
He de reconocer que, como supongo que en varios de mis compañeros de primero de derecho (un saludo), la opípara impronta del gran Margarito, Don Alfonso Otero Varela, sigue viva. Fruto de la misma, y de inconfesables teuto-tendencias familiares que desde mi más tierna infancia me tienen compartiendo mesa y mantel con soluciones finales, guerras relámpago y heroicidades bélicas de todo tipo, eso sí, muy poco populares todas ellas entre el resto de habitantes del orbe, decía, que fruto de todo ello es que le haya seguido la pista, en la medida de lo posible, no sólo al Margarito, que más bien poco o nada, seamos sinceros, sino que sobre todo a su suegro: Carl Schmitt, destacado meningesmann de la teoría del derecho, hombre controvertido, dejado de sí y perseguido por la larga sombra del nacionalsocialismo. A pesar de ello, o gracias a ello, que también puede ser, escribió algún que otro libro electrizante, de esos que transpiran por si solos, que trasmiten fidedignamente las crisis, obsesiones y justificaciones de esos personajes que, teniendo la cabeza bien amueblada, son conscientes de sus actos, de los buenos y de los malos, y también exigentes consigo mismo. Pobres…

Aunque eso es nada comparado con el vitoreado “Las lágrimas de Eros” de George Bataille. La que el gabacho monta en este libro (ilustrado cuidadosamente con una abrumadora muestra de imaginería, toda ella muy chula, bonito libro, no hay duda), partiendo de una trivialidad totalmente subjetiva y falaz, inapreciable para cualquier ente pensante, falsa, tramposa y caprichosa, me tocó las “naringes”.
…Hasta ayer pensaba que ningún libro merecía arder en la hoguera, hoy sigo pensando lo mismo, aunque no puedo decir lo mismo de algún que otro autor… Que los detengan de inmediato…
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