jueves, 4 de febrero de 2010

¿Jao is pósibol?


Parafraseando a cierto automovilista, para muchos, personificación del mal fario y para otros tantos, un fuera de serie, yo también me pregunto a veces: ¿cómo es posible?

Y lo hago porque no me entra en la cabeza que determinados personajes sean capaces de hacer según qué cosas a ciertas edades. Los protagonistas en esta ocasión son escritores: Carmen Laforet, Carlos Fuentes, Emil M. Cioran.

El asombro y resquemor, el no creérselo aunque se sabe que es cierto, lo originan unas señaladísimas obras que, escritas a tan cortas edades, no parecen otra cosa que un milagro. Porque visitado por las hadas, duendes o abducido por extraterrestres o la Komintern vale que Mayakovsky escribiera “La flauta vertebral” o “La nube en pantalones” con dieciocho años (y que ya sólo por sus títulos deben estar por derecho propio entre la crem de la crem). Ejemplos de esta precocidad entre los poetas hay por doquier, a gusto del lector. Pero distinto cantar es la novela. Dejemos a un lado la musicalidad, el lirismo y vayamos a lo magro. Ya os dije una vez que uno se lee “Nada” de Carmen Laforet, libro mayúsculo, sobresaliente e impepinable, y el susto que se lleva el extasiado lector al enterarse de los tiernos 19 añitos que tenía la criatura al escribirlo es antológico. Sí, sí, ¿cómo es posible? No lo sé, porque realmente parece imposible. ¿Se tratará realmente de un milagro laico o, más probablemente, de una preparadísima macro operación de merchandising adelantada a su tiempo, un Milly Vanilly de posguerra, estrategia fraudulenta aún no desenmascarada? De tener los medios, la formación, la capacidad y el tiempo necesarios yo me dedicaría a esta apasionante investigación: “Lo que no se nos ha contado sobre Nada, de Carmen Laforet: Milagro o fraude”

El mismo temblor corporal le entra a uno con el pedazo de monumento escrito que se sacó de la manga Carlos Fuentes con escasísimos veintiocho años: “La región más transparente” No way, aquí hay truco. Por distintos motivos que en el caso de “Nada”, pero igual de sobrenaturales, resulta inexplicable que esta novela sea obra de un veinteañero. Es que no puede ser. ¿Cómo, si parece el resultado de ese difícil don que hace que ciertos elegidos, tras años de avatares y experiencias, de vivir en mayúsculas en resumidas cuentas, se eleven, próximos a su ocaso, por encima de sus semejantes en un estado de absoluta sabiduría-reflexiva- genial? ¿Carlos, Carlos, a quién le vendiste tu alma? Otro tema para una investigación que debiera proponerse alguien dotado y competente.

Y, aunque olvidándonos ahora de la novela, qué oscuro secreto se esconde tras la gestación del tremebundo y casi indescifrable “En las cimas de la desesperación” de nuestro admirado E. M. Cioran. Veintidós años le contemplaban. ¿?

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