miércoles, 5 de enero de 2011

Caterva 1937


Cuando uno va por la página cientoypico de “Caterva” no estaría de más parar un rato, mirar el techo y, una vez tomado aire, escandalizarse a pierna suelta. Acto seguido, aunque mutación poco recomendable, podríamos ponernos en el lugar de los poseedores de la verdad literaria: ¿Juan Filloy? Pero quién es ese. ¿Caterva? Pero qué es eso. ¿1937? pues qué quieres que te diga…

La cosa de cuál sí y cuáles no, quién sí y quiénes no, es caprichosa a más no poder. Tan caprichosa como quien reparte los galardones. Caterva de Juan Filloy es uno de sus innumerables damnificados. Menos mal que a él, argentino hijo de Pontevedrés, aclaraba cuando explicaba que el suyo es Fiyoy, no Filoy, lo de las notoriedades, y entre ellas las literarias, le traía al pairo. Toda una vida dedicado a la judicatura, su profesión, y a la literatura. Una vida de 106 años. Bien pronto, en los años treinta, ya derrapaba por escrito y se salía por tangencias poco populosas. Tanto el demarraje como la soberbia, consistente en ser poco soberbio, hay que ser vanidoso! chirriaban hasta lo intolerable cuando el altercado lo protagonizaba un provinciano como él, poco dado a la ínfula y el sobeteo capitalino. Esa independencia ante los profesionales de lo último en cuestiones artísticas, de lo en boga o fashion, se paga con la exclusión del círculo. Y ello con más resentida decisión cuando al provinciano le sale un libro como a este Pontevedrés. Caterva se lo encuentra uno leyendo Rayuela de Cortazar. Cortazar no fue capaz de callarse su admiración por dicho libro y por su autor, de provincias, y en su afamado y delicioso mamotreto le dedica una adulación relámpago al Pontevedrés y a su Caterva. No sé qué cuentas pendientes guardaba Cortazar, pero los del círculo capitalino, ante el panegírico de una de sus mayores vedettes, incorporaron, supongo que rosmando, a Filloy al escalafón de lo indispensable. Ello cuarenta años después de escrita su Caterva, y con la boca bien pequeña, sin ganas y hasta trampeando.

La inutilidad de estos profesionales de las listas y del epíteto literario, o tal vez su velada inquina por el provinciano, se trasluce en el hecho de que le canten y ensalcen básicamente su pionero uso del lenguaje de la calle. Cierto que lo utiliza el Pontevedrés, pero ese uso da la sensación de ir siempre entrecomillado, no de manera natural, con esa sutil, pero machacona, sensación de lo ajeno y artificial. No sé. Lo demás, lo que apabulla en Filloy, su riqueza y frondosidad de palabra casi a lo Valle Inclán, su clarividencia, la espesura y calado de lo que los siete miembros de la Caterva se sueltan entre sí, en tantas ocasiones deslumbrante, resumen en tres líneas de verdaderos compendios metafísicos-existenciales, lo pasan por alto los profesionales de la capital, plenos de rencor.

Hace un par de años cayó en mis manos, Yo, yo y yo, cuando de su autor no tenía ni idea. Por momentos, las que larga no están nada mal. Pero nada que ver con su Caterva de 1937. Curiosa, a falta de que alucinados de cualquier condición indiquen algo más, la obsesión de JFilloy por el 7. Siete son los indigentes de la Caterva, y siete son siempre el número de letras que dan forma al título de todos sus libros… Op Oloop.



















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