima nos va a dejar acongojados

Y entonces, con la máxima puntuación en la mano y el libro en la cabeza, hay que repartir los favoritismos, que la máxima puntuación se me hace demasiado homogénea, y nosotros queremos dar la lata, que estamos embalados. Y dejadme seguir un rato, que os digo que los dos primeros capítulos, de los cinco en que está dividido el libro, quedarán como ese magnífico entremés que, con un puntito de insípido, hace aún mejor la delicia macanuda que viene a continuación. Porque los restantes tres capítulos del libro de Hrabal, son antológicos de verdad. El último, hay que ver qué pasada, lo coge a uno dejándolo todo, señalando un punto cualquiera en un mapa cualquiera y preparándose para la partida con destino en ese punto cualquiera del mapa que tampoco nos importa si es el de los grandes lagos, el de los montes de la luna, o el que sea, con tal de que las densidades de población sean negativas, si es que esto es posible, que de no serlo nos llega con que sean iguales a cero

viernes, 18 de noviembre de 2011

Escenario boreal en un islote gallego



El otro día, buscando emplazamientos ideales, a saber: faro y caseta deshabitados, y con paredes caleadas, y la mar de remotos, y mejor aislados, donde torturar al maleante que os presenté en la escabrosa entrega “Crimen (boreal) en una isla gallega” se nos dio por pasarnos por el Vilán de Fóra… Era una opción. Eso sí, de farallón, más que de isla.

Hurgando en la herida y cruzando por ella. Toma imprudencia. Ataviados de espíritu panorámico y de ciertos artilugios electrónicos, realmente milagrosos, con los que patrón es cualquiera. Yo llevaba en la mente las achacosas diferencias entre Ley y Justicia. Mi compinche el tamaño de las robalizas, enormes por esos fondos. Si se aprovecha un día de calma, difícil de encontrar, ése es el problema, la cosa es como quien dice coser y cantar. Y ya puestos, en ese día de calma a uno le viene Erik Satie a la mollera. Porque el lugar es precioso y tenebroso, una mezcla de esas que te hacen doblar el cuello no veas cuánto, porque a flote, al nivel del agua, el faro queda muy arriba…



De vuelta del lugar nos cogió la niebla. Ya veréis. Pero con los aparatitos esos que convierten a cualquiera en intrépido capitán, hasta apetece que se cierre de borraxeira. Estaba todo fantasmal/górico. Aún más bonito y aún más tenebroso. Y le anduvimos dando unas voltas al Vilán de Fóra. Guau! Hay quien cuenta que aquí debiera estar emplazado el castillo de Hamlet. Qué más quisiera el danés… En ese ambiente dejamos de pensar en las diferencias entre Ley y Justicia o en las robalizas. A los dos se nos dio por San Borondón, de quien se dice que, hace siglos, navegó con sus acólitos por aquí. Al rato creíamos ver Irlanda. Al rato se volvió a asir a la lancha el maleante que había muerto de tortura (boreal) en otra isla gallega atlántica, pero cuya ánima debió cogerle gusto al vaivén oceánico. Y ahora, merecido descanso que se diría, intentaba subir a la lancha. Cambio de escena. Yo con el bichero bien afilado en la mano. Y con un remo, mi compinche. Sin querer, al espíritu del torturado le metí el bichero en un ojo. Con música de Erik Satie. Caray, qué dolor. Y el remo en toda la chepa. Pobre ánima. Ahí justo se decidió a probar suerte chapoteando de nuevo.

domingo, 13 de noviembre de 2011

Biblioteca Crítica/Barral



Hoy vamos a hablar de algo ¿irrelevante? como si fuera importante. En plan repelente. Una cosa es que nos gusten los libros. Y otra que seamos imbéciles. Una cosa es que apreciemos ciertas ediciones y otra que hablemos de ellas como si fueran algo más. Mucho más. Una cosa es que admiremos ciertos artistas y otra que nos guste más la caja en que nos los regalan. Pero la caja puede ser también artíst… Lo dicho, estupideces.

Víctima del fetiche se puede ser más o menos. Lo mismo que de Barral. Hay que ver cómo se las gastaban estos individuos. Sería para celebrar históricos acontecimientos, sería porque estaban generosos o sería por amor a su arte, el caso es que a mediados de los setentas nos vinieron con la Biblioteca Crítica, en plan encuadernación en tela, en plan bonitas guardas, en plan una primera sobrecubierta, absolutamente de traca, del acertadísimo Julio Vivas, en plan una segunda cubierta protectora de plástico, en plan algunas notas preliminares, o cronologías, o índices detalladísimos, en plan qué queréis que os diga. . . En plan estoy enfermo y soy repulsivo. Yo, de aquella, con lo que estaba era con el monopatín Sancheski, de un precioso color naranja. Vaya pasada de artilugio rodante…

Los que tengo, los tengo como oro en paño. El primero que me agencié fue uno de Pedro Salinas, en la librería Couceiro de Santiago. Cuando aún estaban en la calle del hórreo. De poesía no tengo ni idea. Alguna me gusta y mucha otra no la soporto. De Salinas, en aquel momento, sí que conocía algunas cosas que me habían gustado. Vi la tremenda edición de Barral, vi lo impoluta que la tenían, y probé a mirar el precio. Algo estiradillo, carajo, que en Couceiro no se cortan. También es verdad que, a veces, te encuentras cada cosa que no veas… hice mis cálculos y me decidí. De que fuera su “narrativa completa” creo que me di cuenta luego, en casa. Ya me parecía algo delgado para que fuera toda la poesía… Y aunque esto es mentira, podría haber sido verdad. Que con la emoción me suelo despistar. Y me compro un chándal aLidas sin enterarme de nada salvo de que el precio es bueno.

Nunca había visto estas espectaculares ediciones y tampoco tenía ni idea de a qué escritores se las habían dedicado… como siempre, información en internet, más bien poca. Luego, hace un par de años, viendo en la tele una entrevista con Miguel Delibes, salía él en un salón contestando unas preguntas al vuelo. Sentadito bien cómodo. Detrás, varias estanterías de libros. Entre ellos, unos tremendos lomazos de esta colección Biblioteca Crítica. Poesías completas de Cernuda y Salinas. Caramba el gachó, en plan avasalle. Me dio envidia. Quien se pica… De ambos dos me gustan cosas.


Relato de la encerrona:
Hasta aquí entiendo que el asunto es repelente, hay que ver el blogero éste, qué coño me importarán a mí estas estupideces. Pues bien, si hasta aquí la cosa te está pareciendo repelente, espérate un momento, meu. Que yo había mirado, luego de la entrevista a Delibes, los precios de estos librajos en internet. Y las ediciones en buen estado, con sus cubiertas y todo… qué escándalo, pero de qué se van estos tíos. Prohibitivas… A esos precios para mí no son, desde luego. Ahora viene la parte más repelente, pedante y odiosa, vete tomar por saco blogero de M. Porque, en internet, voy y me topo con las poesías de Salinas y Cernuda en traum zustand, que viene siendo estado de ensueño en palabrería tedesco-protestante-vanidosa. Y lo tenían en una tiendecita de la ciudad teutona a la que, por cuestiones familiares, nos acercamos siempre que podemos en el verano. Y lo tenían a un precio lo suficientemente bajo como para que quisiera ofenderme, cosa que hice, porque a estos prepotentes nórdicos los sacas de su soporífero Goethe y parece que lo demás no cuenta, y, encima, lo desprecian… Y me dije, espérate, librero teutón, que este verano tenemos previsto pasarnos por allí, y te vas a enterar…

Y se enteró, amigablemente. Fue una encerrona, que yo jugaba con ventaja, pues somos menos civilizados que ellos. Dicen. El paisano quedó atontado cuando le solté que desde aquí, el fin del mundo, tenía controlado su catálogo. Para eso está iberlibro.com que enlaza con abebooks.de. Le hice finamente la pelota. Se soltó y congeniamos unos minutos. Encima era simpático. Conocía Compostela y tuvo una novia brasileña. Cuando lo vi a punto, ya casi meloso, pasamos a las cosas de comer. Vamos, que me interesaban sus ediciones de Cernuda y Salinas en traum zustand. Me las sacó. La virgen! como los chorros del oro. Me acordé de Delibes. Se va a enterar el señor Miguel, que las voy a poner en mis estanterías y me voy a dedicar a dar entrevistas. Los libros, déjamelos ver, Herr. Estaban perfectos. Me explicó que eran de un profesor de literatura hispánica de la universidad de allí. Al morir, les había comprado la biblioteca a sus herederos. Paso en falso, Herr. Error, error. Acabas de pisar el barro, hincado la cerviz. Que las bibliotecas a los herederos se las compran a peso, coño. Eso en el mejor de los casos, que hay quien cobra por retirarte los libros de la casa. Y más si los libros están ubicados en Alemania y escritos en español, que esos no valen ni la caja en la que los guardan… No ves que estos libros no te han costado ni míseros centimos. No ves que estos libros, o te los compro yo, Herr, o no se los vendes a nadie, ninguén, niemand, nobody. Cómo quieres que te lo diga, hombre. Mírame a la cara, carajo, ¿no te das cuenta, Herr?
Siguiente paso. Justicia inmaterial: conseguir gastar lo mínimo posible. El precio era insultantemente atractivo. Pero quería sangre, que estaba en un acto de ajusticiamiento histórico. Porque, aunque el librero era un tipo encantador, de verdad os lo digo, representaba en aquel momento a estos sajones prepotentes que no ven más allá de Goethe, menudo coñazo de autor. Y si ven algo más, serían, claro está, Mann, Hesse o Musil. Pero no Bernhard, o Hölderlin, o Heine, o Celan… Pues bien, sabéis que estos nórdicos no saben improvisar. De verdad, tópico infalible. Imposible, para ellos, improvisar, o reaccionar, o amagar, o llevarlo con xeito, o con mano izquierda, cuando se les saca de su cuadrícula. Y su cuadrícula, en caso de ser un encantador vendedor de libros en una civilizadísima ciudad, no contempla el REGATEO. Lo mismo que si le hubiese pedido al Herr un paquete de chicles de uranio. O una barra de pan fresco. Le solté, en un magnífico dialecto galaico/teutónico, una infalible oferta a la baja, una blitzkrieg que ni el mismísimo Guderian con sus Panzer habría igualado. Tras mi ataque relámpago, ratatatatá, viéndose abandonado a su suerte en medio de las Ardenas, Herr quedó inmovilizado, petrificado, estupefacto. Si no fuera un Teutón incapaz de reaccionar, Herr habría sacado la pipa de la paz. Con un antepasado Franchute, supongo que la bandera blanca. Pero Herr era alemán de pura cepa. Como una estatua, lívido. Y yo, desde mi Junkers 87, locuaz a más no poder, porque esto y porque lo otro y demás blablablá... No había con quien hablar, Herr estaba anulado. Lo primero que se le ocurrió, pasado un rato, fue decirme que de acuerdo y darme las gracias amistosamente.

Cuando se reúne con sus amigos súper tolerantes, estos le cuentan a Herr sus historias vacacionales con los Quechuas o los Inuits. En plan descubrimiento étnico/primigenio, tópico-típico con tintes condescendientes de turisteo repulsivo con ciertas ínfulas de superioridad, mira para estos incivilizados, qué curiosos los pobres animalitos bípedos. Ay mira! si hablan entre ellos. Herr, al final trocado definitivamente en nórdico prepotente, para satisfacer a sus amigos bodrio turistas y estar a su estúpida altura, les cuenta lo del regateo, rollo para él primario arcaico barbárico. Toda una experiencia etnográfica o antropológica lindante con lo chamánico inverosímil. Localizada en el tiempo a la altura del descubrimiento de la rueda. Sobre la nacionalidad del sujeto: yo, duda entre varias opciones, la mayoría de ellas sociedades tribales, en la actualidad, ya extinguidas.

Volvamos al Sancheski y visitemos recuerdos cuesta abajo... yo salgo en el video. Mirad bien que vosotros también

http://www.youtube.com/watch?v=rQi8wEHMm5Y

viernes, 11 de noviembre de 2011

Las vírgenes suicidas/Mr. Chance



Dicen que suele estar mejor la novela que la película, pero ¿a quien se le pasa por la cabeza leer el libro de Mario Puzo una vez visto El padrino? Y como esta perogrullada, unas cuantas. Y en plan visionario, que del libro de Puzo lo único que he leído es el lomo en alguna librería. Tampoco leí La naranja mecánica, y hay que ver qué peliculón abrasivo. Seguimos. De dos pelis que me gustaron a rabiar, me leí en esta última temporada los correspondientes libros. Para ver qué pasaba. Estaban a buen precio. Y resulta que no hay punto de comparación. Se supone que cuando sus respectivos directores, o productores, o lo que sea, leyeron los libros, estos les debieron gustar. O, por lo menos, les vieron posibilidades. Vamos, que mal no debieran estar… Pero el caso es que las pelis les salieron tanto mejor que los libros que es que no merece la pena leerlos. Porque te quedas planchado. Esto en el caso de que las películas de marras te hayan gustado. Que es el mío. No gustándote las películas, a lo mejor el libro lo borda.

Jeffrey Eugenides, bonito nombre cuasi genial, escribió Vírgenes suicidas. Luego la Coppola junior rodó su memorable primera peli. Con toda aquella banda sonora de Air, con aquellas otras canciones pastel-melódico-melocotón memorables: Rundgren, Bee Gees, Carole King, etc., con aquellas hermanas Lisbon tan guapas, con sus compañeros vecinos que podíamos ser nosotros a comienzos de los ochentas… con todas aquellas imágenes bonitísimas… y entonces probad a leer el libro que os va a dar la risa. Porque sí, una pandilla de amargados le habrán criticado a Sofía Coppola su pastiche popero de película, encima que si hija de Papalipsis now, pero es que la película está pero que muy bien. Tú me dirás qué problema la música y las imágenes bonitísimas y el espíritu naive, y todo aquello que le escupieron y le criticaron, si la realidad es que la peli está que te cagas. Qué más da que los amargados dijeran que aquello era un video musical de hora y media. Cuál es el problema. O eso de que si facilona y tramposa. No me fastidies, hombre. Tres tazas, venga un cachito con magníficas canciones pastel-melódico-melocotón:



Uno cero para los filmes. El dos cero se lo endilga Bienvenido Mr. Chance de Hal Ashby a Desde el jardín, novela de Jerzy Kosisnki. La película, con un Peter Sellers que los críticos de masas tildarían de crepuscular, y flemático, y metido en su personaje y hasta genial, no tiene desperdicio. Muy recomendable, ya no digamos en vísperas de fenómenos participativos de masas como los que se avecinan. Del libro no recuerdo gran cosa, salvo que me dieron ganas de volver a ver la película. Cosa que, al final, tampoco hice.











miércoles, 9 de noviembre de 2011

1280 almas/Club de lucha



Me leí 1280 almas. Lo hice porque antes había leído Club de lucha. Y carajo, no sé por cuál empezar a romper los jarrones de la tienda de porcelanas. Porque hace un buen rato que tengo el bate de baseball pegado a las manos. Y eso me hace sentir como un helicóptero a punto de despegar, y sin saber qué hacer a los mandos. Y, aparte el bate en las manos, tengo la batidora en la cabeza.

Club de lucha parece que sí, pero NO!. 1280 almas parece que no, pero . Un sí pequeñito, discreto, no os vayáis a pensar, que la cosa no es para revolucionarse, ni para salir corriendo en calzoncillos, que mejor pisar el freno que no da para más. Pero, a fin de cuentas, para mi gusto es un sí. Porque empieza muy malamente, pero va cogiendo vidilla y acaba, pues mejormente que empezó. Además era 1964 cuando al gachó se le dio por escribirlo. Y a mí se me da por tenérselo en cuenta para bien, en plan caprichito, que si la hubiese escrito ayer se iba a enterar. Además el autor no se llama Chuck Palahniuk, que se llama Jim Thompson.

El que se llama Chuck Palahniuk es el que escribió Club de lucha. Con ese pedazo nombre y apellido uno cree estar ante Eugenio, digo ante un genio. Luego llegan esos golpes en el bajo vientre dirigidos por los críticos de masas que, traducidos, quieren decir que si no nos gusta Palahniuk es que estamos desfasados, desclasados, y que, ojo al parche, no tenemos putidea de lo que es bueno. Y, entre el nombre del genio y los mensajes traducidos de los críticos, uno se dice, bueno, qué tarde me voy a pasar con este tío que sabe dar duro, que sabe indigestar, que sabe golpear de verdad, y que no para cuando ve la sangre en el rostro ajeno, al revés, se vuelve más bestia. Caramba, nos vamos a enterar de lo que es dar duro. Y para el empacho de realidad, aparte el Thrombocid y la gasa, uno se coge la más de la más de sus bofetadas, a saber, Club de lucha. Y uno se prepara para la tunda universal. Y empieza que parece que sí, pero uno sigue sólo un poquito y ya se da cuenta de que la verdad es que va a ser que NO! Chuckie, Chuckie… No, no, no. Libro más bien flojito, facilote y ¿simplón? Hay gente a la que no se lo pareció. Todo lo contrario. A ellos les parece memorable. Eso es porque no les han dado una O… bien dada en su P… vida. Porque para gustos colores, vale, pero es que lo que dicen de Chuck en las contraportadas, gustos al margen, es una exageración…

Y bueno, me quedé a medias y entonces, tirando del mismo ovillo, uno llega a Jim Thompson, ubicado allá, en los años 60. Y uno se dice que toca el mismo menú, el Thrombocid, la gasa y cogerse la novela más de lo más del Jim. Que parece ser que es 1280 almas. Y joder, empiezas todo ilusionado, y resulta que parece que tampoco. Al final la pomada ni la vas a utilizar. Pero sigues y la cosa va cambiando a poquitos. Y a poquitos uno se siente capaz de firmar un si! Pero es que es un sí mucho más pequeño que otros SI! que pronunciaron otras personas en alusión al mismo artefacto escrito… A ver, que hay por ahí algunos personajes tan cultos, pero tanto, tanto, que cualquier cosa que les huela a serie B la elevan a los altares. Y no les discutas. Ya sean las pelis de la Hammer, las de marcianos de los 50, el Lo Fi, o, inclusive, las novelas del mismísimo Jim Thompson. Y coño, la entronización de lo ¿limitado? tiene su punto cuando lo limitado o precario o barato o cutre está bien… como todo en esta vida. Pero es que hay veces que lo limitado es una puñetera mierda. Que no es el caso de 1280 almas, aunque pudiera parecerlo…

sábado, 5 de noviembre de 2011

Von Kleist nos habla de la Ingravidez



El otro día, en plan perezoso, se me dio por releer dos libritos señalados. De ellos, Sobre el teatro de marionetas, no me había dicho gran cosa cuando lo leí. Hace no mucho tiempo, un par de años a lo sumo. El otro, Ex captivitate salus, toma repulsión de título, toma inconveniencia de autor, sí me había gustado. De hecho, esta última, es la tercera vez que lo leo. Apenas cien paginitas. Porque sí, me gusta, pero con este libro me pasa que al poco tiempo de leerlo me entran ciertas dudas. Dudas que, por lo general, con otros libros y autores no me suelen venir. Y me pregunto si realmente me habrá gustado el librito escrito por el inconveniente personaje en tiempos de su encarcelamiento, allí por los años 1946 y siguientes. Y de ahí la relectura, no por querer volver a flipar con algo que me encanta. No, una relectura porque dudo de mí mismo… Y vuelvo a coger la edición fetiche de la editorial Porto, de Santiago de Compostela, y la traducción de su hija Ánima, y es que de este libro no me desprendo ni por un potosí, que me hace dudar y así está mejor…

El caso es que en uno de los ¿relatos? del librito, el titulado: Dos tumbas en Berlín, bonito, bonito, el escritor inconveniente, en aquel momento en prisión, se nos suelta con unas luminosas páginas sobre Enrique Von Kleist. De ahí que haya vuelto a coger Sobre el teatro de marionetas… Y cuidado. El micro experimento de 12 páginas, que no tiene más, está entreverado hasta el insomnio por un mensaje barbitúrico, visionario e inconmensurable. Publicado en 1810, Heinrich Von Kleist, apabullante protosuicida, hay que ver qué performance asesina la suya, ahí es nada, deposita ante nuestras narices un agujero perenne. O una esfera infinita cuya circunferencia se halla en todas partes y su centro en ninguna...

A ver, un artilugio de esos que nos encantan, que valen para todo y para nada. Mensaje especulativo y casi abstracto. Etéreo y genial que diría un fan del autor, o tramposo y pretencioso que diría un rival. Mensaje definido por dos palabras entrecomilladas, entre otras pocas, por el propio Enrique en su librito. Ojo con ellas, porque en 1810, meses antes de consumar sus mortíferas tendencias suicidas, Heinrich, ya ligerito de vida futura, digamos que etéreo y gaseoso también él, entrecomillaba estas dos palabrejas: afectación e ingrávidos. La primera para denostarla, bien hecho, sí señor. La segunda para elogiarla y ensalzarla. Von Kleist en 1810 vivía en la mente de esos que luego nos dieron impresionantes esferas infinitas, agujeros perennes: desde El arcoíris de gravedad hasta los minutos finales de Odisea en el espacio. Desde Eruption a Todesfuge… Volviendo a las marionetas, nos decía hace 201 años Von Kleist, y suya es la cursiva:

“¿Y qué ventaja ofrecería tal muñeco frente al bailarín vivo?
¿Ventaja? En primer lugar una ventaja negativa, dilectísimo amigo, a saber, que nunca mostraría afectación. Pues la afectación aparece, como sabe usted, cuando el alma (vix motrix) se localiza en algún otro punto que el centro de gravedad del movimiento. Pero siendo así que el titiritero, en nuestro caso, mediante el hilo o el alambre, no tendría absolutamente ningún otro punto a su disposición sino ése, entonces los restantes miembros serían lo que deben ser, puros péndulos muertos, y obedecerían meramente a la ley de la gravedad; un atributo envidiable, que buscaríamos en vano en la mayoría de nuestros bailarines…

…A mayor abundamiento, dijo, estos muñecos tienen la ventaja de ser ingrávidos. Nada saben de la inercia de la materia que es, entre todas las propiedades, la más perjudicial para la danza; pues la fuerza que los levanta por los aires es mayor que la que los encadena a tierra. ¿Qué no daría nuestra buena G… por pesar un buen par de arrobas menos, o, por que una fuerza de semejante magnitud viniese en su auxilio en los entrechats y piruetas? Los muñecos necesitan el suelo sólo para rozarlo, como los elfos, y para relanzar el ímpetu de los miembros por medio del obstáculo momentáneo; nosotros los necesitamos para descansar sobre él, y para recobrarnos de los esfuerzos de la danza; momento éste que obviamente no pertenece a la danza, y con el que no se puede hacer nada mejor que eliminarlo, si es posible.”

El agujero perenne éste, yo hace años que se lo aplico a los guitarristas. Hay qué ver que tíos más insoportables… ¿Se dan en cualquier otro instrumentista/intérprete tan altas dosis de afectación como en los guitarristas? Noooo. Un día de estos me voy a dedicar a hablar estrafalariamente sobre guitarristas bailarines llenos de afectación y sobre guitarristas marionetas llenos de ingravidez. Los primeros, habitualmente considerados como los buenos de verdad, llenos de virtudes musicales y demás elegías pseudo cultas, son unos afectados de la gran mierda. Insoportables. Los segundos, habitualmente desprestigiados como guitarritas coñazo de los que, con la justa, se aguantan tres canciones, son realmente eso: guitarristas de los que se aguantan tres canciones. Estoy de acuerdo. Pero tremendas tres. Tres que querremos escuchar siempre y para siempre. Y eso sí: ingrávidos, hemos de aclarar ahora. Se diferencian de los primeros en que de estos no se aguanta ni la primera canción, porque es afectada, teatral, hiperactuada y hasta juiciosa. Si ellos y su música fueran mujer, nunca les haríamos el amor. Por falta de vigor en nosotros, claro está. Porque nos hunden. Ni chicha ni limoná. La música de estos tíos guitarristas bailarines llenos de afectación es una música infollable. Y su culo, mantecoso. Por el contrario, esas a las que se ningunea diciendo que ni tres canciones, y de acuerdo, tres canciones, pero para siempre inmejorables, lo que tienen es un polvazo que no pueden con él… Pasemos del agujero perenne a la cutre realidad y extrapolemos: Vai es la personificación de los primeros: infollable. SRV de los segundos: carnosa, cachondona y viciosa. Tres kik..., digo canciones, sí, de acuerdo. Pero qué tres! Pinchad aquí, cerrad los ojos y decidme si no os llevaríais a esta tipa a la cama:



Pero cuidado, que lo anterior no os haga despistaros. Que las barbaridades en el comentario guitarrero quedan para otro día. Lo principal es Heinrich Von Kleist. ¿Cómo es posible que hace más de doscientos años ya estuviese instalado en las mentes de varios de nuestros favoritos? ¿Le dictó el libro a Pynchon? ¿Le sopló las ideas revolucionarias a Werner Von Braun? ¿Les insinuó el camino a StanleyK o a GeorgeL o al que hizo los Encuentros en fase?...

Y volviendo al comentario guitarril, ¿cómo pudo ver tan claro, hace 200 años, que Vai, aparte de afectado, si fuera mujer, sería infollable?

martes, 1 de noviembre de 2011

Desierto psicototal



Hace años, sí, años, que ahora cuento de doce en doce los meses, que tengo olvidadas mis pobres digresiones socio/cutre/politiquillas, esas con las que aburrí a propios y extraños durante la obsesiva serie de entregas “Historias del ocaso”, dedicada a la molicie por antonomasia: políticos, sus votantes, medios/prensa y sus lectores. Asunto patibulario y cutre donde los haya…

Ni que decir que esto de los blogs tiene un punto de higiénica profilaxis general. Entiendo que, muchos de los que a ello nos dedicamos, le hemos ahorrado a los demás disgustos aún mayores que la lectura de los mismos, que, en última instancia, siempre sería voluntaria. El caso es que mediante la redacción de blogs, los desesperados, o iluminados, o aburridos, o mesiánicos, o pedantes, o vanidosos, o exhibicionistas, o demás fauna concurrente en el fenómeno, que a ello nos dedicamos, no descarriamos por otras vías más costosas en términos de interés general. Porque sí, el blog se lee o no se lee, y punto. El coste para el resto, en cualquier caso, sería espiritual, el de quien se siente ofendido hasta lo más profundo de su ser con las estupideces que en dichos blogs escribimos a diario. Estupideces proporcionales a la del escandalizado lector de blogs que, voluntariamente, se dedica a leerlos sin mesura, para luego indignarse, también sin mesura, por lo que acaba de leer, sin reconocer que gran parte de la culpa es suya por leerlos una y otra vez, y a sabiendas del predecible disgusto. Y es que él no es más que un amargado profesional, sujeto insoportable y abundantísimo…

Pero es que a más de uno de los que se dedican a la redacción de blogs, de lo soliviantado y encendido que está, y de no tener la opción blog a mano, con lo que de sedante y neutralizadora tiene, es posible que en escasos tres meses nos lo encontrásemos poniendo bombas tutiplén, que merecimientos encuentra en muchos potenciales objetivos. Así que dejadle con el juguetito blog de marras, que nos ahorramos ingentes disgustos en forma de destrozos de todo tipo: emocionales, personales, económicos y demás.

Pero cuidado, porque sí, el soliviantado y encendido redactor de blogs está neutralizado. Con la elaboración de su panfleto online en el páramo lo tenemos sedado, toma juguetito, meu rei, y déjanos en paz…. Como el burro y su zanahoria pinchada del palo. Ese mismo palo que era guiado por la mano de un jinete que nunca se veía en la imagen. Vale, muy bien, pero ¿qué me queréis decir con eso?... Ahora, sin embargo, con el soliviantado y encendido redactor de blogs neutralizado por la propia elaboración de su petardo escrito, y ojo a la vulgar pirueta, quien se convierte en potencial desestabilizador del interés general es el otro miembro de esta relación emisor/receptor: el estupidísimo personaje supremo, el obsesivo lector indignado de blogs elaborados por todo tipo de soliviantados, iluminados, y demás anormalidades adyacentes. Porque este individuo, tan interesado en el interés general, mantra intocable para él, sin tener a su alcance la opción de elaborar un blog, pues la descarta de raíz ya que es cosa de gente sospechosa, acabará, en esos mismos escasos tres meses, cometiendo algún tipo de desahogo físico-trompada-explosivo-conspirador. No sé cuál, pero alguno de los que, luego, volverán a ser pasto argumental para otro soliviantado redactor de blogs, que sí, se relajará, pero que encenderá a algún acérrimo amargado profesional preocupadísimo por el interés general y así ad infinitum, de tres en tres meses…

Pero me estoy yendo por vericuetos que no me interesan. Os decía que las “Historias del ocaso” pasaron a mejor vida. Momentáneamente, aclaro ahora. En aquello tuvieron buena parte de culpa, entre otros, Bernhard, Woolf, Cioran, Céline, Foster Wallace, Celan, Ferrín, Sloterdijk, Houellebecq, Pynchon, Hamsun, Sebald, Vonnegut, Pasolini, Von Braun, Peenemunde, la bomba H, y…

Y es que ando con el pie cambiado, tanto sublime literato del carajo, que estos años de personal indiferencia cutre política me han impedido disfrutar del impactante surgimiento de personajes y fenómenos tan flatulento bochornosos que es que no hay derecho a que me haya distraído en otros menesteres… Cómo pude dejar pasar su esperpéntico surgimiento, proceso trompeteado por mis amigos los mass media y sus acólitos chorlitos, ambos insuperables, políticos y votantes… Y es que les voy a coger ojeriza a Bernhard y demás plenipotenciarios de las letras. Habrase visto, escapárseme las entendederas por mares remotísimos y deshabitados teniendo aquí, asambleariamente reunido, el “desierto psicototal”. Qué oportunidad para la abstracción de contenido teórico argumental igual a cero…

Pero, con permiso de Thomas, David, Louis Ferdinand, Virginia, Paul, Xosé Luís y Emil, me he cogido unos días vacacionales. Y estos días festivos los he aprovechado al máximo. Como cuando me enfrasco en los librajos de esos geniecillos sin par. Pero ahora nada de libros. He fijado la vista en la realidad cutre política que nos rodea, infinita y océana, y he tomado una decisión: secuestrar a unos cuantos miembros de lo que se ha denominado, sin ton ni son, como M. I., iniciales que podrían pertenecer a mierda impositiva, o marabunta invertebrada, o mediocridad insufrible, o masa imponente, o menuda indigestión, o, inclusive, movimiento no sé qué….

Y como suele pasar habitualmente, mejor quedarse con una idea superficial del asunto, que hasta podría tener un pase, que hoy es mi santo, soy generoso porque estoy de buenas. Pero es que ni se os ocurra escarbar ni un poquito en la cuestión del movimiento este, porque se os va a cambiar el semblante. Putrefacción total. Dejemos al margen a unos cuantos: que si marginales o inadaptados o antisistema o filobestias, revoltosos impenitentes o impertinentes que se apuntan a un bombardeo de izquierdas, o de derechas, o de centro, pero sin la más mínima veleidad moralizante. También algún iluminado hace años descabalgado del main stream, aunque no lo suficiente… o algún iluso de buena fe, más bien simplote, o ilusionadísimo, o pasando un mal momento, el pobre. Al margen de estos perfiles, con los que no tenemos ninguna intención de polemizar, y que, de por sí, son minoría en la menuda indigestión asamblearia, el resto de acantonados tiene un cacao ¿mental? de famélicas proporciones.

Y es que salvo escasas excepciones como las que arriba mencionamos, y alguna más, los miembros del movimiento menuda indigestión son unos pobres cínicos casi involuntarios, desorientados embaucados/ embaucadores de exactamente la misma especie o ralea o casta o linaje, que los políticos y sus votantes, pues son las mismas personas. Iguales que los ávidos zoquetes consumidores de prensa escrita y tertulias TDT, pues son las mismas personas. Igualitos que todos esos a los que dicen querer pasar por la piedra los del movimiento indigesto, pues son las mismas personas. Todos ellos los mismos, pues todos forman parte de la consabida gran cutre representación, cara y cruz, trasuntos unos de otros, calcos, remedos, copias, imitaciones y complementos. Argumento ideal para el gran relato de veinte páginas que alguno de nuestros grandes héroes escribiría sin despeinarse en Buenos Aires o Mondoñedo. Los unos justificaciones de los otros, y, mutuamente, indispensables en la performance flatulento bochornil. Partes complementarias que se retroalimentan en la triste tomadura de pelo, ahora aderezada asambleariamente en las aceras…

Pues a unos cuantos de estos miembros de la selecta junta rectora de Menuda Indigestión, los he subido en una embarcación llamada “hace unos años” y los he llevado, rumbo 270º, a la islita atlántica gallega que algunos ya conocéis. Sólo para hablar con ellos un rato. En relación, precisamente, con lo que hacían ellos mismos, exactamente, “hace unos años”… Y de verdad, no aguantan un pase. Apropiarse de tan totémica palabra empezada por “i” es cosa seria. Lo emparenta a uno con tremendas cuestiones y actitudes, que esto de estar “i” no depende de moditas fashion, arrebatitos pueriles, ni, mucho menos, puntuales coyunturas económicas, laborales o sociopolíticas, que viene siendo el anémico caso que se ha dado por aquí. Lo que les pasa realmente a muchas de estas personas es que están desempleadas, cosa seria y grave con la que no se nos ocurre frivolizar, hasta ahí podíamos llegar. Pero cosa muy distinta a estar "i". Porque quien está realmente "i" lo está, en la mayoría de los casos, con independencia de que trabaje o no. Y, en relación a nuestro caso, lo está porque la mierda circundante abundantísima (poder, líderes, medios, hiperutilitarismo, etc.) le hace irresperable el ambiente, con independencia, en buena lógica, de que trabaje o esté en el paro. Sin embargo, todos estos "i", que están "i" sólo desde que están desempleados, dejarán de estar "i" cuando encuentren un trabajo. Recuperado su empleo, sólo el suyo, que los demás le importan un güivo, dejarán de estar "i" aunque toda la abundantísima mierda circundante, la misma que, según ellos nos dicen, de repente les hizo estar "i" cuando quedaron en paro, misma mierda contra la que se rasgaron las bestiduras a grito pelado en la calle, se mantenga igual. Lo cual viene a ser lo mismo que decir que la verdadera situación de estas personas, que realmente no están "i", resulta obvio, es que están desesperadas, cosa tremenda y salvaje, atenazadora y castrante. Y mucho peor que estar indignado, que, al final, podría pasar por ser una pedantería más, tirando a refinada e intelectualoide. Nada que ver con la desesperación... (To be continued)
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