viernes, 11 de diciembre de 2009

Voy por la 107


Exactamente, ¿qué pasa aquí?

Duro es enterarse de ciertas cosas. Sin ir más lejos, ahora sé de las distintas posibilidades a la hora de enfrentarse a “las mesetas”. Porque ascender, subir, trepar, encaramarse, escalar, etc., empleando en ello hasta el último centímetro de osadía que nos quede, puede ser algo mucho más sencillo de poner en práctica, aunque en ello nos pueda ir hasta la vida si no sabemos dosificarnos o si desconocemos que nuestro límite está mucho más cerca de lo que creíamos, que vernos, asfixiados y victoriosos, arriba, donde acaba la escarpadura y empieza lo otro. Y de esto otro es de lo que me acabo de enterar.


¿Debo tranquilizarme? ¿Debería escapar? ¿Me vale ahora lo que me valió mientras subía?


También es duro no saber otras tantas cosas. Vaya Acertijo Volk. Si me equivoco, y posiblemente lo haré, debería volver al inicio… De lo contrario, una vez superada la escarpadura, no haré más que desesperarme y frustrarme. Envenenarme. Idealizar un magnífico rendimiento cardiaco, muscular y respiratorio vivido mientras ascendía: magnífico rendimiento que ahora no vale para nada. Al revés, no hará más que empeorar las cosas. Acelerará la degeneración. Histérico y enjaulado, demente y cardiópata, acelerará la degeneración.

miércoles, 2 de diciembre de 2009

MonogrÁficos: Luz del Norte


Sentados un día a la mesa en Cereixo, comíamos Montse y Venturín con mis padres y mi padrino cuando inocentemente reconocimos que algunos fines de semana de mal tiempo nos despachábamos a gusto en casa dos o tres pelis del fenómeno Bergman… El más fino fue mi padrino que sólo se atragantó. Mis padres regurgitaron su escándalo de manera poco decorosa.

…¿Pero qué pasa?

Hasta el fallecimiento del citado Ingmar, ni una peli del mismo se me había ocurrido ver. Como por aquellos días se habló bastante de él, vi alguna que otra imagen de sus pelis en los telediarios. Y aquello tenía la fuerza de un Thor o un Odín catódico. A quien por aquella época ya tenía en un altar era a Carl Theodor Dreyer, y me dio la sensación que Bergman lo elevaba a la enésima potencia.

Con las fuerzas tecnológicas a mi alcance fui consiguiendo la mayoría de su filmografía. Podemos encontrar de todo. Entre ese todo, varias de las películas más impresionantes que uno pueda imaginar. Descartemos las iniciales. Descartemos también varias de sus pelis que, ya sea de manera tangencial o plena y rotunda, se caracterizan por cierto tono bufonesco/folletinesco/circense/teatral y que chirrían de mala manera. Entre ellas, malogradas inclusive por tres o cuatro gotas de dicho ungüento, las archiconocidas “Fresas salvajes” y “El séptimo sello” que están a años luz de las buenas de verdad. Descartemos también unas pocas pelis de las llamadas alimenticias que, estando bien, no lo están tanto. Descartemos también algunas de sus espectaculares incursiones en el mundo del color, incursiones que dan lugar a espectáculos visuales realmente mayúsculos, pero que siguen sin estar a la altura de lo supremo e inmarcesible.

Descartado, pues, lo anterior, llegamos finalmente a lo Supremo e Inmarcesible, al mayor espectáculo, sobre todo en blanco y negro, pero también en color, de la historia. Os dije un día que una frase de Xosé Luís Méndez Ferrín pesaba toneladas. Eso es nada al lado de lo que puede pesar un fotograma de Ingmar Bergman, la rotunda presencia de su B/N, absolutamente inigualable. Gloría pura. Enjundia y lirismo a la carta. Crisis existenciales y abstracciones inauditas entre dunas y brezos.

Las tablas de la ley, las bienaventuranzas, los puertos de categoría especial, el cuponazo, serían básicamente:

Persona: Radical e inclasificable. Apabullante. Aleluya. Espectacular

La trilogía “El silencio de dios”, a saber: Los Comulgantes, Como en un espejo y El silencio. Amén. Para ver esto hay que estar predispuesto. Tela marinera. El bastonazo sobre la mesa que da Gunnar Björnstrand en “Los comulgantes” es de otro mundo… Para hacer esta pelis, desde luego, hay que ser aljhién

Secretos de un matrimonio y Pasión: Vueltas, vueltas y más vueltas a lo que todos sabemos. L´amour, los celos, la frustración, la humillación, la violencia, la indiferencia, el sexo, el tedio…

La hora del lobo: A medianoche. Lo mal que lo pasaba Max Von Sydow…

La vergüenza, Gritos y susurros, Sonata de otoño, La vida de las marionetas...

Vaya películas. Distintas, te comen vivo.






miércoles, 25 de noviembre de 2009

Houellebecq y los estúpidos redomados

Hace unos meses leí en un suplemento cultural de algún periódico la escandalizada crítica de un profesional del criticismo sobre el gabacho Michel Houellebecq. El artículo era tal compendio de simplezas y argumentos acomodaticios, de esos para quedar bien con determinado, abundante y cada vez más poderoso grupo de paisanaje, a saber: los estúpidos redomados, que me quedé con las ganas de leer algo del Houellebecq este.

El critiquillo, que con su molicie de comentario no hacia más que ganar adeptos y admiradores a favor del objetivo de sus parvularias soflamas, pertenecía a ese tipo de personaje que siente una bochornosa tendencia al pelotilleo de quien o quienes detentan el poder en cualquiera de sus facetas. A estos avispados glosadores nada les revienta y molesta más que el hecho de que un escritorzuelo de tres al cuarto, o un verdadero genio, que también se las trae floja, se permita tener opiniones contrarias a las suyas, que, en el fondo y como bien sabemos, realmente son las de sus amos. Y en base a tales opiniones valorarán sus obras. Siendo esto, el valorar las obras del artista en base a las opiniones de éste, ya un problema, el asunto se agrava en el caso de nuestro critiquillo por lo que arriba indicamos, porque encima le hace la pelota al detentador del poder, de la moda, del aborregamiento. Y así, sólo tolerará las obras, aunque sean una verdadera mierda pinchada en un palo, de aquellos artistas que estén en total sintonía con el discurso de quien en ese momento detente el genérico poder a que hacemos alusión, a quien el critiquillo se dedica a hacerle la pelota de manera más bien guarrona o soez. Con tales datos, os podéis imaginar que Michel Houellbecq posiblemente dio alguna entrevista en la que se debió salir del redil al referirse a cualquier de los dogmas imperantes at this time. Y por eso, ya me cae bien.

El libro que me compré: “Las partículas elementales”, me gustó, por momentos mucho y en otros menos. Pero tampoco me pareció que fuera lo que dicen en la contraportada afamados individuos: “La gran novela del fin del milenio”, “Por más de una razón me recuerda a Céline…”, “Insolente y políticamente incorrecto, es un libro de caza mayor, al revés que tanto otros que cazan conejos”, “Atleta del desconcierto, experto en nihilismo, virtuoso del no future”… realmente parece que están hablando de DFWallace, de quien leyendo “Las partículas elementales” uno se queda con la seguridad de que Houellebecq, aparte de admirar, amagó con imitar (resulta evidente) antes de ser conocido en Europa el fenómeno Wallace. Como no podía ser de otra manera, el amago, ciertamente descarado, no dio los frutos esperados, pues no hay color entre ambos.

Pero veamos algunas perlitas Houellebecq, graciosas y discretas, pero que nos van entonando:

“Nunca he entendido a las feministas... -dijo Christiane a media cuesta-. Se pasaban la vida hablando de fregar los platos y compartir las tareas; lo de fregar los platos las obsesionaba literalmente. A veces decían un par de frases sobre cocinar o pasar el aspirador; pero su gran tema de conversación eran los platos por fregar. En pocos años conseguían transformar a los tíos que tenían al lado en neuróticos impo­tentes y gruñones. Y en ese momento, era matemático, em­pezaban a tener nostalgia de la virilidad. Al final plantaban a sus hombres para que las follara un macho latino de lo más ridículo. Siempre me ha asombrado la atracción de las inte­lectuales por los hijos de puta, los brutos y los gilipollas. Así que se tiraban dos o tres, a veces más si la tía era muy follable, luego se quedaban preñadas y les daba por la repostería casera con las fichas de cocina de Marie-Claire. He visto el mismo guión repetirse docenas de veces.”

“Es difícil imaginar algo más estúpido, agresivo, inso­portable y rencoroso que un preadolescente, sobre todo cuando está con otros chicos de su edad. El preadolescente es un monstruo mezclado con un imbécil, de un conformis­mo casi increíble; parece la cristalización súbita y maléfica (e imprevisible, si pensamos en el niño) de lo peor del hombre. ¿Cómo se puede dudar, después de eso, que la sexualidad es una fuerza absolutamente dañina? ¿Y cómo aguanta la gente vivir bajo el mismo techo que un preadolescente? Mi tesis es que sólo lo consiguen porque su vida está completamente vacía; pero mi vida también está vacía y no lo he consegui­do. De todas formas todo el mundo miente, y miente de la manera más grotesca, Estamos divorciados, pero seguimos siendo buenos amigos. Veo a mi hijo un fin de semana de cada dos; menuda mierda. En realidad los hombres no han tenido nunca el menor interés por sus hijos, nunca han sen­tido amor por ellos, y además los hombres son incapaces de amar, es un sentimiento que les resulta completamente aje­no. Lo único que conocen es el deseo, el deseo sexual en es­tado bruto y la competición entre machos; y luego, en otra época y dentro del matrimonio, podían llegar a sentir cierto agradecimiento por su compañera cuando les daba hijos, lle­vaba bien la casa, era buena cocinera y buena amante; en­tonces les agradaba compartir la cama con ella. Quizá no era lo que las mujeres deseaban, quizá había un malentendido, pero podía ser un sentimiento muy fuerte, e incluso si se ex­citaban, por otra parte cada vez menos, tirándose a una nena de vez en cuando, ya no podían vivir, literalmente, sin su mujer; cuando ella desaparecía empezaban a beber y se mo­rían en unos pocos meses. Los hijos, por su parte, servían para transmitir una condición, unas reglas y un patrimonio. Esto era así, claro, en las clases feudales, pero también entre los comerciantes, los campesinos, los artesanos; de hecho, en todas las clases sociales. Ahora nada de eso existe: soy un em­pleado, vivo en régimen de alquiler, no tengo nada que de­jarle a mi hijo. No tengo un oficio que enseñarle, no tengo ni idea de lo que hará en la vida; de todos modos, las reglas que yo conozco no valdrán para él, vivirá en otro universo. Aceptar la ideología del cambio continuo es aceptar que la vida de un hombre se reduzca estrictamente a su existencia individual, y que las generaciones pasadas y futuras ya no tengan ninguna importancia para él. Así vivimos, y actual­mente tener un hijo ya no tiene sentido para un hombre. El caso de las mujeres es distinto porque siguen necesitando alguien a quien amar; cosa que nunca ha sido y nunca será el caso de los hombres. Es falso pretender que los hombres también necesitan cuidar a un bebé, jugar con sus hijos, hacerles mimos. Por mucho que lo repitan desde hace años, sigue siendo falso. En cuanto un hombre se divorcia, tan pronto como se rompe el entorno familiar, las relaciones con los hijos pierden todo su sentido.”…

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Soluciones folk

Ceroalaizquierda, socorrido alias del Venturín más prosaico y fracasado, obsesionado con los acertijos pop de DFW, sigue luchando por encontrar his own way. Evidentemente está perdido, pero, cree haber encontrado una (meta)solución Folk. Como bien sabéis, el páramo existe. El diarioprueba es buena prueba de ello. Averiguar con certeza dónde se encuentra es otro cantar. Hay días en que parece evidente que está en la taiga, más en concreto, en las lacustres aguas del Baikal. Otras veces, juraría que está en la desnortada cabezota de Venturín… pero echemos la vista atrás, vayámonos hasta el 15 de abril de 2009 cuando cutrereflexionaba un autoexigente Ceroalaizquierda:

¿En que acabará convirtiéndose ceroalaizquierda? Peor aún, ¿en que se ha convertido ya? ¿Tenemos en ciernes a un peripatético neorrural? ¿A un tronado de los que acaban cociendo pan en Agadir o en el Atlas, auto convenciéndose del gran paso que ha dado, mientras no puede vivir sin el portátil y mil pijadas más? ¿A un clásico “perjiseiro” o un no menos clásico “cagapoquito”? ¿A un potencial estilita o a un decadente y endogámico pusilánime?...

Fijaros en el patetismo caricaturesco y estereotipado de las bochornosas alternativas vitales que se abren como oscuras bocas de lobo en el horizonte más cercano de nuestro quijotesco ceroalaizquierda.”

Está claro que sustraerse al rodillo arcaizante y a su bien triturado main stream, puede acabar con cualquiera de nosotros humillado, derrotado, anatemizado, comprando una pistola en el mercado negro, y un largo etcétera de lindezas por el estilo, todas ellas carne de presidio o manicomio. Por eso resulta reconfortante e iluminador, aunque sea pueril, embalarse cuando cree uno descubrir una solución, ya sea pop o folk, para distanciarse así, metafórica y literalmente (magnífica dualidad que define al páramo), del mundanal noise y estrépito que caracterizan la atestada y abarrotada vida enlatada de dirección única...

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Dibújame tu casa, por favor



Situémonos. Septiembre de 2002. Suplemento “Semanal El País”. Supongo que como tantos otros, me quedé de piedra leyendo las luminarias que a continuación reproduciré. El susto que me llevé se debía, no a lo dicho, que también, sino a quien lo dijo, a saber, un psiquiatra, para mí por aquel entonces desconocido: Carlos Castilla del Pino, "el psiquiatra rojo". Vaya gachó.

“(La muerte de mis hijos) No ha sido el máximo dolor de mi vida. A mí me ha afectado más, mucho más en mi vida, el no haber obtenido la cátedra de psiquiatría en 1960 que la circunstancia de la muerte del hijo. Son dos cosas totalmente distintas, desde luego. La pérdida de la docencia significó primero una frustración, y al mismo tiempo un ostracismo: dejé de ir a congresos de psiquiatría internacionales porque me encontraba con antiguos colegas (que temían saludarme por si les veía el mandamás de entonces) y era tan desagradable verles que dejé de ir durante bastantes años. Me afectó mucho. Mientras que cuando mi hija se quitó la vida..., yo inmediatamente me dije que esto no debía vencerme. Me blindé…

A mí me han gustado los niños mientras descubren el mundo con la magia del andar, del tocar, y del hablar, pero ya después, a partir de los seis, siete años, ya no me han interesado. Soy muy susceptible ante lo que significa la perturbación del reposo del guerrero, y, desde luego, los hijos son un incordio. Lo tremendo del caso es que tanto mi mujer como yo nos casamos con la idea de no tener hijos, porque pensábamos en la carrera intelectual y ella en sus lecturas... Pero las cosas vinieron así. Vaya, que gracias al amor quedó embarazada. En aquella época no era tan fácil, ni siquiera para mí, ir a una farmacia y pedir preservativos…

Cuando los hijos ya son mayores, muchas veces se tornan conflictivos. Yo lo estoy viendo en la consulta cada día. Vienen padres machacados por los hijos, muy frecuentemente con problemas de drogas. Hay padres que me dicen: “Si se muriese, descansaría”. Yo lo vi clarísimo. Me dije que a mí no me destruirían ni mis hijos.”

Como os podéis imaginar, ante semejantes comentarios resulta inevitable querer saber algo más del interfecto. Para unos, eminencia, y para otros, algo menos, lo que es indudable es que Carlos Castilla (recientemente fallecido) era alguien. Alumno aventajado de López Ibor y luego su rival, escandalizado ante la injusticia que veía a su alrededor, tomó partido claramente por los necesitados y los perdedores tras la guerra civil. Cosa nada común por aquel entonces, y casi imposible de comprender en quien había presenciado el fusilamiento, así, de buenas a primeras y por la cara, de sus tres tíos (uno de ellos tutor de Castilla del Pino por haber quedado éste huérfano) y un primo a manos de los republicanos en su San Roque natal. En el capítulo que le brindan a Castilla del Pino en la serie de La Dos “Esta es mi tierra” la parte que le dedican a estos acontecimientos deja a uno helado. En el programa se cuenta cómo, tras llevarse algunos exaltados a sus tíos y primos, quienes con el resto de la familia estaban refugiados en la casa familiar, salió corriendo al rato un joven Carlos Castilla en su búsqueda. En el documental, acompañamos a Castilla del Pino por el mismo recorrido que realizó en el año 1936 tras escabullirse de la vigilancia de su madre. A escasos metros de la casa, a lo largo de una céntrica calle de San Roque, se va encontrando, de uno en uno, los cuatro cadáveres. Al último de ellos, un tío, se lo encuentra en un zaguán, aún vivo por unos minutos, con 21 disparos en el cuerpo.

Con estos antecedentes, hace unos días me abalancé sobre “Pretérito imperfecto” el primer tomo de sus memorias. Ahora estoy con el segundo “Casa del olivo”, sin duda de menos nivel.

Pero a lo que vamos. Siendo Venturín un pobre chaval de ocho años, recién llegado a Lima, y antes de que me matricularan en mi nuevo Colegio, fui requerido para presentarme en un despacho, que recuerdo perfectamente, para hablar con una persona. Esta persona, una mujer, empezó a sacarme dibujos de aquí y allá, y venga a preguntarme que qué veía, qué me recordaban, etc. Provisto al poco rato de papel y lápiz me pidieron que dibujase esto y aquello. Entre otras cosas, una casa, cómo a mi me gustase. Por aquellas épocas yo me solía dibujar dentro de un volcán, vacío por dentro (el volcán, claro está; sueño inconcluso de Chillida), con enormes estructuras de almacenaje llenas de armamento. De él hasta podían salir aviones de guerra.

Hace algunos años, hablando con Pe, me enteré de que, entre alguna rama de la psicología, esto de hacer dibujar a los niños sus casas ideales no es tema baladí. Me escandalicé recordando el episodio en el colegio en Lima. Así que me estaban analizando. Con esto de la casa imaginaria, hay quien dibuja unas preciosas mansiones con las ventanas y puertas abiertas, sin un muro de cierre en el jardín y todo ello bajo un sol brillante (qué encanto, dirán). Otros dibujan unas lúgubres estructuras que más bien recuerdan un bunker (que lo encierren, pensarán). Otros dibujábamos volcanes vacíos por dentro y llenos de armamento (que lo sometan a procesos de eugenesia, que lo castren, es un virus). Como resulta evidente, los petardos especialistas en salud mental relacionarán estas casas ideales con la tendencia a la extra/introversión del pobre niño-cobaya, y no sé cuántas potenciales desviaciones de la personalidad.

¿Y qué dibujó nuestro amigo Carlos Castilla? Impresionante, la suya es de traca. Me encanta, espectacular. Su casa ideal: bunker de hormigón bajo tierra, llenas de libros las paredes y sin ninguna comodidad salvo camastro, mesa y flexo. Por si fuera poco, Castilla nos explica que la escotilla con la que se comunicaba con el exterior (que tan sólo utilizaba para que le dejaran la comida) estaba blindada, y que la escalera interior podía ser retirada desde abajo. Qué tío.


jueves, 15 de octubre de 2009

Autumn leaves


Agua pasada no mueve molino. Pasó la marola, pasó la mar toda. Bueno es culantro, pero no tanto. Sarna con gusto no pica, pero mortifica…

Repaso ahora, pura nostalgia estival mientras uno se prepara ya para disfrutar del Autumn y sus leaves, las lecturas caniculares. Recomendaciones, descubrimientos, must haves, y de todo un poco. Punto de partida, o más bien epicentro de la cuestión: el pozo de nuestra huerta. Punto neurálgico en el que me abandono. Palabra clave con la que allegados resumen mi dispersión ante realidades para ellos importantes, aunque para alunizados como Venturín, simples tonterías. Ante la negativa persistente a dedicarle un minuto de actividad mental a sandeces del tipo de las que nos encontramos en los telediarios, estos queridos allegados, frustrados ante semejante desprendimiento e indeferencia telediaria, entonan sus armoniosos: “qué te va a importar a ti, si no vives en este mundo. Ahí, sentado al lado del pozo, leyendo a Nietzsche” Esta magnífica definición de lo que es estar en el Páramo está transcrita literalmente. Me la espetaron, casi les doy las gracias por su capacidad de síntesis, mis padres, un día cualquiera, mientras se indignaban por cualquier estupidez del telediario, y más aún, ante mi absoluta indeferencia ante la misma. Eso sí, les aclaré que de Nietzsche, yo tan solo leí dos libros.

Pero volvamos al inicio. Vengan las listas, tan apreciadas por alunizados de todo género. Entre otros menos relavantes, pasaron por el pozo, y sus diversas sucursales:

Orlando de Virginia Woolf, El Juego de los abalorios de Hermann Hesse, Diccionario de los ismos de Juan Eduardo Cirlot, el Cuarteto de Alejandría de Lawrence Durrell, Rayuela de Julio Cortazar, El siglo de las luces de Alejo Carpentier, La torre herida por el rayo de Fernando Arrabal, La misteriosa desaparición de la Marquesita de Loria de José Donoso, El desierto de los Tártaros de Dino Buzzati, En busca del Barón Corvo de A.J.A Symons, La niña del pelo raro de DF Wallace

Como veis, algunos de los anteriores son de esos libros que según con quien hablemos, el no haberlos leído, nos dirán, es como no saber cuánto es dos más dos.

Pero vengan más listas; hoy es mi santo, barra libre

Cuáles me gustaron más:

Rayuela: me dejó patidifuso, por lo menos hasta el ínclito capitulo 56 en el que te encuentras con ese pedantesco “fin” a mitad de libro. A partir de ahí, la cosa, también pedantesca, pierde mucho. Ante las divergencias en cuanto al orden que seguir al leerlo, como os podéis imaginar por lo que cuento, lo hice como cualquier otro libro, nada de andar saltando de un lado para otro como también recomienda el autor… Palabras mayores este libro.

El desierto de los tártaros: Inspiradísimo obsequio de Maicito. Qué bien está este libro. La fortaleza, la ascensión hasta llegar a sus puertas, los baluartes, el conflicto que no llega… un diez

La torre herida por el rayo: Qué divertido. El amigo Arrabal en estado de gracia total. De tener que recurrir a etiquetas de esas que se ven a diestro y siniestro cuando se publicitan libros, no habría suficientes. El caso es que engancha de mala manera. Una partida de ajedrez que enfrenta a dos tipos muy raros, un paranoico perdido y el otro un fundamentalista de la guerra fría. Y a los dos se las va la pinza muy seriamente… mucho estrés me parece a mí.

La niña del pelo raro. El menos bueno de los libros de DFW es impresionante. Aunque no está al nivel de los demás, hay varios cuentos/historias/ensayos en esta recopilación que dejan a uno totalmente extasiado-sorprendido-confuso-abrumado-… Lyndon, sobre el ex - presidente de los USA, La niña del pelo raro, inimaginables peripecias de los asistentes (gente realmente particular) a un concierto de Keith Jarrett, Hacia el Oeste, el avance del imperio continúa, incalificable narración sobre la reunión celebrada por todas las personas que a lo largo de la historia de McDonalds (y son miles) han participado en cualquiera de sus anuncios… Lo dicho, lo menos bueno de DFW es punto y aparte, excepcional. Este tío juega en otra liga. Qué perdida la suya.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

La cosificación de la cosa

El Tío Sam, denostado por las masas all over the World, cuyas orejas soportan un planetario “Fuck You” cada vez que se le ocurre coger el Air Force One para salir de su rancho, se nos ha metido hasta los tuétanos.

Si tenéis un momento, repasad la egregia lista con que adorné la entrada de 8 de abril de 2009, dedicada al talentoso DFW. Evidentemente, el asunto no queda ahí, pues, pensando un poco, cualquiera podríamos completar a nuestro antojo dicha lista. Sin embargo, descendiendo un escalón más, alejándonos en esa misma medida de superficies y entretenimientos que algunos podrían tachar de residuales e irrelevantes en su desairada y resentida defensa frente al Amigo Americano, nos encontraremos también con el Uncle Sam, compartiendo en este caso panteón (escándalo mayúsculo) con Quijotes, Breoganes, Rocinantes y demás raciocinios patrios, con los que los desafinados bardos de la cultura de pacotilla pretenden definir nuestra “esencia”.

Ayy, nuestra esencia, fruto de esa indescriptible y milagrosa conjunción de diversidades celtíbero-tardoromanas-judeo-mahometanas y demás murga, cantada en varias lenguas por los bardos de turno, normalmente a sueldo de los representantes populares.

Pues bien, nuestra esencia también traiciona la oda cantada por los bardos de la pestilente cultura de pacotilla. Los pobres juglares oficiales se habían convencido de que eso de la chispa de la vida, las mujeres neumáticas, el Rock&Roll y el largo etcétera que todos conocéis, resbalaban sobre nuestra superficie sin contaminar nuestra “esencia”, ese conglomerado “celtíbero-tardoromano-judeo-mahometano” que se mantenía incólume ante tan vulgares y poco recomendables influencias. Pero la realidad no es la que a nuestros bardos gustaría, pobres Ayatolas, pues el Tito Sam ha entrado en nuestras casas hasta la cocina, por mucho que varias entelequias con pretenciosas aspiraciones de ascender a mitologías, cada cual más asombrosa, se empeñen en negarlo.

Fruto de ello, del mimetismo yanki que abrazamos como si a pocos se nos fuera la vida, nos encontramos con determinados elementos que van al ombligo mismo de nuestra personalidad, asuntos de mucho más calado que los gustos de que antes hablábamos. Entre ellos, el que hoy nos ocupa: “la cosificación de la cosa”, o lo que vendría a ser lo mismo: “la objetivación de la culpa” curioso oxímoron fruto del atropellado y vertiginoso discurrir del Tito Sam por nuestras leyes patrias, y por la aplicación que de las mismas realizan los tribunales.

Hace no muchos años a todos se nos quedaban los ojos como platos cuando leíamos en los periódicos (qué inocencia la nuestra) que en tal Estado Americano los tribunales de Justicia habían concedido una indemnización de tropocientos mil millones de dólares a alguna anciana comatosa y taquicárdica que, con la idea de rememorar las inolvidables peripecias que en compañía de su fallecido esposo había vivido en el lecho conyugal, no se le ocurría mejor cosa que comprar “Deeply inside” radical y degradante publicación porno, especializada en una lista inimaginable de filias, a la vista de la cual (buff, qué calor), y tras subirle la tensión a mínimos de 17 y el ritmo cardiaco a 180 pulsaciones/minuto, un trombo cuasi-asesino acabó con nuestra protagonista, la tía Mildred, ladeada del costado izquierdo por el resto de sus días. Evidentemente el jurado lo tuvo claro, y los desalmados editores de la selecta revistita, que ni se habían preocupado por introducir la más mínima advertencia sobre el resultado que la visión de semejantes tropelías sexuales podía conllevar en ancianas derrengadas y comatosas, decíamos que los desalmados editores tuvieron que pagar a la señora por nueva.

Casos como este nos parecían hilarantes excepciones al sentido común, inimaginables por estos lares y sólo propias de Yankilandia. El tiempo, sin embargo, empezó por acostumbrarnos a ellas. Aunque aún seguían siendo cosa de los USA, por habituales, no nos sorprendían tanto. Ahora la realidad es otra. El Tío Sam se ha comido con patatas a Sceavola y a Manresa. Cualquiera que tenga relación con el derecho y su aplicación práctica conoce la vociferante tendencia a la “objetivación de la culpa”, proceso de descarado y descarnado mimetismo Yanki que, traducido a la geometría, se correspondería con la enigmática “cuadratura del círculo”. Que ello sea buena o mala cosa no lo sé, pero que la cosa es así es indiscutible. Nos encontramos con que figuras de la categoría del caso fortuito y la fuerza mayor son especies en vía de extinción, lo mismo que la concepción subjetivista de la culpa, entendida ésta, sobre todo, como un ánimo o intención personal, teorías y figuras todas ellas devoradas por la “cosificación de la cosa” y su siamesa “teoría del resultado”: la búsqueda paranoica e inevitable de un culpable a quien cargarle nuestras desgracias, sí o sí, siempre, sin atenuantes. Cada vez más, la existencia de un resultado lesivo, traducido siempre por los “cosificadores profesionales” en una cantidad de dinero, implica obligatoriamente la responsabilidad de un tercero, persona siempre independiente/ajena al lesionado o perjudicado, y ello con independencia de su verdadero ánimo, y hasta de su relación directa o indirecta con el suceso. Vamos, que uno le vende un cuchillo a un individuo en apariencia normal, personaje este que tras un trivial incidente en el trabajo intenta cortarse las venas y tenemos bastantes papeletas para que nos acaben cargando el marrón.

Este fenómeno, del que hace quince años nos reíamos a mandíbula batiente cuando nos los encontrábamos en la sección de sucesos o curiosidades del periódico (una dancer a la que le tocaron la teta, qué trauma: mil millones. Unos padres a los que su hijo les salió disparado por el portón de la pick up al frenar: dos mil millones. Otro se había enganchado la minga en la puerta del metro…) ahora forma parte de nuestro día a día.

Así las cosas, una columna de megalómanos hasta el acople, centros del universo, campamos a nuestras anchas exigiendo culpables a quienes endilgar nuestras meteóricas estupidez e imbecilidad. Siempre, ajenos a toda culpa. Hasta ahí podíamos llegar, vamos!

Entre el variado surtido de estupideces supinas que proporciona nuestra nueva condición de centros del mundomundial, consumidores sagrados, seres interestelares receptores de derechos y más derechos, pero a los que cualquier tipo de obligación o deber resbala por definición, hay algunas que me escandalizan. No son más graves o impresentables que otras, pero me debieron coger en un día un poco de aquella manera, por lo que me quedé con ellas:

El estrafalario caso de un grupo de amigos (entre los treinta y los cuarenta años) fashion-participativos-antisistema que, de viaje off the road/alternativo por Yemen (hay que ser memo) y al corriente de los peligros que ello implica (secuestro, asesinato y apaleamientos varios), se toparon, ni más ni menos, qué mala suerte la suya, con los peligros que ello implica (secuestro, asesinato y apaleamientos varios). El caso es triste y dramático, pero verlos quejarse (a los supervivientes, claro está) recuperando su verdadera condición de burgueses occidentales, alegando que lo sucedido era inimaginable, y que por ello rodarían cabezas, desde el cónsul hasta el tour-operador (olvidándose sin pudor de su estilo/pose pseudo-chilaba) resultaba bochornoso, odioso, patético, pueril, engreído… todo a la vez.

El estremecedor asunto de la madre, histérica, escandalizada y posesa, cuyo hijo decidió gastarle un bromita a todo el mundo escondiéndose en el bus del colegio en vez de bajar del mismo con sus compañeros e ir a clase. Como el niño durante esas cuatro horas que pasó en el bus debió pasar algo de calor, además de aburrirse lo que no está escrito al comprobar que su gracia pasaba desapercibida, la madre, ante los llantos del resentido y mimado vástago, decidió demandar desde al director del colegio y al sorprendido conductor que no entendía ni pío, hasta al delegado del gobierno… Señora, una bofetada coño!!

viernes, 17 de julio de 2009

Más obcecación

No me quito de encima una de mis tantas obcecaciones. Es más, no hago sino darle cancha para que me siga atosigando…

Hace unas semanas, recorriendo una pobre feria del libro antiguo organizada en Santiago, me encontré con una obcecante delicatessen. Su titulo original alemán es “El año 1945”, no siendo necesaria por esas latitudes mayor explicación para saber de qué coño se está hablando. Aquí, para evitar confusiones (que considero imposibles a la vista de la portada), se adorna el título y se habla de catástrofe. Considerar dicho año como catastrófico es algo que reduce la cosa a los alemanes (y no a todos, evidentemente, pues habrá quien hable de liberación o de catarsis, aunque sin duda son mayoría quienes recurren a debacle, derrota, humillación y horror), así como a grupos a los que pocos meses de vida podían quedar, tales como Vlasovistas y similares.

1945, que sin duda incluyo en la lista que os presenté hace unos meses sobre este asunto, consiste en una selección de artículos, extractos y reflexiones de varios de los más destacados escritores teutones de la época. Desde bacas sagradas hasta jóvenes desconocidos, pasando por promesas que ya despuntaban. Interesantísimo. Entre ellos el hombre que sabía demasiado, Hans Erich Nossack, de quien ya os he hablado en otra entrega. Y Heinrich Böll, autor de such a touchstone relativa a estas enjundias como “El ángel callaba”, libro que aún no he conseguido y del que sufro una inalcanzable y frustrante presencia cada vez que paso por casa de Maicito, pues él sí que lo tiene. No hay derecho, injusticia cósmica.

jueves, 16 de julio de 2009

Qué metaAngustia: un vaso lleno de agua hasta su mitad



Viendo de espaldas al totémico personaje que C. D. Friedrich retrató confrontado con la abrupta naturaleza, con la roca, las nubes y, por supuesto, con sus íntimos fantasmas, no hace falta ser muy perspicaz para intuir su angustia. Quién, cómo, cuándo o porqué, bullen en su cabezota mientras contempla el horizonte.

Diríamos que el planteamiento que de estas metacuestiones realice nuestro protagonista, así como los efectos que las mismas generen en el sujeto pensante que las padece, dependerán, entre otros factores, de cierta tendencia personal, indefinible pero incuestionable, que se resume con la trillada metáfora del vaso medio lleno, medio vacío, y con la no menos pisoteada generalización reductora que distingue entre optimistas y pesimistas.

Pero pudiera ser también que dichas generalizaciones reductoras estuvieran equivocadas de raíz (cosa muy probable), pues las mismas estarían obviando a quien nos importa: el hombre retratado por Friedrich y sus necesidades concretas. Así, veríamos con normalidad que, a punto de morir deshidratado con sus siete hijos y su mujer tras perderse todos juntos en el desierto, y avistado el simbólico vaso de agua lleno hasta su mitad, éste les pareciese medio vacío, pues poco iban a arreglar con él. Nada de pesimista veríamos en ello y mucho de sensato, realista y objetivo. Por el contrario, si tras el milagroso avistamiento nos topáramos con la familia al completo gritando: aleluya, estamos salvados, no nos parecerían optimistas sino estúpidos o imbéciles.

Si además supiéramos que el simbólico vaso situado en medio del desierto sólo se llena hasta su mitad un día al mes, permaneciendo vacío los restantes, difícil sería encontrar a alguien con dos dedos de frente que, conociendo este dato y estando medio muerto de sed, estimase que el dichoso vaso está medio lleno.

Siguiendo adelante por este abstracto vericueto optimista – pesimista, o, elevándolo hasta su máxima potencia, órdago a la grande, su correlativo feliz – infeliz, llegaríamos a nuestra meta: felicidad – infelicidad.

Volvamos ahora al inicio, a la indiscutida existencia de “cierta tendencia personal, indefinible pero incuestionable, que se resume con la trillada metáfora del vaso medio lleno, medio vacío, y con la no menos pisoteada generalización reductora que distingue entre optimistas y pesimistas” ¿Es esto cierto? ¿Podemos ser optimistas o pesimistas, como podemos ser hombres o mujeres, etc. o etc.? ¿O por el contrario es una, y no dual, la realidad, nada de ambivalencias, sino algo inexorable, como el nacer, el vivir y el morir, no existiendo tal doble posibilidad de caracteres?

Dejemos de lado radicalismos y simplismos como los anteriores e intentemos tirar por el camino del medio. Fijémonos un momento en el interesante caso de otra dualidad: frío – calor. Aunque podría parecerlo, no lo es tal. La una se define en base a la otra. Nadie discute que el frío es la ausencia de calor, como nadie defiende que el calor sea la ausencia de frío. Y también está claro que llegados a dicha total ausencia de calor, la temperatura no descenderá ni medio grado centígrado más, permaneciendo estable. El calor, sin embargo, podrá crecer ilimitadamente. Juntemos energía y lo comprobaremos.

Nos aproximamos a la hecatombe sobre la que discernía el angustiado personaje de Friedrich. El pobre no ve ni los verdes valles que se desparramaban a sus pies, ni los escarpados aguijones graníticos que lo envuelven. ¿Es la felicidad la ausencia de infelicidad, siendo esta segunda la nota definitoria, al igual que ocurre en el caso del frío y calor? ¿O es al revés? ¿Pueden la felicidad y el júbilo crecer ilimitadamente, o son más bien el dolor y la infelicidad los que lo pueden hacer?...

Los hay que no tienen ninguna duda de que, fruto de su evolución, nuestro cerebro, para evitar que tropecemos dos veces en la misma piedra, se deleita embadurnándose día tras día con desgracias, frustraciones y demás batacazos anímicos, mientras que a sensaciones placenteras dedica escaso tiempo. Pretende tenernos alerta, que no olvidemos tales sinsabores para que nos podamos proteger de los mismos. Para que con ellos no volvamos a tropezar. Hay que joderse con nuestras meninges.

También hay quien afirma que mientras dichos sinsabores se anclan en nosotros, nos atraviesan de lado a lado como niveladoras Caterpillar, nuestras alegrías no dejan tal poso, sino que se nos escapan raudas por mucho que intentemos aprehenderlas.

Qué angustia…

martes, 7 de julio de 2009

Haroldo Conti "en vida"


Parecería un chiste si no fuera cierto. Así como Witoldo Gombrowicz se llama Witold y fue su adoptada argentinidad, tras abandonar la Polonia natal, la que supuso la transformación gentilicia, en el caso de Haroldo Conti no hay nada que nos haga pensar en exilios y modificaciones sobrevenidas de su nombre. Nada de eso, a este lo bautizaron tal cual. Y pareciendo un chiste barato lo de su nombre, el titulo de la novela, por el contrario, parece más una cruel paradoja a la vista de lo que sigue.

Como podréis comprobar si leéis la solapa de su “En vida” publicada por Barral en el año 1971, en ese año se interrumpe la pequeña biografía que nos muestra el editor, pues hacer de pitonisos no debe ir en el sueldo de los libreros. La curiosidad me llevó a buscar qué había sido de este individuo desde entonces. Pobre hombre. En sus biografías aparece un signo de interrogación en relación a la fecha de su fallecimiento. La de su desaparición sí está confirmada: 5 de Mayo de 1976. El lugar también: Argentina. A partir de ahí, vuelos de la muerte, operaciones Cóndor, la E.S.M.A., Videlas y demás batracios se le debieron cruzar "en vida". Para hacer un poco de luz sobre las injusticias que algunos tienen que pasar llega con echarle un vistazo a lo que cuenta su esposa sobre “la noche del secuestro”:
www.literatura.org/Conti/secuestro.html

lunes, 29 de junio de 2009

Caspar David Friedrich


Vistas las destacadas instantáneas que acompañan la ultima entrega Samaín, cualquiera diría que Caspar David Friedrich ha resucitado. O que su espíritu anida en algunos contemporáneos nuestros. En este segundo supuesto, entre ellos se encontraría M… quien aparte de escalar como una uruga retráctil, es capaz de anotar, glosar y sintetizar en imágenes la confrontación más antigua de la historia de la humanidad. El horizonte, la roca, el hombre, la naturaleza ¿? …

Siguiendo los pasos de nuestro admirado Protomártir, vemos cómo Ma… también es capaz de resumir dos años y medio de diarioprueba en una sola imagen. Qué capacidad, señores.

Para quien se sienta interesado por estupideces de este tipo, debiera ser de obligatoria lectura un delicioso librito de Rafael Argullol, “La atracción del abismo: un itinerario por el paisaje romántico” ilustrado con magníficos cuadros, entre ellos varios de C. D. Friedrich. También el tangencial “El fin del mundo como obra de arte”, ambos editados en la actualidad por El acantilado.

miércoles, 10 de junio de 2009

Kurt Vonnegut y los extraterrestres


Acabo de leer “Matadero cinco” de Kurt Vonnegut y os digo que hasta me da rabia haberle dado caña al desconcertante Kurt en otra entrega, en aquella ocasión tras la lectura del decepcionante “Un hombre sin patria”, porque realmente el libro (Matadero cinco) es memorable. De obligatoria lectura, no lo dudéis.

El amigo Vonnegut fue de los pocos afortunados que salió con vida del Valkiriano bombardeo de Dresde, a comienzos de 1945. Allí se encontraba, junto con otros compatriotas yankis, prisionero de los Nazis tras ser capturado deambulando entre líneas. Aquella orgía de fuego Vonnegut la vivió en el Schlachthof fünf, osease, el matadero nº 5 de la ciudad de Dresde. Cuando acabó el interminable y fáustico redoble, Kurt asomó sus vidriosos ojitos fuera de la cueva y pensó que estaba on the moon.

No es de extrañar que semejante experiencia deje a uno temblando para el resto de su vida. Nació en nuestro protagonista una evidente empatía por una población civil que de la noche a la mañana, y sin ser Dresde objetivo militar, murió achicharrada. A nuestro Kurt nunca le gustaron las patéticas pseudo justificaciones de tal tropelía aliada… con estos y otros datos se podría pensar que el libro que al final iba a salir de sus manos habría de caer de manera inevitable en ciertos clichés casi panfletarios, tan habituales cuando los protagonistas de experiencias de esta índole deciden pasarlas al papel, clichés y actitudes en la mayoría de los casos totalmente comprensibles y justificables.

Pues bien, Kurt es distinto. Es de esos elegidos capaces de regurgitar un libro deslumbrante de una experiencia como la indicada. Cosa realmente difícil debe ser el abstraerse del redoble fáustico, el evitar apabullarnos con las escandalosas cifras y estadísticas de la tropelía, etc., cuando has estado allí. Aún más complicado es hacerlo de manera tal que el resultado sea como el que es en este caso. Merece la pena leerlo. Vonnegut, dotado de una imaginación Cunqueirana, se descuelga con el planeta Trafalmadore, con Kilgore Trout, con la ausencia del tiempo, y realmente deslumbra. Un diez.






viernes, 5 de junio de 2009

Qué mediocridad

Que todo está inventado, o escrito, o lo que se quiera, es una verdad inamovible para una aplastante mayoría. Solo determinados egregios personajes son capaces de contradecir, y hasta dejar en evidencia, dicha máxima.

Que los demás pertenecemos a lo vulgar y mediocre es algo impepinable. Aunque nos dediquemos a soltar ocurrencias y estupideces sui – generis con las que intentar diferenciarnos del main stream, difícil será que alcancemos un milímetro de originalidad… triste realidad que sólo la vanidad y el exhibicionismo nos ayudan a obviar.

Pues bien, ni siquiera a la hora de elegir sobre el mapa, “on the ground”, un punto geográfico en el que situar el peripatético Páramo existencial en el que me arrinconaba al empezar esta patatada hace dos años y medio, acerté. El otro día encontré un libro titulado “El lago Baikal”, …cachindiez!! En él, un desconocido Thomas Strittmatter, sitúa su vía de escape ante una realidad que lo agota y extenúa. Evidentemente el libro no merece la pena… normal en alguien que decide hablar sobre estas cosas con alusiones tan pobres como la del título…


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