miércoles, 26 de noviembre de 2008

Félix Muriel

Más de una vez Maicito ha proferido en mi presencia brillantes e inspirados elogios de una figura senlleira de nuestras letras: Gonzalo Torrente Ballester, de quien es un enfervorizado radical. Su fervor es contagioso, por lo que yo, de vez en cuando, padezco de algún achaque, en cualquier caso, menos grave que los suyos. En uno de ellos leí “Cuadernos de La Romana”, obra sin duda menor, pero en la que abundan los comentarios sabrosos, llenos de gracia, ironía y saber hacer. Entre todos ellos se me quedó grabado uno tremendo sobre un libro de Rafael Dieste: “Historias e invenciones de Félix Muriel”. Decía el amigo Gonzalo:

“Pienso ahora, y va a ser difícil que rectifique, que este Félix Muriel es el mejor libro de ficción narrativa escrita por los españoles del exilio”. Después de esta entrada, que, viniendo de quien viene, pone a uno sobre la pista, Torrente pasa a explayarse con todo genero de comentarios y loas sobre el libro y su autor, Rafael Dieste, quien “acusa esa madurez expresiva y artística que permite escribir como se quiere, o más exactamente, como la materia exige”, para acabar su panegírico con un rotundo “prosa magistral”. Como para no leerlo, vamos.

Aunque parezca mentira en los tiempos que corren, dicho libro es difícil de encontrar. La semana pasada me topé con él en Follas Vellas. Y os podéis fiar de Torrente. Rafael Dieste, de quién no había leído nada hasta el otro día, me dejó perplejo. Su Félix Muriel es absolutamente espectacular, de escándalo. Obra maestra total, y no por que lo diga yo.

lunes, 10 de noviembre de 2008

Transmutaciones


En la entrega dedicada al inconmensurable Hermann Broch os hablaba de chorradas varias. Con ellas voy a seguir. Os voy a presentar, si me lo permitís, qué serían “Los sonámbulos” de Broch de ser, no novela, sino otra manifestación artística. Extraño cometido, estaréis pensando. Inútil y estúpido añadiría yo. Pero está lloviendo y hace mucho viento, así que aquí me tenéis entretenido con estas cosas… Antes de nada, para revestir de cierto rigor nuestro pobre experimento transmutacional, intentemos definir el objeto de nuestro ensayo, a saber, “Los sonámbulos” de Hermann Broch. Os decía en su día hablando sobre ello: “A lo largo de los sonámbulos abandonamos un mundo y entramos en otro. Es como estar en el lugar adecuado a la hora exacta. Como si las puertas se abrieran para nosotros todas de golpe. En Pasenow comenzamos lastrados por una manera de hacer novela “decimonónica”. Pero la cosa dura poco, vamos abandonando la inicial tranquilidad, y al final del terceto acabamos enredados en la digresión, el lirismo, la entelequia, la inconexión y el vacío vital en Hugenau” Aunque todos estaremos de acuerdo en que lo anterior de definición no tiene ni el nombre, sí que contiene la raíz básica, el meollo del asunto. Nuestra triple novelita nos transporta de un ciclo, corriente, estilo, a otro. Nos anuncia ese cambio. Nos lo hace presumir. Nos encontramos en esos veleidosos y antojadizos territorios, istmos imposibles, en los que se da la espalda a lo consolidado, ya hartos de ello, y se saluda intuitivamente lo que aún no llegó, pero llegará. Ese me parece el mejor momento. Cuando poco después, lo previamente anunciado, intuitivamente, con miedo y con la boca pequeña, se haga realidad, cientos y cientos, y entre ellos una mayoría de mediocres advenedizos, abrazarán y manosearán al nuevo invitado, al recién llegado, sea el “ismo” que sea… Pensemos en la pintura. Aunque no es del todo cierto, exagerando las cosas os diría que los cubistas y su cubismo, así, a lo bestia, me parecen todos lo mismo. Es como una competición de “y yo más”. En eso consisten muchas veces las corrientes y estilos artísticos: los …ismos. Poner el prefijo que queráis. Descubierta una nueva veta, y pensemos en nuestro ejemplo, se entra luego en la torpe y vulgar carrera de tonto el último, y venga todos a dibujar narices en la frente y naturalezas muertas de vedada asimilación. Pero mucho cuidado, nada que ver toda esta broza seguidista sin apenas valor con esos primeros derrapes de cornea que vemos, por ejemplo, en Cezanne. Aaamigo, aquí el drama y la crisis sí que están presentes. Con un pie en la “Ortodoxia”, como diría Maicito, y el otro patinando sin control entre la genialidad y la frivolidad. Esto son palabras mayores. Por no hablar de los continuos deslices de Picasso. O de las borracheras de color de Klee, Kandinsky y otros elegidos, o las iniciales deformaciones de Francis Bacon, absolutamente insuperables, acojonantes. O el desasosegante mundo de Gottfried Helnwein… Elijamos pues, de entre ellos, cualquier cuadro lleno de enjundia: premonitorios, dramáticos, tanto por lo que dejan atrás, ya anticuado y abandonado, como por los desconocidos abismos antes los que se sitúan. Tendremos ahí un ejemplo de lo que el amigo Broch se traía entre manos. Palabras mayores.



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