sábado, 9 de abril de 2011

Cóctel sociedad





El niño llegó a casa, entró en su habitación y recordó los insultos de la última semana, recordó también los de todo el año, los de clase y los del patio, los del barrio y también los que a menudo tiene que oír en su propia casa. Los que le espeta, cuando se cruzan, el hijputa de Rubén. Él y todos los demás, ellas las peores, locas por Rubén, se le ofrecen repitiendo sus gracias a coro, machacando a quien sea, torciendo el gesto, falsas, zorras, a ver si el prota se deja querer, se enternece viendo el gregarismo de su harén de pacotilla, y deja caer una miradita por aquí, o, si está muy generoso, una metedura de mano por allá, a la salida de clase, sobón a más no poder en el tuya mía volviendo a casa. A cualquiera de ellas, fáciles, estúpidas, las desprecia de sobremanera, casi en el mismo instante en que le ensucian la manaza con su ilusión. Ni que las estuviese bautizando. En su cuarto, ya solo, repasa escarceos, repasa también la mano, la acerca a la nariz, apestan estas tías, y tarda unas horas en lavarse la mano, más bien los dedos, con que impartió su sacramento. Son las cosas de Rubén. Después, al rato, aún las desprecia más, las llama tías, aunque sabe que son niñas. Es su manera de hablar y ningunear. Encima querrán que mañana quedemos.


Pasados diez minutos aún no había soltado los libros, ni se había sentado, ni había preguntado qué hay de comer, ni había saludado. Estaba con los insultos, bien metidos en la cabeza. De esto que quieres parar pero no puedes, no hay manera. Y parece que sí, pero es que no, y vuelve el agobio. Y otra vez lo mismo. Tan metidos dentro que eres incapaz de fantasear represalias, reacciones, un os vais a enterar cabrones, un ajuste de cuentas fantástico. A Rubén, un buen empalamiento, y a ellas, una buena mutilación. Pero resulta imposible. Por supuesto que no lo hará nunca, eso sólo pasa en los telediarios. Pero es que tampoco se lo imagina, no le sale. Y esto ya es más triste. Alguien así se merece lo que le pasa. Bueno, no sé si se lo merece, pero lo va pidiendo a gritos. Más aún si está en el colegio. Es que no puede ser. Si vivimos en sociedad, lema intocable, vivimos en sociedad. Y en sociedad las cosas son como son, no como nos cuentan que son, o como nos gustaría que fueran. Y si yo no ocupo, me ocupan, si yo no como, me comen, y si no grito, me gritan. Y si el niño, puteado hasta el aburrimiento en clase y en casa, es incapaz, ya no de dar un grito o una bofetada, sino que, ni siquiera, es capaz de fantasear con su venganza, con un acto justiciante y salvador, imaginarlo mil veces repetido, verse victorioso, ahora metiendo mano él, pues qué queréis que os diga, el niño tiene lo que, en sociedad, se merece.


A lo mejor no es capaz de planear su venganza, ya no te digo llevarla a cabo, eso lo descartamos, pero por lo menos imaginarla, cebarse mentalmente con ellos mientras pasa horas desvelado en cama, porque, cuando el agobio alcanza su máximo, y ya por pura subsistencia uno debería poder protegerse con semejantes fantasías, siempre le atropellan unas ganas irresistibles de ir al baño, un dolor de barriga inexcusable, unos retortijones aterradores, dolores y estrecheces que le hacen pensar que se muere, mientras se mea y se caga. También suda, y da pena, todo ello compulsivamente, de nuevo con el coro de improperios en la cabeza y, ahora, también en el estómago. Otra vez Rubén, metiendo mano aquí y allá, mirando despreciativo, y ellas dejándose, todas alteradas, todas locas, como haciendo cola, y todos vacilándolo. Y se los imagina sentados en la parte de atrás de un coche, y a ellas se les ven los muslos, ligeros, suaves, anunciando su secreto. Y ve que cierran sus ojos chispeantes, y se dejan hacer, y esto y lo otro. Rubén no, nunca los cierra. Rubén, bien abiertos los ojos, lo que hace con su mirada es despreciar. A ellas y también a él. Esto, sentado en el baño, le da para media hora, interminable, maratón de lo más angustioso. Descompuesto y muerto de miedo. Lo único que al final ocupa sus pensamientos es eso, que se muere. Y mientras, posa la mirada perdida en los libros que ha tirado en el suelo al entrar, lleno de prisas, en el baño. Y ve a Rubén, vacilándolo y jugando bajo las falditas de sus compañeras. Y piensa que nunca sabrá qué es eso del asiento del coche, y que nunca husmeará en su mano algo distinto, algo que no sea su mierda de cagado.


Qué te pasa, hijo, abre la puerta, llevas media hora ahí metido. La comida está en la mesa hace diez minutos. Está casi fría… No has oído que te hemos llamado. Como se tenga que levantar tu padre vemos a tener fiesta. No te llegó con lo del otro día. Me tienes harta… Vas a empezar con lo de siempre. Cuándo te vas a hacer un hombre. Ya tienes trece años. Siempre lo mismo, que si se ríen, que si se meten contigo, mami no quiero ir al cole, mami esto y mami lo otro. Espabila, te lo hemos dicho cien veces, y tú, mami esto y mami lo otro, das pena. De cada cuatro días, tres vienes, o llorando, y das el espectáculo de nenaza, o llegas y te metes en el baño a rumiar. Así no vas a llegar a nada en la vida. Tú te ves. Tu padre, a tu edad, al Rubén ése ya le habría cerrado su bocaza a tortazos. Me acuerdo cuando éramos novios, va uno y no sé qué me dijo por la calle, alguna bastada, qué has dicho, comemierda, le soltó tú padre. Y antes de que contestase el atontado, ya lo había tumbado de la leche que le soltó… No sé a quién has salido. Tan distinto a tu padre, a tu hermano… te doy diez segundos, diez, nueve, si no sales va a ser peor, ocho, siete… Me has escuchado. Abre la puerta, te he dicho. Ya está, ahí viene tu padre...


Qué le pasa al niñato, al mocoso, está con lo de siempre, es que no se puede comer tranquilo en esta puta casa, me tenéis hasta los C…. Déjame a mí, ya verás cómo lo saco del baño, aunque sea a O… me cago en D… Tú, me has oído, que salgas ahora mismo… das vergüenza, te falta dejarte coleta y llevar compresa, mariconazo. Si esto ya lo veía yo venir desde que tenías cinco años, mira que se lo he dicho veces a tu madre, un cagado, un afeminado, un mocoso de mierda, es que no me extraña que en el colegio te caigan por todos lados, tienes lo que te mereces. Aunque lo del cole es una broma comparado con lo que vas a llevar ahora, que me abras te he dicho. Y que pares de llorar, que aún va a ser peor… qué pensabas, que no iba a poder con la puerta, por el forro me paso yo la puerta, ahí la tienes hecha trizas por tu P… culpa imbécil, encima era nueva, ya ves, por tus cagaletas. Pero qué es esto, a qué huele aquí, pero a ti qué O… te pasa, me cago en tus muertos, tú ves cómo has puesto el baño, pasa ahora a limpiar esto, o te lo pongo en el plato y lo estás comiendo toda la semana, me cago en D… toma una O…, y otra, a dónde vas, maricón, y otra, que me vas a vacilar tu a mí, mocoso de la gran mierda… toma esta O… y para de llorar, que ni las niñas, y toma, coño, a ver si aprendes… y que no me mires así, marica, que a mí me vas a vacilar tú, te creerás que soy una de esas putas que se te mean encima en clase, a esas zorras me las F... yo con la punta de la P... Toma, O... Me cago en todo... Y tú, ahi lo tienes, mira a tu hijo, qué, no te avisé mil veces, que es un inutil, un mierda... si aún se hace pis en la cama, joder, que no vale para nada. Míralo todo cagado, mira para ahí, mira cómo está el baño, lleno de mierda y vómito... Y a dónde se va éste ahora, ni se te ocurra meterte en tu habitación con esa pinta, lleno de porquería, a dónde vas, ven aquí, no me calientes que va a ser peor, me cago en D..., no te han llegado las O... que has llevado. Que vengas aquí te he dicho...


Ahora seguimos con una ínfima muestra del inigualable desasosiego Gottfried Helnwein:










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