sábado, 28 de abril de 2007

Historia de un ocaso no anunciado I

En la entrada anterior os contaba que había repasado el diarioprueba durante aquellos días. Es cierto, lo hice. Alguna de las cosas que me pasaron por la cabeza las apunté en la entrega anterior. Hoy voy a extenderme sobre otras, avisando de antemano que el tema es conflictivo por definición. Como ya he hecho en más de una ocasión, para entrar en antimateria voy a parafrasearme. Así ahorro algo de tiempo y voy centrando la cuestión:

Decía yo (2 de Febrero: Páramo I): “Es difícil escribir estrictamente lo que se piensa y abstraerse al hacerlo de lo que creemos que van a pensar de nosotros aquellos que nos leen. Creo que en general hay una tendencia a edulcorar ciertas opiniones por el miedo a ser mal interpretados… más adelante continuaba “La verdad es que cada día estoy más convencido de que la gente no oculta “sus” ideas por miedo a ser malinterpretada, sino que simple y llanamente, no tiene “sus” ideas. Tiene las que ha oído repetidamente en cualquiera de los canales por los que nos llega la información, y que rara vez es la lectura de algo que no sea un periódico. Por supuesto que aunque ha adoptado la idea como propia, pues está radicalmente de acuerdo con ella, es más cierto aún que no ha gastado ni un nanosegundo en pensar en el asunto. Sea el que sea. Eso ya lo han hecho otros por él. Lo asombroso del caso es que esa idea que otros ignorantes han introducido en su cerebrito de chorlito sin la menor dificultad, esa idea sobre la que el voluntario no ha pensado ni una sola vez en su puta vida, fácilmente se convierte en un elemento intocable, sustento de sus más profundas convicciones. Convicciones por las que sin duda, ante el mas mínimo ataque a las mismas, nuestro colega rompería de por vida con su mejor amigo, o montaría el pollo padre en la cena de nochebuena, o calificaría a cualquiera que humildemente quisiera discutirlas, guiado por un sano espíritu crítico, como pedante engreído, o comunista de mierda, o facha opresor, u opusiano acomplejado, etc., etc”. Acababa indicando que todos entramos en este juego. Unos más y otros menos. Unos siempre y otros casi nunca. La verdad, ¿quién está libre de este tipo de prejuicios, de este amaneramiento mental, de esta inseguridad y seguidismo patológico? Yo no, desde luego. Creo también que con el paso del tiempo, uno va soltando parte de este lastre y va adoptando opiniones algo más independientes. Eso por lo menos me parece lo deseable.

Leyendo el otro día lo que ahora acabo de transcribir, me vinieron a la cabeza la política, las elecciones municipales que se avecinan y todo el coñazo que por dicho motivo tendremos que aguantar. Y se hizo una especie de macedonia en mi mente. Tengo más que comprobado que, por norma general, de política no se puede hablar si no queremos acabar mal. Es así. Todos tenemos nuestra parte de culpa. Si, a mayores, se tienen ideas como las que voy a exponer, aparte de acabar mal, eso ya es seguro, también nos pueden caer unas cuantas hostias. Además, seremos objeto de escarnio y mofa pública. Con motivo de nuestras opiniones algunos dirán cosas tan desproporcionadas, que no daremos crédito. Hay un dicho que señala con dedo acusador: “no hay mayor loco que aquel que se cree con toda la razón.” Estoy de acuerdo. Por eso, hasta hace poco, pensaba que estaba loco. Algunas de las opiniones que profeso son negadas unánimemente, con reverberante procacidad, a pies juntillas por el resto de los mortales. Mi diagnóstico, por lo tanto, está claro. El dedo acusador me señala cruelmente. Y como cada día estoy más convencido de lo que pienso sobre la política, cada día estoy más loco. Esto es como los silogismos de COU: si Venturín piensa A y el resto de los mortales piensan B, luego Venturín está zumbao. Pero habéis leído bien, arriba dije que hasta hace poco pensaba que estaba loco. Luego, ahora no lo pienso. Así es amigos míos. No estoy loco. Lo que me pasa es que soy un hombre de fe. Antes he dicho que no conozco a nadie que piense lo que yo, pero, estoy tan convencido de lo que pienso, que para evitar mi locura, ha nacido en mí una fe balsámica. Y no engaño a nadie, es sincera. No tengo ni la más mínima duda de que miles de personas piensan lo mismo que yo. Son ideas tan básicas y elementales que el hecho de no haberlas oído ni leído hasta la fecha, sino tan solo de pasada, tangencialmente, únicamente puede responder a un fenómeno paranormal, o al miedo a ser malinterpretados por la masa uniforme.

Bueno, voy a parar de enrollarme. Y voy a intentar ser un poco serio, pues el tema lo merece. Reconozco mi asombro y desconsuelo ante lo que a mí me parece un escándalo y la mayor tomadura de pelo del mundomundial. Para seguir practicando mi escritura y su estructuración en un texto legible voy a desarrollar el temita éste en plan diagrama de Venn. Me parece interesante por muchas cosas. Por las pasiones que levanta entre tanta gente (incomprensibles para mi ahora, pero no hace unos años, cuando participaba de ellas con arrebato), por la cantidad de tics y resortes automáticos que, cada vez que se trata, saltan. Por mil cosas. Pero bueno, a ver si logro explicarme y hacer algo ameno el asunto. Para empezar le daré un titulo: “Política y Políticos: ¿estáis de coña, o qué?” Y un subtítulo: “Crónica de un ocaso no anunciado”

El título me gusta. En los carteles publicitarios no estaría mal utilizar como reclamo el antes anunciado: “La mayor tomadura de pelo del mundomundial: Política y Políticos” Vuelvo al redil y continúo con el ordenado desarrollo de la cuestión. En ella también usaré definiciones y ejemplos varios, trabajaré con un denodado empirismo para que mis aburridos acompañantes puedan hacer en su casa algunos elementales ejercicios que les permitan ir viendo en la práctica las fórmulas que aquí solo enunciaremos teóricamente. Pero basta de rodeos y pongámonos manos a la obra.

Para empezar, creo de gran importancia y mayor conveniencia definir y acotar determinados conceptos que, por archimanoseados y deglutidos, se ven de tal manera deformados en boca de sus más acérrimos defensores que su significado se convierte en una descabalgada nebulosa que todo lo engloba y que nada abraza. A la sazón, los siguientes (aclarando de antemano, que estas definiciones, por ser mías, carecen de rigor y validez, pero que, a pesar de ello, inocente y modestamente creo que pueden ser válidas para ir exponiendo el tema de la manera que me propongo. Debido a la descarada simpleza de las mismas, parecen perogrulladas, lo sé, pero carezco del conocimiento y capacidad necesarios para dar otras más complejas o atinadas, con lo cual pido disculpas)

Democracia: En lo que a nosotros interesa, un sistema de elección de gobernantes, pues de políticos estamos hablando. Nota básica que lo define: que la totalidad de miembros (salvo determinados grupos: menores, incapaces…) de una determinada circunscripción tengan la posibilidad de participar en la elección de sus gobernantes. ¿Qué pretendemos evitar?: que una minoría privilegiada decida por una mayoría oprimida.

Estado de derecho, estado de bienestar, etc.: Sistema de organizar la realidad social, económica, jurídica, etc. del ente que nos ocupa (pensemos en un estado) y que proporciona a sus miembros las mayores cotas posibles de libertad, igualdad, seguridad, etc. En definitiva, bienestar.

Propongo ahora un primer ejemplo a modo de hipótesis con el que pretendo que veamos la diferencia entre ambos conceptos, pues, en boca de nuestros penosos dirigentes, ambos son maliciosamente confundidos y deformados. Que uno es fin y que otro es medio. (Quiero aclarar que mis ejemplos siguen el sendero iniciado por mis definiciones: el camino de la simpleza de quien es ajeno en el tema.) Para ello creo que todos estaremos de acuerdo en que, aplicado a nuestro asunto, “Fin” es aquello a cuya realización aspiramos y que “Medio” es el camino que por óptimo para su consecución tomamos y seguimos. Así las cosas, el Estado de Derecho o de Bienestar es un “fin” y la democracia es un “medio” que se estima idóneo para alcanzarlo. Estos conceptos, tan generales y simples, aunque muy matizables, lo reconozco, en el fondo guardan una gran verdad.

Llegados a este punto, es el momento de introducir algunos ejemplos tramposos, pero que nos van a servir para ir definiéndonos: ¿Es preferible vivir en un estado de derecho, con independencia de la manera de elección de sus líderes, o vivir en un estado en el que democráticamente, fruto de las descompensaciones del tipo de sean, sociales, raciales, de género, de opinión, triunfan en las urnas opciones que suponen la pérdida de derechos fundamentales? ¿En dónde ponemos el acento? ¿En que todos podamos elegir, con el peligro de equivocarnos flagrantemente, o en que la sociedad en la que vivamos sea la más justa y respetuosa con todos sus miembros? Cierto es que ambos conceptos han coincidido históricamente, pues democracia y estado de derecho han evolucionado unidos de la mano. Y los avances en una han supuesto la consolidación del otro. Esto es más que evidente a la vista de su desarrollo a lo largo de la historia. En épocas y sociedades en las que el derecho de sufragio era un privilegio de una minoría, en las que desigualdades clamorosas entre hombre y mujer, razas, o clases sociales estaban a la orden del día, el sistema democrático supuso la consolidación de una sociedad más justa e igualitaria. Aunque solo sea por esto, por su indisoluble evolución como siameses, por las cotas de libertad y bienestar que han supuesto para todos nosotros, el asunto merece ser tratado con absoluto respeto, como con pies de plomo. Pero ello no debe ser incompatible con la sana crítica, que a lo único que debe llevar es a fortalecerlo y a que evolucione a la par que lo hacen las sociedades a que dio lugar. En relación con esta actitud, con la crítica, me gustaría hacer una salvedad, creo que muy oportuna. Es la siguiente: a) Sinceramente creo que detrás de ciertas argumentaciones críticas con la democracia anidan tendencias totalitarias, preconizadoras de desigualdad y de falta de libertad. Con ellas estoy en absoluto y radical desacuerdo. Hasta ahí podíamos llegar. B) Sin embargo, también creo que hay quien entiende que dicho sistema (el democrático) es claramente mejorable (como todo en esta vida). Que mediante su mejora se podrían obtener mayores niveles de ese bienestar y libertades que nos marcamos como justa meta para las sociedades modernas. Confundir a quien bajo el primer epígrafe solo pretende el crecimiento, desarrollo y fortalecimiento de injusticias y privilegios caducos, con aquel otro que, bajo el segundo epígrafe, lo único que pretende es ejercitar la sana crítica, tan necesaria en nuestra sociedad actual y tan provechosa desde siempre, es una desgracia que, como tantas otras, tiene como agente, no único, pero sí principal, a los políticos y sus consignas alienantes. Como he indicado arriba, esta advertencia, que no debería ser necesaria, la tozuda realidad ha hecho que sea vital de necesidad. Y aún así, no creo que valga de mucho frente a ese dogma atroz y famélico que impide que cualquier persona ose mostrar sus dudas o críticas frente a lo que considera auténticos vicios y desviaciones del citado sistema. A pesar de ello, y ya que el diarioprueba me da cancha para casi todo, voy a seguir profundizando en la senda elegida hoy.

Retomando el asunto donde lo habíamos dejado, teníamos, por un lado, al sistema democrático, como el medio de remar todos juntos hacia una sociedad más justa, en este caso, el llamado estado de derecho. También hicimos alusión a su pareja evolución histórica. También nos hicimos algunas preguntas tramposillas, pero reales. ¿Es posible que democráticamente, es decir, por sufragio universal, obtengan la mayoría de votos tendencias xenófobas, racistas, o injustas de raíz? Pues sí que lo es. Archiconocidos y manidos son los ejemplos de Alemania y de algunos estados del sur de Estados Unidos. Y al revés. Me quedé helado cuando en la carrera nos explicaron que en Suiza, paradigma del bienestar y desarrollo, incluido un amplio sistema de protección social, las mujeres hasta el año 1972 o 1974, no me acuerdo exactamente, ¡¡no podían votar!! (Esta es de traca) Y vuelta del revés, ¿que pasa con el mundo árabe donde democráticamente las mujeres son ninguneadas en relación a determinados derechos que a nosotros nos parecen indispensables? ¿Es justa o aceptable cualquier opción, por muy aberrante que sea, si esta es decidida “democráticamente” por una mayoría de votantes? Creo que la cosa está clara. El identificar como una sola realidad el sistema democrático (medio de elección) y el estado de derecho (Fin) ha llevado a que se dude sobre si la opinión de una mayoría, expresada en una urna, puede convertir en legales, justas o aceptables, situaciones absolutamente ilegales, injustas e inaceptables. Si a uno le dicen: ¿Qué te parece tal cosa? Joder, contesta este, una salvajada, eso es ilegal, es una aberración, por dios, llama a amnistía internacional. No mira, continua nuestro interlocutor, es que lo han decidido en un proceso democrático. Huy, entonces valdrá ¿no? Como vemos, la cuestión es muy delicada.

Tomemos este último párrafo como resumen de la primera parte de esa, por ahora confusa, crónica no anunciada, y quedémonos con sus datos principales y con las interrogantes que ahí se vierten. Sobre todo ello volveremos luego.

Ahora, para seguir nuestro camino, debemos primero desvelar ciertas incógnitas. ¿Se refiere a los políticos el anuncio del citado ocaso? Pues claro. ¿Y por qué tal ocaso no ha sido aún anunciado? Pues por la contumaz y hedionda colaboración de los medios de comunicación (de todos en general y sin excepción) a la hora de cronificar a unos pacientes (la política y los políticos), que siguiendo una evolución sensata, natural y digna de su decadente y terminal enfermedad, deberían haber pasado ya a mejor vida. Esto que puede parecer una frivolidad fuera de lugar, yo la considero una necesidad higiénica de primer orden. No se si os dais cuenta, pero la putrefacta pestilencia del cuasi-cadáver es descomunal. Y esa peste, como cuando sin ducharnos pretendemos disimular nuestros sulfúricos efluvios con una rociada de desodorante que lo único que hace es empeorar las cosas, decía, esa peste, cada día satura más el ambiente por el incondicional e irracional empeño de los “media” (mayoritarios y minoritarios) en disimular lo enrarecido e irrespirable que resulta nuestro entorno. Que ninguna voz se alce con claridad y valentía para denunciar los insoportables coletazos y estertores del desahuciado enfermo es una cosa fuera del alcance de cualquier explicación lógica. Porque veamos, la política, y sobre todo, los políticos, como torpes dinosaurios, están abocados a desaparecer. Y más pronto que tarde. Cómo es posible que a estas alturas de S. XXI no haya un coro de preclaras voces que emocionadas y llenas de congoja entonen el réquiem de nuestros nauseabundos políticos moribundos, es algo inexplicable, a no ser que tengamos en cuenta la eficaz y valiosa participación de los medios en disimular dicho pestilente desfallecimiento y sus alienantes efectos sobre lectores, oyentes, etc. Es más, hablando con propiedad, en estos momentos ya no se trata de un moribundo senil, sino de su momia. ¿Cómo permitimos aún, que dicha momia sea el centro de nuestras vidas y moldee nuestras opiniones con su desafinado canto? NO LO SÉ. Sobre esta cuestión todos deberíamos reflexionar un poco.

Lanzadas como torpes pedradas mis inocentes, y solo en sus formas, frívolas palabras, voy a adelantar cómo seguiré con el desarrollo de este tema, tema con el que estoy luchando desde hace varias horas, y que, con mucho, excede a mi capacidad. De acuerdo con ello, y muy brevemente, voy a dar mi opinión y trazar los argumentos en que se sustentan mis anteriores afirmaciones. En resumidas cuentas, a) que los políticos, esas patéticas y rancias figuras, están inexorablemente abocados a una pronta y traumática desaparición, y b) por qué dicha desaparición, ni se ha producido, ni se ha anunciado, ni es un secreto a voces. Por lo tanto, y dando forma a lo que considero la mayor tomadura de pelo del mundomundial, punto y aparte trato ambos temas: los políticos y los medios, ambos en relación al ocaso de aquellos.

El misterio de la subsistencia de los políticos a estas alturas para mí es eso: un misterio. Y es un misterio en el sentido de que desde mi punto de vista carece de toda lógica su no desaparición. Por lo tanto, careciendo de sentido y lógica su permanencia, ésta me resulta misteriosa, sobre todo teniendo en cuenta su palmario estado de momia. Pero dicho misterio es desentrañable. Vayamos por partes:

I.- Arriba indiqué que, por un lado el estado de bienestar, y por otro la democracia, ambos habían compartido un largo camino que por ahora ha alcanzado sus mayores frutos en alguno de los estados del primer mundo. A pesar de ello las cosas son mejorables. Ese camino, que tantos frutos ha dado hasta la fecha, requiere a estas alturas ser replanteado. El estado de derecho, en resumidas cuentas, nuestro bienestar y la armonía de nuestra sociedad, tienen en la actualidad un principal enemigo, que actúa como freno y desestabilizador de esa deseable armonía: los políticos. A nadie se le escapa que las sociedades que vieron surgir la revolución industrial nada tienen que ver con la actual. Ideologías, funciones sociales, referentes, etc. van mutando. Inmensos han sido los avances en materia de libertades personales, derechos e igualdad. Los cambios, a veces lentos y otras no tanto, por definición generan miedo e inseguridad en sus inicios y por el contrario, parecen fruto de la más evidente lógica y serena naturalidad cuando ya se han producido. Ya he dicho que podrá parecer una estupidez eso de que los políticos desaparecerán. Pero es que no queda otra. En este sentido, me parece acertadísima la comparación que Julio Caro Baroja hace en uno de sus libros: “Las brujas y su mundo” y que mucho tiene que ver con nuestro tema. Caro nos explica cómo en determinado momento histórico, a lo largo de varios siglos, toda la sociedad europea giraba en torno a unas realidades inamovibles, entre ellas, las brujas en todas sus modalidades. Estuviesen a favor o en contra, creyesen en ellas o no, nadie discutía su realidad, pues la misma era innegable. En su afán por trasponer la imagen de las brujas de entonces, para reflejarla en una figura de nuestros tiempos, el autor se decide por los políticos. Tanto los unos como las otras, receptores de peticiones ajenas, blanco de críticas, oficiantes de usos y rituales e intermediarios entre el sujeto y el poder, por aquel entonces divino o satánico, ahora temporal. ¿Que diría un vecino de Santiago del Siglo XVI ante la aventurada predicción de la desaparición de las brujas? ¿O un indígena en relación a la del intocable chamán? Entiendo que lo mismo que nosotros en relación a nuestros políticos. Pero esto que no es más que un atractivo y simpático ejemplo, no pasaría de ahí, si no fuese porque la implacable realidad, que a gritos acabó exigiendo la desaparición de brujas, chamanes y augures, hará lo mismo con nuestros emperifollados y anacrónicos políticos. Bendito sea ese día.

Por hoy paro. Queda poco para el desenlace de este apasionante y frívolo futirible, pero estoy agotado. Ocho horas delante del ordenador. Está lloviendo. Es increíble, con buen tiempo ni me habría sentado. En Islandia o Noruega sería de record esto del diarioprueba. Bueno, os emplazo para la próxima entrega.
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