De pequeño, estaría en séptimo u octavo de EGB, vivía en una especie de barricada matemática. Para empezar, las mates no me gustaban demasiado; para seguir, desconfiaba de los profes, pues tenía mis propias ideas acerca de los números, y las mismas no coincidían con las que en clase se explicaban. Dándoseme mal eso de los conceptos abstractos, para mí los números eran bolas de billar. Supongo que para otros serían manzanas. Y siendo para mí bolas de billar, los resultados de las operaciones que los profesores proponían con sus abstractos números no coincidían con los resultados que yo obtenía con mis bolas de billar.
Así las cosas, consciente de lo peregrino que podría resultar eso de las bolas de billar para alguno de mis compañeros, o para los maestros, yo de esto no soltaba prenda. El asunto era mantenido en riguroso secreto. Hasta un día en que dejó de serlo. Estaba por aquel entonces plenamente convencido de que mis razonamientos en relación a mis preciosas bolas de billar eran correctos y precisos. Estaba preparado para la espantada, para enfrentarme con los representantes del orden matemático imperante. Así pues, ante una pregunta concreta de Don José, espeté una respuesta relativa a las susodichas bolas de billar. Por qué lo haría. La mofa y el cachondeo de más de uno y el pánico de los demás me hicieron arrepentirme al instante. Sin embargo, al momento reaccioné, y debí cerrarme en banda, pues me puse a explicar el asunto.
Preguntaba Don José: A ver, Venturín, ¿cuánto va de dos a cuatro? Uno, contesté yo. ¿Cómo dices? interpeló Don José… lo demás fue un intento más bien torpe de explicarme y un cachondeo generalizado. En resumidas cuentas intenté hacerles entender que si se me preguntaba cuánto es cuatro menos dos, yo cogía cuatro de mis bolas de billar que ponía juntas y, acto seguido, quitaba dos, con lo que me quedaban otras dos. Clarísimo. Por el contrario, de dos a cuatro, evidentemente no van dos. Colocaba yo mis bolas de billar en línea recta, una detrás de la otra. Desde el punto en el que acaba la bola número dos hasta el punto exacto en el que empieza la bola número cuatro, solo está la bola número tres, que, evidentemente, es una bola y no dos. Pues no había manera. Que de dos a cuatro van dos decían ellos. Pero eso es imposible Don José, repetía yo…
El siguiente incidente matemático no llegó a serlo. Fue más bien un enamoramiento inmediato. También entre séptimo y octavo me enteré de eso de que uno puede estar desplazándose toda su vida desde un punto en dirección a otro, muy cercano, pongamos por ejemplo un metro de distancia, y no alcanzarlo jamás. Pero eso es imposible, pensaba yo. Don José nos explicó eso de que avanzar en cada paso la mitad de la distancia que nos separa de nuestro destino implica que estemos hasta el infinito acercándonos a nuestro destino sin alcanzarlo nunca. Guau, me dejó impresionado el mágico asunto.
El caso es que comento semejantes tonterías porque tengo un pleito entre manos que me ha hecho volver a la barricada matemática. En este caso, en connivencia con un perito que con las mates debió pasarlo igual de mal que yo en el colegio, y que tiene ganas de enredar las cosas. El punto en discordia viene siendo el linde de una finca que, desde un punto/mojón A, “se prolonga 75 metros a lo largo del ribazo que la separa de otras que están en un plano inferior” Indicaros que el ribazo en cuestión, que separa en planos inferior y superior, dos terrenos, en apariencia es basicamente recto. Pues bien, ¿qué son 75 metros a lo largo del ribazo? Evidentemente cualquiera cogería la cinta métrica, si situaría en el punto A y con la cinta estirada, superpuesta por encima del ribazo, marcará el punto B, que de esta manera estaría, metro arriba/abajo, a 75 metros lineales del punto A. Clarísimo. El caso es que si aportamos un plano detallado del ribazo, cosa que esta parte ha hecho, apreciamos, como también se hace a simple vista, pues es evidente, que el mentado ribazo no es totalmente lineal y uniforme, sino que es irregular, tiene entrantes y salientes, algunos debidos a pequeños derrumbes, pero otros debidos a la propia configuración del terreno desde tiempo inmemorial. En este segundo caso, siguiendo el ribazo de manera respetuosa con su verdadera disposición sobre el terreno, zigzagueando a lo largo del mismo, tenemos que tras medir los correspondientes 75 metros, estamos a una distancia lineal de aproximadamente 55 metros del punto A, con lo que la superficie de la parcela sería ostensiblemente menor.
Amigo. La cosa no parece tan clara como en principio nos podría parecer. Ya no digamos si lo comparamos con un caso igual pero en el que en vez de un ribazo tuviésemos una carretera. Si desde un punto A tenemos que medir 75 kilómetros a lo largo de tal carretera, llena de curvas, subidas y bajadas, idas y venidas, en una dirección concreta, el punto B al que llegaremos estará a mucha menor distancia lineal que los indicados 75 Kms. A lo mejor está al lado del punto de partida, si la carretera es una de esas panorámicas que serpentea sin rubor ni mesura.
¿Por qué no pasa lo mismo con el caso que nos ocupa? ¿por su menor escala? ¿por un supuesto uso aceptado de manera consuetudinaria?, ¿por supuestas intenciones de los causahabientes?... todo discutible, sin duda, pero también lo que arriba se propone.
¿Y si el perito está realmente iluminado, salvajemente influenciado por esa experiencia que lo marcó durante la EGB, eso de avanzar hasta el infinito hacía un punto que tenemos al lado y que nunca alcanzaremos, profundizando millonésimamente en la pequeña distancia que nos separa de él? Pasaríamos de estar hablando de pleitos y periciales a entrar en los escarpados feudos de la metafísica. Podríamos, por ejemplo, en vez de presentar un plano detallado del ribazo, a una escala “habitual” para estos menesteres, en el que se describen a la perfección sus evidente serpenteos y entrantes y salientes, apreciables todos ellos a simple vista, decía, que podríamos presentar un plano milimétrico, un plano a escala microscópica del citado ribazo. En dicho plano, de manera milimétrica y concisa, se describe el discurrir del ribazo, de forma mucho más detallada que a simple vista. En definitiva, se describe la verdad del ribazo. Los 75 metros en este plano, a lo largo del vericueto que realmente es el ribazo, se quedan a lo mejor a 4 metros lineales del punto de partida. Sin duda responden a la verdad más que los anteriores, es más concreto. Pero si aumentamos más la escala seguiremos encontrando más verdad del ribazo. Cuanto más profundicemos en la escala, cuanto más detallada y microscópica sea la descripción del ribazo, de todas sus irregularidades, a menor distancia lineal del punto de partida A nos encontraremos después de recorrer 75 metros… ¿Cuál es más verdad? ¿el plano genérico o el microscópico? ¿Cuál se equivoca? ¿Lo hace alguno?... ¿Dónde debemos colocar el punto B, resultado de recorrer 75 metros a lo largo del ribazo desde el punto A? A mayor grado de descripción del ribazo, dicho punto B estará más cerca del punto A….
…¿A dónde nos lleva todo esto?... veremos por dónde nos sale Su Señoría. Si lo pasó mal en clases de mate en la EGB, el pleito está ganado.
Así las cosas, consciente de lo peregrino que podría resultar eso de las bolas de billar para alguno de mis compañeros, o para los maestros, yo de esto no soltaba prenda. El asunto era mantenido en riguroso secreto. Hasta un día en que dejó de serlo. Estaba por aquel entonces plenamente convencido de que mis razonamientos en relación a mis preciosas bolas de billar eran correctos y precisos. Estaba preparado para la espantada, para enfrentarme con los representantes del orden matemático imperante. Así pues, ante una pregunta concreta de Don José, espeté una respuesta relativa a las susodichas bolas de billar. Por qué lo haría. La mofa y el cachondeo de más de uno y el pánico de los demás me hicieron arrepentirme al instante. Sin embargo, al momento reaccioné, y debí cerrarme en banda, pues me puse a explicar el asunto.
Preguntaba Don José: A ver, Venturín, ¿cuánto va de dos a cuatro? Uno, contesté yo. ¿Cómo dices? interpeló Don José… lo demás fue un intento más bien torpe de explicarme y un cachondeo generalizado. En resumidas cuentas intenté hacerles entender que si se me preguntaba cuánto es cuatro menos dos, yo cogía cuatro de mis bolas de billar que ponía juntas y, acto seguido, quitaba dos, con lo que me quedaban otras dos. Clarísimo. Por el contrario, de dos a cuatro, evidentemente no van dos. Colocaba yo mis bolas de billar en línea recta, una detrás de la otra. Desde el punto en el que acaba la bola número dos hasta el punto exacto en el que empieza la bola número cuatro, solo está la bola número tres, que, evidentemente, es una bola y no dos. Pues no había manera. Que de dos a cuatro van dos decían ellos. Pero eso es imposible Don José, repetía yo…
El siguiente incidente matemático no llegó a serlo. Fue más bien un enamoramiento inmediato. También entre séptimo y octavo me enteré de eso de que uno puede estar desplazándose toda su vida desde un punto en dirección a otro, muy cercano, pongamos por ejemplo un metro de distancia, y no alcanzarlo jamás. Pero eso es imposible, pensaba yo. Don José nos explicó eso de que avanzar en cada paso la mitad de la distancia que nos separa de nuestro destino implica que estemos hasta el infinito acercándonos a nuestro destino sin alcanzarlo nunca. Guau, me dejó impresionado el mágico asunto.
El caso es que comento semejantes tonterías porque tengo un pleito entre manos que me ha hecho volver a la barricada matemática. En este caso, en connivencia con un perito que con las mates debió pasarlo igual de mal que yo en el colegio, y que tiene ganas de enredar las cosas. El punto en discordia viene siendo el linde de una finca que, desde un punto/mojón A, “se prolonga 75 metros a lo largo del ribazo que la separa de otras que están en un plano inferior” Indicaros que el ribazo en cuestión, que separa en planos inferior y superior, dos terrenos, en apariencia es basicamente recto. Pues bien, ¿qué son 75 metros a lo largo del ribazo? Evidentemente cualquiera cogería la cinta métrica, si situaría en el punto A y con la cinta estirada, superpuesta por encima del ribazo, marcará el punto B, que de esta manera estaría, metro arriba/abajo, a 75 metros lineales del punto A. Clarísimo. El caso es que si aportamos un plano detallado del ribazo, cosa que esta parte ha hecho, apreciamos, como también se hace a simple vista, pues es evidente, que el mentado ribazo no es totalmente lineal y uniforme, sino que es irregular, tiene entrantes y salientes, algunos debidos a pequeños derrumbes, pero otros debidos a la propia configuración del terreno desde tiempo inmemorial. En este segundo caso, siguiendo el ribazo de manera respetuosa con su verdadera disposición sobre el terreno, zigzagueando a lo largo del mismo, tenemos que tras medir los correspondientes 75 metros, estamos a una distancia lineal de aproximadamente 55 metros del punto A, con lo que la superficie de la parcela sería ostensiblemente menor.
Amigo. La cosa no parece tan clara como en principio nos podría parecer. Ya no digamos si lo comparamos con un caso igual pero en el que en vez de un ribazo tuviésemos una carretera. Si desde un punto A tenemos que medir 75 kilómetros a lo largo de tal carretera, llena de curvas, subidas y bajadas, idas y venidas, en una dirección concreta, el punto B al que llegaremos estará a mucha menor distancia lineal que los indicados 75 Kms. A lo mejor está al lado del punto de partida, si la carretera es una de esas panorámicas que serpentea sin rubor ni mesura.
¿Por qué no pasa lo mismo con el caso que nos ocupa? ¿por su menor escala? ¿por un supuesto uso aceptado de manera consuetudinaria?, ¿por supuestas intenciones de los causahabientes?... todo discutible, sin duda, pero también lo que arriba se propone.
¿Y si el perito está realmente iluminado, salvajemente influenciado por esa experiencia que lo marcó durante la EGB, eso de avanzar hasta el infinito hacía un punto que tenemos al lado y que nunca alcanzaremos, profundizando millonésimamente en la pequeña distancia que nos separa de él? Pasaríamos de estar hablando de pleitos y periciales a entrar en los escarpados feudos de la metafísica. Podríamos, por ejemplo, en vez de presentar un plano detallado del ribazo, a una escala “habitual” para estos menesteres, en el que se describen a la perfección sus evidente serpenteos y entrantes y salientes, apreciables todos ellos a simple vista, decía, que podríamos presentar un plano milimétrico, un plano a escala microscópica del citado ribazo. En dicho plano, de manera milimétrica y concisa, se describe el discurrir del ribazo, de forma mucho más detallada que a simple vista. En definitiva, se describe la verdad del ribazo. Los 75 metros en este plano, a lo largo del vericueto que realmente es el ribazo, se quedan a lo mejor a 4 metros lineales del punto de partida. Sin duda responden a la verdad más que los anteriores, es más concreto. Pero si aumentamos más la escala seguiremos encontrando más verdad del ribazo. Cuanto más profundicemos en la escala, cuanto más detallada y microscópica sea la descripción del ribazo, de todas sus irregularidades, a menor distancia lineal del punto de partida A nos encontraremos después de recorrer 75 metros… ¿Cuál es más verdad? ¿el plano genérico o el microscópico? ¿Cuál se equivoca? ¿Lo hace alguno?... ¿Dónde debemos colocar el punto B, resultado de recorrer 75 metros a lo largo del ribazo desde el punto A? A mayor grado de descripción del ribazo, dicho punto B estará más cerca del punto A….
…¿A dónde nos lleva todo esto?... veremos por dónde nos sale Su Señoría. Si lo pasó mal en clases de mate en la EGB, el pleito está ganado.
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