miércoles, 25 de noviembre de 2009

Houellebecq y los estúpidos redomados

Hace unos meses leí en un suplemento cultural de algún periódico la escandalizada crítica de un profesional del criticismo sobre el gabacho Michel Houellebecq. El artículo era tal compendio de simplezas y argumentos acomodaticios, de esos para quedar bien con determinado, abundante y cada vez más poderoso grupo de paisanaje, a saber: los estúpidos redomados, que me quedé con las ganas de leer algo del Houellebecq este.

El critiquillo, que con su molicie de comentario no hacia más que ganar adeptos y admiradores a favor del objetivo de sus parvularias soflamas, pertenecía a ese tipo de personaje que siente una bochornosa tendencia al pelotilleo de quien o quienes detentan el poder en cualquiera de sus facetas. A estos avispados glosadores nada les revienta y molesta más que el hecho de que un escritorzuelo de tres al cuarto, o un verdadero genio, que también se las trae floja, se permita tener opiniones contrarias a las suyas, que, en el fondo y como bien sabemos, realmente son las de sus amos. Y en base a tales opiniones valorarán sus obras. Siendo esto, el valorar las obras del artista en base a las opiniones de éste, ya un problema, el asunto se agrava en el caso de nuestro critiquillo por lo que arriba indicamos, porque encima le hace la pelota al detentador del poder, de la moda, del aborregamiento. Y así, sólo tolerará las obras, aunque sean una verdadera mierda pinchada en un palo, de aquellos artistas que estén en total sintonía con el discurso de quien en ese momento detente el genérico poder a que hacemos alusión, a quien el critiquillo se dedica a hacerle la pelota de manera más bien guarrona o soez. Con tales datos, os podéis imaginar que Michel Houellbecq posiblemente dio alguna entrevista en la que se debió salir del redil al referirse a cualquier de los dogmas imperantes at this time. Y por eso, ya me cae bien.

El libro que me compré: “Las partículas elementales”, me gustó, por momentos mucho y en otros menos. Pero tampoco me pareció que fuera lo que dicen en la contraportada afamados individuos: “La gran novela del fin del milenio”, “Por más de una razón me recuerda a Céline…”, “Insolente y políticamente incorrecto, es un libro de caza mayor, al revés que tanto otros que cazan conejos”, “Atleta del desconcierto, experto en nihilismo, virtuoso del no future”… realmente parece que están hablando de DFWallace, de quien leyendo “Las partículas elementales” uno se queda con la seguridad de que Houellebecq, aparte de admirar, amagó con imitar (resulta evidente) antes de ser conocido en Europa el fenómeno Wallace. Como no podía ser de otra manera, el amago, ciertamente descarado, no dio los frutos esperados, pues no hay color entre ambos.

Pero veamos algunas perlitas Houellebecq, graciosas y discretas, pero que nos van entonando:

“Nunca he entendido a las feministas... -dijo Christiane a media cuesta-. Se pasaban la vida hablando de fregar los platos y compartir las tareas; lo de fregar los platos las obsesionaba literalmente. A veces decían un par de frases sobre cocinar o pasar el aspirador; pero su gran tema de conversación eran los platos por fregar. En pocos años conseguían transformar a los tíos que tenían al lado en neuróticos impo­tentes y gruñones. Y en ese momento, era matemático, em­pezaban a tener nostalgia de la virilidad. Al final plantaban a sus hombres para que las follara un macho latino de lo más ridículo. Siempre me ha asombrado la atracción de las inte­lectuales por los hijos de puta, los brutos y los gilipollas. Así que se tiraban dos o tres, a veces más si la tía era muy follable, luego se quedaban preñadas y les daba por la repostería casera con las fichas de cocina de Marie-Claire. He visto el mismo guión repetirse docenas de veces.”

“Es difícil imaginar algo más estúpido, agresivo, inso­portable y rencoroso que un preadolescente, sobre todo cuando está con otros chicos de su edad. El preadolescente es un monstruo mezclado con un imbécil, de un conformis­mo casi increíble; parece la cristalización súbita y maléfica (e imprevisible, si pensamos en el niño) de lo peor del hombre. ¿Cómo se puede dudar, después de eso, que la sexualidad es una fuerza absolutamente dañina? ¿Y cómo aguanta la gente vivir bajo el mismo techo que un preadolescente? Mi tesis es que sólo lo consiguen porque su vida está completamente vacía; pero mi vida también está vacía y no lo he consegui­do. De todas formas todo el mundo miente, y miente de la manera más grotesca, Estamos divorciados, pero seguimos siendo buenos amigos. Veo a mi hijo un fin de semana de cada dos; menuda mierda. En realidad los hombres no han tenido nunca el menor interés por sus hijos, nunca han sen­tido amor por ellos, y además los hombres son incapaces de amar, es un sentimiento que les resulta completamente aje­no. Lo único que conocen es el deseo, el deseo sexual en es­tado bruto y la competición entre machos; y luego, en otra época y dentro del matrimonio, podían llegar a sentir cierto agradecimiento por su compañera cuando les daba hijos, lle­vaba bien la casa, era buena cocinera y buena amante; en­tonces les agradaba compartir la cama con ella. Quizá no era lo que las mujeres deseaban, quizá había un malentendido, pero podía ser un sentimiento muy fuerte, e incluso si se ex­citaban, por otra parte cada vez menos, tirándose a una nena de vez en cuando, ya no podían vivir, literalmente, sin su mujer; cuando ella desaparecía empezaban a beber y se mo­rían en unos pocos meses. Los hijos, por su parte, servían para transmitir una condición, unas reglas y un patrimonio. Esto era así, claro, en las clases feudales, pero también entre los comerciantes, los campesinos, los artesanos; de hecho, en todas las clases sociales. Ahora nada de eso existe: soy un em­pleado, vivo en régimen de alquiler, no tengo nada que de­jarle a mi hijo. No tengo un oficio que enseñarle, no tengo ni idea de lo que hará en la vida; de todos modos, las reglas que yo conozco no valdrán para él, vivirá en otro universo. Aceptar la ideología del cambio continuo es aceptar que la vida de un hombre se reduzca estrictamente a su existencia individual, y que las generaciones pasadas y futuras ya no tengan ninguna importancia para él. Así vivimos, y actual­mente tener un hijo ya no tiene sentido para un hombre. El caso de las mujeres es distinto porque siguen necesitando alguien a quien amar; cosa que nunca ha sido y nunca será el caso de los hombres. Es falso pretender que los hombres también necesitan cuidar a un bebé, jugar con sus hijos, hacerles mimos. Por mucho que lo repitan desde hace años, sigue siendo falso. En cuanto un hombre se divorcia, tan pronto como se rompe el entorno familiar, las relaciones con los hijos pierden todo su sentido.”…

2 comentarios:

IHateYou dijo...

Tengo que leer a este sujeto. Demasiadas verdades, del tipo que pueden chocar frontalmente con el pensamiento común y adoctrinado de esta era.

venturitiña dijo...

Hola IHateYou. Te contesto tras pasarme un rato por el Sector 9 de 1984. Sabiendo que el futuro es mentira (me encanta la pseudo-metropolis en color del post),dedícale un rato del presente a Huellebecq. Intuyo que te gustará.

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