miércoles, 27 de febrero de 2008

Ocaso… de las cimas de la despotricación a las simas de la…

Glub, glub, glub… afundín, compañeiros. El Ocaso ha podido conmigo. He tenido un despiste y lo he pagado caro. Os cuento. Los lunes, Fer y yo, como dos auténticos treintañeros, ya tirando a cuarentones, echamos unas disputadísimas partidas de padel. Durante hora y media nos olvidamos de nuestra estrechísima amistad y nos enfrentamos a raquetazos. El otro día acabé exhausto. Llegué a casa y me duché. Como tengo un problemilla en un tendón de la rodilla izquierda, después de la ducha me suelo sentar con la pierna estirada y le pongo una bolsa con hielo durante veinte minutos. Son hipo-momentos en los que voy recuperándome del esfuerzo. Digamos que dejo en stand-by el resto de funciones orgánicas e intelectivas y me centro en esa agradable sensación que se disfruta tras el esfuerzo físico. Si alguien quisiese asestarme el golpe definitivo, ese sería el momento. Soy todo indefensión. Como cuando en las pelis de tiros se te acaban las balas y tienes que cambiar el cargador de la pistola. Momentos de debilidad y falta de protección que suelen aprovechar los rivales.

En esas circunstancias una extraña fatalidad quiso que Montse encendiese la tele. ¡¡Joder, qué golpe!! Casi sin fuerzas musité un “quita eso”. También a ella le impresionó el espectáculo y cambió rápidamente: Pumba, lo mismo… Otra cadena, igual… en la lejanía de un profundo y oscuro pozo oí que Montse decía: ¿pero qué es esto? Aterrorizado intenté salvarla. Se va a ahogar, pensé. No sé cómo, miré hacia arriba y… la vi a ella en el sofá. Era yo quién se estaba asfixiando en la espiral de muerte catódica. Hundido, sin fuerzas para seguir nadando contra corriente. Desamparado. Aturdido ante la popularísima fiesta que el lunes por la noche se estaba celebrando en todas las cadenas. Para mí fue demasiado. Este shock, unido al hipo-momento de recuperación atlética, pudo conmigo. Ni me acordaba que ese lunes era el día D y que mientras yo me recuperaba del esfuerzo padelístico estaba en su momento álgido el “petate” entre los dos tele-predicadores con mayor tirón entre los creyentes ibéricos. Creo que estaban jugando al quién da más. Qué impresión, de verdad. Fueron unos durísimos instantes, crueles, eternos. La corriente me arrastró. Perdía el conocimiento y me hundía en las “simas” de la desesperación, abatido, resignado, debilitado.

Porque si me hubiesen cogido en otro momento, a lo mejor, no me mandaban a las profundidades. Todo lo contrario, estando mis defensas alerta, habría salido catapultado hacía las cimas de la “despotricación”, lugar en cuyas proximidades, aparte de seguir pobremente las huellas de Él, Cioran, suelo redactar mis obsesivas y aburridas HistoriaS del ocaso. Y ante semejante estímulo le habría dedicado otro sainete a la antimateria. Sin duda. Pero no, eso se acabó. Me estaba recuperando y entre el de la barba, el de la ceja y el que estaba en medio, me hundieron en el pozo. Chao, chao cimas de la despotricación. Tendré que empezar a poquitos una nueva vida. Primero recuperarme y luego ya pensaré en metas mayores. Aquí abajo, en las profundidades del Baikal, en el lecho lacustre, nunca había estado. Vaya sitio. Y vaya bichos más raros. Tiene una cosa buena, no se oye la tele. Solo un entrecortado bum-bum cardiaco, como el que a veces se escucha contra la almohada. Creo que voy a aprovechar estos lares para retomar viejos páramo temas que tenía un poco olvidados, mientras espero a que pasen estos quince días de tormenta. Luego, ya sacaré la cabeza, o lo que me quede de ella, a la superficie.

lunes, 18 de febrero de 2008

Paul Celan y E. M. Cioran

Acabo de leer una edición de los cuadernos que, casi a diario, mi admirado E. M Cioran fue escribiendo entre 1957 y 1972. Emil es el rey del hastío, el vacío, el tedio y la desazón. Me gusta cómo escribe y me gustan sus salidas de tono, abundantísimas. Siempre a piñón fijo, trascendental, tremendista y tremebundo, sus libros son difícilmente etiquetables. Yo a él me lo imagino como una especie de plañidera hipocondríaca, supongo que muy mala de aguantar. No sé cuántos amigos habrá tenido, pero posiblemente hayan sido pocos, aunque muy buenos. Siempre quejándose de lo mal que está, de su tristeza patológica, de su falta de soluciones, de su siempre anunciado y nunca consumado suicidio, y, a la vez, siempre bien, sano, viviendo de hotel y sin pegar palo al agua. Sí señor. Debió ser un gorrón de mucho cuidado. Mientras él se quejaba a diario, desde que a los 21 años creyó encontrarse “En las cimas de la desesperación”, hasta su fallecimiento en 1995 cuando tenía 84 años, sus compañeros de generación o profesión, entre guerras, locuras y fatalidades, con vidas mucho más extremadas que la suya, y quejándose la milésima parte, iban desfilando ordenadamente hacia el camposanto, el manicomio y la trinchera.

Cioran tenía una manera muy especial de escribir. Era algo vago, parece ser, así que nada de tramas y largas argumentaciones, que eso resulta muy laborioso. Al revés, pequeños comentarios, ideas sueltas, esbozos, citas, aforismos, pueblan sus cientos de páginas. Los títulos de sus libros, indicativos: Ese maldito yo, El ocaso del pensamiento, Breviario de los vencidos, En las cimas de la desesperación, Silogismos de la amargura, Breviario de la podedumbre, La caída en el tiempo, etc. Sus temas, los que os podéis imaginar. Al comienzo, cuando abrí el primer libro suyo, entre eso de que daba la sensación que iba en plan sentar cátedra, y que a veces resulta confuso y contradictorio, me pareció un petardo. Pero al poco empiezan a aparecer otras cosas. Este tío estaba mu´ mal. Se puede abrir cualquiera de sus libros, por cualquiera de sus páginas, y saltar luego a otro libro, que da igual, pequeños párrafos, muchos ininteligibles, pero muchos otros gloria pura. Provocador, brillante, irrespetuoso, incómodo y afilado.

Leyendo sus “Cuadernos 1957 – 1972” me encontré con Paul Celan. Se conocían, se trataban y admiraban estos dos elegidos. No lo sabía. Tampoco sabía que Celan tradujo parte de la obra de E. M. al alemán. Decía Cioran en 1970:

“7 de Mayo.

Celan se ha tirado al Sena. El lunes pasado encontraron su cadáver.

Ese hombre encantador e insoportable, feroz y con accesos de dulzura, al que yo estimaba y rehuía, por miedo a herirlo, pues todo lo hería. Siempre que me lo encontraba, me ponía en guardia y me controlaba, hasta el punto de que al cabo de media hora estaba extenuado.

11 de Mayo.

Noche atroz. He soñado con la sabia resolución de Celan.

(Celan fue hasta el final, agotó sus posibilidades de resistirse a la destrucción. En cierto sentido, su vida nada tiene de fragmentaria ni de fracasada: está plenamente realizada. Como poeta, no podía ir más lejos; en sus últimos poemas rozaba el Wortspielerie
(juego de palabras). No conozco una muerte más patética ni menos triste.)

Ya puestos, os voy a poner algunas de las “cosas” que me encontré en “Cuadernos 1957 - 1972”. Se esté o no de acuerdo, es lo de menos, no tienen desperdicio:

“El mayor placer que puedo experimentar es el de renunciar, el de negarme a asociarme con quien sea. Podría dar mi vida por una causa, a condición de no tener que defenderla.” -Más adelante, hablando del supuesto de que alguien le pidiese su adhesión, dice- “Que me exija cualquier cosa, salvo esa capitulación espiritual que consiste en entrar en un grupo y caminar con él, prietas las filas.”

“Por mucho que me remonte en mi memoria, siempre he odiado a mis vecinos. Sentir a alguien viviendo al lado, al otro lado de la pared, oír el ruido que hace, percibir su presencia, imaginar su respiración: todo eso me ha vuelto siempre loco. Al prójimo, en el sentido físico de la palabra, no, nunca lo he amado. Es esencialmente odiable… para todo el mundo. Y, si no se puede amar al prójimo al que se conoce, ¿qué sentido tiene amar al que no se conoce y del que nos hacemos una idea en abstracto? En resumen, se puede sentir por los hombres piedad, pero amor…”

“El amor es un sentimiento totalmente anormal, ya que va acompañado de todos los estados turbios que suelen caracterizar a una mente trastornada: angustia, desesperación, desconfianza mórbida, relámpagos de felicidad, egoísmo llevado hasta la ferocidad, etcétera. Es una felicidad de furioso.”

“Por suerte o por desgracia, siempre me ha atraído más lo posible que la realidad y nada es más extraño a mi carácter que la realización. He profundizado hasta el menor detalle todo lo que nunca habré hecho. He ido hasta el fondo de lo virtual.”

… y así podríamos estar un mes.
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