
Con estúpidas canciones en mente, llegamos a Peenemünde el coche y el
conductor. Yo iba con las dos cachas atornilladas a lo que quedaba de asiento y
las dos manos fusionadas al volante, formando un todo único e indivisible, Ciborg andrógino de coche y humano, que,
por un error fisionómico de infaustas consecuencias para la seguridad de la
conducción, respiraba, a duras penas, por el colector del escape, y defecaba,
he ahí el problema, de manera abundante y generosa por el parabrisas delantero,
elemento a prueba de pedradas, pero no de mierda a espuertas, tanta mierda a
espuertas que llegó a confundirse, en una especie de ser supremo que todo lo abarca, con el propio aire que se suponía
que debía respirar el Ciborg andrógino de
coche y humano, y que le llegaba desde el colector del escape, por lo que,
tras los primeros arreones intestinales, cómo tufa esto, espera que acciono el
limpiaparabrisas, flosh, flosh, flosh, coño!
qué asco de inmundicia, si esto no hace más que esparcirse ante mi vista, el
aire aspirado del que se autoalimentaba el ser
supremo que todo lo abarca, a ver, para que no os perdáis: el puñetero aire
que respirábamos el coche y yo, dejó de ser el gas insípido e incoloro que
todos inhalamos en vida, para convertirse en una espesante sopa marrón y
maloliente parecida en su textura al moco y en sus tonalidades a un lienzo del
Pollock más pesimista, sopa nutritiva incomprensible a la cata en todos sus
nauseabundos matices y que convirtió los últimos kilómetros del viaje a
Peenemünde en una embarrada y grumosa huida hacia delante escapando, pedal y
revoluciones a tope, de no sabía qué fantasmas con forma de mujer, siempre
mujer y, por ende, de lo más deseable, convertido el Ciborg en un ser marginal proteico.
Y me vais a permitir que, por un instante, me desvíe de la meta que me
he marcado, que no es otra que el relato, surtido de todo tipo de detalles
psico funambulescos, del confuso comportamiento físico y emocional que se
verificó en mí una vez que la cachondona de la portada se sentó en el trapecio
craneal que adorna mis hombros, para centrarme, sólo un rato más, en eso que os
indico del ser supremo que todo lo abarca.
Porque es éste un asunto que no debemos tratar con descortesía. Y aunque conspicuos
estudiosos lo han analizado con detenimiento, me vais a permitir que insista en
que esto de la recirculación, esto del eterno retorno, esto de que nada falta
en su interior, esta totalidad,
también si hablamos de sus funciones,
que caracteriza al ser supremo que todo
lo abarca nos lleva, al igual que me sucedió a mí al volante del coche, al
delicado asunto del auto consumo de los desechos orgánicos propios, conclusión inevitable a la que llegamos
si, aunque sólo sea de manera superficial, consideramos y valoramos científicamente eso de los eternos retornos, ubicuidades e infinitos… Y no porque lo diga yo, que lo dice PeterS