El diseñador gráfico Reid Miles y el fotógrafo Francis Wolff son los padres de una increíble serie de portadas de la discográfica Blue Note (dedicada al Jazz). Varias de esas portadas son verdaderas obras maestras. Magistrales. Pero lo mejor es que las veamos. (Indicar que hago una selección de las que yo tengo, por lo que faltan algunas de las mejores, imposibles de conseguir en CD).
domingo, 27 de mayo de 2007
MonogrÁficos I (Miles - Wolff)
El diseñador gráfico Reid Miles y el fotógrafo Francis Wolff son los padres de una increíble serie de portadas de la discográfica Blue Note (dedicada al Jazz). Varias de esas portadas son verdaderas obras maestras. Magistrales. Pero lo mejor es que las veamos. (Indicar que hago una selección de las que yo tengo, por lo que faltan algunas de las mejores, imposibles de conseguir en CD).
sábado, 26 de mayo de 2007
26 de Mayo
Como mis lecturas tienen mucho de limitadas, soy plenamente consciente de que me estoy perdiendo cantidad de escritores ininteligibles. Sin ir más lejos, aún no me he puesto con “Ulises” de James Joyce, ni con “Go down, Moses” de William Faulkner. Se puede decir, por lo tanto, que no sé de lo que hablo. Así con todo, algunos ladrillo-transformers ya me he tragado. Como he explicado antes, primero con esfuerzo, después con relajada soltura (milagro mediante). Aquí van algunos, altamente recomendables para quien quiera segregar endorfinas con su lectura:
“La muerte de Virgilio” de Hermann Broch. Increíble. Casi setecientas páginas estructuradas en cuatro partes para describir las últimas horas del poeta. Su desesperación y el intento de quemar sus obras. A su lado, un frustrado Augusto, que a toda costa pretende salvar dichas obras de la hoguera. No por generosidad, altruismo o un interés superior. Todo lo contrario, por lo que de aduladoras tienen para con la persona del emperador. Siendo auténticos cantos a la mayor gloria de la Cesárea figura, Augusto, se considera dueño último de los mismos. Virgilio, su prudente y descreído autor, cree que no merecen la eternidad. Que no son dignos de ella, como tampoco lo es el emperador. El libro nos sumerge en las contadas y decisivas horas que van desde el atardecer en el que Virgilio llega en barco a Brindisi, donde Augusto lo espera, hasta la mañana siguiente. Aunque hay tramos de imposible asimilación, el conjunto se entiende, que no es poco. Ánimo.
“Don Julián” o “Reivindicación del conde Don Julián” de Juan Goytisolo. Ladrillo de difícil o imposible entendimiento, pero, que por razones que se escapan a mi capacidad de análisis, deslumbra por su uso del lenguaje y lo intrincado de su desarrollo. No sé lo que pretendía el autor, seguro que muchas cosas. Tampoco sé si las habrá conseguido, pero, ejercicio de virtuosismo técnico, lo es, a lo bestia. Yo no entendí gran cosa, pero se lo recomiendo a cualquiera que sienta su ánimo desbordar, pues comprobará como es aplacado por la vigorosa y virguera pluma del autor.
“Petróleo” de Pier Paolo Pasolini. Vamos, esta es de traca. No me atrevo ni a formular un mínimo comentario. Es una absoluta y marmórea ida de olla del amigo Pasolini. Se publicó después de su muerte y había sido concebida como una obra definitiva, punto y aparte en comparación con el resto de su producción. ¿Qué voy a decir? Cientos de páginas en las que aparecen sueños del autor, la mafia, fascistas y comunistas, las multinacionales, perversiones varias. El lenguaje, asequible. La estructura, incomprensible, en forma de apuntes numerados, algunos en blanco (¿?), otros extensísimos, otros se los salta. Desconexa, extensa e incomprensible.
“Así habló Zaratustra” de Friedrich Nietszche. Sin comentarios. Para leer esto hay que estar dopado por alguna circunstancia vital, anímica o psicotrópica. Siendo ese el caso, uno tiene la sensación de que está leyendo un mensaje suprahumano, de otro mundo. Este individuo, médium de lo Superior, debió ser punto y aparte. A mi se me hace inalcanzable, pero me creo las cosas que de él dicen los que saben (siempre superlativas). Con otros no me pasa lo mismo. Con este individuo, mis pobres neuronas se empañan con un vaho de credulidad.
Estoy tan lanzado con Paul Celan, que antes de que alguien le coja manía voy a parar. Aunque no me puedo callar ciertos datos que aún lo hacen más apetecible. Nació en la Bucovina (actual Rumania) en 1920. Su nombre era Paul Antschel. Judío, perdió a sus padres en los campos Nazis. El se salvó pero acabó suicidándose en Paris en 1970. Se tiró al Senna.
Bonita foto de Celan. Basta por hoy. Siento ganas de seguir soltando rollo, pero voy a aprovechar el día en otras cosas.
miércoles, 23 de mayo de 2007
23 de Mayo
Hoy, en vez de soltar rollo sobre el amigo Böll, se me ha dado por estampar en el diarioprueba las portadas de sus libros. Ahí van.
Se puede decir, sin miedo a equivocarse, que Heinrich estaba obsesionado con un tema. La guerra. La segunda guerra mundial en concreto. Una obsesión que en vez de llevarlo al psiquiátrico lo llevó a desahogarse en la escritura. Se entiende, la obsesión, en quien en la juventud se ve metido en el desmadre bélico que asoló Europa, y en especial el país derrotado, entre el 39 y el 45. Nuestro amigo debió darle vueltas y más vueltas al belicismo y a la condición humana sometida a experiencias tan extremas. A lo largo de estas novelas (no puedo hablar de las que no he leído) ambientadas en momentos y lugares distintos, la guerra y sus consecuencias, tanto personales como colectivas, están omnipresentes. A diferencia de otros muchos, el amigo Heinrich tiene un espíritu crítico y nada autocomplaciente que hace que en sus libros te encuentres con un hilo de tensión que a mí, por lo menos, me engancha y del que disfruto muchísimo. Todo lo que he leído de él me ha gustado. Uno, sólo un poco: “¿Dónde estabas, Adán?”, y otros muchísimo: “Billar a las nueve y media” y “Opiniones de un payaso”. Esta última, que fue la primera novela que leí de Böll, la estoy releyendo estos días. Aunque como novelas no están a la altura de otras, más logradas y maduras, tanto “El tren llego puntual” (1949) como “¿Dónde estabas, Adán?” (1951) destilan caos por los cuatro costados. Ambas están ambientadas en la guerra y justo tras la derrota y la confusión, el desconcierto y la incoherencia despuntan con una fuerza tremenda en la pluma de un inexperto escritor, aunque con los nervios a flor de piel. Realmente por momentos uno se queda acojonado. Lo que debió ser aquello.