
miércoles, 29 de octubre de 2008
Snif, snif...

miércoles, 22 de octubre de 2008
¡Help the voluntarios!

Hemos de reconocer que, cada vez más, el acento y protagonismo recae sobre el voluntario, infame personaje de estos tiempos, y no sobre la situación o sujeto en cuyo socorro éste acude. Algo parecido a esa insoportable genealogía de periodistas que se creen ellos la única noticia importante. Ya no digamos si van saltando entre obuses de mortero en alguna refriega armada. Que cientos de personas mueran como churros a su lado les resbala como si nada, de solo pensar en lo protagonistas que son ellos, intrépidos reporteros, felinos micrófonos. La cosa cambia cuando a uno de estos individuos de pantalones caqui, megalómanos hasta el acople, le pasa lo mismo que a cualquiera de esos insignificantes seres que antes morían a su lado sin que casi se dieran cuenta. Que mueran éstos vale, así es la guerra nos cuentan en sus crónicas, pero que salte por los aires uno de los del micro y veréis escandalizarse a toda la prensa, clamando por el Tribunal Penal Internacional, o el de La Haya. Terrorismo de estado alegarán, infame crimen, exterminio de la palabra y no sé cuantas hipérboles más, todas ellas rabietas de niños bien que juegan a intrépidos y bizarros. El mismo complejo y afán protagonista afecta a los agentes del voluntariado. Ellos son la estrella.
Que su labor sea a veces tan positiva y que gente que lo necesita se beneficie de ella es una maravilla. Pero lo que a mí me tiene alucinado, más bien preocupado, debería decir, no son estos dignísimos resultados, sino las escarpadas y abruptas psiques de estos tíos. En ellas se mezclan el egoísmo y la pedantería, la vanidad y el afán de destacar, el altruismo mal entendido y cierto tono perdonavidas, el sentimiento de indispensabilidad y la crisis personal, la desorientación vital y la búsqueda desesperada de algún sentido para unas vidas muchas veces al borde del colapso. Para qué nos vamos a engañar, en el punto más bajo y crítico de la vida, hay quien hace yoga o se va a Bután o Tibet, alguno prefiere el recogimiento pastoril, pero una inmensa mayoría, masa despersonalizada, se hace voluntaria y ayudando a los demás, esto en el mejor de los casos, que no siempre, intenta desesperadamente ayudarse a si mismo. Que el otro quiera o necesite su ayuda no se le ha pasado por la cabeza jamás. Y si en algún momento, al supuestamente necesitado de ayuda, al inferior, se le ocurre comentarle tal circunstancia a nuestro amigo, pues cree que ante todo el voluntario es generoso y bondadoso y que, por lo tanto, con él se puede hablar y razonar, éste le guardará resentimiento de por vida, saliendo a relucir la condescendencia, el sentimiento de superioridad, la vanidad y el esperpéntico egoísmo y afán de lucimiento que son el denominador común de gran cantidad de estos samaritanos de medio pelo.


La otra subespecie llega al voluntarismo por la vía opuesta a su congénere. Si uno se acerca con un tono bajo, grave, arrastrándose, el otro llega chirriando y haciendo trompos, todo agudos y perfiles altos. Estamos ante el “campeón”, aunque enmascarado muchas veces con cierta apariencia de “buen rollo”, vomitiva definición que sus usuarios utilizan cínicamente para definir lo que pareciendo una cosa, es la opuesta. Todas las veces que he oído esta definición, he podido comprobar pasmado cómo, a la mínima, se daba en la relación que previamente se había definido como de “buen rollito” una puñalada trapera. Así es la cosa: el buen rollo es el paso previo a la putada, que, por supuesto, está garantizada. Pero volvamos a dios el campeón. Él tiene buen rollito y usa fular. Posiblemente ya esté en el Chaco o en el Altiplano. Se siente superior a muchos y quiere hacer algo por estos muchos, a ver si me entiendes. Se le llena la boca criticando a multinacionales por doquier, pero no abandona su portátil ni en las laderas del Cotopaxi. Poco le importan las necesidades de sus inferiores, es un cooperador compulsivo, indispensable, obcecado, profundamente condescendiente y, aunque parezca increíble, bastante intransigente. En su interior subyace una de las causas básicas de las desigualdades, ese irreductible sentimiento de superioridad, ingrediente sin el cual no hay cooperador ni voluntario, como tampoco clases ni diferencias entre semejantes. A nadie se le pasa por la cabeza ayudar y sermonear a quien consideramos superior, solo a quien consideramos inferior, y con nuestra vanidosa cooperación, lastrada por dicho complejo, lo único que hacemos, aparte de darnos gusto a nosotros mismos y amagar un poco, es mantener tales graduaciones, tenues y matizables, no lo discuto, pero muy difíciles de superar, y menos con estas actitudes.
Yo estoy convencido de que si bajásemos nuestros humos en general, nos olvidásemos de esa nueva enfermedad que consiste en querer ayudar a gente que ni tan siquiera nos lo ha pedido y nos preocupásemos cada uno por nosotros mismos y no por cómo ayudar a otros, el resultado sería mejor que el actual. Con esta tendencia a salvar al que en nuestra pedantería colectiva consideramos inferior y más necesitado, -triste, enfermiza y errónea deducción de materialistas y consumistas hasta la medula- salvamento mesiánico y asistencial que nos llena de vanidad hasta rebosar, conseguimos casi siempre profundizar y convertir en inevitables y definitivas las situaciones que en teoría pretendemos corregir, y digo en teoría, porque en la práctica lo único que realmente realizamos en la mayoría de los casos es un asqueroso ejercicio de lucimiento personal, nunca discreto y sincero sino que aireado a los mil vientos, posado de portada revistera. Que se sepa bien, que se entere todo el mundo de lo comprometidos que estamos. Cuando cualquiera de estos agentes del voluntariado se topa con algún semejante que, miembro de su mismo círculo social, le espeta que él de ayudar nada, que tiene suficiente consigo mismo, nuestro cínico voluntario lo juzgará de inmediato. Si conoce la palabra “nihilista” se la escupirá como si fuera ántrax, y si no la conoce se pondrá a si mismo como lustrosa demostración de una actitud entregada, ejemplar y ejemplarizante. Le contará, sin venir a cuento, todas las cosas que hizo en el Altiplano por los demás, sin pararse a pensar en la vergüenza ajena que da oír semejantes sandeces, ni en el ridículo mayúsculo que protagoniza. Evidentemente este altercado será mucho más insoportable si nuestro agente es de la subespecie “dios”, pues estos tíos son realmente insufribles. Los otros, pobres, tienen bastante con buscarse a si mismos por la Altiplanicie adelante. Desde luego, vaya dos!!

miércoles, 15 de octubre de 2008
Hermann Broch

Pero dejémonos ya de pedanterías y estupideces y vayamos a lo magro... El Ulises de James Joyce ¿es una obra maestra, fundamental, las dos cosas o ninguna?... Y Los monederos falsos de Andre Gide? Y Las olas de Virginia Woolf? Y Contrapunto de Aldous Huxley? Y Crimen y castigo de Dostoyevsky? Y La montaña mágica de Thomas Mann? Y La metamorfosis de Franz Kafka? Y El ruido y la furia de William Faulkner? Y Zalacaín el aventurero de Baroja? Y En busca del tiempo perdido de Proust? Y Madame Bovary de Flaubert? Y Tirano Banderas de Valle-Inclán? Y El cuarteto de Alejandría de Durrell? Y El Trópico de Cáncer de Miller? Y El hombre sin atributos de Musil?... Apasionante cuestión, como para hacer una porra. En nuestros suplementos culturales del sábado todas son calificadas como O. M., en mayestático. Aunque tengo mi opinión, me la voy a callar por si a partir de hoy, y según lo que pudiera decir, me guardáis un odio irredento. Como el que sentiría yo al ver como despreciáis a cualquiera de mis escritores favoritos… sin duda esto es una de las mayores afrentas que cualquiera puede recibir…Cómo somos!

Dos joyas más deambulan por las librerías de este outsider total: “Los inocentes” y “Autobiografía psíquica”. Tengo tantas esperanzas puestas en ellas que no descarto una segunda entrada en el diarioprueba dedicada a este Vienés…
Por cierto, aunque me he quedado sin tiempo para hablaros de algún otro libro del verano, de esos que me han dejado alunizado, por lo menos os nombro algunos:
“Claus y Lucas” de Agota Kristof. Otra trilogía. Espectacular recomendación de Maicito. Un diez.
“Fragmentarium” de Mircea Eliade. Paisano de Cioran y Celan. Estos tres Rumanos son punto aparte. Qué tíos.
“10 narraciones maestras” de Rudyard Kipling. Las tres primeras normales, las demás apoteósicas, de escándalo absoluto. Como siempre que pueden, los de la editorial nos venden la moto con las alabanzas del Bonaerense universal.
“Mira los arlequines” de Vladimir Nabokov. Impresionante.
“Murphy” de Samuel Beckett. Espectacular. Empieza con Murphy, extraño individuo que para descansar se recuesta de espaldas sobre una tumbona, se ata a ella y se da media vuelta, quedándose cara al suelo y con el artilugio a la espalda…
También os cuento que compré un libro sólo por su titulo: “Yo, yo y yo (monodiálogos paranoicos)” de un tal Juan Filloy. Hay momentos muy buenos, otros insoportables. La caña que este argentino le da en una de sus elucubraciones paranoides a la "madre patria" deja a Makinavaja Rubianes en paños menores, y a su escatológico exabrupto en flor carnavalera. También me leí el alabado “Un hombre sin patria” de Kurt Vonnegut. Que patatada de libro. Y eso que estaba predispuesto a flipar con él, pero es que la simpleza de los, según todos, oxigenantes y rachadores argumentos de este individuo, son propios de un párvulo. De él dicen que es el mayor representante de un, para mi desconocido, humanismo librepensante norteamericano ¿?. Qué exageración. Está claro que llevar razón, (que en muchas cosas la lleva, no hay duda, son casi perogrulladas) no basta, no impide que se sea simple, aburrido y hasta chabacano. Decepcionante.
martes, 7 de octubre de 2008
Nací en Tolerancia

No os voy a aburrir con las aventuras veraniegas de un pobre hombre como yo, tan carentes de interés. Lo que sí voy a hacer, para desperezarme, es sacar la guadaña. La metralleta. Me voy a vestir con mi traje de quisquilloso antisocial, ribeteado con unos magníficos volantes de antipatía, inquina e intransigencia. Dios, que alivio, qué festín.
Así disfrazado, el exabrupto se hace inevitable, necesario. Y hablando de coña, pero muy en serio, aprovecho para desahogarme ante la expansión hasta el infinito que, en un estado gaseoso, inmundo y asfixiante, determinados vocablos (algunos dignísimos, tanto ellos como lo que simbolizan y representan, otros incomprensibles) adquieren tras su paso por el arcaizante rodillo de los que ya sabéis, los maulas de siempre. Y aunque ello suponga para cualquier hijo de vecino su anatematización político social, eso es nada comparado con el placer que produce dejarse llevar por la fuerza barbárica que, tras leer tres días seguidos el periódico, surgirá en cualquier persona con dos dedos de frente. Dicha fuerza, piroclástica, torrencial, alimentada involuntariamente con la lectura del diario de turno, puede llevar a cualquiera a perder las formas y a descolgarse con un estridente y exquisito: ME CAGO EN, no sé: …en la diversidad. Ala, lo que ha dicho, vade retro, que lo detengan. …y en la tolerancia, y en la discriminación positiva…y en la participación, y en el voluntariado, y en implementar dinámicas y políticas de desarrollo sostenible que reviertan en beneficio de todos ¿? Y en poner en valor ¿? Y en crecer en términos de país ¿?... Aunque involuntariamente, no hay duda de que nuestros políticos están a punto de parir la mayor performance de “arte abstracto” imaginable. Hace años que el surrealismo quedó atrás para ellos. Sus discursillos, todo coletillas y muletas huecas, son, salvando las distancias y en un plano infinitamente mas pobre y burdo, como un lienzo azul de Klein, como un televisor encendido sin sintonizar emisora alguna, como una fotografía radicalmente desenfocada, como un garabato. Esto de los mantras de nuestros mass leaders es superior a mis fuerzas. Y el rebaño venga a repetirlos en coro. Inaudito. Siendo, como son, frases y términos que por su continua inclusión en la diaria vomitona política pierden ineludiblemente cualquier valor o significado concreto, por muy respetable que este fuera inicialmente, resbalando desagradablemente hacía la inmundicia total, no falta mucho para que cualquier día escuchemos asombrados como algún político, henchido el pecho, nos dice impertérrito: “Nací en Tolerancia. Mis padres eran Participación y Discriminación Positiva. A los pocos años nos mudamos a Poner en Valor y cuando cumplí los dieciocho me matriculé en términos de país. Fue en la facultad donde conocí a mi actual pareja, Democracia. Qué guapa era, la más bonita de la clase. Juntos nos fuimos de viaje y conocimos por fin, sueño de adolescentes, Desarrollo Sostenible. Eran los días de implementar dinámicas, ¿los recordáis? Mirábamos al cielo y veíamos voluntarios por todas partes. Rara vez llovía, pero cuando lo hacía, el olor a tierra mojada revertía en beneficio de todos…"
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