domingo, 8 de enero de 2012

Chambre close/Peenemünde II (también equis)



Con estúpidas canciones en mente, llegamos a Peenemünde el coche y el conductor. Yo iba con las dos cachas atornilladas a lo que quedaba de asiento y las dos manos fusionadas al volante, formando un todo único e indivisible, Ciborg andrógino de coche y humano, que, por un error fisionómico de infaustas consecuencias para la seguridad de la conducción, respiraba, a duras penas, por el colector del escape, y defecaba, he ahí el problema, de manera abundante y generosa por el parabrisas delantero, elemento a prueba de pedradas, pero no de mierda a espuertas, tanta mierda a espuertas que llegó a confundirse, en una especie de ser supremo que todo lo abarca, con el propio aire que se suponía que debía respirar el Ciborg andrógino de coche y humano, y que le llegaba desde el colector del escape, por lo que, tras los primeros arreones intestinales, cómo tufa esto, espera que acciono el limpiaparabrisas, flosh, flosh, flosh, coño! qué asco de inmundicia, si esto no hace más que esparcirse ante mi vista, el aire aspirado del que se autoalimentaba el ser supremo que todo lo abarca, a ver, para que no os perdáis: el puñetero aire que respirábamos el coche y yo, dejó de ser el gas insípido e incoloro que todos inhalamos en vida, para convertirse en una espesante sopa marrón y maloliente parecida en su textura al moco y en sus tonalidades a un lienzo del Pollock más pesimista, sopa nutritiva incomprensible a la cata en todos sus nauseabundos matices y que convirtió los últimos kilómetros del viaje a Peenemünde en una embarrada y grumosa huida hacia delante escapando, pedal y revoluciones a tope, de no sabía qué fantasmas con forma de mujer, siempre mujer y, por ende, de lo más deseable, convertido el Ciborg en un ser marginal proteico.

Y me vais a permitir que, por un instante, me desvíe de la meta que me he marcado, que no es otra que el relato, surtido de todo tipo de detalles psico funambulescos, del confuso comportamiento físico y emocional que se verificó en mí una vez que la cachondona de la portada se sentó en el trapecio craneal que adorna mis hombros, para centrarme, sólo un rato más, en eso que os indico del ser supremo que todo lo abarca. Porque es éste un asunto que no debemos tratar con descortesía. Y aunque conspicuos estudiosos lo han analizado con detenimiento, me vais a permitir que insista en que esto de la recirculación, esto del eterno retorno, esto de que nada falta en su interior, esta totalidad, también si hablamos de sus funciones, que caracteriza al ser supremo que todo lo abarca nos lleva, al igual que me sucedió a mí al volante del coche, al delicado asunto del auto consumo de los desechos orgánicos propios, conclusión inevitable a la que llegamos si, aunque sólo sea de manera superficial, consideramos y valoramos científicamente eso de los eternos retornos, ubicuidades e infinitos… Y no porque lo diga yo, que lo dice PeterS


Y que cada uno, con cautela o de bruces, se lo aplique a su ser supremo que todo lo abarca favorito o inexcusable. Desde la naturaleza creadora hasta la genialidad del pintor de vanguardias finisecular, desde sacrosantas deidades tutiplén hasta el Ford GT40 de finales de los sesenta. Lo que queráis, que resulta que estos entes supremos se tragan lo que previamente han expulsado. Cosa que se puede decir más finamente que utilizando palabros estilo “defecan”, no digamos si se nos da por el impactante “autocoprofagia”, pero que, una vez que las figuraciones o representaciones plásticas del fenómeno se han instalado en nuestra mente, que las contempla escandalizada cual exposición estresante, la cosa pierde la gracia que no sé si pudo llegar a tener en algún momento, que creo que no, y se pone seria e irreverente de más, por lo que me voy a controlar en el detalle. Y si entonces pensamos en la naturaleza grancreacionista la cosa tiene un pase, que regurgitar para alimentar está a la orden del día, por no hablar del ciclo del agua o de las rocas ígneas, lo mismo que si pensamos en el GT40, o el 250 SWB, o el Lambo Miura, que los sistemas de optimización de la alimentación consisten, básicamente, en eso de inyectar en entrada gases previamente evacuados por el mismo sujeto. Vale, vale, lo que quieras, pero explícame tú el fenómeno descrito si tomamos como referente al pintor de vanguardias finisecular, porque yo entiendo que me estás diciendo, y ojito que lo tengo en un altar, que caga pintura y come mierda… Pero mejor aún, dejemos al pintor tranquilo, que me dan tantas ganas de partirte la cara que no veas y dime, si te atreves, qué pasa con las deidades tutiplén… Y nada de enunciados naive eufemísticos con los que escurrir el bulto, con los que decir pero no decir, nada de eso, espabilado, que a ti te tengo yo calado, a ver, mójate, aclárate, dime, primeramente, si te estás refiriendo al mismísimo…

Pero no eran ni cachas ni manos lo que me dolía. Ja! Habéis visto a la prímula que emerge famélica de ti y de mí, muerta de hambre de nosotros, un enorme vientre que se come la creación, la Venus más visceral, portadora de esa gran noticia rebosante, un hazme tuya inmenso e universal, en toda la portada del librito excitante, del pecado armado en hormigón e incontenible, y es que no se puede andar con fotos tales en portadas a la vista de cualquiera, que eso a la gente no del todo realizada, mi caso, se nos mete por los ojos adentro y después de amagar con un calentoncito infantiloide, sólo amagar, a la altura media del cuerpo, se nos instala en la cabeza, y ocupa el puesto de la razón primigenia, esa que yo nunca tuve de nacimiento, mil veces en casa por ello una disputa, o el amago de una querella, la razón elemental que cuando estamos lejos nos orienta la vuelta, la que nos tranquiliza antes de dar el golpe certero, la que luego nos apura en la escapada, arteros y falsos, la razón básica sin la que ni me fijaría en tías como la de la portada. Y os voy a contar que si os pasa como a mí, vaya putada la que se os viene encima si la chusca esa de la foto se os mete por los ojos adentro y, en vez de aposentarse, la muy fresca, en señalados tejidos cavernosos entrepiernales, se os instala, infame caso el mío, dentro de vuestra cabezota, en el trono de la razón elemental. Así desde el día en que, inexperto de solemnidad, me topé con el escaparate iluminado por esa teta contumaz que, aún hoy, le duele a mi cabeza de tan dura que es, y a mi aquella otra cosa a media altura de tan flácida que me quedó.

Que una vez instalada la golfa sutil en vuestra razón, qué carajo en la vuestra, que os voy a contar qué fue de la mía, que una vez instalada en el receptáculo craneal con forma de trapecio que tendría que ocupar, per se, esa razón que, de nacimiento, sería aconsejable que a todos nos acompañase, y que yo, cosas del parto múltiple a la manera en que se practicaba en los años setenta, extravié sin remisión paritorio abajo, la teta contumaz portada del compendio Chambre close se sentó en el trono que había quedado vacante una vez que la razón elemental me había abandonado en el quirófano al nacer, momento natalicio en que ya había amagado con subirse la muy golfa francesita a mis materias grises, justo cuando el doctor que asistía el alumbramiento gritó que le hacían falta unos fórceps, instrumental que, una vez hube detectado su funcionamiento, me encogió al máximo las ganas de nacer… Pero me dejo de partos, que estábamos en otras cosas, y os digo que por mucho que os parezca que, con la sirvienta del amor instalada en la meninge trapezoidal, yo me iba a dedicar al contubernio de sudoraciones y demás escurrimientos glándulo/escabrosos de manera desenfrenada, pues acabó resultando que la cosa fue, y es, bien de otra manera. De verdad.

Porque con mi señorita pretoriana metida en ciernes, con la gran teta preciosa haciéndome cosquillas en su meningitorio habitáculo, se me dio por cavar una trinchera. Y estando, como estoy, empeñado en el uso de términos estúpido jactanciosos como infinito, coprofagia, eterno retorno y similares varios, será por la teta que me oprime, será por lo contrario, el caso es que, encima, se me dio por que la trinchera que salía de mi cabeza, cabeza donde estaba el lupanar en que recibía a sus machacantes la señorita unipectoral, que yo con este asunto lo tengo pasado muy mal, que mira que retozaba la muy fresca dentro de mis putas neuronas, y qué cosas que se hacían, por no hablaros de las que no hacían, y no sólo el gran busto bonitísimo, que me obsesionaba, es que además tenía unas piernas y una cintura y unos beizos que para qué, y os decía que el caso es que me empeñé en que la trinchera que salía de mi cabeza a golpe de sacho se debía perder en la lejanía. Extenuante ejercicio sincrético de eterno retorno. ¿Sería yo también un ser con tendencia a la confusión de los roles convencionales en que se reparten distintas partes del cuerpo las funciones de ingesta y desagüe?  Porque me diréis que lo de la lejanía es término fullero de verdad. Y no os lo voy a negar. Aunque sí matizar, que la lejanía es más bien vaporosa, etérea. Y si de lo que se trata es de que tenéis instalada a la más bella ninfa en vuestra cabeza de inexpertos, que la muy sibilina saltó de un escaparate y se os coló por los ojos adentro hasta el trapecio linfático, habitáculo que, como erais cortos de nacimiento, e inexpertos en cuestiones amatorias, teníais más bien vacio, entenderéis a la perfección que es una simple disculpa el decir eso de que caváis una trinchera que saliendo de vuestra cabeza pone rumbo a la lejanía. Y que la verdad es que sois…

Cosa que es cierta. Todo es cierto. Pero, aparte de ser cierto, es difícil de explicar, y también de reconocer. Corrijo, es difícil de reconocer. Y cuando es difícil de reconocer, pues resulta imposible, o muy difícil, de explicar. Pero no a todos, que luego viene uno y te dice, como quien oye llover, que es virgen con cuarenta años, y que no se ha comido una puta rosca en su vida, y que no es que no quisiera, que va, todo lo contrario, que es un salido, pero que no hay manera, que se corta, que le da miedo, que se amontona, que se le escapa antes de empezar, que en el cole lo llamaban…

Esto se lo calla, pero sí que te cuenta que en el cole tenía un amigo que tampoco se comía una rosca, y que se encuentran de vez en cuando, y que cree que este viejo amigo del cole sigue sin comérsela, la rosca, pero que no lo sabe fijo, porque el otro no habla con claridad de ello, y que ya sabe que eso no quiere decir nada, que hay quien sin decir nada va y se tira a toda la clase por orden de estatura y luego alfabético, pero que en relación a este viejo amigo en concreto, tipo insoportable, tirando a repelente, está convencido de que sigue sin estrenarse… y cuando se encuentran y se toman algo en cualquier cafetería próxima le cuenta unas cosas como abruptas, entrecortadas, poco hiladas, cosas por momentos emergentes y luego esquivas, un sindios argumental de cagapoquitos e imberbes, y te habla de que está colado por una tía, la misma desde hace años, pero que lo suyo con ella es como cavarse uno mismo la trinchera en la que luego se morirá, y al oírle hablar de lo “suyo con ella”, que soy bueno escuchando, le pregunto si salen juntos, pero no me contesta, o sea, que no salen, ni la habrá tocado, carajo, ni sabrá de qué color le gusta la ropa interior, a saber si existe la rapaza, a lo mejor es una gominola que pisó sin querer un día, y él vuelta a hablarme de que la trinchera, que le sale de la cabeza, de dónde me has dicho, de aquí, de la cabeza (y se la toca, el muy estupendo), pero qué me dices, le preguntas asustado, y ni se inmuta, y no suelta la azada el tío, y que cavará esa trinchera hasta la lejanía más absoluta, y acto seguido es la primera vez en tu vida, al margen de las inclasificables clases de filosofía que daba Trillo en tercero de BUP, que escuchas juntas en la misma frase: eterno retorno, ser supremo y ubicuidad… y es que este tipo es un pelmazo, éste no está bien, es que le hace falta echar un kiki con una centrifugadora industrial, o quinientos, que lleva hormonando cuarenta años, y espera que pago las consumiciones y yo me doy el piro que no lo aguanto más y es que o para con la puta historia de la tumba, digo trinchera, o le pego un remazo aquí mismo, para que sepa por fin qué es vérselas con la vida de carne y hueso…

Te apetece que pidamos otra… oooscuridad puta, me cogió por sorpresa el tío, y me espeta que como me estaba diciendo, contigo es distinto, siempre lo he pensado, de verdad, sabes escuchar, con los demás no puedo ser yo mismo, apenas con ella y contigo lo puedo hacer, de veras, me doy cuenta de que no les caes bien a todos ¿cómo dices? ellos se lo pierden, conmigo puedes contar ¿de qué me estás hablando?... de nada, hombre, te decía que lo nuestro (se refiere a lo “suyo” con la gominola) no es tan fácil, yo desde pequeño he sido una persona, cómo decirte, eso que ahora dicen diferente, especial… hora y media después había acabado su infancia y, en su relato, me detenía, junto al pelma insufrible, delante de un escaparate en el que creo que sucedió algo así como si una revista porno de aquella época, Lib o Penthause, empezará a brillar, por no sé qué motivos de densísima urdimbre, en el mismo momento en que él se paraba delante de la tienda, y de tanto que brilló, que debía ir muy puesto de anfetas y de ribeiro de a litro, sólo se acuerda de una tía guapísima que tenía una sola teta abrazada con las dos manos de color verde,  y que encima se le metió por el ojo derecho, la tipa. Acontecimiento desde el cual dice que tuvo razón primigenia, motivo por el que decidió que una cosa es eso de no comerse una rosca, y ser un apocado que se caga de miedo por la patinbaixo con el asunto este del intercambio corporal, y quedarse virgencita como está a los cuarenta años, y otra muy distinta es ir y reconocérselo, ni siquiera, al mejor amigo o confidente, que eso ni de coña, que para eso me invento yo un discurso basado en historias inverosímiles con escala en el eterno retorno y en el demasiado humano, Ar!

Y luego siguió con que si se me instaló en la mente, también en el corazón, la imagen de esa gran amada idealizada pero a la que ni por asomo se te ocurrirá meter mano, y la pobre gran amada idealizada, que a lo mejor es de carne y hueso la chica, y sí, hasta te querrá, pero es que le estás pidiendo demasiado, meu, que no entenderá nada de todo esto que le cuentas, que cómo puede ser que me quieras tanto como dices y no se te pase por la mollera que me pueda apetecer que echemos un kiki, aunque sea uno solo, después de cuatro años de espera, que tenemos cuarenta tacos, y va él y te espeta eso de que eres como esas furcias y golfas, y que no se lo puede creer, que tú eras distinta y que al final sois todas iguales y va y da comienzo la primera escenita de la serie de trescientas o cuatrocientas durante las que se desarrollará el querer y no poder, el intentar entender y comprender, el tener paciencia hasta que no quede ni una pizca de nada, y aún ahí, vuelta a empezar, y el no me dejes, y más de esas escenas, ahora tirando ya a desagradables y sin sentido y, luego, por fin, el esto se acabó… momento en el que seguimos con la trinchera, pues toda esta historia fatal de amores inmaduros, en el caso del tipo éste, es fruto de la hormonada imaginación que se gasta y con la que pretende distraer la atención sobre eso otro, verdad incuestionable, de que no se come una rosca.

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