O la metáfora parodial, o el doble sentido, o el figurado, o leer entre líneas, o qué sé yo lo que se pueden inventar. El problema es viejo como lo es el hábito de escribir, y el de leer. ¿Qué pasa cuando una obra nos parece fallida, mediocre, simple, y mil bellezas más? Una de las probabilidades es que no hayamos entendido ni pío y nos encontremos ante un monumento intemporal. En el reverso de lo anterior, también puede pasar que sí hayamos entendido todo lo que había que entender y que la obrita no pase de ser una basura integral.
En cualquier caso, es habitual que cuando lo que implica un primer entendimiento del libro es la decepción, la constatación de su incalculable mediocridad, se acuse al receptor (en este caso el lector) de no haber entendido nadita. Uno se queda acojonado. Glub, pues será verdad. Empieza ahí un grandilocuente discurso en el que se justifica la obra en base a su carácter metafórico, parodial, sus increíbles y velados dobles sentidos, su simbología, el deslumbrante uso del lenguaje coloquial, sus iluminadas referencias historicistas, y un largísimo etcétera de broza metaliteraria. Que a veces tal discurso es acertado, resulta evidente. Que en otras muchas es mera disculpa, burdo intento de salvar los muebles de una obra fallida de pies a cabeza, también.
Más de una vez, preclaro Maicito y quien os escribe, hemos destilado horas pasajeras de tercera abominando de tales justificaciones cuando las mismas pretenden justificar lo injustificable. Esa manera de avasallar y acojonar a uno que, tras haber padecido para acabar dignamente un librajo, se encuentra con que aparte de que el librito en cuestión era insoportable, a mayores, a él, no valorándolo en la elevada medida que su autor o sus vasallos pretenden, le llaman zoquete.
En cuanto a estas cosas reconozco mi torpeza. Tengo por costumbre, aunque reconociendo que es costumbre lindante con la manía, no leer jamás los comentarios que en solapas, contraportadas y demás, adornan los libros, sino, sólo y únicamente, después de acabar con la lectura del libro. Así me llevo los sustos que me llevo. Porque las cosas que de los mismos dicen rozan la desvergüenza mas escandalosa en no pocas veces.
Las metáforas a mi me pueden, es que no las veo venir. Cuando acabé “Sobre los acantilados de mármol” de Ernst Jünger, bonita novela, revisé los egregios comentarios de solapas y contraportada. La madre del cordero, es que no entendí ni la primera. Lo que a mí me había parecido un relato casi bucólico y floral, un descanso del guerrero, un ejercicio minimalista de un auténtico atleta de la minucia ético – moral, es en realidad la mayor metáfora existente en la obra del autor, plena de densidades y referencias, sobre los excesos del totalitarismo. Y será verdad, no digo que no.
La parodia también me descoloca. Acabé de leer “Que se mueran los feos” de Boris Vian, entretenidísima novela, totalmente empatado. Me gustó ese tono de cine negro, trama bien urdida y toques divertidos. Me quedé volado al enterarme que el amigo Vian, eso dicen los de la solapa, se había dedicado a caricaturizar y parodiar todos los tics de ese tipo de novelas, tomándole el pelo a sus conspicuos lectores… qué desastre el mío.
Y aunque de éstas hay muchas, el otro día realmente estallé, aunque no era un libro sino una película. Es que no puede ser. Fue un caso también parodial, pero de sentido inverso al anterior. Lo que evidentemente resultaba ser una parodia descarada, era realmente una so call “serious movie”, una “peli seria”, “comprometida”. No daba crédito. Os voy a contar el argumento de la media hora que fui capaz de ver y me diréis. Veamos: un grupo terrorista secuestra a un pobre hombre. El pobre hombre es negro, gordo y yo diría que hasta un poco simple. Para que no pueda reconocer a sus captores está siempre encapuchado. El jefe de los captores decide que, como medida de presión contra el gobierno que sea, el negro, gordo y simple debe ser ejecutado. Mientras tanto, uno de los secuestradores se hace amigo del secuestrado. Rollo Walt Disney para vomitar: le da de comer, le acompaña en el chamizo en el que está durante las noches, largas horas de cómplice conversación, y acaba, ojo al precioso momento, quitándole la capucha al negro para que pueda respirar mejor. Cara a cara, sin trapos de ninguna especie, ha nacido un amor cuasi filial. A pesar de ello, el secuestrador-cenicienta acata las órdenes de su jefe y, tras disculparse por su osadía y falta de seriedad al desencapuchar al negro y dejarse ver, se prepara para acabar con la vida de su víctima. Antes del momento fatal, pueril representación de un asesinato entre “hermanos”(gordo y cenicienta), entran en acción las fuerzas de seguridad que los han localizado, momento de confusión que aprovecha el secuestrado para intentar escapar. El terrorista cenicienta lo sigue con facilidad y le apunta a la espalda. Música de violines y primeros planos. Negro-gordo-simple corre torpemente, Killer-cenicienta, o es idiota, o es parapléjico o está fall in love, porque teniendo en la mira, a escasos veinte metros, al torpe fugado, no se decide a disparar. Tensos y esperanzadores segundos que se ven brutalmente interrumpidos, no por un tiro que nunca se disparó, sino por el blindado de las fuerzas del orden que atropella violentamente, a la manera sábado de copas, dejadme conducir que yo controlo hip, a pobre-torpe-negro-gordo-simple, que muere en el acto. En este preciso instante es cuando yo pensé que del blindado iba a salir Leslie Nielsen, en bermudas, camisa Hawaiana y un puro en la boca, a lo mejor hasta mal peinado, para preguntarle a Cenicienta-killer “¿qué fue eso?... ¿un oso o un jabalí?”… Pero no apareció Leslie. En mi confusión miré a Montse, que me confirmó que estábamos viendo una “película seria” y que era justo el momento para tragar un poco de saliva tras tanta carga emocional.
En cualquier caso, es habitual que cuando lo que implica un primer entendimiento del libro es la decepción, la constatación de su incalculable mediocridad, se acuse al receptor (en este caso el lector) de no haber entendido nadita. Uno se queda acojonado. Glub, pues será verdad. Empieza ahí un grandilocuente discurso en el que se justifica la obra en base a su carácter metafórico, parodial, sus increíbles y velados dobles sentidos, su simbología, el deslumbrante uso del lenguaje coloquial, sus iluminadas referencias historicistas, y un largísimo etcétera de broza metaliteraria. Que a veces tal discurso es acertado, resulta evidente. Que en otras muchas es mera disculpa, burdo intento de salvar los muebles de una obra fallida de pies a cabeza, también.
Más de una vez, preclaro Maicito y quien os escribe, hemos destilado horas pasajeras de tercera abominando de tales justificaciones cuando las mismas pretenden justificar lo injustificable. Esa manera de avasallar y acojonar a uno que, tras haber padecido para acabar dignamente un librajo, se encuentra con que aparte de que el librito en cuestión era insoportable, a mayores, a él, no valorándolo en la elevada medida que su autor o sus vasallos pretenden, le llaman zoquete.
En cuanto a estas cosas reconozco mi torpeza. Tengo por costumbre, aunque reconociendo que es costumbre lindante con la manía, no leer jamás los comentarios que en solapas, contraportadas y demás, adornan los libros, sino, sólo y únicamente, después de acabar con la lectura del libro. Así me llevo los sustos que me llevo. Porque las cosas que de los mismos dicen rozan la desvergüenza mas escandalosa en no pocas veces.
Las metáforas a mi me pueden, es que no las veo venir. Cuando acabé “Sobre los acantilados de mármol” de Ernst Jünger, bonita novela, revisé los egregios comentarios de solapas y contraportada. La madre del cordero, es que no entendí ni la primera. Lo que a mí me había parecido un relato casi bucólico y floral, un descanso del guerrero, un ejercicio minimalista de un auténtico atleta de la minucia ético – moral, es en realidad la mayor metáfora existente en la obra del autor, plena de densidades y referencias, sobre los excesos del totalitarismo. Y será verdad, no digo que no.
La parodia también me descoloca. Acabé de leer “Que se mueran los feos” de Boris Vian, entretenidísima novela, totalmente empatado. Me gustó ese tono de cine negro, trama bien urdida y toques divertidos. Me quedé volado al enterarme que el amigo Vian, eso dicen los de la solapa, se había dedicado a caricaturizar y parodiar todos los tics de ese tipo de novelas, tomándole el pelo a sus conspicuos lectores… qué desastre el mío.
Y aunque de éstas hay muchas, el otro día realmente estallé, aunque no era un libro sino una película. Es que no puede ser. Fue un caso también parodial, pero de sentido inverso al anterior. Lo que evidentemente resultaba ser una parodia descarada, era realmente una so call “serious movie”, una “peli seria”, “comprometida”. No daba crédito. Os voy a contar el argumento de la media hora que fui capaz de ver y me diréis. Veamos: un grupo terrorista secuestra a un pobre hombre. El pobre hombre es negro, gordo y yo diría que hasta un poco simple. Para que no pueda reconocer a sus captores está siempre encapuchado. El jefe de los captores decide que, como medida de presión contra el gobierno que sea, el negro, gordo y simple debe ser ejecutado. Mientras tanto, uno de los secuestradores se hace amigo del secuestrado. Rollo Walt Disney para vomitar: le da de comer, le acompaña en el chamizo en el que está durante las noches, largas horas de cómplice conversación, y acaba, ojo al precioso momento, quitándole la capucha al negro para que pueda respirar mejor. Cara a cara, sin trapos de ninguna especie, ha nacido un amor cuasi filial. A pesar de ello, el secuestrador-cenicienta acata las órdenes de su jefe y, tras disculparse por su osadía y falta de seriedad al desencapuchar al negro y dejarse ver, se prepara para acabar con la vida de su víctima. Antes del momento fatal, pueril representación de un asesinato entre “hermanos”(gordo y cenicienta), entran en acción las fuerzas de seguridad que los han localizado, momento de confusión que aprovecha el secuestrado para intentar escapar. El terrorista cenicienta lo sigue con facilidad y le apunta a la espalda. Música de violines y primeros planos. Negro-gordo-simple corre torpemente, Killer-cenicienta, o es idiota, o es parapléjico o está fall in love, porque teniendo en la mira, a escasos veinte metros, al torpe fugado, no se decide a disparar. Tensos y esperanzadores segundos que se ven brutalmente interrumpidos, no por un tiro que nunca se disparó, sino por el blindado de las fuerzas del orden que atropella violentamente, a la manera sábado de copas, dejadme conducir que yo controlo hip, a pobre-torpe-negro-gordo-simple, que muere en el acto. En este preciso instante es cuando yo pensé que del blindado iba a salir Leslie Nielsen, en bermudas, camisa Hawaiana y un puro en la boca, a lo mejor hasta mal peinado, para preguntarle a Cenicienta-killer “¿qué fue eso?... ¿un oso o un jabalí?”… Pero no apareció Leslie. En mi confusión miré a Montse, que me confirmó que estábamos viendo una “película seria” y que era justo el momento para tragar un poco de saliva tras tanta carga emocional.
4 comentarios:
Ajá, así que Juego de lágrimas, ese prestigioso film...
Una lástima que sólo aguantaras media hora. El resto es aún mejor, si cabe.
Sactamente... tras el atropello, y ante la ausencia de Nielsen, pedí papas. Montse aguantó hasta el final y me contó de qué iba. De verdad, no doy crédito, vaya bazofia. Ken L y Neil J tiene bula catódica, hagan lo que hagan, cientos de feligreses comunlgan a ciegas con ellos. Pueril
De pueril nada, que no sabes. Está claro que Neil sacrifica la verosimilitud en beneficio de las otras virtudes de la película. Que tú y yo desconozcamos cuáles son esas virtudes sólo se debe a nuestra falta de familiaridad con los muy personales códigos expresivos del autor.
...Nossa culpa!! no entender tanto arte. Has dado en el clavo. Algún día deberíamos aventurarnos a descifrar "los muy personales códigos expresivos del autor", previa ingesta etílica -abundante- para abrir nuestras mentes.
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