viernes, 17 de julio de 2009

Más obcecación

No me quito de encima una de mis tantas obcecaciones. Es más, no hago sino darle cancha para que me siga atosigando…

Hace unas semanas, recorriendo una pobre feria del libro antiguo organizada en Santiago, me encontré con una obcecante delicatessen. Su titulo original alemán es “El año 1945”, no siendo necesaria por esas latitudes mayor explicación para saber de qué coño se está hablando. Aquí, para evitar confusiones (que considero imposibles a la vista de la portada), se adorna el título y se habla de catástrofe. Considerar dicho año como catastrófico es algo que reduce la cosa a los alemanes (y no a todos, evidentemente, pues habrá quien hable de liberación o de catarsis, aunque sin duda son mayoría quienes recurren a debacle, derrota, humillación y horror), así como a grupos a los que pocos meses de vida podían quedar, tales como Vlasovistas y similares.

1945, que sin duda incluyo en la lista que os presenté hace unos meses sobre este asunto, consiste en una selección de artículos, extractos y reflexiones de varios de los más destacados escritores teutones de la época. Desde bacas sagradas hasta jóvenes desconocidos, pasando por promesas que ya despuntaban. Interesantísimo. Entre ellos el hombre que sabía demasiado, Hans Erich Nossack, de quien ya os he hablado en otra entrega. Y Heinrich Böll, autor de such a touchstone relativa a estas enjundias como “El ángel callaba”, libro que aún no he conseguido y del que sufro una inalcanzable y frustrante presencia cada vez que paso por casa de Maicito, pues él sí que lo tiene. No hay derecho, injusticia cósmica.

jueves, 16 de julio de 2009

Qué metaAngustia: un vaso lleno de agua hasta su mitad



Viendo de espaldas al totémico personaje que C. D. Friedrich retrató confrontado con la abrupta naturaleza, con la roca, las nubes y, por supuesto, con sus íntimos fantasmas, no hace falta ser muy perspicaz para intuir su angustia. Quién, cómo, cuándo o porqué, bullen en su cabezota mientras contempla el horizonte.

Diríamos que el planteamiento que de estas metacuestiones realice nuestro protagonista, así como los efectos que las mismas generen en el sujeto pensante que las padece, dependerán, entre otros factores, de cierta tendencia personal, indefinible pero incuestionable, que se resume con la trillada metáfora del vaso medio lleno, medio vacío, y con la no menos pisoteada generalización reductora que distingue entre optimistas y pesimistas.

Pero pudiera ser también que dichas generalizaciones reductoras estuvieran equivocadas de raíz (cosa muy probable), pues las mismas estarían obviando a quien nos importa: el hombre retratado por Friedrich y sus necesidades concretas. Así, veríamos con normalidad que, a punto de morir deshidratado con sus siete hijos y su mujer tras perderse todos juntos en el desierto, y avistado el simbólico vaso de agua lleno hasta su mitad, éste les pareciese medio vacío, pues poco iban a arreglar con él. Nada de pesimista veríamos en ello y mucho de sensato, realista y objetivo. Por el contrario, si tras el milagroso avistamiento nos topáramos con la familia al completo gritando: aleluya, estamos salvados, no nos parecerían optimistas sino estúpidos o imbéciles.

Si además supiéramos que el simbólico vaso situado en medio del desierto sólo se llena hasta su mitad un día al mes, permaneciendo vacío los restantes, difícil sería encontrar a alguien con dos dedos de frente que, conociendo este dato y estando medio muerto de sed, estimase que el dichoso vaso está medio lleno.

Siguiendo adelante por este abstracto vericueto optimista – pesimista, o, elevándolo hasta su máxima potencia, órdago a la grande, su correlativo feliz – infeliz, llegaríamos a nuestra meta: felicidad – infelicidad.

Volvamos ahora al inicio, a la indiscutida existencia de “cierta tendencia personal, indefinible pero incuestionable, que se resume con la trillada metáfora del vaso medio lleno, medio vacío, y con la no menos pisoteada generalización reductora que distingue entre optimistas y pesimistas” ¿Es esto cierto? ¿Podemos ser optimistas o pesimistas, como podemos ser hombres o mujeres, etc. o etc.? ¿O por el contrario es una, y no dual, la realidad, nada de ambivalencias, sino algo inexorable, como el nacer, el vivir y el morir, no existiendo tal doble posibilidad de caracteres?

Dejemos de lado radicalismos y simplismos como los anteriores e intentemos tirar por el camino del medio. Fijémonos un momento en el interesante caso de otra dualidad: frío – calor. Aunque podría parecerlo, no lo es tal. La una se define en base a la otra. Nadie discute que el frío es la ausencia de calor, como nadie defiende que el calor sea la ausencia de frío. Y también está claro que llegados a dicha total ausencia de calor, la temperatura no descenderá ni medio grado centígrado más, permaneciendo estable. El calor, sin embargo, podrá crecer ilimitadamente. Juntemos energía y lo comprobaremos.

Nos aproximamos a la hecatombe sobre la que discernía el angustiado personaje de Friedrich. El pobre no ve ni los verdes valles que se desparramaban a sus pies, ni los escarpados aguijones graníticos que lo envuelven. ¿Es la felicidad la ausencia de infelicidad, siendo esta segunda la nota definitoria, al igual que ocurre en el caso del frío y calor? ¿O es al revés? ¿Pueden la felicidad y el júbilo crecer ilimitadamente, o son más bien el dolor y la infelicidad los que lo pueden hacer?...

Los hay que no tienen ninguna duda de que, fruto de su evolución, nuestro cerebro, para evitar que tropecemos dos veces en la misma piedra, se deleita embadurnándose día tras día con desgracias, frustraciones y demás batacazos anímicos, mientras que a sensaciones placenteras dedica escaso tiempo. Pretende tenernos alerta, que no olvidemos tales sinsabores para que nos podamos proteger de los mismos. Para que con ellos no volvamos a tropezar. Hay que joderse con nuestras meninges.

También hay quien afirma que mientras dichos sinsabores se anclan en nosotros, nos atraviesan de lado a lado como niveladoras Caterpillar, nuestras alegrías no dejan tal poso, sino que se nos escapan raudas por mucho que intentemos aprehenderlas.

Qué angustia…

martes, 7 de julio de 2009

Haroldo Conti "en vida"


Parecería un chiste si no fuera cierto. Así como Witoldo Gombrowicz se llama Witold y fue su adoptada argentinidad, tras abandonar la Polonia natal, la que supuso la transformación gentilicia, en el caso de Haroldo Conti no hay nada que nos haga pensar en exilios y modificaciones sobrevenidas de su nombre. Nada de eso, a este lo bautizaron tal cual. Y pareciendo un chiste barato lo de su nombre, el titulo de la novela, por el contrario, parece más una cruel paradoja a la vista de lo que sigue.

Como podréis comprobar si leéis la solapa de su “En vida” publicada por Barral en el año 1971, en ese año se interrumpe la pequeña biografía que nos muestra el editor, pues hacer de pitonisos no debe ir en el sueldo de los libreros. La curiosidad me llevó a buscar qué había sido de este individuo desde entonces. Pobre hombre. En sus biografías aparece un signo de interrogación en relación a la fecha de su fallecimiento. La de su desaparición sí está confirmada: 5 de Mayo de 1976. El lugar también: Argentina. A partir de ahí, vuelos de la muerte, operaciones Cóndor, la E.S.M.A., Videlas y demás batracios se le debieron cruzar "en vida". Para hacer un poco de luz sobre las injusticias que algunos tienen que pasar llega con echarle un vistazo a lo que cuenta su esposa sobre “la noche del secuestro”:
www.literatura.org/Conti/secuestro.html

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...