Todos sabemos que, hasta dónde llegan nuestros sentidos, son varias las cosas de que debemos defendernos (si queremos, claro) por perjudiciales para nuestra salud e integridad: el dolor, el frío y calor extremos, la visión de un hombre que nos apunta con una pistola o el ruido de un tren que se aproxima por nuestra espalda a mil por hora. Además de las obviedades, también se cierto que la tendencia a defenderse de “cosas” está llevando a las sociedades primermundistas a una paranoica carrera hacía adelante, en la que casi “todo” es potencial portador de subliminales o descaradas capacidades para afectarnos y perjudicarnos. Con ello, omegas tres, baby mozarts, cutreliteratura de autoayuda y demás vejaciones pululan a sus anchas y hacen su agosto.
Cuando nuestros sentidos no llegan para detectar los peligros que nos circundan, no debemos preocuparnos porque allí estarán los profesionales del esto no, eso tampoco, aquello menos y lo otro ni se te ocurra… para defendernos de casi “todo”. Cierto es que gracias a ellos sabemos que la radiación es negativa para la vida, etc., pero gracias a ellos también creemos que un berrinche de un niño debe implicar que el pobre rapaz tenga que asistir a logopedas y psicólogos infantiles durante año y medio.
Frente a una marabunta de advenedizos pseudo científicos que un día nos dicen qué debemos desayunar, o qué música debe escuchar una mujer embarazada para al día siguiente contarnos exactamente lo contrario, no podemos negar que habrá también quien, desde la seriedad y el rigor, llegue a conclusiones menos fashion y más fundamentadas. Distinguir cuáles son unas y cuáles son las otras se está convirtiendo, cada día que pasa, en más difícil, por el agotador bombardeo mediático/publicitario, tantas veces disimulado por un tramposo rigor científico. A estas alturas, alguien no muy despierto puede pensar que es más importante para su salud no olvidarse de tomar su tarrina de yogur vitamínico cada noche, que tragarse de golpe una botella de lejía.
Ante el ilimitado menudeo de soluciones fashion para miles de problemas también fashion, muchas veces escasea la capacidad para afrontar con cierta perspectiva la situación. Digamos que hay una exagerada alarma y tratamiento del “síntoma” y un, también exagerado, ninguneo o desinterés por su “causa”. Esto implica que un tipo que pende de la horca piense, ante los acuciantes problemas respiratorios ocasionados por la tensa cuerda que lo asfixia, que debe tomarse algún caramelito halls, o comprar una almohada especial “fantastic pillow” para dormir mejor y desatascar sus bronquios… Evidentemente morirá pronto, cosa que no le pasaría si, en vez de obsesionarse de manera paranoica por el “síntoma”, en este caso su incapacidad respiratoria, decidiera soltar la cuerda que le oprime el pescuezo, “causa” de dicha dificultad. Burdo y esclerótico ejemplo, me diréis, y estoy de acuerdo, pero, a fin de cuentas, ejemplo en consonancia con la burda e ilimitada capacidad de millones para enparanoiarse con el “síntoma”, aunque éste sea ridículo y borreguil, y obviar la “causa” del mismo, en la mayoría de las veces, la absoluta estupidez y estulticia del “paciente”.
Lo anterior a modo de introducción. Todos participamos de esta estulticia sin igual del primer mundo, pues todos nosotros somos la mar de fenomenales y estupendos. Qué os voy a contar. Ya no digamos nuestros hijos, encantadores ellos.
Vayamos, pues, al meollo. Equivocado o no, que no lo sé, a mí no hay quien me convenza de lo contrario: nuestra obsesión por el síntoma adquiere tintes de descarada paranoia. Y no hay que ser muy listo para saber que cuando en alguien concurren paranoia o/y obsesión lo que éste tiene es un problema mental. Que nuestro amigo prefiera atender a los síntomas de su problema, a saber: estreñimiento, dolor de cabeza, insomnio, mal humor, alergias, eccemas, colon irritable, y de aquí a la eternidad, es cosa suya, pero mejor haría si dejara en paz a los mil especialistas que va a consultar y sus abultadas listas de espera y asumiera que lo que realmente le pasa es que es un enfermo mental; como todos, que no se vaya a pensar, que, aquí, al que más o al que menos le patina algo, y que tratando dicha patología mental se acabarán todos esos síntomas que lo desvelan. Aunque también hay quien padece dicha obsesión por el síntoma pero sin llegar a tener una enfermedad mental, pues, para tenerla, os lo aviso, primero hay que tener mente, claro está. Y nuestro otro amiguito, no teniéndola, pobre hombre, lisa y llanamente padece de estupidez o estulticia a secas. Para llamarlo por su nombre científico: es un “descerebrado”
De estos últimos debemos olvidarnos, que los aguanten su papá y su mamá. De los primeros, qué angustia la suya, lo que seguiremos tratando en “Noreste – Suroeste” (NE/SO) los va a preocupar…
Para terminar con esta sucinta introducción abrámosle la puerta al brutal aullido que lanzaba Fritz Zorn ("Bajo el signo de marte") poco antes de morir: “Soy joven, rico y culto; y soy infeliz, neurótico y estoy solo. Provengo de una de las mejores familias de la orilla derecha del lago Zúrich, también llamada Costa Dorada. He tenido una educación burguesa y me he portado bien toda mi vida... Por supuesto también tengo cáncer, cosa que se deduce automáticamente de lo que acabo de decir. Pero con el cáncer existe una doble relación: por una parte es una enefermedad corporal, de la cual probablemente muera en un futuro no muy lejano, pero que quizá pueda llegar a superar y a sobrevivir; por la otra, el cáncer es una enfermedad del alma de la que sólo puedo decir: es una suerte que finalmente haya hecho eclosión. Quiero decir con ello que, de todo lo que he recibido de mi familia en el transcurso de mi existencia poco grata, lo más inteligente que hice jamás fue enfermar de cáncer. No quiero decir con esto que el cáncer sea una enfermedad que a uno le depare muchas alegrías...”
Cuando nuestros sentidos no llegan para detectar los peligros que nos circundan, no debemos preocuparnos porque allí estarán los profesionales del esto no, eso tampoco, aquello menos y lo otro ni se te ocurra… para defendernos de casi “todo”. Cierto es que gracias a ellos sabemos que la radiación es negativa para la vida, etc., pero gracias a ellos también creemos que un berrinche de un niño debe implicar que el pobre rapaz tenga que asistir a logopedas y psicólogos infantiles durante año y medio.
Frente a una marabunta de advenedizos pseudo científicos que un día nos dicen qué debemos desayunar, o qué música debe escuchar una mujer embarazada para al día siguiente contarnos exactamente lo contrario, no podemos negar que habrá también quien, desde la seriedad y el rigor, llegue a conclusiones menos fashion y más fundamentadas. Distinguir cuáles son unas y cuáles son las otras se está convirtiendo, cada día que pasa, en más difícil, por el agotador bombardeo mediático/publicitario, tantas veces disimulado por un tramposo rigor científico. A estas alturas, alguien no muy despierto puede pensar que es más importante para su salud no olvidarse de tomar su tarrina de yogur vitamínico cada noche, que tragarse de golpe una botella de lejía.
Ante el ilimitado menudeo de soluciones fashion para miles de problemas también fashion, muchas veces escasea la capacidad para afrontar con cierta perspectiva la situación. Digamos que hay una exagerada alarma y tratamiento del “síntoma” y un, también exagerado, ninguneo o desinterés por su “causa”. Esto implica que un tipo que pende de la horca piense, ante los acuciantes problemas respiratorios ocasionados por la tensa cuerda que lo asfixia, que debe tomarse algún caramelito halls, o comprar una almohada especial “fantastic pillow” para dormir mejor y desatascar sus bronquios… Evidentemente morirá pronto, cosa que no le pasaría si, en vez de obsesionarse de manera paranoica por el “síntoma”, en este caso su incapacidad respiratoria, decidiera soltar la cuerda que le oprime el pescuezo, “causa” de dicha dificultad. Burdo y esclerótico ejemplo, me diréis, y estoy de acuerdo, pero, a fin de cuentas, ejemplo en consonancia con la burda e ilimitada capacidad de millones para enparanoiarse con el “síntoma”, aunque éste sea ridículo y borreguil, y obviar la “causa” del mismo, en la mayoría de las veces, la absoluta estupidez y estulticia del “paciente”.
Lo anterior a modo de introducción. Todos participamos de esta estulticia sin igual del primer mundo, pues todos nosotros somos la mar de fenomenales y estupendos. Qué os voy a contar. Ya no digamos nuestros hijos, encantadores ellos.
Vayamos, pues, al meollo. Equivocado o no, que no lo sé, a mí no hay quien me convenza de lo contrario: nuestra obsesión por el síntoma adquiere tintes de descarada paranoia. Y no hay que ser muy listo para saber que cuando en alguien concurren paranoia o/y obsesión lo que éste tiene es un problema mental. Que nuestro amigo prefiera atender a los síntomas de su problema, a saber: estreñimiento, dolor de cabeza, insomnio, mal humor, alergias, eccemas, colon irritable, y de aquí a la eternidad, es cosa suya, pero mejor haría si dejara en paz a los mil especialistas que va a consultar y sus abultadas listas de espera y asumiera que lo que realmente le pasa es que es un enfermo mental; como todos, que no se vaya a pensar, que, aquí, al que más o al que menos le patina algo, y que tratando dicha patología mental se acabarán todos esos síntomas que lo desvelan. Aunque también hay quien padece dicha obsesión por el síntoma pero sin llegar a tener una enfermedad mental, pues, para tenerla, os lo aviso, primero hay que tener mente, claro está. Y nuestro otro amiguito, no teniéndola, pobre hombre, lisa y llanamente padece de estupidez o estulticia a secas. Para llamarlo por su nombre científico: es un “descerebrado”
De estos últimos debemos olvidarnos, que los aguanten su papá y su mamá. De los primeros, qué angustia la suya, lo que seguiremos tratando en “Noreste – Suroeste” (NE/SO) los va a preocupar…
Para terminar con esta sucinta introducción abrámosle la puerta al brutal aullido que lanzaba Fritz Zorn ("Bajo el signo de marte") poco antes de morir: “Soy joven, rico y culto; y soy infeliz, neurótico y estoy solo. Provengo de una de las mejores familias de la orilla derecha del lago Zúrich, también llamada Costa Dorada. He tenido una educación burguesa y me he portado bien toda mi vida... Por supuesto también tengo cáncer, cosa que se deduce automáticamente de lo que acabo de decir. Pero con el cáncer existe una doble relación: por una parte es una enefermedad corporal, de la cual probablemente muera en un futuro no muy lejano, pero que quizá pueda llegar a superar y a sobrevivir; por la otra, el cáncer es una enfermedad del alma de la que sólo puedo decir: es una suerte que finalmente haya hecho eclosión. Quiero decir con ello que, de todo lo que he recibido de mi familia en el transcurso de mi existencia poco grata, lo más inteligente que hice jamás fue enfermar de cáncer. No quiero decir con esto que el cáncer sea una enfermedad que a uno le depare muchas alegrías...”
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