

No recuerdo quién se había planteado de refilón, hasta con miedo, el por qué de ese generalizado, instintivo y hechizado mirar al mar cuando se va, se viene o se está en la costa. Por qué siempre al mar y nunca a la tierra que nos acompaña a nuestra espalda. No tengo ni idea. Hay a quien, a falta de costa, le llega con una de esas increíbles fotos de faros en medio de las tormentas que todos conocemos. Algunos posters de esos faros enterrados por olas kilométricas, pareciendo montajes, en realidad se quedan cortos. Por lo menos en Bretaña…
También los hay del estilo insensible/inconsciente/jamao que, no sintiendo nada con el poster, y poco en la costa, quieren comprobar la cosa in situ. Carajo qué frío, y cuánta espuma, y qué mareo. En uno de estos valses mortales del velero con el embravecido mar, y ello si nuestro intestino nos lo permite, se debe tener comunicación directa con el mismísimo. Como Messner en la cima.
2 comentarios:
Aunque suene extraño, quien me diera saber lo que es estar en ese faro... una experiencia impresionante (puede que sea la última que uno experimente), pero... todo tiene su precio.
Hola Benelo... así que con ganas de subirte a un faro de esos. Cerca tenemos varios, el próximo día de temporal aprovecha y acércate a uno. Una pasada.
Publicar un comentario