Consumado el Magnicidio, en el suelo espatarrado e inerte el cuerpo de la víctima, repartidas sus hojas al viento, se apelotonaron, a las pocas semanas, las más absurdas teorías sobre la autoría, no material, asunto éste bien definido a los pocos días del crimen, sino intelectual, mediata, o cómo se quiera designar a quien, no ejecutando físicamente los actos, brutales y alevosos, que dieron como resultado la muerte, sí que se ha encargado de promoverlos, idearlos y organizarlos. El hombre en la sombra.
Y, no sabemos si influenciados por productos de complejidad psico – argumental de última generación o bestsellers de alcance mundial, el caso es que se llega a una conclusión de lo más mestiza y estrafalaria: la concurrencia de tres tramas, tres intereses, tres conexiones, quién sabe si conniventes y concomitantes todas ellas, en la comisión del magno asesinato.
De pedigrí cinéfilo, nuestros avezados sabuesos no dudaron en llamarlas tan estúpidamente como a continuación os indico:
“The french connection 1971”, “Deutschland in Herbst 1977” y “Orlando 1992”.
Pero las estupideces y gansadas, las licencias, se acaban con estos nombres estampados en sus correspondientes archivos/files. A partir de ahí, el trabajo de documentación fue riguroso e inclemente. No así el análisis de la documentación recopilada, que aporta unas conclusiones inconexas, poco fundamentadas y, más bien, pobres.
Pero empecemos por los datos recopilados…
The French Connection 1971: entre un sinfín de nombres, varios de ellos conocidísimos en círculos de iniciados y esotéricos de diversa catadura, se encuentran varios de los más famosos escritores del “fin de siècle” gabacho. Su interés en el magnicidio, más lírico que épico, más formal que de fondo, más Saboyano que Dolomítico, es indudable y, para los sabuesos encargados de la investigación, de tanta importancia como la trama alemana, ambas, gabacha y teutona, de mucho mayor calado que la Albión, cuyos miembros realmente dan la sensación de pasar, sin saber muy bien por qué, por el lugar y el momento en los que los hechos se atropellaban.
Metódicos y rigurosos en la recopilación de datos e información, diestros en su archivo y sistematización, los sabuesos organizaron para facilitar su trabajo una jerarquía (vertical) y un tracto (horizontal). Pretendían condensar y enfatizar los hitos y referencias básicas en la evolución y discurrir de la trama. Como hemos indicado, los sabuesos no destacaban en todo. Análisis y síntesis les quedan grandes. Siendo eso así, su jerarquía resulta impresentable. No así su tracto, horizontal, objetivo, basado en el cronómetro secular: Gérard de Nerval, Charles Baudelaire, Villiers de L´Isle –Adam, Stéphane Mallarmé, Isidore Lucien Ducasse, Joris Karl Huysmans, Arthur Rimbaud y Marcel Schwob.
Qué banda. Parece obvio que no apretaron ellos el gatillo, que no empuñaron el puñal, es más, seguro que lo suyo era puro teatro, puro amagar con las ficciones. Algunos cómodamente apoltronados en sus chaise longue, perdida la vista más allá de la empañada galería, frufrú en el cristal, con la manga de vicuña andina, eso sí que es calidad; los otros, también cómodamente precipitados en el vanidoso y narcisista lado oscuro, retorcido, cruzando los dedos para tan sólo aparecer en fugaces recopilaciones de los más nuevos, de los malditos, reservadas para manos u oídos cómplices y sabedores. Vaya pedantería.
¿Pero qué más da que no fuera suyo el estacazo que desmembró? Suya es gran parte de la culpa. Sin ellos, sus cachorros de las vanguardias no habrían sabido cómo, cuándo y dónde atizar. Ebrios y exaltados, no habrían sido capaces ni siquiera de levantar el machete, asir la pistola o dosificar el Veronal.
Sabemos que no fueron los únicos. Al otro lado de la futura línea Maginot, salvado el Rin, también se cocía algo. A fuego lento, piano piano. Al pilpil, si estuviéramos en el Bidasoa. A diferencia de sus vecinos del oeste, nuestros nuevos protagonistas se las gastaban más épicas que líricas, y más aún metafísicas, más de fondo que formales, más Dolomíticas que Saboyanas. Siendo contemporizadores diremos que daban el doble de miedo, mínimo.
Y, no sabemos si influenciados por productos de complejidad psico – argumental de última generación o bestsellers de alcance mundial, el caso es que se llega a una conclusión de lo más mestiza y estrafalaria: la concurrencia de tres tramas, tres intereses, tres conexiones, quién sabe si conniventes y concomitantes todas ellas, en la comisión del magno asesinato.
De pedigrí cinéfilo, nuestros avezados sabuesos no dudaron en llamarlas tan estúpidamente como a continuación os indico:
“The french connection 1971”, “Deutschland in Herbst 1977” y “Orlando 1992”.
Pero las estupideces y gansadas, las licencias, se acaban con estos nombres estampados en sus correspondientes archivos/files. A partir de ahí, el trabajo de documentación fue riguroso e inclemente. No así el análisis de la documentación recopilada, que aporta unas conclusiones inconexas, poco fundamentadas y, más bien, pobres.
Pero empecemos por los datos recopilados…
The French Connection 1971: entre un sinfín de nombres, varios de ellos conocidísimos en círculos de iniciados y esotéricos de diversa catadura, se encuentran varios de los más famosos escritores del “fin de siècle” gabacho. Su interés en el magnicidio, más lírico que épico, más formal que de fondo, más Saboyano que Dolomítico, es indudable y, para los sabuesos encargados de la investigación, de tanta importancia como la trama alemana, ambas, gabacha y teutona, de mucho mayor calado que la Albión, cuyos miembros realmente dan la sensación de pasar, sin saber muy bien por qué, por el lugar y el momento en los que los hechos se atropellaban.
Metódicos y rigurosos en la recopilación de datos e información, diestros en su archivo y sistematización, los sabuesos organizaron para facilitar su trabajo una jerarquía (vertical) y un tracto (horizontal). Pretendían condensar y enfatizar los hitos y referencias básicas en la evolución y discurrir de la trama. Como hemos indicado, los sabuesos no destacaban en todo. Análisis y síntesis les quedan grandes. Siendo eso así, su jerarquía resulta impresentable. No así su tracto, horizontal, objetivo, basado en el cronómetro secular: Gérard de Nerval, Charles Baudelaire, Villiers de L´Isle –Adam, Stéphane Mallarmé, Isidore Lucien Ducasse, Joris Karl Huysmans, Arthur Rimbaud y Marcel Schwob.
Qué banda. Parece obvio que no apretaron ellos el gatillo, que no empuñaron el puñal, es más, seguro que lo suyo era puro teatro, puro amagar con las ficciones. Algunos cómodamente apoltronados en sus chaise longue, perdida la vista más allá de la empañada galería, frufrú en el cristal, con la manga de vicuña andina, eso sí que es calidad; los otros, también cómodamente precipitados en el vanidoso y narcisista lado oscuro, retorcido, cruzando los dedos para tan sólo aparecer en fugaces recopilaciones de los más nuevos, de los malditos, reservadas para manos u oídos cómplices y sabedores. Vaya pedantería.
¿Pero qué más da que no fuera suyo el estacazo que desmembró? Suya es gran parte de la culpa. Sin ellos, sus cachorros de las vanguardias no habrían sabido cómo, cuándo y dónde atizar. Ebrios y exaltados, no habrían sido capaces ni siquiera de levantar el machete, asir la pistola o dosificar el Veronal.
Sabemos que no fueron los únicos. Al otro lado de la futura línea Maginot, salvado el Rin, también se cocía algo. A fuego lento, piano piano. Al pilpil, si estuviéramos en el Bidasoa. A diferencia de sus vecinos del oeste, nuestros nuevos protagonistas se las gastaban más épicas que líricas, y más aún metafísicas, más de fondo que formales, más Dolomíticas que Saboyanas. Siendo contemporizadores diremos que daban el doble de miedo, mínimo.
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